Georges de Nantes.
Doctor místico de la fe católica

21. ¡FUEGO EN LA CASA DE DIOS!
(1978-1983)

AL día siguiente de la trágica muerte de Juan Pablo I, el padre de Nantes esperaba que los cardenales reunidos en conclave renovarían la buena elección hecha en el mes de agosto. Sin embargo la orientación tradicional que el ‘Papa de la sonrisa’ le había impreso al papazgo en el espacio de un mes había alarmado a más de uno, y la posibilidad de una reacción anticonciliar espantó. Hubo discusiones. El cardenal Wojtyla, arzobispo de Cracovia, se sabía papabile. El personaje era conocido en Roma desde que había predicado en el Vaticano, en 1976, ante Pablo VI, un retiro intitulado ‘La señal impugnada’. Viniendo del bloque del Este, católico polaco, gran viajador, trabajador asiduo, atlético, poliglota, cuando Karol Wojtyla fue elegido en la tarde del 16 de octubre de 1978 y tomó el nombre de Juan Pablo II, todos los Padres del conclave se declararon satisfechos, “pero cada uno por sus propias razones que ya no eran las mismas en todos”[1].

Tres días después de la elección, el Padre de Nantes reservaba prudentemente su juicio, durante la Mutualidad del 19 de octubre, emitiendo dos hipótesis:

“O Juan Pablo II se lanzará en la línea de Pablo VI y de su humanismo Masdu. Será la aventura embriagante, la estabilización de la revolución intelectual.

“O Juan Pablo II restaurará la fe dogmática y la gran disciplina moral. Será la pugna de intereses.”

¿Juan Pablo II acaso es “un Pío IX sin saberlo”, se preguntaba nuestro Padre? Al estudiar la vida compleja del nuevo papa, subrayó de entrada las divergencias profundas que lo distinguían del cardenal Wyszinski, arzobispo de Gniezno y Varsovia, quien, en 1950, para evitar lo peor, había firmado un acuerdo con el gobierno comunista de Bierut, estableciendo un modus vivendi entre la Iglesia y el Estado. Con la fuerza que le  daba este acuerdo, el Primado de Polonia combatía desde entonces “en el único terreno de las reivindicaciones religiosas, y no humanistas, católicas y no revolucionarias, dejándole así al Estado comunista polaco su legitimidad, su soberanía”. Al contrario, para Karol Wojtyla, joven cardenal intelectual, moderno, invocando el absoluto incendiario de los derechos humanos, lo que más importaba, era “la insurrección por la Libertad, tan tradicional en la cara Polonia romántica”; sin embargo, sabía que “la sanción de esta heroica pero loca revolución sería la invasión soviética y nuevos Katyns[2], el aniquilamiento de la nación polaca, el genocidio bajo la mirada inerte del Occidente”[3].

EL PAPA DE LOS DERECHOS HUMANOS.

Sobre este punto, como varios otros, la personalidad del papa Wojtyla representaba un peligro. El Padre de Nantes, que todavía quería creer en la fe profunda del Papa polaco, temía las consecuencias de su política insensata que hacía el juego del comunismo internacional. Bajo el título ‘La ilusión polaca’, comentó el primer viaje triunfal de Juan Pablo II a través su país natal, en junio de 1979:

“Desde hace ocho meses, es 1830 [fecha del levantamiento de Polonia contra la Rusia Csarista] que no me deja en paz y, entre cien objetos de reflexiones, lo que me parece más importante, más urgente que señalar y comentar, es el hecho que las agujas del reloj católico acaban de retrogradar, ¡sí, sí! para sonar 1830 y hacernos revivir la hora de la Libertad, de sus gloriosas insurrecciones, de la embriaguez de sus fraternidades futuras. En aquel entonces se soñó locamente de ello, hoy se sueña mucho de ello, demasiado en la Iglesia de Juan Pablo II, papa polaco, papa de los derechos humanos.[4]

En enero de ese mismo año, nuestro Padre había publicado una crítica completa de la filosofía política subtendiendo la ‘Declaración universal de los derechos humanos’, de la cual se acaba de celebrar el treinta aniversario.

Denunciaba su carácter revolucionario e impío, opuesto al ‘Syllabus’, Carta Magna de la Cristiandad de antaño, en la que “el fondo de la comunidad humana consistía en la sumisión a la Voluntad de Dios hablándole a los hombres con sus mandamientos y dándoles a conocer a cada uno lo que quería más precisamente para él, en felicidad y penas, por los eventos. Y Dios era un Padre, temido pero al que se le rezaba y se le amaba. De esta religión corrían el amor y el servicio al prójimo, en la comunidad humana que nos había dado la vida, la educación, los bienes del cuerpo y del espíritu, sobre todo la verdadera religión. Y el individuo aprendía ahí el respeto a los mayores, la sumisión a las autoridades, a todos aquellos que, perpetuamente, según su función, administraban el bien común y, salga lo que salga, distribuían a cada uno los deberes y los derechos, los beneficios de la civilización y sus servicios, sus exigencias hasta el sacrificio supremo [...].

