Punto 41. Respetar la inmemorial religión popular

El tesoro de las tradiciones vivas y la regla inmediata de la tradición cristiana se encuentran conservadas, de manera admirablemente implícita y confusa, en la religión popular que lentamente se formó y no deja de evolucionar en la comunidad de los fieles bajo la doble influencia de la misión jerárquica y del ejemplo de los santos. ¡Detestada por los modernistas, ella es la primera víctima de su “ reforma”!

1. El falangista no puede aceptar ver despreciada esta religión, rebajada al nivel de una magia, de un formalismo rutinario, supersticioso... como si los sacramentos no bastasen para constituirla perfecta, profunda, saludable y santificante ¡y no prohibiese a quien sea de sospecharla! ¿A caso todos no conocen sus frutos abundantes? Es la vida cotidiana de la Iglesia hasta nuestros días. Sus detractores ellos mismos le deben lo que son.

Nadie pues puede admitir que la gente de la pretendida Reforma conciliar se desinterese de ella, buscando a que muera, hasta atacarla abiertamente, bajo el pretexto de sustituirle algo más fino, más intelectual, pero sobre todo a su propia imagen, de liberales individualistas.

2. Por consiguiente, el falangista participa a todo movimiento de defensa tradicionalista que reclama de la Iglesia jerárquica una protección eficaz de la fe y de las costumbres populares, contra los amaños de los partidos subversivos. Tribunal de la fe, Index, Santo Oficio, visitas canónicas, sanciones, todo deberá ponerse en obra para salvaguardar esta religión popular; porque si llegará a acabarse, sería el fin de toda vitalidad en la Iglesia, la muerte de los valores religiosos seculares, vividos por el pueblo y no inventariados por los intelectuales... que de hecho ningún inventario sabría hacer revivir si por desgracia vinieran a desaparecer completamente.

Le suplica también a los pastores de la Iglesia que se haga todo lo posible para un servicio conveniente de la vida cristiana popular, y que sean creadas ayudas exteriores para venir a reforzarla y no para subvertirla: órdenes religiosas, obras, periódicos... Porque esta religión popular, tan estable, tan profunda que parece inerte, puede de hecho ser mejorada, purificada y enriquecida por esfuerzos humildes, caritativos y perseverantes. ¡Pero es necesario estimarla, amarla, y practicarla! Es el deber de los que Dios estableció pastores, y no reformadores y destructores de la Iglesia.