16. Hoc signum Crucis erit in cœlo…
“Hoc signum Crucis erit in Cœlo, quando Dominus ad judicandum venerit.”
(Exaltación de la Santa Cruz).
¡JESÚS Cuando volveréis sobre las nubes del Cielo para juzgar los vivos y los muertos, esa señal de la Cruz parecerá con gloria. Entonces, a esa visión, llorarán todas las naciones de la tierra. Los que la habrán adorado y amado, esta Cruz donde fuisteis amarrado por nuestra salvación, llorarán de emoción feliz y sagrada. Los gritos de terror, los sollozos de desesperación de los otros que, en la tierra, la habían detestado y combatido no los salvarán de la segunda muerte. Al pensar esto la inquietud me punza: ¿cuando mis ojos, cerrados à la luz de este mundo, se reabrirán sobre la incomparable aurora de la resurrección, cuando volveré a ver en el azul de los Cielos nuevos la señal gloriosa de vuestra Cruz, que serán mis lágrimas? ¿El horrible miedo se abatirá sobre mí? ¿o la dulce esperanza hará parecer sobre mi cara la risa de la beatitud? ¿Y mis queridos, en medio de sus lágrimas, me dejarán ver de nuevo su querida sonrisa?
O Crux ave, spes única! Qué brote de nuestros pechos ese grito de esperanza inmensa cuando nos reconoceremos en la señal celeste de vuestra Cruz, oh Salvador de los hombres, esta Cruz de la cual fuimos marcados el día de nuestro bautismo, de la cual nos hemos rodeado y persignado incansablemente a lo largo de nuestra vida. Señal de vuestro dolor cuando estabais clavado, ensangrentado, sediento, abandonado de todos y del Padre mismo, se ha vuelto la señal de vuestra victoria y de nuestra Redención. Habéis pagado por mis crímenes, reparado por mis injurias, habéis sufrido para devolverme la alegría, habéis muerto para salvarme la vida. Este calvario que habéis querido sufrir, es lo que hubiera debido, yo, voluntariamente sufrir para expiar mis propios pecados, pero de eso nunca hubiera tenido la fuerza, ni el merito. Insolvente, hubiera merecido el infierno y por desesperación me hubiera precipitado en él. Pero habéis pagado mi deuda. Habéis sufrido en mi lugar, en Hijo de Dios, esta Cruz me era un justo castigo. Entonces objeto de pena y de horror, se ha vuelto para mí un bien único, infinito. La exalto con la Iglesia y canto: ¡Amen! ¡Hosanna! Os adoramos oh Cristo y os bendecimos puesto que habéis redimido al mundo por vuestra Santa Cruz. ¡Oh Pastor de las ovejas, la señal de vuestro dolor es aquel de nuestra alegría!
Per signum Crucis… Quien ha vivido bajo esa señal no temerá su aparición por la mañana de la vida eterna. Los pobres, los perseguidos, los ascetas, los dulces, las vírgenes y los penitentes, caras estragadas, ojos quemados por las lágrimas, a la vista de la divina miseria se sentirán de nuevo miembros vivientes de vuestro Cuerpo, ayer crucificado, hoy glorificado. Ellos que se saben tan cerca de vos, semejantes a vos en sus sufrimientos y su abandono, bajo la señal de la desgracia ¿cómo temerían de ser separados de vos cuando esta Cruz resplandecerá en señal de vuestro poder y de vuestra gloria? Pero los felices de la tierra, los vividores, los envidiosos, los violentos, los orgullosos que no soportan ni siquiera su vista hoy la verán con espanto levantada en el Cielo. ¡Ah! que no sea yo de su tropa, oh Bondad divina, oh Misericordia. Evitadme los honores, los éxitos, las riquezas, las consolaciones de la tierra, de miedo que me vuelva insensible a esa señal. Y si me dais humillaciones, pobreza, desolaciones, ingratitudes y desprecio, haced que los abrase religiosamente por la semejanza que tienen con esa señal de vuestra Cruz. Me conozco, mis ojos se entorpecen, mi corazón se endurece cuando los bienes de la tierra y la gloria humana me han algún tiempo sustentado. Entonces vuestra Cruz me resulta indiferente y la mía me es gravosa. Mejores para mi corazón son la pobreza y la abyección que lo devuelven a la adoración y al amor de la Cruz, la vuestra y la mía confundidas. Dichoso el desafortunado cuando contemplará con sus ojos, en el cielo, la señal bajo la cual habrán lentamente transcurrido los días de su pena.
Per Crucem ad Lucem… Acaso estaré entre esos humillados que vos exaltaréis, invitándolos con vuestra voz maravillosamente dulce y amante. Venid, los benditos de mi Padre… Acaso estaré entre los orgullosos que precipitaréis en el abismo creado por vuestra justicia con esas palabras más terribles que el gusano roedor y el fuego. Vayan, malditos, al fuego eterno… No sé. No, no lo sé. Espero en vuestra santa Cruz. Pero en esta incertidumbre misma y en esta esperanza, confieso y proclamo vuestra gloria y con todas las fuerzas de mi amor: ¡Sí, amen, aleluya! Es bello, es bueno, es sabio y admirable, este misterio sublime de vuestra Cruz, esperanza de salvación para todos los humanos, refugio de los pecadores y consolación de los afligidos, alegría de los pobres, oh Jesús, vuestra Cruz y la nuestra, única fuente de vida y de santidad.
Sit Crux, fit Lux… ¡Sí, que sea la Cruz para que venga la Alegría!
Padre Georges de Nantes
Página mística n° 16, Octubre 1969