Georges de Nantes.
Doctor místico de la fe católica

23. LOS NIÑOS PIDEN PAN 
(1989-1993)

AL 'maligno año 1988', deshonrado con las traiciones de Le Pen en mayo, de Lefebvre en junio, y la negación de la Sábana Santa en octubre, nuestro Padre quiso oponer un 'año santo 89', para el bicentenario de una revolución 'satánica' en su esencia. ¡Pero Satanás no se dejó!

UNA FALANGE A LAS ÓRDENES DEL CIELO.

El 17 de junio de 1989, estábamos en Reims, para el tricentenario de las ofertas del Sagrado Corazón al rey Luis XIV, transmitidas por Santa Margarita María. Hicimos también memoria y expiación por su triste rechazo, sancionado el 17 de junio de 1789, cuando la masonería, disfrazada en estado llano, se declaró pueblo soberano, descoronando a Cristo, Rey de Francia antaño tan católica.

Durante la fiesta del Sagrado Corazón, el Padre de Nantes había predicado la razón mística de sus peticiones: “A medida que Nuestro Señor revela su Corazón, se ve que Él y la Virgen María quieren cada vez más la sinceridad de un corazón que, apegándose totalmente a Él, impregne toda su vida con las voluntades de su Corazón divino y del Corazón de su Madre.

“Santa Juana de Arco vino a mostrar que no podemos pertenecer a Dios si al mismo tiempo no somos leales hacia el rey, sumisos a él, fieles a la patria, como al Papa. Ponemos todo bajo el mando de Cristo. Es necesario que tengamos una mística, es decir una sabiduría sobrenatural, que nos haga entrar en esta manera de ver no por obligación, sino por amor.

Estamos en el Sábado de Gloria de la Iglesia. A la luz de la gloria que emana de Jesús, asoleando su Sudario, les ruego por su propia salvación y la de sus hijos, que no abandonen este combate de Renacimiento católico al cual un día de predestinación y de gracia se entregaron... No se los pido por mí, ni por la comunidad que he establecido, no por la Comunión falangista que nació por nuestro común deseo ¡sino por Cristo, por su Iglesia! Seremos probados, tentados, acribillados, todos.” (Pascua de 1989)

“Con Luis XIV, este Luis Dieudonné[1] que Dios amaba y preparaba para una gran misión, una palabra atrae, es que Jesús quiere todo su corazón. Jesús quiere el corazón entero del rey, y entonces se ocupará de sus asuntos, y hasta de su victoria contra las potencias enemigas que son también los suyos, y hasta su reconciliación con el Papa que es su Vicario en la tierra.

“Para nuestro siglo, la Virgen María es enviada y avanzada en proa por orden de Jesús, presentando su Corazón Inmaculado. Y lo que es característico de Fátima, lo que más le molesta a los enemigos de Dios y de Cristo, es que la Virgen María habla de Rusia. Ahí también hay una implicación en la política que no es para molestar a la gente, sino para mostrarle que el Cielo no puede admitir una distinción, entre la vida individual y familiar de un lado, y la laicidad del Estado, las alianzas extranjeras, etc del otro. Todo eso debe permanecer en dependencia no tanto de la ley de Dios, como del Corazón de Jesús y del Corazón de María.[2]

En Reims, nuestro Padre expuso con una claridad tal, las verdaderas razones del retraso de la salvación prometida, que todos quedamos impactados:

“No puede ser la culpa del Cielo ¿verdad? Entonces es la culpa de los hombres […]. El Cielo está sin cesar impedido de cumplir sus voluntades de salvación por la mala fe, no de los enemigos de la Iglesia, mas por una parte de sus hijos que quieren 'llevar a Dios a sus voluntades', como dice San Ignacio,  en vez de someter sus pasiones, sus pensamientos, sus proyectos a la Voluntad soberana y amantísima de nuestro Padre Celestial.[3]

“EL HOMBRE INGOBERNABLE”.

Para ilustrar esta verdad, nuestro Padre descubrió en ese momento un libro “ruso, poderoso, suntuoso, fascinante”: El almirante Blanco[4], que le dio a conocer el destino trágico del almirante Koltchak. Ante la marea roja del bolchevismo, éste no logró reunir a todos sus compatriotas que habían permanecido fieles a la tradición de la gran Rusia, a su religión, a su orden secular, hasta ser abandonado por los suyos.

Nuestro Padre le aplicó la lección de este drama a la actualidad de nuestro combate en la Iglesia como en la patria:

¿La contra-revolución será siempre y en todos lados vencida? ¿Acaso tiene, en ella misma, una causa estructural de derrota? ¿Acaso lleva en su frente la maldición del Señor?

“Horrorosa pregunta. Cuestión lancinante.”

“Mudo”, nuestro Padre entendió, a la luz de esta tentativa de enderezamiento en la Siberia de 1917-1920, la causa de los fracasos de nuestra derecha tradicionalista: 'el hombre ingobernable'.

Lo explicó en Sherbrooke, Canadá, en agosto de 1989 y, de regreso a Francia, volverá sobre el tema varias veces:

“El mal siempre viene por algún hombre que se levanta contra el orden legítimo […]. El hombre ingobernable, soy yo,  son ustedes, somos todos nosotros.

“Quisiera mostrar a que grado esta facultad de disidencia, de rebelión ha producido movimientos fatales a esta ortodromía divina por la cual Dios lleva a la Iglesia, al mundo y especialmente a Francia, a la grandeza a la que quiere que vayamos, antes de terminar la historia del mundo con un gran juicio a la gloria de Cristo y a la condenación de Satanás.[5]

Eso dicho, después de las disensiones de 1988, el Padre de Nantes veía que “seguíamos sufriendo de ello en la Contra Reforma católica, como de la misma manera vimos a la obra al gusano que roe alrededor de la Acción francesa y de Maurras”[6].

¡CÓMO SE LE DA MATE A UNA REBELIÓN...EN 1989!

Esta reflexión preparaba a nuestro Padre a enfrentar los graves acontecimientos que agitaron a nuestra comunidad en septiembre. Lo que pasó en ese momento ilustra nuestra doctrina de Contra Reforma y de Contra Revolución católicas en el siglo veinte: donde se ve cómo, en nuestro siglo, un hombre decidido, teniendo su autoridad de Dios, puede darle mate a una rebelión. “Rebelde a la rebelión, de donde sea que venga”, según la cautela CRC tan puesta a prueba.

