Punto 16. Jesucristo, Salvador del mundo

Si el Hijo de Dios vino habitar en el mundo, es para salvarlo. ¿Acaso tiene en vista, él, la Sabiduría eterna, una belleza mayor de su creación, una manifestación mejor de la bondad divina por medio de su Encarnación? Lo que es seguro, es que un motivo apremiante mandó esta obra gloriosa y determinó sus vías: era nuestra Redención que el Verbo divino tenía a pecho, por la Cruz. Venía para expiar los pecados del mundo y así liberarlo de las potencias diabólicas que, antes que él, fuera de él y contra él, luchan por mantener la dominación de la tierra.

El evento del Sacrificio de la Cruz parte en dos la historia humana: antes, reinan las tinieblas, la esclavitud del pecado, la corrupción y la muerte; después, la luz, la paz, la alegría, la libertad y la vida eterna de anticipo. Divide el mundo en dos ciudades, de las cuales hay que negar una para pertenecer a la otra: el reino de Dios y el reino de Satanás, que serán algún día el Cielo y el infierno eternos.

1. La mirada del falangista sobre el mundo sin Dios es sombra. A lo mejor no es tan pesimista que la de nuestros mayores, marcados por la tradición agustiniana. Pero nunca será optimista sobre el hombre; no se maravilla de su bondad natural, de la simplicidad inocente de los primitivos y de los pueblos que no han corrompido los poderes, a la manera de Rousseau. El falangista se tiene cuidado con todo lo que Cristo todavía no ha tocado y santificado; se lamenta de la condición miserable de los infieles, lucha contra su arrogancia y su agresividad.

2. Sobre los pueblos cristianos, sobre los habitantes de la Ciudad de Dios, sobre sí mismo, el falangista tiene una mirada de confianza pero lúcida. Sabe que la gracia y la fuerza de Dios están en ellos, pero por un aplicación de los méritos de Cristo y un don continuo de los frutos de la redención. Así pues están elevados por encima de sí mismos por la virtud de los sacramentos, le deben la constancia de su fidelidad a Cristo, a los beneficios de su oración, de su vida, de su ejemplo. Sólo así pueden esperar vencer al Maligno y progresar en su vocación de hijo de Dios.

3. En esta lucha cristiana, la Misa ocupa el lugar central. Sacrificio de Cristo renovado sin cesar para su Iglesia, no es un rito facultativo, pero el alimento cotidiano del falangista en el seno de la comunidad católica. Es en este sacrificio que Cristo él mismo da su perdón, su gracia, su fuerza, sus lecciones, su amor, su alegría a los suyos, y enlaza con su Cuerpo y con su Sangre su caridad fraterna.