42. “ Y fue tentado por el diablo. ”

Et tentabatur a diabolo” (Luc 4, 2)

¡JESÚS! Habéis sufrido esta presencia de Satanás en el desierto, en una lasitud extrema, cuando ese ayuno de cuarenta días ya os había agotado. No puedo meditar sin estremecerme esta triple tentación, esta vuelta a la carga contra vos del Espíritu infernal. Cómo aceptar esta influencia del Maldito sobre vuestra carne, sobre vuestra imaginación y vuestra razón,… pero no sobre vuestro Corazón: ¡Vade, retro! Sí, de eso estoy horrorizado. A mis ojos, nada prueba mejor vuestra fuerza real, vuestra soberanía sobre todo ser de la tierra y del cielo, que esta victoria serena y decisiva sobre el Príncipe de los infiernos. Su tentación solicita vuestra carne, invade vuestra imaginación, ofende vuestra sabiduría. Qué pena para nosotros que os amamos de veros el objeto de semejante seducción, atracción, infestación. Qué orgullo para vuestros discípulos al ver que habéis rechazado el Adversario, humildemente, oponiéndole la Palabra de Dios como una sabia lección que hubierais aprendido, ¡oh Vos Fuente de la Verdad divina!

Tentación en el desiertoOs admiro, os adoro. El Otro, no lo he visto, creo, más que una vez en mi vida. Si era por vuestra permisión una manifestación real, si era representación natural de mi espíritu no sé. Saber si era imaginación o visión, poco me importa. Lo importante es sacar provecho de ello para mi alma y las almas mías… Lo vi sentado, piernas cruzadas, ante una ventana pero ahí no había lugar para sentarse ni silla. No lo necesita. Veía al personaje entero pero no observaba distintamente más que el rostro del cual mi mirada interior no podía despegarse. Era, a través de la apariencia corporal, una presencia tan intensamente espiritual que de ello estaba como fascinado, pero con angustia. Ese rostro no era más que palabra. Lo que exprimía era tan penetrante que mi corazón estaba herido por ello. Mi vida estaba como suspendida –¡oh! eso no duró más que un instante– a lo que me decía pero sin palabras humanas, a lo que me mostraba. Era, en una sola visión, las tres mismas tentaciones eternas…

He aquí. Era una inteligencia poderosísima, que me dominaba, me envolvía, y que parecía organizar todas las cosas de mi vida según sus designios. Límpido como cristal. Veía todo de mis acciones, de mis relaciones, del pasado y del presente, del nudo de dificultades en que me encontraba entonces y de las bondades de Dios cuya dulcísima Presencia llenaba antes este cuarto. ¡Y aún en ese momento, oh Jesús mío, estabais ahí! De otra manera, ¿cómo hubiera guardado mi paz? Sin embargo veía que no sabía el porvenir, que no percibía vuestra presencia y que no podía forzar el secreto de mi corazón. Sí, Satanás, la claridad, la amplitud, la potencia de tu inteligencia me aparecieron. Pero también sus límites. No penetras para nada el mundo sobrenatural que es océano de amor donde nada enteramente el hombre amigo de Dios. Eres extranjero a ese mundo de amor porque eres todo malo. Lo que me decías por la expresión intensa, dominadora, de tu rostro, era una maldad inaudita, total, implacable. Tu mirada hacía pesar sobre mí tu frío odio. Este odio es tan vasto como tu inteligencia. Te veía calculando, organizando mi condenación y, aquello decidido, esperabas en este cuarto donde no te sabía emboscado, para verme caer en tu red. Como el jugador que se prepara a derrotar al otro en tres tiros jaque y mate. Parecías tan seguro. Todo tu silencio y tu inmovilidad querían convencerme de que estaba perdido. Nunca muestras tu debilidad. ¡Vamos, confiesa que no ves a tu Vencedor que está, cuando atacas, cerca de su servidor en peligro!

Esta angustia debió ser breve, breve. Me pareció larga, como fuera del tiempo. De una manera que no sabría describir, tu rostro solo me hablaba, me revelaba tu plan para nuestra perdición. Con una mano dominadora, te amparabas de todos los elementos de nuestra tranquila felicidad, los erigías todos en obstáculo a nuestra marcha, como un enemigo saca partido de todos los accidentes de terreno para organizar una resistencia. Pero por otro lado, abrías un camino amplio, fácil, que me precipitaba en tal desorden que el final de ello no podría ser más que la ruina total y, para mí, la caída en la desesperación. De instante en instante me persuadías diabólicamente que mi destino estaba ahí, ya jugado.

Estaba solo, contigo. Dentro de un minuto alguien iba a venir. Me dejarías y me perdería.

¡Oh Jesús mío, qué acciones de gracias os rendiría por el bien que he recibido de vos! Vencisteis la triple Tentación de Satanás para Vos mismo primero, y al final habéis vencido al Ángel de la Muerte por nosotros en la Cruz. No digo que he vencido la tentación, roto el encanto, corregido y enderezado mi destino. ¿Dónde hubiera encontrado la fuerza para ello? Sois Vos, después de haber permitido esta visión terrorífica, quien la habéis quebrado con vuestra mano. El Otro no os veía. Qué dulce era vuestra Presencia para mi alma, oh mi Bien Amado, cuando todo desapareció y me quedé solo con Vos. Después de este pavor, ¡qué precioso reconforto fue para mí vuestro Amor!

Alguien entró y no vio más que el sacerdote, otro Cristo, vuestro miserable sacerdote las manos llenas de dones espirituales.

Desde entonces, ese recuerdo bastaría para derribarme, como un árbol estalla, un día de verano, sin el menor viento. Todo es vertiginoso en él. Esta inteligencia penetrante, mala, que siento observar fríamente todo lo que hago. Pero por la santa virtud de la Cruz la aparto. Aquello, lo puedo. Sin embargo, cosa extraña, cuando le dan ganas pecar a mi carne, a mi fantasía, a mi razón, cuando me viene de adentro la tentación de caer, y que quisiera entonces recordarme la visión infernal para despertar en mí el miedo y el horror, no puedo. Así experimente cien veces que el hombre no puede buscar en una tentación el remedio a otra. Las obras del demonio nunca se contradicen. Ese reino no está dividido contra sí mismo, tanto se apasiona a nuestra perdida.

Se ha alejado, ya no se muestra. Pero en el tiempo fijado, sin duda, volverá. Su maldad es atrozmente tranquila, su inteligencia incansable. Me deja ir porque no lo preocupo y que piensa tenerme un día. La esperanza sola mantiene la angustia a distancia. Sé que su ciencia no penetra el misterioso y dulce universo donde vivo desde ahora, oh Jesús, vuestro Sagrado Corazón. Con toda su potencia sé que no lograría mandar un solo latido de mi corazón, al menos que lo quiera. Oh Dios mío, ese corazón os está consagrado. Guardadlo escondido en el secreto de vuestra Faz… Jesús ha vencido el mundo y los demonios… Paz soberana…

Padre Georges de Nantes
Pagina mística no 42, Febrero 1972.