Punto 14. La libertad religiosa, subversión de la fe

1. Los liberales, cansados o asqueados de luchar contra un mundo hostil, contra las sociedades secretas que detienen las fuentes del poder, de los honores, del dinero, han decidido pues reconciliar la Iglesia con el mundo, por medio de un esfuerzo valeroso de comprensión de todas las opiniones de los hombres, hasta los más enemigos de nuestra fe. ¡Como si hubiese común medida entre el y el no, un acuerdo posible entre los adoradores de Dios, discípulos de Cristo, y los ateos y anticristos, entre los que trabajan a la extensión del reino de Jesucristo y los que se encarnizan en destruirlo (II Co 6,15)!

2. El único camino para una reconciliación semejante empieza con el reconocimiento y la proclamación de una libertad religiosa sincera y plena, es decir del derecho legal para todas las creencias y opiniones a ser consideradas como verdaderas, entonces a ser profesadas y manifestadas libremente por cada uno según sus convicciones personales. Es una revolución copernicana. Antaño la religión revelada, su verdad divina, sus leyes, sus sacramentos, bajados por Jesucristo del Cielo en la tierra, se oponían radicalmente a las tinieblas del error y de la impiedad salidas del infierno. Ahora, todas las representaciones y convicciones religiosas o filosóficas salen igualmente, uniformemente de la conciencia humana. Entre ellas, el liberal no percibe diferencia fundamental. Lo que cada uno estima verdad y bueno tiene pues los mismos derechos, el mismo valor, la misma autenticidad que lo que él estima error o impiedad en los demás.

3. Esa es la libertad religiosa de los liberales, hoy vuelta una de las convicciones mayores de la humanidad, hasta adoptada por la Iglesia post-conciliar. De ello resulta que la verdad ya no tiene distinción segura y objetiva con el error, que nadie puede reivindicar el privilegio de tener razón, que ninguna autoridad social tiene el poder de imponer el respeto de la verdad y del bien, ni tampoco el de impedir el error y el mal. Todo es libre opinión humana, todo está permitido y nada está prohibido de lo que sale de una conciencia sincera.

Así pues la fuente de la religión, ya no es Dios, es la conciencia humana, y la autoridad que la apoya, es el hombre él mismo. La única diferencia, imperceptible, entre el liberal y el masón: éste piensa que no hay verdad, aquel cree todavía estar en la verdad, en su verdad, que no puede ni quiere imponerle a los demás.