28. Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum...

Donec aspiret dies et inclinentur umbræ, revertere, dilecte mi!” (Ct. 2, 17)

Maria de Magdala¡OH Dios mío, mi Bien Amado, regresa! ¿Para que darme esta prueba de amor si es para volverme tan desafortunado cuando después ya no estás aquí? Vivía tranquilamente, sin angustia y sin alegría, antaño, cuando no sabía el encanto de tu presencia. Desde ahora si me dejas, la vida me será una muerte, como si nuestras carnes arrancadas sangraran, a vivo, por estar separadas. No debías darte a mí para volverte a tomar así y dejarme desolada. ¡Para qué despegarme de todo por uno solo de tus favores, si me encuentro desposeída de todo y de Ti, mi único Amor! Y qué será si, como lo quiero, renuevas ese don que me has hecho de tu presencia y que por ello mi corazón arde más, que será si me atrevo a abrir los ojos sobre ti como de ello tengo sed, oh mi Luz, y que enseguida me dejas una vez más en esta tierra desolada, árida y sin agua. ¡Gritaré! Deseo aún sentirte vivir en mi corazón, por lo que me trae cada una de tus visitas y la fuerza que dejan en mí, pero pienso temblando en los abismos crecientes de destreza intima a donde va mi vida si ya no estas aquí. Amar cada vez más, ¿es para sufrir más? ¿Y hay que sufrir tanto, para amar mucho? A donde me conduce tu mano iré. Tú eres mi sendero, mi verdad, mi vida. Pero ve como a cada uno de tus pasajes, más viva e insoportable es mi pena de perderte de nuevo. ¡La muerte sola será mi liberación, jugando así!

Cuando sobreviniste, sin ruido, por primera vez, hacía bonito. El cielo estaba límpido de luz y todas las creaturas nadaban en la alegría, captivando mi mirada. Pero el mundo entero se apagó, el cielo y la tierra desaparecieron como un nada y nada subsistió más que Tú solo cerca de mí, en tu gloria. No me atrevía a levantar sobre ti los ojos de mi alma. La certitud y el movimiento en mí de tu presencia ya me ocupaban todo entero: me tenías unido a ti fuera de todas mis potencias, en ese centro de mi ser donde está mi fuente. Me parecía que todo estaba para siempre olvidado, abolido, de la tierra y de todo lo que abarca, tanto toda cosa y mi alma me parecía el reflejo de tus esplendores y de tus aspiraciones. Mi indignidad desapareció, borrada por un decreto de tu voluntad soberana. Entonces pude regocijarme en ti plenamente. Sin osar mirarte con los ojos de mi alma, te adivinaba por los movimientos que creabas en mí de instante en instante y por estos impulsos de perfección que veía nacer de ti en las almas santas que formaban tu cortejo glorioso. Entonces el tiempo se paró, la barrera de este mundo temporal fue levantada. Me parecía volar en las alturas entre las dos costas del mundo presente y del Otro Reino a donde se lanzaba sin obstáculo mi esperanza. Entendí lo que la opacidad de mi carne y aún más la impiedad de mi espíritu me habían escondido hasta este día. Vi que eres en todo el principio y el fin. Pero me mostrabas más, cómo inspiras y operas el querer y el hacer en todo momento en aquellos que amas particularmente. Son tu imagen viva y como revelaciones de tus pensamientos y de tus aspiraciones… No levantaba los ojos sobre ti. No osaba. Me bastaba observar con arrobamiento los efectos de tu presencia en esas creaturas benditas que me mostrabas. No podía siquiera pensar en contemplar tu Rostro cuando la vista de tu mano operando tantas maravillas me ocupaba con felicidad. Estaba demasiado feliz para desear más, y demasiado deseoso de no disgustarte en nada para remover aún las pestañas de los ojos de mi alma. Me arrepiento, ahora que te has ido. ¡Oh! regresa, regresa para que esta vez te contemple sin retención, Tú y no tus obras santas, tu rostro divino al mismo tiempo que tu mano bienhechora. Deseo adorarte mejor aún en tu presencia viva, cerca de mí, que me sacia. ¡No quiero más que a Ti y a Ti Sólo!

Ve, ve mi destreza ahora que me has dejado. ¿Sería yo quien te hubiera abandonado, recobrada por la futilidad? Pero todo lo que se mueve, todo lo que vive por sí, para sí, todo lo que piensa y ama sin ti, lejos de ti, me deja atónita y lo tengo en horror. ¿Cómo prestar atención, interés, a lo que muere completamente, donde no estás? ¡Oh, si te has ido por mi culpa, ten piedad de mi pena y regresa! Si te has ido por mi bien, que se haga tu Voluntad… pero ve que abismos de destreza has creado en mí. Tú eres mi pan, tú eres mi sal, mi agua viva, mi vino. Desde ahora tú eres mi único Padre, mi Esposo y mi Hermano. Mi alma, mi espíritu y mi corazón no quieren ser más que uno Contigo. Si regresas, volveré a vivir. Si demoras lejos, todo me es un tormento indecible y primero esta miseria en mí de todo mi pecado. ¿Quieres hacerme sufrir dejándome a mí mismo, en desierto semejante? Entonces, tienes lo que quieres… y lo quiero Contigo. Sufro, sufriré. Así está bien, tal vez es mejor puesto que más sufro, más me tomo en desprecio, más el mundo me es indiferente, más tengo prisa de volverte a ver, más admiro y amo tus glorioso mensajeros, más tengo compasión de los corazones partidos, de las almas débiles, de los seres atormentados, de los pecadores endurecidos, de los moribundos en peligro de condenación, de los pobres humanos que, lejos de tu misericordia, no conocerán jamás el Amor. Por todos ellos rezo, más que por mí. Después de cada una de tus visitas, las cavernas desoladas de mi alma son vastas como toda la destreza del mundo.

¡Oh! regresa… ¡Escúchame, regresa! Te miraré una sola vez, imprimiré en mi alma el esplendor de tu Faz para nunca jamás olvidarla, me volveré a encontrar sumergida en el océano de tu beatitud infinita y tomaré con prisa toda la medida de la profundidad, de lo ancho, de la altura y de la inmensidad de tu gloria. Entonces, si te marchas, sufriré más cruelmente que hoy. Seré consumida por el fuego del amor privado de su Objeto. Estarás tan horriblemente ausente que gritaré de día y de noche hacia Ti y no podré nunca más admitir en los umbrales mismos de mi morada ningún otro pensamiento, ninguna otra afección, ninguna voluntad, ninguna otra presencia que Tú. Gritaré mi amor a las estrellas del firmamento, la noche, y lo volveré a decir a la aurora. Las piedras mismas estarán conmovidas y agitaré el corazón endurecido de los pecadores escuchando a grandes gritos que ¡el Amor no es amado, el Amor no es amado!

Sí, regresa una vez más, una sola, ante que parezca el Día. ¡Antes que se desvanezcan las sombras de esta vida mortal, regresa! Sé semejante, mi Bien Amado, a una gacela, a un joven cervatillo sobre las montañas de la Alianza. No puedo desde ahora más que vivir en la espera de tu regreso, delante de la muerte, mientras que se contraen bajo los golpes del amor todos los lazos que me retienen aún en esta vida aparente. ¡Tal vez yo mismo, vuelta ligera como la gacela, saltando como un joven caratillo, si regresas podré seguirte y tomar mi vuelo contigo, sin regreso, hacia las colinas eternas!

Padre Georges de Nantes
Página mística
n° 28, Noviembre 1970