El 18 de septiembre, nuestro Padre le escribía a nuestros amigos:

“Estamos enfrentados a una situación sin precedente para nosotros. Uno de nuestros hermanos, bien conocido de todos, y diez de nuestras hermanas de las cuales la priora, decidían separarse de nosotros, o más precisamente de mí. Mientras que nuestro hermano pretende seguir su vida monástica en condiciones más en relación con sus deseos personales, nuestras hermanas tienen el proyecto de fundar otra comunidad con el mismo nombre, misma regla, mismo hábito, en la imposibilidad en la que se encontraban de confiar en mí para la dirección de sus almas, y de sufrir por parte mía el ejercicio de una autoridad que obstruía la de su Madre priora. La separación se hizo ayer, domingo 17 de septiembre, después de diez días de tentativas de conciliación.[7]

Durante esos dramáticos días, nuestro Padre actuó en verdadero Padre Abad, “maestro y juez en Nombre de Dios” en su monasterio, según la descripción premonitoria que acababa de trazar en un retiro predicado en Canadá:

“El Padre Abad debe proteger el monasterio contra la invasión del mundo, no debe hesitar en expulsar, excomulgar a los falsos hermanos, a fin que el monasterio conserve su tranquilidad, en paz. ¡Pax! ¡Qué la paz nos sea dada a fin que podamos alcanzar nuestra salvación! Es absolutamente normal, evangélico. Eso ya es bíblico, mosaico. Nuestro Señor suscribió a este poder de mando de los pastores, que eran los 'jueces' del Antiguo Testamento, y que se van a volver los 'Príncipes' de la Iglesia. Es una ley de la 'Ciudad de Dios'. Es el orden de toda ciudad católica, es el ideal vivido de la Cristiandad.[8]

Después de estos acontecimientos, nuestro Padre nos pidió ya no hablar de este drama, ni de las hermanas y del hermano que se habían ido. Hemos observado escrupulosamente esta consigna de sabiduría que nos ha llevado, en vez de repasar la harina del pasado, a volver a nuestra vida religiosa con tanto más fervor y regularidad cuanto estábamos liberados de los que eran un obstáculo. Desde entonces, la comunidad de nuestras hermanas tomó su vuelo. Además, nuestro Padre estaba por fin libre de enseñarnos su doctrina espiritual y mística, el corazón de su corazón, nuestro tesoro, en la espera de alimentar con ello a la Iglesia entera, cuando el Papa haya 'vuelto' para confirmar a sus hermanos, y curarla de sus horribles escándalos que la desfiguran desde el concilio Vaticano II.

Los años 1990-1996 serán para nuestro Padre de una grandísima fecundidad. Alcanzará la plenitud de su enseñanza: doctrina 'total', tanto desde el punto de vista espiritual que del punto de vista político.

EL CAMINO BAJO DE LA PERFECCIÓN.

Nuestro Padre vio en todas esas pruebas una invitación a “entrar en una fidelidad a Dios, nuestro Padre lleno de misericordia y de ternura, a su Cristo, nuestro Esposo, nuestro Rey, vuelta más exigente pero más incendiada con el Amor Divino, más entusiasta de la llama misma del Espíritu Santo, nuestro Exhortador”[9].

Este Amor teniendo por fundamento la humildad, nuestro Padre tomó pues por programa de renovación de nuestras casas, de nuestra Falange, de nuestra Liga, la palabra de Nuestro Señor que sirve de principio y fundamento al capítulo 7 de la regla de San Benito, 'De la humildad': “El que se eleva será humillado, y el que se rebaja será puesto en alto.” (Mt 23,12)

Por su lado, meditando sobre estos acontecimientos dramáticos, a nuestro Padre le gustaba compararse a David huyendo ante su hijo Absalón rebelado contra él. Confiaba: “En lugar de la humildad gloriosa, me gusta la humillación sin provecho. Preferiría morir solo, abandonado, que mentir sobre mí mismo.[10]

La muerte a sí mismo, a todo interés personal como a toda ambición, es la condición y la fuente de una verdadera fecundidad, nos enseñaba incansablemente nuestro Padre. Es así que se vuelve uno un instrumento dócil, maleable, entre las manos de Cristo, lleno de los dones del Espíritu Santo para la salvación de la Iglesia y de las almas.

Nos ofrecía él mismo la viva ilustración de esta verdad. Estaba tan 'muerto' a sí mismo, abandonado entre las manos de Papá-Dios, y entregado, comido por las necesidades del servicio de la Iglesia, que nos comunicaba la plenitud de su vida mística, con una alegría íntima, desbordante, como apurado de dar lo mejor de sí mismo.

Puesto que había sido acusado de predicar una 'falsa mística', nuestro Padre se empleó en responder a esta acusación, en 1990-1991, en conferencias intituladas Verdadera y falsa Mística[11]. A Molinos el quietista, le opuso San Juan de la Cruz y San Francisco de Sales. Y, en pos del Padre de Foucauld, propuso 'un camino bajo de la perfección', accesible a todos aquellos que quieren caminar hacia la santidad.

Al principio de enero de 1991, cuando la guerra estuvo a punto de estallar en el Koweït después de meses de moratoria[12], nuestro Padre decidió que haríamos, nosotros y nuestros amigos, los cinco primeros sábados del mes, “puesto que es lo que la Virgen María quiere. Quiere cosas que el Papa y los obispos no le dan desde hace cuarenta y cincuenta años que lo ha dicho, ¡y que lo saben! Se nos viene el castigo sobre el mundo porque nadie cumple esta devoción que Nuestra Señora pide.[13]

Desde ese día, solemnizamos los primeros sábados de mes y nuestros amigos vienen cada vez más numerosos, en familia, para practicar esta “pequeña devoción” a fin de consolar el Corazón Inmaculado de María.

Penetrando cada vez mejor el mensaje de Fátima y meditando paralelamente los textos bíblicos que la Iglesia aplica a la Virgen María, nuestro Padre recibió, el 8 de diciembre de 1991, “abundantes gracias de luz y devoción”[14] sobre la Inmaculada Concepción y su misteriosa preexistencia en el seno del Padre.

“La meditación de estos esplendores nos parecía fundar” esta certeza “que la salvación vendría de Jesús, el Verbo divino, por María, reina del mundo, trono de la Sabiduría, Santa Paloma del Amor creador, gobernadora con Dios de la Iglesia en todas sus obras, en fin 'terrible a toda herejía, cisma, y apostasía, como un ejército formado para dar batalla' [15]”.

Al mismo tiempo, estábamos de vuelta en nuestros combates esenciales, por las necesidades de la caridad: la Sábana Santa y Fátima. Hubo que trabajar en defensa de manera excepcional, por lo masivo que se volvían los ataques diabólicos, necesitando sabios y poderosos contra-ataques. Una verdadera novela policíaca nos hacía descubrir un 'falso lienzo', una muestra clandestina substituida al verdadero Lienzo de Nuestro Señor. 'La verdad es un láser que penetra toda ilusión y toda mentira'[16], titulaba la Liga del boletín de diciembre de 1989. Mientras que hacíamos fracasar la campaña de intoxicación asestando en falsificar el testimonio de sor Lucía relativo a la consagración de Rusia[17].

Así pues permanecíamos en filas estrechas, solidarios como debe ser una Falange, marchando en los combates de Apocalipsis que nos eran propuestos. Y la ortodromía de aquellos años noventa corría de nuevo como una flecha de oro a su meta: “Contra la Reforma, la de Lutero, la de Lamennais, la de Pablo VI y de Juan Pablo II, misma idolatría del Hombre... y para el Renacer católico por la fidelidad a los mensajes de Reims [Toledo][18], de Paray-le-Monial [Valladolid][19] y sobre todo de Fátima, el más grande, ¡asegurado de triunfar contra toda fuerza contraria de anticipo![20]

El peligro mortal que amenazaba a la Iglesia en este fin de siglo era la gnosis a la cual se le acosaba para que adhiriera, bajo los prestigios del papa Juan Pablo II.

