14. No quiero de una belleza
que me quite la sabiduría
“Nolo decorem qui mihi sapientiam tollat.”
(San Bernardo, in Cant. 74, 9)
OH Santísima e Inmaculada Virgen María, no quiero de una belleza que me quite la sabiduría y por eso os elegí por reina y por amiga, no oso a causa de mis pecados decir con San Bernardo, por única esposa, vos, la Belleza perfecta quien engendra la Sabiduría… A esas solas palabras mi alma vibra como el arpa de David, mi espíritu comulga a los misterios esenciales de las obras de Dios. Sois la reveladora de los secretos divinos, vuestra maternidad virginal explica tan bien la gesta creadora como la salvadora: todas las maravillas de Dios son de una Sabiduría radiante de belleza y de alegría, en el Amor. Por eso la liturgia de la Iglesia no ha temido de aplicaros todo lo que está dicho en los Santos Libros sobre esta misteriosa y conmovedora compañera del Creador, asistente de todas sus obras y confidente de sus secretos, amando divertirse entre los hijos de los hombres. Era vos quien Miguel Ángel pintó en la bóveda de la Sixtina en la sombra de la derecha del Padre mientras que a su izquierda poderosa surge el universo. Y es vos que volvemos a encontrar, acurrucada bajo la derecha terrible de vuestro Hijo maldiciendo a los condenados, vos la debilidad y la dulzura mediadora, moderando el rigor de la justicia y dejando presagiar a las miríadas de los predestinados una divina misericordia.
Y siento que toda la sed de mi corazón es de acordar su ritmo a este orden celestial. Mi corazón enamorado de toda belleza, mi corazón de hombre que conmueven los encantos y las fragilidades de todas las creaturas, mi corazón de sacerdote consagrado a la castidad tan contraria al mundo pagano donde se hunde mi camino. Pero con la Iglesia canto: “Vana es la gracia, engañosa la belleza, sola será digna de alabanza la mujer que teme al Señor”…Lo más carnal de los hombres, lo que busca y persigue sin fin en las bellezas pasajeras, es la dulzura, en la dulzura la bondad tierna, generosa, y en la ternura las virtudes sublimes que la Sabiduría inspira. Nadie se saciaría de una belleza que no resplandecería de alguna verdad. Lo que todos buscan al contrario, y el Griego Platón lo había ya entendido, es un pasaje de la belleza sensible a la perfección espiritual. Este Vía, sois vos, oh María, lis inmaculado en las eras floreadas del Edén, que portáis en vuestros brazos y nos mostráis el fruto bendito de vuestras entrañas virginales, Jesús, la Sabiduría increada. Mi vocación segura me establece en la perfección de esta doble e indivisible virtud: sacerdote, debía estar y estoy para siempre consagrado en mi espíritu y en mis manos al culto de la Sabiduría encarnada, y casto no tendré eternamente apego legítimo más que a vos, oh Madre, oh Mujer bendita entre todas las mujeres, elegida de preferencia a toda otra y a exclusión de toda otra, cuyo cuerpo engendra la carne del Hijo de Dios, cuya Belleza engendra la Sabiduría en nosotros.
Sois la sonrisa del Carmelo, sois la Eva de un nuevo Paraíso, cuyo amor vuelve a traer los hijos de Adán a la divina verdad y guía toda mujer al banquete puro de las Bodas místicas del Verbo. “El uno y el otro me son necesarios, reconoce san Bernardo, la verdad a la cual no puedo substraerme y la gracia que a ningún precio quiero perder. Sin su doble presencia la visita de Dios sería imperfecta.” Con el místico abad de Clairvaux, exulto porque he recibido por dote y por herencia la gracia y la verdad, la misericordia con la justicia, la dulzura aliada a la fuerza, como está dicho en las vísperas de las vírgenes, que una mano de Dios esta bajo mi cabeza mientras que la otra me enlaza. La unción me identifica al Esposo, Sabiduría y Verdad de Dios, luz beatificante, insondable, inmensa, alegría de mi espíritu y fuente de mi palabra, mientras que el voto me une a la Esposa, en este valle de lágrimas, María, guardiana de las almas fieles, fuente de las virtudes y de las alegrías de la vida religiosa, paz secreta de los claustros.
Oh Jesús y María, fuisteis la doble afección de José, nuestro patriarca. En la casa de Nazaret, erais la Sabiduría y el Amor, el Amor Virginal engendrando la Sabiduría al mundo por la operación del Espíritu Santo habitando en vos, oh María , y la sabiduría divina engendrada por esta carne bendita que habéis creado para esta obra sublime, oh Jesús. Así sin fin las grandes obras de Dios en el universo ensanchan la fiesta de mi corazón y los misterios escondidos de mi vocación me abren a las maravillas infinitas de la gracia. ¡Soy sacerdote, oh grandor! todo entregado a la Encarnación continuada y comunicada de Jesús, Sabiduría de Dios. ¡Soy casto, oh dulzura! Todo ofrecido a las consolaciones y a las purificaciones de María, Gracia de Dios, para cantar la divina belleza y derramar su alegría en todas sus creaturas. ¡Así sea!
Padre Georges de Nantes
Página mística n° 14, Agosto 1969.