11. Sueño con un vuelo…
« Quis dabit mihi pennas sicut columbae, et volabo et requiescam. »
(Sal, 54, 7)
OH glorioso Señor resucitado, cuando subes en los Cielos lleváis detrás de vos nuestras almas captivas. Captivam duxit captivitatem…Parece imposible amaros sin seguiros, como seguiros sin amaros. Entonces he dicho con el salmo: “¡Oh! si tuviera alas como la paloma, tomaría el vuelo e iría posarme; sí, muy lejos huiría, me establecería en el desierto: me apuraría en encontrar un refugio contra el viento de la borrasca y la tormenta.” ¡Es difícil quedarse en medio del mundo sin pertenecerle, aguantar las pruebas de la vida, vencer las tentaciones, sufrir contradicciones y persecuciones a causa de vos! ¡Es mucho mejor dejar todo para seguiros y demorar donde estáis! Quiero irme en el seno del Padre a donde, vuelto, me atraéis. ¡Señor acceded a mi deseo!
Pero pienso en ese endemoniado que habéis liberado en el país de Gerasa, sobre la orilla oriental. La gente os pedía alejaros fuera de sus parajes, a causa de los puercos que se habían lanzado desde lo alto del acantilado en el mar. Pero como subíais en la barca para iros, el hombre os suplicaba de tomarlo con vos. Soy como ese hombre. La gente de mi país os rechaza. Os temen pero les estorbáis. Para mí, quisiera dejar ese mundo donde los puercos cuentan más que los hombres y partir con vos para no dejaros más. Sin embargo no habéis acordado esa gracia al endemoniado liberado. No le permitisteis de seguiros, le dijisteis: “Vuelve a tu casa, con los tuyos, y anúnciales todo lo que el Señor ha hecho por ti, y que ha tenido piedad de ti.” Y regresó, y se puso a publicar en la Decápolis todo lo que habíais hecho por él. Y todos estaban en la admiración.
Admiro a ese Gerasareno y a tantos otros que, fieles a la gracia recibida, los ojos fijados sobre vos que habían encontrado un día, han perseverado en su lugar, en sus casas, entre sus vecinos. Puesto que no los atraíais en los Cielos detrás de vos y los dejabais en la tierra, encontraron la manera, que quisiera tener, de vivir en su corazón cerca de vos, pero en su cuerpo y por su ocupación ahí adonde vuestra Providencia los dejaba. Habían escuchado el consejo ardiente del Apóstol: “Si habéis resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba , ahí donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, saboreen las cosas de arriba y no aquellas de la tierra”. (Col. 3)
Sueño con un vuelo que no es según vuestra voluntad sin duda, puesto que no me es acordado. Aún no es un movimiento de este amor perfecto que suspira tras el encuentro eterno. Tal vez es una cobardía. No veo nada igual en vuestra vida, oh nuestro Modelo único. No habéis abreviado de un día vuestro peregrinaje terrestre, ni siquiera de un instante las interminables horas de vuestra Pasión. Convenía emplear vuestra única vida, si útilmente, para la salvación de las almas. Veo que los grandes santos han deseado la alegría del Cielo: “Cupio dissolvi. Melius est mori et esse cum Christo”, pero al mismo instante se ponían en disposición de trabajar aún y de servir a sus hermanos hasta la usura extrema a fin, si fuera posible, de salvarlos a todos: “Non recuso laborem… Permanere autem in carne necessarium propter vos.” (Fil. 1, 23) ¿Y no escribía el Padre de Foucauld, entre los pobres del Sahara, en esos mismos sentimientos de ardiente caridad?: “Soy miserable sin fin, por lo tanto por más que busco en mí, no encuentro otro deseo que este: Adveniat regnum tuum!... Sanctificetur Nomen tuum! Me preguntáis si estoy dispuesto a ir a otra parte que a Beni Abbès para la extensión del santo Evangelio: estoy dispuesto para eso a ir hasta las extremidades del mundo y a vivir hasta el Juicio final.” ¡Todos los santos han vivido y sufrido, sin huir, sin abreviar el terrible combate, y esta compasión redentora que los animaba, sola podía distraer su ardiente deseo de veros y de estrecharos!
Lo que los grandes santos han vivido en la más alta virtud, quiero resolverme en ello a mi medida que es baja y pequeña. Es bueno desear la vida eterna, pero es perfecto esperar la gracia de cada día que permite alcanzarla por el camino de las virtudes. Y también de compartir con los desheredados los bienes recibidos, y de comer con ellos el pan de las lágrimas antes de probar cerca de ellos la alegría del bienaventurado encuentro. ¡Cuántas razones de vivir aún!
¡Oh Jesús subido en los Cielos, qué mi alma y mi corazón vuelen hacia vos y se fijen en vos en el Cielo mientras que mi ser terrestre sigue su camino, llevando su cruz, aprovechando las horas que corren sin vuelta, de esta única vida donde se prepara y se merece la beatitud eterna!
Padre Georges de Nantes
Página mística n° 11, Mayo 1969