Punto 42. El aumento de la caridad
El Papa, los obispos, los curas son los ministros principales, inmediatos e indispensables de la comunidad cristiana, del pueblo fiel. Es por eso que la plena autoridad personal de esos pastores sobre su rebaño, jerárquicamente ordenados y enviados, realiza la tranquilidad de la institución eclesiástica. Las órdenes y congregaciones de religiosos, los grupos laicos de perfección y de apostolado no deben suplantarlos, ni hacerles competencia ni disturbarlos, sino al contrario ayudarlos, como la sal de tierra en medio del pueblo fiel.
Es en pos del llamado del Señor a la vida perfecta según los consejos evangélicos, y bajo la inspiración segura del Espíritu Santo, que se han adjuntado a la jerarquía de los ministros eclesiásticos una multitud de institutos de perfección, imponiendo a sus miembros exigencias de santidad particulares y ofreciéndoles condiciones de vida más propicias a su observación.
1. Así pues las órdenes religiosas atraen a sí mismas, de la masa fiel practicando en el mundo la religión común, los seres más generosos a los cuales les dan la posibilidad de una vida más entregada a Dios, más perfecta y sin falta más fecunda. Lejos de empobrecer la comunidad cristiana a la cual parecen estar quitados, la enriquecen con los tesoros de sus oraciones, de sus méritos, de sus ejemplos, de su ayuda. Modelos de vida contemplativa, animando al heroísmo de las virtudes, por su carisma de enseñanza, de entrega, de empeño, de celo apostólico, son un fermento indispensable en la masa cristiana.
2. Las órdenes terceras e institutos seculares son el prolongamiento y como las ramificaciones innumerables de los grandes institutos de perfección. En efecto, sus miembros reciben de éstos la impulsión espiritual necesaria para la observancia de los consejos evangélicos y la búsqueda de la perfección, para ejercerlas hasta en el mundo en medio del pueblo cristiano y en todas las condiciones y actividades temporales.
Así pues la Falange será la orden tercera de los Hermanitos y Hermanitas del Sagrado Corazón que le darán luz y energía para su acción, según el espíritu de fray Carlos de Jesús, el Padre de Foucauld.