EL UNANIMISMO GNOSTICO DE JUAN PABLO II.

André Frossard contó que el papa Juan Pablo II le había hecho una confidencia: “Hay algo que lo apena mucho. Me lo dijo. Es ver que sus encíclicas están tan mal difundidas y poco leídas, cuando pone en ello mucho de su parte.”

¡Ah sí! Pues un teólogo al menos lo escuchaba, lo leía, lo estudiaba atentamente, antes de explicarlo a sus lectores, era el Padre de Nantes. Se hacía un deber de ello:

“Me he aplicado en comentar, desde el principio de su pontificado, los grandes actas de Juan Pablo II y cada vez que no lo hice, absorto por algún otro acontecimiento, lamenté no haberlo hecho,  por lo importante que era la cosa. En efecto, con un título mayor al de su predecesor Juan Bautista Montini, de filósofo y teólogo, Karol Wojtyla, de una encíclica a la otra, y aún en su reciente carta apostólica Mulieris dignitatem, construyó un sistema sin análogo en el pasado de la Iglesia, ¡y sobre todo por parte del Pontífice romano! a saber el dogma completo, artículo por artículo, de un nuevo culto del hombre, con apariencia aún cristiana...[21]

Culto del hombre, de la mujer y... ¡de su libertad! Juan Pablo II hizo con ello el tema de tres Mensajes sucesivos para la celebración de la Jornada de la Paz en 1989, 1990, 1991: 'La libertad de conciencia para la paz en el mundo'. Deliberadamente, se hacía el gran tenor, el doctrinario del Masdu, que fundaba sobre una metafísica de tipo hegeliano. En el prólogo de su comentario de una nueva encíclica Redemptoris missio, publicada el 7 de diciembre de 1990, el Padre de Nantes escribía:

“Hay, en la enseñanza del Papa, auténtico tanto como quieran, pero de ninguna manera 'ordinario' [es decir no pudiéndose reclamar de sus predecesores] ni 'extraordinario' [no pudiéndose reclamar de su infalibilidad personal], ¡novador y desviando más de lo que se pueda y deba soportar! un progreso en la audacia y en la fusión de las contradictorias en una proposición gnóstica del misterio del hombre y de Dios que son uno sólo.[22]

¿Cómo? ¡Oh! es muy sencillo:

“Es una transposición, o una sublimación onírica, de la teología católica, en el sentido más que milenario de la gnosis de los grandes iniciados, en la que los misterios divinos se liberan de sus cuadros cristianos y católicos, para revelarse universales. Lo que está dicho de la Iglesia está secretamente otorgado a la humanidad entera, lo que se le atribuye a los cristianos en virtud de su fe y de su bautismo está ya como poseído, incognito, al estado de 'semillas del Verbo' por todo hombre religioso, o de 'semillas evangélicas' en toda alma de buena voluntad preocupada del bien de sus semejantes y del progreso de la humanidad.[23]

Es lo que nuestro Padre llamará la 'gnosis unanimista' del papa Juan Pablo II, “en la que la apostasía se reviste con suntuosas casullas cristianas, católicas, en la que Iglesia se desviste de sus divinos y castos adornos para volverse cortesana.”[24]

Volviendo a leer este texto, con fecha junio de 1991, no se puede no pensar en la capa pluvial multicolor que el papa Juan Pablo II usó para la inauguración del tercer milenio, el 24 de diciembre de 1999, en San Pedro, durante la ceremonia de apertura de la Puerta santa. El Sumo Pontífice celebró aquel día un rito extraño, esotérico, sincretista. Era el término del concilio Vaticano II, tal como lo preveía nuestro Padre: “El gran rio solemne de la Iglesia romana se lanza, por el delta ampliándose al infinito de la reforma conciliar, en el océano de la religiosidad universal donde aspira perderse. En vez de volver hacia la fuente para ahí purificarse y vivificarse, a la manera de las reformas de antaño, es la bajada empinada hacia el cloaca del mundo pagano y las aguas mezcladas de la apostasía.[25]

El Padre de Nantes hizo una nueva e implacable demostración al analizar el discurso dirigido por Juan Pablo II, el 16 de marzo, al Consejo Pontifical para el dialogo con los no creyentes. “Me imagino, escribía el Padre, que San Ireneo, obispo de Lyon, mártir y doctor de la Iglesia, vivió esta misma indignación al leer a los gnósticos de su época, en el siglo dos, y esta misma dificultad de distinguir lo verdadero de lo falso, y lo divino de lo satánico en los himnos fascinantes y las elucubraciones equívocas de estos grandes heréticos celebrando los 'misterios' escondidos al común de los fieles, reservados a los iniciados.”

De este discurso, versando sobre “la aspiración del hombre a la felicidad como punto de anclaje de la fe”, queda en efecto totalmente ausente nuestra santa religión fundada sobre la nueva y eterna alianza en la Sangre de Jesucristo, alianza histórica, real, única y santa, apostólica y católica.

Las palabras cristianas están en el contenido, cierto, ¡las más bellas, las más sabrosas! pero ya no se encuentran “ni Alianza divina, condicional, ni Ley revelada, ni adoración, ni culto de Dios. Ni conversión, ni fe, ni bautismo. Ni cruz, ni sacrificio, ni justificación, ni concesión de la gracia. Ni Iglesia, ni sacramentos; ni confesión, ni comunión. Ni Cielo, ni infierno, mucho menos purgatorio. Ni juicio particular, ni general. Ni ángeles buenos o malos, ni santos del Paraíso, ni devoción a los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María. La pobre Virgen María olvidada. Peor, excluida...

“Juan Pablo II se vuelve así, sin tambor ni trompeta, sin consentimiento de la Iglesia, ni refrendata del cardenal Ratzinger[26] ni de nadie, el Mago revelador de una 'concepción de la vida y de la felicidad' que todo hombre, de cualquier religión o irreligión que sea, puede aplicarse sin por lo tanto y de ningún modo cambiar de ideas, ni de prácticas cultuales ni de costumbres para someterse a los dogmas, a los sacramentos y a los mandamientos de la Iglesia católica romana.[27]

Entendemos porque el Buen Dios nos envió a su Madre Santísima a Fátima para enseñarnos el catecismo que el Papa y la jerarquía ya no enseñan, pero que sor Lucía recordó en su libro sobre las Llamadas del Mensaje de Fátima.

Había que aceptar la evidencia: “El Papa 'no conoce a Dios', en el sentido johánico de semejante expresión: no lo ama, huye su luz, deforma y amputa su revelación para agradar a los hombres impíos de nuestra era.[28]

EL PAN DURO DE LA “CULTURA”.

