3. Mi David, vencedor de los filisteos,
suelta su coraza
“ Erue a framea, Deus, animam meam”
(sal. 21, 21)
¡OH Verbo, oh Cristo, qué bello sois, qué grande sois!
Más bello, más grande que nunca en ese último combate de Jerusalén y este abandono final a manos de los impíos que acaba de revivir una vez más, con el corazón opreso, vuestra Esposa mística, la Iglesia. ¡Ah! no, no sois un cobarde ni un dulce soñador. No sois de esos demagogos, seductores de muchedumbres y cortesano del poder establecido o de los poderes en camino de establecimiento. No sois de la raza de los impostores. Tengo nauseas de los falsos grandes hombres, Príncipes y Profetas de nuestro tiempo. A seguirte paso a paso, León de Judá, durante estos Días santos mi alma adoraba la vuestra en todos sus movimientos…desafiabais a vuestros enemigos. Después, cuando vino la hora marcada por el Padre, con una inmensa serenidad consentisteis a sufrir y a morir como el cordero de Pascua por nuestra salvación. Ahora habéis resucitado, fuera del alcance de los malos. No volverán a poner su mano innoble sobre vuestros hombros, no os desgarrarán más con sus ganchos. Dios ha preservado vuestra alma de la Espada. ¡Hoy mi corazón molido de emociones y de dolor prueba una paz, una alegría plena y entera, porque Jesús mi Amor ha resucitado, aleluya! ¡Pero anteayer y ayer, qué tormento!
Anteayer, os veía espiado, rodeado por los fariseos. Su odio implacable adivinaba Quien erais y, si os obligaban de declararlo, era para perderos a ojos del pueblo, acusaros de sedición y de blasfemia. Impresionada, la opinión bascularía en su campo y sería acabado con el Evangelio. Con una soberana majestad, proclamáis lo que os condena: “Antes que Abraham fuera, Yo soy”. ¡Pero para que la verdad ganara, más tarde, victoriosa del complot, para que las naciones creyeran en Vos, Hijo de Dios Salvador, confundíais a vuestros enemigos: mentirosos homicidas, heréticos llenos de malicia y de perversidad, secta levantada contra el Mesías que rehúsa reconocer y servir, helos aquí para siempre convencidos de pecado, denunciados al mundo como hijos de Satanás! Desde entonces, pueden un instante ganar y condenaros en nombre de su padre Abraham. ¡Su Padre, es el Diablo, Satanás! Su violencia acusará su derrota. Sabéis que esta lucha se terminará por un asesinato premeditado, legal, ritual, una execración religiosa y civil. Eso no os espanta. Al contrario, la clara presciencia que tenéis de vuestro fin os da una magnifica serenidad. Y hasta sobre la Cruz brillará contra todas las mentiras la Luz de esta revelación que atestáis: Jesús de Nazaret, Verdadero Hijo de Dios y Salvador, es Rey de los Judíos y nuestro Rey.
Mi corazón se sublevaba de admiración. Después, ayer, es de ternura que ardía viéndoos de repente, no abatido ni dimisionario como un hombre decepcionado y cansado, pero héroe más puro, alma sublime, librándoos a vuestros perseguidores para acabar vuestra obra por el martirio, el don total, el sacrificio expiatorio de un Dios hecho hombre y venido morir para devolver a los hombres la vida. ¡Cambio patético! Mi David vencedor de los filisteos suelta su coraza y se viste de la blanca túnica sin costura que ha tejido su Madre. No es más que dulzura y resignación. Mi Jesús del alma tierna se va al sacrificio que le ha pedido su Padre. Avanza sin armas, sin imprecaciones, hacia aquellos que lo odian. Se libra a ellos… ¿Todos os han abandonado, oh Maestro mío? ¡No! Mirad a vuestra Esposa a vuestro lado. Su corazón materno y filial entra acompañándoos en ese misterio de amor y de dolor; su compasión es vasta como la gran mar. Os toca y siente que tembláis. Como tiembla y se agita el roble en la tormenta. Es la carne del hombre librada y molida por nuestros crímenes que tiembla bajo la dependencia poderosa de la Voluntad de Dios que la conduce. Y mi corazón se infla, y se estremece al contacto del vuestro. Es demasiado grandor, demasiado amor, demasiado sufrimiento.
En ningún lugar, jamás, la familia humana ha encontrado un hombre que se parezca a este Hombre. María Magdalena en quien se prefigura la Iglesia pronto hubo dejado todos los otros cuando hubo encontrado Este. Vuestra Esposa convertida ya no conoció más que a Vos solo. Revivo con ella el viejo relato de vuestras luchas y de vuestra Pasión. Todo el resto se borra, olvidado. No hay más que mi fuerte, mi terrible Cristo, triunfante de sus enemigos en la revelación fulgurante de su divinidad, brillo deslumbrante de sol en las tinieblas de Satanás. Y mí ensangrentado, mí dulce Jesús traspasado, sacrificado sobre su Cruz, cuya mirada sedienta de amor, hiere mi corazón en su centro más profundo, salpicadura roja de sangre sobre la túnica blanca de su Madre.
¡Oh! Os veré un día en tu gloria bienaventurada, mi bello Resucitado…Pero aun hoy y mañana no quiero conocer aquí en la tierra más que el Héroe de la Verdad, nuestro orgullo, y la víctima muy pura del Calvario, nuestra paz, nuestra reconciliación.
Padre Georges de Nantes
Página mística n° 3, Abril 1968