22. Si así tratan la cepa llena de savia…
“Filiæ Jerusalem, si in viridi ligno hæc faciunt,
in arido quid fiet?” (Lc 23, 31)
OH dulce Jesús, oh nuestro Salvador aún hoy, y mañana nuestro Juez, no he oído más que una sola palabra vuestra, en este Viernes santo. Era la octava estación del Vía Crucis, “Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén”. Esta consolación me ha traspasado el corazón. ¡Esas judías, más aseguradas de la salvación de Jerusalén que de toda otra cosa, no las consoláis, las desoláis! ¡Y nosotros, nos espantáis! Lo que les ha ocurrido a ellas y a sus hijos lo sabemos, las legiones romanas, la ciudad investida, el hambre, los miles crucificados sobre las colinas alrededor, y esas madres devorando a sus hijos… ¿Qué nos pasará entonces a nosotros, pecadores impenitentes, en este mundo y en el otro? Cristianos, escuchemos, escuchemos la palabra profética del Hijo de Dios que va a morir: “Mujeres de Jerusalén, no lloren sobre mí. Lloren más bien sobre vos y sobre vuestros hijos, porque llegarán días en que se dirá: ¡Felices las mujeres estériles! ¡Felices las entrañas que no han dado a luz y las que no han amamantado! Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros! y a los cerros: ¡Sepulten nos! Porque si así tratan la leña verde ¿qué será de la madera seca?
Ved como es tratada la madera verde. No, no es cuestión de arrojarla al fuego, inútilmente. Aun verde, ardería y no quedaría nada de ella. La palabra enigmática del Viernes santo, en san Lucas, se encuentra maravillosamente ilustrada por vuestro discurso eucarístico del Jueves santo, según san Juan. Sois la vid verdadera y vuestros elegidos son los racimos; vuestro Padre celestial es el viñador. Esta parábola de ayer, la vivéis hoy en vuestro Calvario. La horquilla está erigida, la cepa llena de savia estará pronto atada sin romper nada de su ramaje esencial. Y, para que produzca fruto en abundancia, el viñador ha de podarla, injertarla, entallarla profundamente con cinco llagas de las cuales correrá la sangre bermeja en el dolor. ¡Es así que Dios lanza a su Hijo único en el horno del sufrimiento y de la muerte, su Hijo que es su viña de predilección, Vinea mea electa! Y en la continuación de los siglos, tal será también la suerte de los sarmientos, tallados corto, heridos mortalmente con llagas que dan la vida: “¿Tenía que sufrir Cristo para entrar en su gloria, no lo sabíais?”
¡Tenía que! ¡Tenía que! palabra terrible. Un orden general domina nuestro destino y regula todas las cosas con número, peso y medida, aun el precio de nuestros crímenes. Revuelta, malicia, vicios de toda especie son injurias a Dios que pesan mucho en sus justas balances. Para que vuelva la paz, se necesita que el pecado sea reparado, se necesita una redención. El mismo Hijo de Dios se sometió a esta ley: no hay aquí en la tierra remisión sin efusión de sangre, no hay oblación meritoria sin inmolación, y no hay fruto sin dar a luz en el sufrimiento. Ante los ojos de esas lloronas de Jerusalén, penetráis en el espesor de la pasión y de la derrelicción. Debéis igualar esta masa de pecados que os aplastan, fuese sólo para enseñarnos, oh Jesús, la enormidad de nuestros crímenes. Hijas de Jerusalén, espántense a la vista del castigo que cae sobre el inocente, pero admiren su fruto: es por sus llagas que seremos curados si lo deseamos. Elevado en la Cruz, hele aquí ligado, torturado, podado como una viña. Pero la salvación del mundo es su flor, su racimo es la Iglesia y las miríadas de granos son los elegidos.
¿Qué será de la madera muerta? Sois la leña verde y os crucifican. Decís que el trato infligido a la madera seca será peor. ¿Peor que la cruz, es posible? Los soldados romanos no tendrán más moderación ni respeto hacia los habitantes de Jerusalén que han tenido los unos y los otros hacia su victima divina, ¿y los demonios tendrían alguna compasión de los hombres? ¡Ah! qué horror la suerte de aquellos que perecen lejos de vos y se van sufrir por la eternidad inútiles tormentos. Pues lloráis sobre todos, oh Jesús, todos aquellos que se pierden lejos de vos: “Si alguien no demora unido a mí, helo aquí echado fuera como el sarmiento y secado, y los recogen y los echan al fuego y se queman.” (Jn. 15, 6)
Oh Hijo del hombre, obsedido por la realidad del infierno y su horror, vuestras palabras me revelan que hay peor que la muerte de la cruz, puesto que deberá caer en el fuego eterno, sin esperanza y sin fruto, aquél que se separará de vos. Quedo espantado cuando os escucho evocar esta miseria infinita, volteando la compasión de las hijas de Jerusalén sobre ellas mismas y sus hijos y sobre nosotros, pobres pecadores amenazados por la eterna condenación… “Al igual que la cizaña es recogida y quemada, así sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará sus ángeles. Y quitarán de su Reino todos los escándalos y los que cometen la iniquidad y los lanzarán en el horno ardiente: ¡es allí que habrá llantos y rechinar de dientes!” (Mt 13, 40-42)
Ya no quiero llorar sobre vos, oh divino crucificado, mientras que no me haya arrancado al pecado. Lloraré sobre mí, me tomaré en piedad, yo, la madera muerte, expuesto a peor pasión que la vuestra. Pero por gracia, oh Jesús mi Salvador, concededme en este mundo no la consolación sino la desolación, no la facilidad y las dulzuras sino el dolor y el sufrimiento, aquellas al menos que el Padre celestial concede a sus elegidos, como a la leña verde y fecunda, ¿pues de qué me serviría sufrir si no es con vos, para mi salvación y aquella de mis hermanos?
Padre Georges de Nantes
Página mística n° 22, Abril 1970