La religión habiendo desaparecido, su substituto moderno permanece: la cultura. A tres días de intervalo, el Papa pronunciaba otro discurso en Camerino, ante un público de universitarios, sobre el tema: 'Crear a un hombre nuevo'. Después del deslave de tantas ideologías, la Iglesia conciliar, explicaba el Papa, acepta el desafío. Desposó al mundo, de su unión deber nacer un hombre nuevo, del cual pretende afirmar el primado: “El hombre individual, como persona, es la realidad suprema del universo.” Y de repente, retruena la blasfemia: “Un punto fijo de la doctrina social de la Iglesia es que el hombre debe alimentarse no solamente de 'pan ganado por el trabajo de sus manos...sino también del pan de la ciencia y del progreso, de la civilización y de la cultura'.”

El Papa se citaba él mismo, puesto que esta frase es un extracto de su encíclica Laborem exercens, publicada en 1981. Nuestro Padre dejó estallar su indignación: “¡Aquí, sin avisar, el 'Cacangelio' masónico se sustituye al Evangelio para hacer pasar su mensaje de Satanás bajo las apariencias de la enseñanza divina! Porque Jesucristo, del cual el Papa es el Vicario y debería ser el portavoz, había replicado a la primera tentación del demonio: 'El hombre no sólo vive de pan sino de toda palabra que sale de la boca de Dios', ¡su propia boca divina! Al bien de la Palabra divina, que se hace carne, que se hace pan eucarístico, Juan Pablo II sustituye los alimentos alterados, mortales 'de la ciencia, del progreso, de la civilización y de la cultura', el pan duro de los masones y su matarratas. Todo eso que no es en nuestra triste época más que viento y vicio, corrupción y muerte, en lugar de la predestinación divina y del don de la gracia, de los sacramentos y del culto cristianos, primeras alegrías celestiales, anticipación de la felicidad eterna.[29]

EL PAN CELESTIAL, FUENTE DE LAS VIRTUDES DE CADA DÍA.

La sesión de Pentecostés de 1992 de la Comunión falangista tuvo como título: 'Una nueva mirada sobre la vida', la que autoriza y alimenta nuestra metafísica relacional y su prolongamiento místico y moral destinado a desempantanar la existencia cristiana de nuestros hijos del alrededor vulgar, corrupto y ateo de esta 'triste época' y de la pretendida 'cultura moderna'.

“Lo que quisiera transmitirles, anunciaba nuestro Padre, difundir a profusión, con suceso, en terciario franciscano que soy desde hace cincuenta años, está en la línea estética buenaventuriana, el gusto de la naturaleza y de la vida purificadas de su mancha original por el bautismo, resplandecientes de la belleza de Cristo recreador, en el que el hombre y la mujer santificados, cual un nuevo Adán, una nueva Eva, alcancen el secreto profundo de la naturaleza universal y de su propio corazón, que no es otra cosa sino pudor, lástima, piedad de Evangelio, en todas las relaciones a Dios y a los cercanos, ricas en virtudes, en valor y en paz divina, absolutamente saciantes.[30]

Fueron tres días de fiesta e inteligencia, en los que nuestro Padre no le costó oponer nuestras luces católicas, realistas, comunitarias, a las tinieblas ateas, capitalo-socialistas y democráticas ambientales. Tres meses después, para nuestro retiro de otoño, nos proponía como modelo una 'Santa Teresita nueva' ¡sí! nueva ahí también, porque por primera vez, entendía que era la 'miniatura de la Inmaculada', tanto como la prefiguración de la Iglesia víctima de la “desorientación diabólica” anunciada para los últimos tiempos. Nos explicó también en qué consistía este 'caminito de infancia' de 'la santa más grande de los tiempos modernos' (San Pío X). Gracia insigne: durante nuestra peregrinación de comunidad, nuestro Padre tuvo la dicha de celebrar la Santa Misa en la capilla del carmelo de Lisieux, con el amable permiso del Padre Zambelli, en aquel entonces rector de los capellanes.

Al ejemplo de la familia Martin, nuestro Padre sacrificó su vida al servicio de la Iglesia y de Francia 'Hija mayor de la Iglesia'. Es por eso, que en aquel mismo año 1992, entró en campaña contra el funesto tratado de Maastricht que comprometía el porvenir de nuestra patria por medio de un traspaso criminal de soberanía al provecho de instituciones extranjeras, en la ocurrencia europeas, con una dominante alemana. La existencia misma de nuestro país, el porvenir de nuestros hijos, el pan de nuestras familias, estaban en juego.

¡Qué su no sea no! una vez más como debió, o debería haber sido, el 18 de junio de 1940 al llamado siniestro del Rebelde, del traidor Charles de Gaulle, restaurador de la República contra Francia, y desde entonces a todas las traiciones, represiones, subversiones, guerras civiles, descolonizaciones, descristianizaciones de la Francia católica sacada a subasta. Como también debió o debería haber sido su no al llamado de los Papas y del Concilio a la Reforma de la Iglesia, a su republicanización, a su laicización y a la cascada de herejías, cismas y escándalos que han seguido. Sólo es perfectamente íntegro y santo, este no decidido  a toda revolución y el a Cristo verdadero Señor y Salvador de la Iglesia, verdadero Rey de Francia también y de todas nuestras patrias y hermandades amadas.[31]

El funesto tratado fue desgraciadamente adoptado, pero con una débil mayoría, y con un grado tan elevado de abstenciones que nuestro Padre escribía al día siguiente de la gran Mutualidad 'Para que viva Francia': “Estamos contentos de caminar con nuestro pueblo francés, y católico, despertado de su torpeza, preocupado por su porvenir. Trabajamos por él, no por nosotros. Nuestras soluciones y nuestros deseos, nuestras oraciones también, son por su salvación, su enderezamiento económico y monetario ¡claro! y más generosamente para su levantar físico y moral, por su renacimiento espiritual, su regreso ardiente a Cristo que es verdadero Rey de Francia, a la Virgen María, su bondadosa Madre y su Reina.[32]

Sin embargo la lucha de la fe volvía, con la publicación el 11 de octubre de 1992, para el treinta aniversario del Concilio del Catecismo de la Iglesia Católica, c.e.c. ¡antítesis, por excelencia, de la c.r.c.!

LA IMPOSIBLE ADHESIÓN

Como veinte años atrás, en tiempos del Catecismo holandés, el Padre de Nantes empezó por admirar este nuevo Catecismo:

“A reserva de lamentar rápidamente de haber caído en la trampa, confieso haber sido seducido, conquistado por el ardor religioso, la alegría espiritual, la magnanimidad contagiosa de este Catecismo.

“Aún más, la perfecta dominación de las cuestiones dogmáticas, el conocimiento admirable de la Sagrada Escritura, las excelentes elecciones de las citaciones de los Padres de la Iglesia y, mejor aún ¡si es posible! sus aperturas sobre lo que la ciencia y la teología modernas tienen de mejor, siempre con una gran moderación, con una sobriedad muy romana que no excluye el calor de un justo entusiasmo, que vuelven a este Catecismo  un gran libro, digno de la santa Iglesia católica, un ‘trabajo de Romano'.

“De un extremo al otro, quedé suave y poderosamente solicitado a adherir, puesto en una condición 'carismática' de entregarme a su Weltanschauung, a su modo global de considerar la religión cristiana, tan nuevo, aparentemente liberador. ¿De qué? ¿De todas sus obligaciones?”

