Punto 21. Contra la ambición del poder: la pobreza

El falangista, discípulo de Cristo, ya no vive para este mundo que pasa sino para el reino por venir. Sabe que el servicio de este reino exige de él el desapego. ¿Acaso Jesucristo no fue rodeado y perseguido, finalmente “ elevado de tierra” por hombres ambiciosos y codiciosos, Judas, Caifás, Herodes, Pilato? Sabe que el mal del mundo está en la frenesí del poder, la ambición del poder y de los honores, la busca sin freno del dinero que a ello lleva. Oyó al Señor maldecir el dinero, instrumento peligroso, medio sutil y tremendo de perdición. Recibe esta lección insistente de su maestro y la pone en práctica.

1. A lado de los discípulos que, para el reino de los Cielos, venden todos sus bienes y distribuyen el fruto a los pobres, los servidores de Dios que permanecen en el mundo no tienen ambición alguna ni codicia y es un honor para ellos permanecer cada uno en su condición, sin buscar a elevarse, sin descaecer. El falangista se inspirará de esta tradición de civilización cristiana altamente virtuosa y administrará su patrimonio para el bien de los suyos y la utilidad de todos, sin apegar su alma a ello.

2. Pero el espíritu evangélico irá mucho más lejos, prohibiéndole ceder a los apetitos depravados que agitan a los hombres de hoy y quebrantan los fundamentos de la civilización, rindiendo honores mundanos, participando al poder, a la acumulación de las riquezas principios mismos de la política y de la economía ¡para no decir las leyes supremas de la moral humana!

El falangista echará a un lado todos los sistemas que ponen en el primer plano de la vida la busca de los honores, la exaltación del poder, el valor del dinero.

3. Y la Falange ella misma, en contradicción con esas pasiones mundanas, se aplicará en practicar una estricta pobreza evangélica. Vivirá por la generosidad de sus miembros, sin contraer deberes de agradecimiento hacia con nadie, sin caer bajo la tutela de ninguna potencia. Y no le otorgará a sus jefes ni a sus servidores los más entregados honores mundanos ni derechos de participación a su dirección por medio de adulaciones corriendo el riesgo de perder con ello su independencia.

En fin permanecerá fiel al espíritu evangélico trabajando en instaurar y fortificar las instituciones y los poderes políticos y sociales que son los más extranjeros a la tiranía del dinero; ella misma nunca será un medio de acceder a los honores, al poder, a las fuentes de la fortuna. Porque el Maestro no vino para ser servido sino para servir, y no para dominar sino para conocer la abyección y la humillación del pobre.