Punto 4. La historia universal llevada por Dios

1. El falangista por la gracia de la fe supera los obstáculos filosóficos y las inquietudes morales que suscita en cualquier vida la realidad del mal, que sea por límite del ser o privación, sufrimientos y penas, desordenes o faltas morales, enfermedad y muerte. Dejando en suspenso el problema filosófico, recusa la tentación de elevarse en juez y en adversario de Dios, y de considerar como injusto e intolerable cualquier desorden o cualquier pena, como escandalosa cualquier inigualdad. No se dejará llevar por el vértigo de la soberbia que Satanás rebelado excita en el hombre: “¡Serán como dioses!”

2. Sabe que el verdadero mal, el único mal, es el pecado del cual vienen todos los males. El primer pecado fue la rebelión de Satanás que se llevó consigo a los ángeles rebeldes y que después sedujo a nuestros primeros padres. A partir de ese momento el mal entró en el mundo y con él el sufrimiento y la muerte. Pero Dios lleva la historia universal y de todo mal saca un bien mayor para su gloria, para la salvación de los elegidos, y la manifestación de su munificencia. Es aceptando las pruebas permitidas por Dios, sometiéndose a su santa voluntad, rechazando las tentaciones y alejándose del pecado, en fin ayudando a sus hermanos en la desgracia moral o física, en la miseria espiritual o material, que el hombre responde al amor de su Dios.

Eso dicho, el falangista adhiere al designio de Dios antes de conocerlo. Está satisfecho y da gracia por su vida y por su destino. Se resigna al mal ineluctable, como a una misteriosa prueba, está dispuesto a luchar contra todo mal revocable, corregible, del cual sabe que la vocación del hombre en la tierra es de vencerlo. Se inclina con compasión, según lo que le inspire el Espíritu de Dios, sobre los males y sufrimientos de sus hermanos para aliviar y ayudarlos a soportar el peso, practicando tanto como pueda las obras de misericordia hacia el prójimo para la mayor gloria de Dios.

3. Así pues su fe sobrenatural conduce al falangista a descubrir progresivamente el sentido de su vida personal y de la historia humana: la creación está en marcha del imperfecto a lo más perfecto, el mundo debe construirse en ciudad santa, obra de gracia divina y de libertad humana, en vista del reino eterno; cada vida debe ser una conversión y una santificación, llenas de esperanza. No es más que al cabo de esta larga gestación que se manifestara en plena claridad el plan de misericordia de nuestro Dios: “Vemos que la creación entera gime y sufre dolores de parto.” (Rom 8,22)

Por fin liberado del mal y del Maligno que la infesta, la creación será santa y perfecta en su orden, según el designio de la sabiduría divina llena de amor, a la imagen y semejanza del Padre celestial del cual es la obra, para la alabanza de su gloria eternamente.