¡Sí! Y ahí es donde le aprieta el zapato. Porque “hay veneno en la miel”, como en cada encíclica de Juan Pablo II:

“Algunos capítulos perfectamente ubicables están hechos con citaciones masivas de los Actas de Vaticano II que nuestra fe católica recusa desde hace un cuarto de siglo, y cada vez más firmemente, por su evidente incompatibilidad y contradicción con la simple verdad filosófica o científica accesible a la razón natural, o con puntos de doctrina eclesiástica que no sabríamos poner en duda, ahora que han sido definidas.”

Es menester pues que el Magisterio romano estudie el caso para saber quién ha hecho naufragio en la fe: “Habrá que excomulgarme y marcar de anatema mi profesión de fe anteconciliar, o decidirse a anematizar los decretos de Vaticano II que incriminamos y excomulgar a los que recusarían rechazarlos, con el infalible Magisterio romano y católico. Qué su sí sea sí! ¡y su no, no!” Será la última y decisiva provocación.

Hay algo más grave: nuestro Padre resentía como “un malestar […], un horror intuitivo en presencia de esta maléfica y tremenda gnosis. Englobando lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, la ortodoxia y la herejía, este Catecismo es un alucinógena, una droga suave, cuyo efecto eufórico es mezclar al culto de Dios el culto del Hombre, como iguales, en ósmosis, desposando sus dos infinitos, sus dos bienaventuranzas, sus dos libertades como por fin aceptadas la una por la otra en una Alianza definitiva, sin obligaciones ni sanciones, y ya colmada de felicidades terrestres que dejan presagiar la dichosa nirvana a la que pasan de generación en generación todos los hombres, todas las mujeres, fuera del tiempo y del espacio, abismados en Dios, en el Amor.[33]

EL VENENO EN EL HIDROMEL.

En comentario del primer título de este Catecismo,  que cuenta 2 865, nuestro Padre escribe: “Desde las primeras palabras, me parece que al exquisito hidromel católico está mezclado algún veneno de una gnosis herética vieja como el mundo.[34]

Es apasionante seguir, paso a paso, el análisis de las doce herejías mayores detectadas por el padre de Nantes en el cec:

“Extensión abusiva de la infalibilidad – Error sobre la predestinación – sobre la encarnación – sobre la redención – sobre el más allá perdido fuera del espacio y del tiempo – El Espíritu Santo, animador del mundo – El pueblo de Dios, convocado, llevado por el Espíritu – El sacerdocio común de los fieles – Un culto del hombre anticristo – La democracia dicha cristiana – La laicidad del Estado – Su gnosis, Santísimo Padre...”

Nuestro Padre ya casi había acabado su redacción cuando un domingo en la tarde, después de la ceremonia de los votos perpetuos de los hermanos Vicente de Paúl y Luis José, le dio un vértigo. Después de las vísperas, pidió oraciones, la voz ahogada por la angustia de no lograr llegar al final de su obra. Esta angustia se cambió en verdadera agonía, diez días antes de la fecha fijada para el viaje a Roma[35]. Dilema patético:

Si este catecismo es católico, es criminal atacarlo, darle la espalda a la verdad por terquedad, simplemente porque criticamos a este Reforma de la Iglesia desde hace treinta años.”

La luz volvió con el pensamiento de encomendarse a la Iglesia, actitud católica por excelencia: “Le toca a la Iglesia juzgar, como se lo pido, de manera infalible.” Eso dicho, una vez más, la Iglesia en Persona del Papa y de sus ministros, recusaron juzgar.

NOSOTROS, EN CASA DE DIOS, LOS INOCENTES SUPLICANTES.

El 13 de mayo de 1993 en la mañana, llegábamos a Roma, en un avión reservado, o en el tren de la noche del Palatino.

“Aquí y allá, en el aire o en las vías, todos leen el Libro que había salido de nuestras prensas el día anterior; formábamos una vez más un sólo corazón y una sola alma. En 1968, estaba solo. En 1973, éramos sesenta; en 1983, doscientos; hoy doscientos sesenta y siete... pequeña comunidad orante, consciente, motivadísima. Era el acontecimiento de nuestra vida.

“Al llegar a la plaza San Pedro, nos interpela la policía civil y los carabineros italianos: tenemos que volver a subirnos en los autocares, ¡irnos de ahí! Como las otras veces, la misma escena. Me niego y pregunto. Las ordenes, confiesan a pesar de las consignas, vienen del Vaticano. Y no entienden nada: ¿estamos corriendo a unos peregrinos tan tranquilos?

El 13 de mayo de 1993, el Padre de Nantes, rodeado de sus amigos, vino por última vez a Roma para entregarle al Sumo Pontífice y al cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación por la doctrina de la fe, su tercer Libro de acusación en contra del Autor del Catecismo de la Iglesia católica.

“Parlamentamos, y pasa el tiempo. La plaza, en ese 13 de mayo, está anormalmente vacía. Ningún autocar, ningún grupo, mas la policía italiana, barreras encabestradas y encadenadas, coches militares, ambulancias. Y gendarmes en uniforme, policías en civil. Para prohibirnos el acceso a la plaza del Santo Oficio. Hay que palabrear; es ridículo, y pasa el tiempo. En fin, mientras que a nuestros amigos los mantienen en un rincón más alejado de la plaza, con la imposibilidad de entrar a rezar en San Pedro, estoy autorizado, llevado como un malhechor, a ir a ese Palacio donde reina el cardenal Ratzinger, acompañado de dos de nuestros hermanos y dos de nuestros amigos, uno Belga, el otro Francés. Por fortuna, el más joven disponía de una excelente cámara fotográfica que nos permite ahora conservar las pruebas de este evento, ridículo a los ojos de los hombres mas grandioso, mas sagrado al Corazón de Cristo.

Fue recibido por un oficial de la Congregación que apuntó la petición de apertura de un proceso canónico. No hubo seguimiento, pero nuestro Padre había cumplido su deber: el del Suplicante que, en plena apostasía, le ruega a las autoridades de la Iglesia que se apiaden de las almas.

“Lo importante cabe en pocas palabras. Recibidos por un Monsignore que irradiaba una gran juventud e inocencia, pero como unos mendigos, en el pasaje de la conserjería, exijo que se nos introduzca en un salón de audiencia decente; llamada telefónica, espera, permiso otorgado. Allá arriba, pido sillas; no hay nadie en ese piso, ¡sino disimulados en las puertas! Mons. Caotorta va él mismo a buscar las sillas. Nos sentamos.

