56. El bautismo,
“ ¿Renuncias a Satanás? - Sí, sí renuncio. ”
“Abrenuntias Satanæ? – Abrenuntio.”
ES un combate. El bautismo es el alistamiento en los ejércitos de Dios bajo el estandarte de la Cruz. Pero como el infante de nuestras grandes guerras, el catecúmeno que se empeña ahí nunca conocerá de ellas más que un sector ínfimo y, en su cuerpo a cuerpo con el enemigo, mucho le costará imaginar el conjunto de la batalla, así como no podrá presentir su término. Es su fe en su Señor resucitado que lo llenará de la certitud de la victoria, es su esperanza que le hará soñar participar al triunfo entre los vencedores los más merecedores. Es su amor generoso y fuerte que lo hecha adelante al sonido de las trompetas angélicas que él sólo oye y los llamados a las armas que lanzan los predicadores del Evangelio.
- “¿Renuncias a Satanás?
- Sí, sí renuncio.
- ¿Y a todas sus obras?
- Sí, sí renuncio.
- ¿Y a todas sus seducciones?
- Sí, sí renuncio.”
Es un paloteo de armas. Es una mima del ataque futuro. Para que el simbolismo sea completo, la Iglesia me unta los hombros con un aceite santo, como hacían los antiguos luchadores. “Te unjo con el aceite de la salvación en Cristo Jesús Nuestro Señor, para que tengas la vida eterna.” A la cercanía del rito esencial, todo evoca la lucha, en griego: la agonía.
El enemigo, es Satanás que el sacerdote me denuncia con su aparejo hechizante y amenazador: sus pompas y sus obras. ¿El amigo, el apoyo, dónde está? He aquí:
- “¿Crees en Dios Padre Todo Poderoso?
- Sí, sí creo.
- ¿Crees en Jesucristo, su Hijo Único, que nació y que sufrió?
- Sí, sí creo.
- ¿Crees en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica, en la comunión de los santos, la resurrección de la carne y la vida perdurable?
- Sí, sí creo.”
San Ignacio vio bien eso. Son dos ejércitos formados en batalla, a las órdenes de dos príncipes y grandes capitanes. De los dos estandartes, uno es rojo y negro, llevando dibujados el deleite y el terror. El pecado y la muerte están escondidos en sus dobladuras. El otro es blanco y rojo como las azucenas de Francia y la anemona de Palestina, llevando bordados dos corazones, símbolos de pureza y de amor, con los nombres de Jesús y María. Es el combate de la luz contra las tinieblas, de la tierra contra el cielo, y si los dos estandartes son igualmente rojos, es por que en verdad la sangre derramada aquí en sacrificio por los mártires, es la misma que derraman los malos en odio de la fe en su furor no saciado. Pasé de un campo al otro. Heme aquí liberado, reclutado. ¡Vivan los Corazones de Jesús y María!
Queda el alistamiento. Leer esto, y firmar.
- “Vis baptizari?
- Volo.”
Toda mi vida y mi eternidad están en este consentimiento: ¿Quieres ser bautizado? ¡Sí, sí quiero! Oh Dios de las misericordias, es vuestra voluntad que me condujo ahí el tercer día de mi vida, y es por vuestra gracia que quiero el bautismo para arrancarme de la compañía de los demonios y apegarme a Vos sólo en vuestro Hijo Bien Amado por la virtud de vuestro Espíritu. Para una gloria futura, quise este bautismo y me volví soldado de vuestras legiones. Desde entonces, la guerra no ha cesado y no he conocido ningún descanso. ¿La paz? No sé lo que es. La victoria será para mí una cosa nueva, una terrible alegría. ¡Moriré de ello, si la veo antes de morir!
El combate está en todos lados; esta lucha espiritual se parece a nuestras guerras modernas, donde nada es seguro, donde el enemigo está en todos lados. O más bien son nuestras guerras totales que se parecen a las guerras de Satanás; ¡son las mismas! Nos habéis avisado de temer más al falso hermano que al enemigo declarado y, más que el falso hermano, al enemigo que vela en nuestro propio corazón. Luchas por fuera, angustias por dentro, decía el apóstol Pablo. La subversión interior, las solicitaciones del pacifismo y de la no violencia, y la invasión en todas nuestras fronteras. Ahí reconozco bien la táctica superior del Príncipe de este mundo. Pero, Jesús, sois el mejor de los príncipes y jefes de ejército. Vuestros sacerdotes me instruyeron y me equiparon. Me toca a mí descubrir al enemigo bajo sus camuflajes y en sus propagandas, en sus complicidades, ¡hasta en mi propia carne! Aprendí por los relatos de los mártires esta agotante alternancia de sus sortilegios y de sus violencias. Astucias, seducciones, adulaciones, promesas, placeres, riquezas, y si resisto, odio, torturas, desprecios, tormentos, persecuciones, calumnias, angustias de toda clase sin otra liberación previsible que la muerte.?
Pero lo que nos es más terrible a todos, es retroceder sin cesar, perder terreno como si toda la línea del frente se derrumbaba, se derretía, y que al interior el Reino se deshiciera en una demisión general. Creo en vuestra victoria. ¡Sí creo! Haré lo que me pedís, aguantar en la huida de un ejército en derrota, puesto que es vuestro orden y que eso es útil a vuestro servicio. Es bello, pero es duro. ¡Oh! ¡sí, nos habéis escogido para el buen lugar y el buen momento! Luchar contra Satanás y todo su mundo hoy, para la gloria de vuestras armas, es un honor raro. Pero tened piedad de vuestras legiones, dad una señal a vuestros soldados cansados. ¡Despierta, oh Dios, despierta en mí el Espíritu de tu bautismo! ¡Qué las armas no se me caigan de las manos, qué mis pasos nunca vuelvan atrás, qué mi corazón ya no se espante! Odio a Satanás, y temo más sus seducciones que sus violencias. Señor, acorred a mi ayuda. En este desastre, ya no sé quien combate aún con nosotros; el enemigo ha penetrado nuestras filas. Me parece que vuestros ejércitos en todos lados están en dispersión. Estoy seguro que la situación, que va mal, acabará por mudarse. Tal vez en otros lados, en otros frentes lejanos, la victoria empieza a nacer. De ello no veo ni adivino nada. Pero la hora es grave, la hora está cercana de la desesperación. ¡Ven! Vuelve, oh Jesús Vencedor, para vencer una vez más con tus ejércitos. A tu llegada, me recobraré y me lanzaré para agradarte, seguiré tus estandartes que apercibo allá metidos en el centro de la pelea. Vexilla regis prodeunt!
Perdóname todas mis debilidades. Desde hace cincuenta años, después de nuestros padres, llevamos la misma lucha sin desamparar y siempre retrocedemos. Excusa mi disgusto. ¡No es alegre perder siempre y sea lo que hagamos, cuando se ama a su patria, a su bandera y a su Príncipe! En tu nombre, a la vista de tus estandartes, porque lo prometí el día de mi bautismo, me enderezo y vuelvo a marchar al combate por mi Dios, contra las seducciones de Satanás por amor por Ti que los odia, contra todos sus ejércitos para el servicio de tu Reino que pisotean.
Sé que mi combate no es glorioso pero, por lo menos, en el conjunto de esta gran guerra que se lleva por toda la tierra y desde el principio del mundo, entre las potencias celestiales y las fuerzas del infierno, Tú que sabes todo, ve este rincón de trinchera donde aún se pelea y bendice a tus legionarios agotados pero fieles.
Junio 1973.