45. Noli me tangere

María, no me retengas. Cierto, todavía no he subido a mi Padre,
pero más bien ve a decirle a los hermanos
que subo a mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios.”
(Jn 20, 17)

CORAZÓN de Jesús, ¡qué secreto sois! Vuestro amor por los vuestros se deja adivinar lentamente a las almas atentas. Y si todos saben desde siempre el lugar excelente que tuvo en vuestro corazón esta Magdalena, las razones de semejante dilección escapan a muchos. En cuanto a los dulces privilegios que le fueron otorgados, aún más raros son los cristianos que los sospechan. Vuestros mismos Evangelistas no supieron todo de ello y me parece bien que esparciendo los eventos, enredando las pistas, quisieron ocultar el misterio de esa elección única, esa parada del Corazón divino sobre una mujer, y una mujer pecadora repentinamente convertida. No tuvieron miedo de la verdad, pero miedo de ser mal entendidos. Admiraban ese impulso de vuestro Corazón, como todas las cosas de vuestra vida, pero lo cubrieron con un velo. Habrá que esperar el último Evangelio, para identificar esa mujer de la cual los otros hablan sin nombrarla, aquélla que ungió vuestro Cuerpo en previsión de su sepultura, y para aprender que su audacia –o su intimidad– le hizo derramar su nardo no solamente sobre vuestra querida cabeza, pero sobre vuestros pies que secó con sus pelos, oh estupefacta familiaridad.

“Noli me tangere”Por el mismo Juan, aprendemos que estaba con esas mujeres de vuestro parentesco las solas que los soldados dejaron acercarse al pie de la Cruz. ¡Y por él aún sabemos que a ella sola, y la primera, os aparecisteis en la aurora resplandeciente de Pascua! Mateo, el severo Mateo generaliza, dejando pensar que las santas mujeres tuvieron todas juntas esa maravillosa recompensa de su solicitud por vos. No, ella, ella sola, cuando las otras se hubieron alejado dejándola en sus lágrimas, os vio en secreto.

El amor busca la solitud. Aun el vuestro, oh Jesús…

He aquí el minuto de inefable felicidad. Permanecéis ahí, cerquita de ella, y con tanta simplicidad que a través de sus llantos cree ver un jardinero. ¿Qué tan seguro es eso? ¡No dice eso –¡ah! conozco algunas que hubieran tenido ese reflejo– para esconder su turbación, su inmensa emoción, para retener un instante el grito del corazón que ha reconocido, y dejarlo una vez más examinar por la razón a la deriva! Pero la llamáis por su nombre íntimo, y ella, con un irresistible movimiento, se lanza a vuestros pies que enlaza con sus dos brazos y que besa con amor…

Es cierto, durante cuarenta años creí que rehusabas este abrazo, que evitabais este tocar, casi rechazando esta pobre niña hace rato en lágrimas y ahora quebrada de alegría: ¡Noli me tangere! Me hecho en cara de haber seguido la rutina: no me toques. Lo que de ello hemos sacado de aplicación moral es justo cierto. Hemos encontrado ahí ocasión de decir que el amor más grande se aliaba en vos y en los vuestros con la más perfecta, la más delicada pureza. Teníamos mucha de razón porque “la carne no sirve de nada”. Pero me hecho en cara de no haber sabido leer a Mateo que lo dice formalmente, ayudando la traducción de la expresión lacónica del Evangelio de Juan. ¡Claro! aquella que poco antes secaba vuestros pies con sus pelos tuvo la permisión en aquella mañana de terrible alegría, de enlazarlos con sus brazos. ¿No era ella en aquel día la primera de vuestras novias, la figura eterna de todas aquellas que se consagrarían a vuestro servicio exclusivo y mejor aún, a la contemplación llena de amor de vuestra Santa Humanidad glorificada? ¡No habéis rechazado así aquélla que habíais escogido por el primer objeto de vuestros favores, aquélla que queríais el primer testigo de vuestra resurrección!

Mi corazón se estremece con los pensamientos de su corazón. Todo es tumulto en ella, los recuerdos de una horrible muerte súbitamente vencida, y su solitud abolida en aquel instante. Sí, encierra vuestros pies donde esconde su rostro, besando los estigmas sangrientos de vuestras llagas. Sois su prisionero. ¿Cómo liberaros de ella ahora? ¿Desapareceríais de repente, como haréis en Emaús y en otras partes? No, sería brusco, demasiado duro para esta niña, ¿y no iría a imaginarse que fue el objeto de una ilusión? Entonces, me gusta seguir aquellos que saben el griego y las Escrituras mejor de lo que jamás sabré. Según ellos, después de un momento del cual la largura es callada, al final de un coloquio de amor, de ternura conmovida y de alegría, que es su secreto y vuestro secreto, habéis puesto un término a esta dulce aparición con palabras llenas de delicadeza. Como se dice por aquí, para terminar con una agradable conversación: ¡es tiempo de tomar cuidado! Vos: “Anda, ya no me retengas. ¡Ves que así enlazado no puedo moverme! Claro, aún estoy entre vosotros y no tengo otra razón de permanecer aquí más que para ser todo vuestro, y tuyo, para entregarme a vuestra mirada, a vuestras manos, a vuestros besos, prolongando aún la dulzura de mi Encarnación. Aún no he subido al Cielo como sabéis que debo hacer. Pero el momento de ello ya no es lejano. Tenemos todavía muchas cosas que hacer. ¡Anda! Suéltame. Pero ve, corre a decirle a los Apóstoles que pronto subo a mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios.”

Entonces consiente a levantarse y os quitáis en una última mirada. Desaparecéis al mismo instante en el que ella se aparta para ir a transmitir a los otros la buena nueva. Está feliz, está saciada. La habéis escuchado, la habéis colmado, termináis de volverla dichosa dándole esta misión ante los Apóstoles. Sin que, ¿cómo hubiera contado todo? ¿y no hubiera temido, haciendo eso, de ponerse en valor y de desagradaros? ¡Ah! qué atento sois en un tal amor, en asumir todo de nuestros deseos y de nuestros temores. ¡Oh! ¡qué magnífico Señor sois en el momento en que os mostráis el más tierno de los esposos!

Dije la palabra, que hiere demasiadas orejas ignorantes. ¡Y sin embargo! Es la sola que convenga verdaderamente a este amor que tuvisteis por María Magdalena y que ella tuvo por vos. La Iglesia no lo temió, este lenguaje que es aquél mismo de la Biblia, sofocado solamente un instante, el tiempo que pasasteis en la tierra en una humanidad tan cierta, tan semejante a la nuestra que un poco de discreción era necesaria para evitar interpretaciones perjudicables. En ese sentido, una delicadeza demasiado grande, un pudor rigoroso no fueron impropios a nuestra juventud. Pero en fin es la palabra del Evangelio que es la mejor, y me gusta en la mañana de Pascua tomar parte a la alegría discreta de esta María, o encontrarme asociado a ella, saciado de alegría yo también, cuando os tenía los pies envueltos en sus brazos, una vez más cubiertos con su magnífica cabellera. A otros el escándalo, y además Judas ya no está ahí. Queda el triunfo del puro amor que vinisteis a encender en la tierra y que nunca más se apagará.

Padre Georges de Nantes
Página mística
n° 45, Mayo 1972.