“Todo de volada: entrega de los dos libros y explicación de su destinación. Uno para el Santo Padre, el otro para el cardenal. Entendido, muy bien. La comedia duró dos minutos, y este ángel ya nos da la mano… No, todavía no, Monsignore… exijo un recibo. Busca de una hoja de papel imposible de hallar. Dicto el texto que el otro, afectando ignorar nuestra lengua, escribe como un iletrado. Abrevio mi relato, pero aquí les va lo esencial:

“Le pido declarar que estos libros fueron entregados sobre este despacho del Santo Oficio en vista de constituir la apertura canónica de un Proceso. Nunca ha visto eso; ¡me dice que no puede escribir eso! El tono sube muy levemente. Le dicto el acuse de recibo de los dos libros, y el impacto canónico de nuestra diligencia que sigue protestando no poder firmar. Sin embargo es por esta atestación que hemos venido; es para recibirla y transmitirla a sus amos que éstos lo han delegado ante nosotros. Qué cumpla con su tarea, o qué nos traiga uno de sus superiores.”

Finalmente, Mons Caotorta firmará este acuse de recibo:

Roma, 13 de mayo de 1993.

Yo, subscribo [sic], Mons. Damiano Marzotto Caotorta, oficial de la Congregación por la doctrina de la fe, recibo del Padre de Nantes el 'Libro de acusación por herejía' en dos copias, una para el Santo Padre y otra para el cardenal Ratzinger.”

“Le pido a Mons. Caotorta sigue contando el Padre de Nantes, que precise que esta entrega está hecha para abrir el proceso del cual este Libro es el Acto de acusación. Protesta que no es posible. Entonces le dicto esta petición en otra hoja para presentarla al cardenal:

“ 'Este Libelo de acusación pide canónicamente la apertura de un proceso en herejía, en los más breves plazos, bajo pena de prevaricación.'

“Se ejecuta, con la misma indiferencia a lo que se le pide. Y, suspendiendo la sesión, nos acompaña hasta la calle, donde nos deja, ¡sin duda contento de no haber cometido ni una sola torpeza y no haber dicho ninguna tontería como su predecesor de 1983![36]

¡Es prodigioso! “Nosotros que no somos nada […], hicimos lo que necesariamente alguien tenía que atreverse a hacer. Con este tiro, la Santa Iglesia jerárquica está en la obligación de juzgar soberanamente e infaliblemente estas cuestiones dogmáticas y morales.[37]

Se le había avisado al cardenal Ratzinger: “Con nuestros docientos cincuenta amigos, no venimos a discutir con usted, ni a exponerle nuestros estados de alma, ni a insultar a nadie, ni buscar las condiciones honorable de un fructuoso arreglo. Ni abogar nuestra causa, sino tan sólo introducirla. Está claro y sencillo. Un minuto bastará. Y su Eminencia sabe que a causa de su alta función, es su deber recibir este Libro de acusación y así intoducir nuestro proceso bajo pena de fraude.[38]

UN MAGISTERIO VENCIDO POR PREVARICACIÓN.

La diligencia cumplida, de viva fuerza ya que nuestro Padre no había recibido ninguna respuesta a sus peticiones de audiencia ni del Santo Padre ni del cardenal Ratzinger, el dicasterio romano continuó a hacerse el muerto. Mons. Caotorta había perfectamente tomado el libro. ¡Pero era para meterlo en un armario y que ya no se hablará de él! Entonces, nuestro Padre me envió a Roma, para empeñar tratos con la secretaría de Estado, en la que tenía mis entradas, ¡por decirlo así! ya que Mons. Re, substituto, me había recibido en diciembre de 1981. De hecho, Mons. Re le encargó a uno de sus subordinados, Mons. Leonardo Sandri, asesor, de recibirme. Apenas diez días después de la diligencia de nuestro Padre, el 21 de mayo de 1993[39].

Empecé por preguntarle a Mons. Sandri si el proceso reclamado por el Padre de Nantes sería abierto.

Supongo que se hará un examen, me respondió. No sé si será un proceso. Pero pienso que, desde un punto de vista subjetivo, pueden estar tranquilos: hicieron lo que su conciencia les mandaba.”

Y como le recordaba que el Padre de Nantes ya llevaba cuatro tentativas, y que nunca recibía una respuesta:

En la no respuesta, hay una respuesta implícita, nos dijo con el tono más despejado del mundo. Sobre todo cuatro veces. Deberían acabar entendiendo el sentido de esta forma de respuesta. El Señor le dejo su Espíritu a la Iglesia. No se puede pensar que ha abandonado a su Iglesia. Tenemos en el Papa y los obispos, sucesores de Jesús en la tierra, a unos guías. Claro, hay desviaciones. Pero el Santo Padre siempre las ha señalado.

– Perdóneme, Monseñor, pero las desviaciones, innumerables; están en este Catecismo. El Padre de Nantes las ha clasificado en doce capítulos.

– ¿Piensan que el Papa le puede dar a sus hijos, en vez de pan de vida, herejías?

Sin embargo... ¡aquí las tiene! Basta con leer.

El primer capítulo de la acusación expuesto por nuestro Padre consiste precisamente en denunciar una extensión abusiva de esta infalibilidad. Según la Verdad católica, “ningún hombre, ninguna asamblea, fuesen Papa, Concilio, colegio de obispos o de sacerdotes, colección de teólogos o masa de laicos, y hasta una pretendida Iglesia universal, no sabrían imponer sus opiniones doctrinales o morales como revestidas de una infalibilidad cualquiera, fuera de las fronteras perfectamente definidas del Magisterio solemne u ordinario.”

De ello resulta que “si alguien dice que el Papa, el Concilio o el pueblo cristiano no pueden ni equivocarse ni engañarnos, sino que profesan la verdad divina y cumplen con su función de Magisterio enseñante o sus carismas proféticos o de manera indefectible, de manera tal que no pueden caer bajo el golpe de ninguna queja ni acusación canónica en la Iglesia, que sea Anatema.[40]

¡Mons. Sandri caía bajo el golpe del anatema! Pero como nuestra conversación se empeñó con el tono de una perfecta cortesía, trata de persuadirme de lo contrario:

Un amigo mío recibía su boletín cuando estaba en el seminario, aquí, en Roma. Entonces yo también leía. Había una lógica tremenda, ¡implacable! Picudísimo. Pero deberían examinar su método. Me parece que ustedes constituyen como otro centro del poder que condena a la Iglesia con anatemas. No es como un sacerdote obediente que presenta humildemente sus objeciones. Es siempre necesario tener la humildad de someterse primero.”

El prelado para un instante; y vuelve hablar con mucha amenidad, y hasta con un tono de sincera amistad:

Sabe, todo el mundo quiere que estén en la Iglesia católica.

– ¡Pero, Monseñor, estamos en la Iglesia! Quizá en el último lugar, pero adentro, y no fuera como Mons. Lefebvre.

– Pero proceden de una manera demasiado brutal. ¡Condenan!

– No. Acusamos. ¡No es lo mismo!

– ¡Sí! condenan. Mire: anatema, anatemas...”

– ¡Es para prepararle el trabajo al Santo Oficio, Monseñor! Es una cuestión de presentación. Cada 'Anatema' resume en una proposición el objeto de una tesis en litigio. Ahora se trata de juzgar sobre el fondo: ¿cierto o no?

– Es la forma utilizada que es demasiado brutal. Deberían de haber hecho primero objeciones, presentarlas a sus obispos. ¿Qué dicen sus obispos?

