Punto 49. Que el Reino de Jesucristo se extienda
1. El falangista encuentra en su fe mística y su contemplación estética la razón de su esperanza; y elevado por esta esperanza, adhiere y participa al inmenso drama divino que en su poesía punzante, creadora de un mundo redimido, desempeña la acción de una intensa tragedia llevada por la Sabiduría encarnada, Jesucristo crucificado, y prosigue sin fin hasta la gestación completa de esta obra de gracia, hasta la realización plena del designio redentor en su Cuerpo místico, la Iglesia. Por su confirmación, por los sacramentos de las órdenes o del matrimonio, por los votos y los diversos compromisos cristianos que constituyen tantos sacramentales, cada falangista está consciente de haber recibido, en esta creación continua del reino de Cristo, una misión, una función, un don. El Cielo final está prometido al discípulo de Cristo, la gloria a la Iglesia de Dios, un porvenir a la Cristiandad, con tal que entremos en posesión de la herencia por la constancia. Para que advenga Su reino, el monje se vuelve misionero, el cristiano bautizado se troca en militante confirmado, y a veces el sacerdote, primero de fila o el más humilde de los falangistas se hallan como soldados perdidos de la causa de Dios en la maza universal.
2. El falangista espera, es decir que anuncia con certeza, ve venir y prepara el triunfo del Señor, la venida del Reino de Cristo Rey en el mundo. Las maravillas divinas son tan superiores a todo lo que realizan en otros los lados los hombres sin Dios, que el progreso axial, universal de la humanidad está ahí y no se encuentra más que ahí, vuelve caduco e impotente todas las Torres de Babel. No se hace nada bello, ni bueno, ni verdadero de hecho, que pueda arruinar las esperanzas del reino de Cristo; al contrario, cualquier éxito lleva a él. Lo que se eleva en contra de él perecerá, imperios, religiones, gnosis, estetismos. Sólo él permanece y se extiende, anunciando el reino eterno.
3. Aún más, viendo al Cristo Pantocrator llevar la historia, el falangista se siente protegido, orientado, apoyado y lanzado en lo más fuerte del combate, en lo más vivo de la corriente, llamado a dar un hermoso testimonio al Cristo vencedor.
La Falange a la cual pertenece, animada por la misma esperanza, lejos de lamentarse sobre la época y echar de menos que el pasado ya no exista, mira el porvenir, con su proyecto de civilización en mano. Es menester implorarle al Espíritu Santo un conocimiento cada vez más seguro de lo que le inspira a su Iglesia para su glorioso avance. Y luego manos a la obra con alegría.