Punto 2. Creo en Dios, Padre bondadoso

1. El falangista sabe, con una certitud natural absoluta, que Dios existe, infinitamente perfecto, infinitamente bueno, porque la existencia, el orden, la belleza del universo lo demuestran luminosamente. Este conocimiento de Dios no es una idea a priori, un sentimiento vago o inefable, una certitud llamada moral, una creencia tradicional o una fe humana. Es el primer y el fruto más puro de la sabiduría metafísica. Este conocimiento sabroso de Dios, ahora que se ha vuelto el patrimonio de la humanidad civilizada, queda accesible a cualquier inteligencia recta y atenta.

Principio y fundamento, origen y fin de toda sabiduría, esta certitud nos es dada primero de manera rica y confusa en la intuición existencial: el entendimiento inmediato del ser de los seres, del hecho de la existencia de todas las cosas contingentes, mentalmente libre de sus límites y maneras de ser naturales, lleva infaliblemente al espíritu al Ser necesario, único y simple, infinito y perfecto, fuente de la existencia universal, que en la Biblia se nombró Él mismo HWHJ, YO SOY.

La intuición estética, inteligencia de la belleza infinita que trasparece en el mundo sensible y espiritual, refuerza esta certitud, enriquece esta sabiduría e introduce al conocimiento racional de Dios que, a partir de la ciencia de las esencias de las cosas, de su diversidad, de sus orden y de su harmonía, por el ejercicio espontaneo de los primeros principios, de identidad, de casualidad y de finalidad, llega a la conclusión de la existencia de Dios creador y providencia universal, y sus infinitas perfecciones, análogas a la de los seres y su destino.

Así pues el pensamiento de la soberanía de Dios sobre toda su creación está al origen de toda sabiduría y de toda moral humana, y de ello ya nos hace vislumbrar el fin: ‘¡Nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará siempre inquieto hasta que descanse en Ti!’ (San Agustín)

2. El falangista cree en Dios, como en un mismo vuelo, porque el conocimiento de su existencia y de sus infinitas perfecciones llama en él un acto sobrenatural de plena adhesión y de ardiente amor hacia este Señor en todo lo que es, lo que dice, lo que quiere y lo que hace, a causa de sus santidad, su sabiduría, su verdad, su belleza y su bondad manifiestas.

3. Ese misticismo es el primer sentimiento del falangista y engendra en él la adoración de su Dios, la admiración de sus obras visibles e invisibles, la contemplación oscura de su impenetrable misterio, la humildad ante su grandeza, la compunción en presencia de su santidad, un amor filial hacia aquel Padre tan bueno y el deseo de proclamar la alabanza de su gloria eternamente.

Encuentra en esta fe en Dios, nuestro Padre Celestial, el empuje de su valentía cotidiana y de su celo por la obra falangista. Y propaga esta fe con entusiasmo.