– Nuestro obispo precedente de Troyes, Mons. Fauchet, conservaba el silencio, diciendo que nuestro asunto relevaba de la Autoridad superior, Roma. El nuevo, Mons. Daucourt, no teme decir que estamos fuera de la Iglesia. Otros obispos dicen lo mismo. Pero si se les pregunta por qué, no contestan [...].

– El Padre de Nantes debería de ver todo en la perspectiva de un hijo fiel de la Iglesia.

– ¡Es precisamente el caso! Si no, hace mucho que se hubiera ido. Mas persevera, obstinándose a pedir justicia. Y es el objeto de mi diligencia ante usted.”

Silencio. Y aquí viene la impresionante confesión:

Si hacemos lo que nos piden, eso quiere decir que todo esto tiene un fundus veritatis, un fondo de verdad. Si empezáramos a examinar, eso ya quisiera decir que tienen razón. No podemos hacerlo. Todo el magisterio postconciliar explicó Vaticano II. El Padre de Nantes debe abrir su espíritu a todas las novedades. Él mismo debe volverse el Santo Oficio hacia sí mismo. Y si no están declarados formalmente heréticos, tienen que buscar a entender por qué no les contestamos, ver en la globalidad de la Iglesia la respuesta a su contestación. ¡En vez de quedarse bloqueados en sus posiciones como unos mamuts!

– Se burla, Monseñor, pero no le está contestando a mi pregunta: ¿podemos esperar que tome un término la prevaricación de los pastores de la Iglesia?

– Muestren primero que son unos hijos obedientes. Después, veremos.”

¡Precisamente! Bajo el balón, y vuelvo al objeto preciso de mi visita:

“La situación es grave, Monseñor. El Padre de Nantes se preocupa menos de él, de nosotros, que de la Iglesia, del Santo Padre. Este catecismo es un escándalo que hiere a toda la Iglesia; ¡la Iglesia que acoge favorablemente un catecismo herético! Y el Padre de Nantes ve bien que la situación no tiene salida ya que, desde un punto de vista dogmático, teológico, tiene razón. Pero ve también que el Santo Oficio no puede darle razón contra el Papa. Es imposible. Entonces me encargó que transmitiera una especie de proposición a la Santa Sede.”

Con estas palabras, Mons. Sandri cambia su expresión. Pone una cara grave, coge una hoja de papel y apunta.

“1. La Santa Sede podría abrir el proceso introducido por la acusación del Padre de Nantes, con un decreto oficial, público, anunciando el examen del catecismo por la Congregación por la doctrina de la fe.

“2. En la espera de las conclusiones de este examen, quedaría 'suspendida' la cesación que sanciona al Padre de Nantes y pesa sobre él injustamente desde hace veintisiete años, permitiéndole al Padre Laurentin decir que está excomulgado, a nuestro obispo de Troyes, Gérard Daucourt, que estamos fuera de la Iglesia...”

¿Cuántos son?

– Veintisiete religiosos repartidos entre Francia y Canadá; mismo número de religiosas[41]. Y una orden tercera, a la cual pertenece mi compañero aquí presente.

– ¡Pusillus grex!

Eso dicho con una sonrisa de condescendencia. Es una citación evangélica: “No temas pequeño rebaño, porque a su Padre Celetial le agradó darles el reino.” ¡Palabra del Señor!

Dicho esto, Mons. Sandri preguntó dónde el padre de Nantes había celebrado Misa en Roma, el 13 de mayo:

“¡En ningún lado, ya que la autoridad superior no había dado la autorización! Asistió con nosotros a la misa de mediodía y comulgó como un simple fiel. Tal es la obediencia del Padre de Nantes, Monseñor. Y es sobre todo su preocupación de la Iglesia. Su preocupación no es por el hecho de ser sancionado injustamente, sino de ver un catecismo herético impuesto a toda la Iglesia. Habrá que examinar este litigio. Y lo que les propone, es declarar que se abrió el examen. Entonces se considerará como descargado y su estatuto en la Iglesia volverá por ello a ser normal. Y de la misma manera su defensa de la fe católica para el mejor servicio de las almas. Si el Santo Oficio examina este asunto, él mismo se ocupará de los suyos, de nosotros, de sus comunidades vueltas a su vocación misionera por la anulación de la cesación que pesa injustamente sobre nuestro Padre fundador y superior. Su idea es que las cosas podrían avanzar así en plena libertad de espíritu, al servicio único de la Verdad divina, sin que la Santa Sede tome en cuenta las partes empeñadas en esta controversia.

“Nuestro Padre, el Padre de Nantes, no reclama ninguna atención particular, ni recompensa ni felicitaciones, por no haber hecho en todo esto más que su deber de 'siervo inútil'...Servi inutiles sumus, ¡Monseñor! Este plazo permitiría preparar una nueva edición del catecismo, revisada y corregida de todos sus errores, sin perder la compostura, sin ni siquiera darle públicamente razón al Padre de Nantes. Esto es lo que él mismo les propone. 

– Lo transmitiré. Lo que le piden, eso sólo es oficial. El resto es una conversación personal.”

La entrevista había acabado. Había durado una hora y media. Acompañándonos hasta el elevador, Mons. Sandri nos dijo esto: “Prefiero estar equivocado con el Papa que tener razón contra él.”

Es el gran argumento de los conformistas como de los buenos aggiornados, contra nosotros. Sin ver lo que esta regla de conducta tiene de insultante...¡para el Papa! “¿¡porque cómo decir que se está 'con el Papa' pensando estar equivocado en lo que él dice tener razón?!” preguntaba nuestro Padre.

“Pongamos las cosas en serio. Lo importante no es estar con el Papa. Estar con el Papa no tiene otra razón sino la estar así, por él, con Jesucristo. Estar contra el Papa nunca tendría alguna otra razón concebible sino la de permanecer con Jesucristo, si llegará a separarse de él, ¡de lo que Dios nos guarde! Y de ya no vivir sino en la preocupación de semejante situación, en las angustias de semejante contradicción.

“Lo único que importa, soberanamente, para las almas místicas, es estar con Jesucristo. Por la gloria del Padre, por amor a este Esposo y Rey lleno de majestad, por la íntima exultación del Espíritu Santo en nosotros, aras y promesa de Vida eterna [...]. Una vida mística tan elevada, tan desencarnada que nada lo preocupa, nada lo conmueve y hiere, nada podría insurjirlo, deja de ser verdadera [...]. ¡Porque cae bajo el sentido que no puede haber unión espiritual verdadera al Dios tres veces Santo en el celo ardiente, exclusivo, nupcial de la única y casta verdad católica! Sin el horror de toda herejía como de todo cisma. Me dan lástima todos esos palomares místicos vueltos, bajo la obligación de la obediencia a todo nueva moda de la Iglesia conciliar, unos sepulcros bien pintados...[42]

¡Qué Dios nos libre de ello! Como siempre libró a nuestro Padre cuya polémica no tenía otro apoyo ¡sino el ardor de su vida mística y de la cual era el fruto!

LA ESPADA DE LA VERDAD Y EL ESCUDO DEL DERECHO.

Por cuarta vez, 1968, 1973, 1983 y de nuevo en 1993, la autoridad se escapaba, contraviniendo a las disposiciones del derecho canónico, según las cuales: “Por razón del primado del Romano Pontífice, cualquier fiel puede llevar o introducir ante la Santa Sede una causa, tanto contenciosa como penal, en cualquier instancia del juicio y cualquiera que sea el estado en el que se encuentre el litigio.” (canon 1417§1)

Los tres Libros de acusación obedecen muy precisamente al canon 1502: “Quien desea demandar a alguien, debe presentar un escrito al juez competente en el que se indique el objeto de la controversia y pida el ministerio del juez.”

Entonces ¿a qué se debe que no hayamos conseguido ninguna respuesta? Se los voy a decir; es muy sencillo: “Si en el plazo de un mes desde que se presentó el escrito de demanda el juez no emite decreto admitiéndolo o rechazándolo de acuerdo con el canon 1505, la parte interesada puede instar al juez a que cumpla su obligación; y si, a pesar de todo, el juez guarda silencio, pasados inútilmente diez días desde la presentación de la instancia, el escrito de demanda se considera admitido.”

Mejor dicho: 'El que calla otorga'...El silencio de Roma es extraordinariamente elocuente. Prueba que la fe católica no ha sido modificada, alterada, corrompida en el alma virginal de la Iglesia: “Lo atesta este Libelo de acusación que permanece en los archivos del palacio del Santo Oficio, y en los corazones atormentados de los que esperaban cambiar la fe católica cambiando el catecismo de los siglos en un nuevo Catecismo de la Iglesia católica.”

En guisa de conclusión, nuestro Padre tuvo a pecho en solidarizarse con los autores de este pretendido catecismo, a fin de marcar bien su horror al cisma, que no tiene semejanza sino en su vehemente reprobación de la herejía:

“Nos hemos apartado en nuestras ilusiones, Santísimo Padre, nos hemos perdido en nuestra gnosis y enorgullecido de haber soñado con un designio de gracia más maravilloso ¡que el de Dios mismo! Hemos echado de vuelta al género humano bajo el yugo del Mentiroso, del Satanás de los orígenes. Hoy, creemos triunfar por nuestro falso Evangelio. ¡Ah! ¡Arrepintámonos, prediquemos las justas vías de la salvación! Nunca será demasiado tarde para reparar nuestros errores y nuestras extravagancias.

“Por el Corazón Inmaculado de la Virgen María, el Sagrado Corazón se dejará conmover y nuestro mundo, humildemente sediento de Vida, de Verdad, de Amor, encontrará o volverá al camino de la Iglesia, el camino de Roma que es el del Reino de los Cielos en este mundo y en el otro.

“Soy de Su Santidad el humilde servidor.”

Nuestro muy amado Padre Celestial aceptó la palabra de su servidor que se ofrecía así como víctima de expiación.


[1] Louis Dieudonné: Nombre que se le dio al hijo de Luis XIII y Ana de Austria, el futuro Luis XIV. Esto se debe a la intervención que tuvo el Cielo en el nacimiento de éste último, ya que la Reina había tenido varios mal partos, no pudiendo darle un heredero a la Corona de Francia. Después de 22 años de ardientes súplicas de la Reina, la Virgen María le mostró a un hermano converso agustino, el infante que el Cielo le iba a dar al Reino de Francia, tras las ardientes súplicas de la Reina.

[2] Predicación para la fiesta del Sagrado Corazón en la maison Saint-Joseph, 2 de junio de 1989.

[3] CRC no 255, junio-julio de 1989, p. 34.

[4] El Almirante blanco, de Vladimir Maximov (New York, 1986; chez Olivier Orban, Paris 1989). Nuestro Padre hizo una larga recensión de esta obra en la CRC no 256, agosto-septiembre de 1989, p. 1‑11.

[5] Sermón del 13 de mayo de 1990, para la fiesta de Santa Juana de Arco.

[6] CRC no 256, agosto-septiembre de 1989, p. 11.

[7] Lettre à la phalange no 25 del 18 de septiembre de 1989.

[8] Esbozo de una mística trinitaria (S 103), quinta conferencia: Le paraíso del claustro.

[9] Lettre à la phalange no 25 bis, del 24 de septiembre de 1989.

[10] Lettre à la phalange no 49 del 8 de diciembre de 1994.

[11] Verdadera y falsa mística ”, 1990-1991 (ec 29 / a 53-64)

[12] La guerra fue declarada el 17 de enero de 1991, y un contingente francés fue alistado en el conflicto. Cf. CRC no 270, enero de 1991, p. 1-2.

[13] Sermón del 2 de enero de1991.

[14] Lettre à la phalange, no 37, del 1o de enero de1992.

[15] CRC no 278, diciembre de 1991, p. 32.

[16] CRC no 259, diciembre de 1989, p. 11.

[17] CRC nos 257-260, octubre-noviembre-diciembre de 1989 y enero de 1990.

[18] “Según nuestra modesta opinión esa fecha –6 de mayo de 589– es una de las más importantes de la historia de España, debido a una especialísima circunstancia. A partir de esa fecha, España se declara católica oficialmente. Ese día obtuvo su acta de bautismo. Desde entonces el pueblo español nunca jamás apostatará la verdadera Fe; y no solamente se mantendrá fiel a  ella, sino que –con singular bravura– a brazo partido la defenderá como su mayor tesoro.” La Cruzada que forjó una Patria, Nemesio Rodríguez Lois, editorial Tradición, México.

[19] “Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes.” El Sagrado Corazón de Jesús al beato Bernardo de Hoyos (14 de mayo de 1733). El poder de los débiles, Padre Máximo Pérez S.J.

[20] CRC no 259, diciembre de 1989, p. 12.

[21] CRC no 248, noviembre de 1988, p. 1.

[22] CRC no 272, abril de 1991, p. 3.

[23] Ibíd. p. 21.

[24] CRC no 274, junio de 1991, p. 14.

[25] CRC no 273, mayo de 1991, p. 6.

[26] ¡Al menos, nuestro Padre lo pensaba, en aquel entonces!

[27] Ibíd. p. 8-12.

[28] Ibíd. p. 14.

[29] CRC no 274, junio de 1991, p. 14.

[30] CRC no 282, mayo de 1992, p. 23.

[31] Lettre à la phalange no 39 del 6 de julio de1992.

[32] Lettre à la phalange no 41 del 17 de noviembre 1992.

[33] CRC no 287, diciembre de 1992, p. 2-3.

[34] CRC no 291, abril de 1993, p. 6. Cf. Liber III.

[35] Cf. CRC no 292, mayo de 1993, p. 26.

[36] CRC no 291, abril de 1993, p. 2.

[37] Lettre à la phalange, no 45, del 26 de junio de 1993.

[38] CRC no 290, marzo de 1993, p. 3.

[39] El relato de esta audiencia ha sido publicada en la CRC no 295, octubre de 1993, p. 5-11.

[40] CRC no 291, abril de 1993, p. 5.

[41] hoy, en el 2012, su número se eleva a ciento tres hermanos y hermanas.

[42] CRC no 240, febrero de 1988, p. 8-9.