“El contrario de esta Carta Magna de la Cristiandad que, por un acuerdo tácito, los cristianos ya no aceptan, es la Declaración universal de los derechos humanos, doblado, triplicado ahora con la Declaración de los derechos de la mujer y con la Declaración de los derechos del niño. Esta fe en el Hombre, esta defensa de sus derechos y ante todo que nada de su libertad, y sobre todo de su libertad religiosa, y de su libertad política, económica, familiar; esta terquedad de querer arreglar todas las cuestiones humanas, todas las relaciones, todos los intercambios sociales, a partir del individuo y de su derecho, sus derechos, es un principio primero, es una fe, un sentimiento, una voluntad absolutamente nuevos en el mundo y, en la tradición universal, una revolución sin precedente. Esto es tan profundo, tan radical, tan en ruptura con nuestra religión, nuestras costumbres, nuestra cultura milenaria que vale la pena preguntarse qué Espíritu ha inspirado, ¡este culto del Hombre![5]

A pesar del empeño del Papa polaco en favor de los derechos humanos, conjugándose en él con un perjudicial liberalismo en su manera de gobernar, nuestro Padre no obstante quería seguir creyendo en un levantar de la Iglesia, fruto del sacrificio de Juan Pablo I: “seguiremos esto in vitro, como a través de un vidrio, en plena claridad, sin empaño, pero con la oración y la esperanza, ayudando lo mejor posible a nuestro Santo Padre el Papa.[6]

LA CONSOLIDACIÓN DEL HUMANISMO CONCILIAR.

“La santa angustia resentida por la Iglesia, por nuestras patrias de la cual depende totalmente la salvación, la sentí por primera vez el 11 de octubre de 1962, con el discurso de apertura del Concilio [...]. La segunda vez, el 6 de agosto de 1964, fue con la encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI [...]. La tercera vez que esta sacra angustia, agravada con una inmensa decepción, debía cogerme, híjole, fue ayer, el 15 de marzo de 1979, con la publicación de la encíclica inaugural, Redemptor hominis, de nuestro muy amado, muy admirado y estimado papa Juan Pablo II.[7]

En efecto, la expectativa tomaba un término: “Con una inmensa pena, nos enteramos que con su encíclica ‘Redemptor hominis’ Su Santidad Juan Pablo II reivindica la herencia de Pablo VI y hace suyos su culto del hombre, su fe en el hombre, su exaltación de la dignidad del hombre y la reivindicación de sus derechos, causas manifiestas de la decadencia de la Iglesia y de la maldición divina sobre el mundo.”

¿Qué hacer? “¿Callarme, pero siguiendo pensando lo mismo, y escribir sobre otros temas? ¿Alinearme sobre la encíclica, según la teoría desarrollada en los manuales, con una ‘sumisión interior y respetuosa’, al precio de una verdadera renuncia intelectual y moral, y entonces dejar de escribir y hablar? ¿o decir y publicar las razones ciertas de mi angustia, que, con este golpe presentido y temido, rebasa todo lo que he sentido hasta la fecha? Escogí este último partido como el más leal, el más justo y el más caritativo [...]. Es nuestro combate de Contra Reforma católica que prosigue, en la angustia mas con la esperanza.[8]

“No somos nosotros quienes llevamos al Señor Jesús nuestro Rey, confiaba nuestro Padre el 25 de marzo, día de la Anunciación, es él quien nos lleva y por caminos que a veces no hubiéramos querido tomar [...]. Su llamado, ‘Ven y sígueme’, no sufre ni retraso ni mirada atrás, ni que continuemos lo que hacíamos, sino renuncia, nueva marcha hacia la aventura o más bien hacía penas nuevas y calvarios nuevos .[9]

A partir del mes de abril, nuestro Padre suprimía del faldón del mensual la segunda parte de su título: ‘El Renacimiento católico’, agregada al día siguiente de la elección de Juan Pablo I. Este Renacimiento tan deseado, católico en sus fundamentos, realista y comunitario en sus consecuencias, dejado a la hora de Dios, era no obstante el tema de las conferencias en la Mutualidad de aquel año 1979, y será condensado en ‘un librito rojo’, Los 150 Puntos de la Falange, que nuestro Padre tuvo la alegría de distribuir a nuestros amigos reunidos en Congreso el 30 de septiembre de 1979, bajo el patronato de Santa Teresita del Niño Jesús: “Al final de la Misa Mayor, se me ocurrió la idea de distribuirlos yo mismo, ahí, aún revestido con los ornamentos sacerdotales, y fue como una procesión y parecía que daba esos 150 Puntos como el padre de familia le da el pan a sus hijos.[10]

En la encíclica inaugural de Juan Pablo II, primera de una larga serie, el Padre de Nantes no fue el único en distinguir dos discursos enredados, formando como dos encíclicas diferentes, una católica versando sobre la redención del género humano, la otra humanista, versando sobre el servicio y el culto del hombre, según la insoportable diplopía que afectaba el pensamiento del Papa. Pero nadie tuvo como él la lucidez y el valor de denunciar el principio “el pasaje del cristianismo al humanismo universal, la coyuntura del culto de Dios y del Dios hecho hombre, al culto del hombre, del hombre  que se hace Dios:

“ ‘Cristo es el Hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado.' Aquí todavía estamos en la pura fe católica, y la más firme, la que cuenta con el pecado original. 'Porque en él la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a una dignidad sin igual.' Ahí está, todo está dicho, ¡henos aquí superiores a todo! 'El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido en cierto modo con todo hombre.' ¿Ontológicamente, físicamente, moralmente, virtualmente? Nadie nos lo dice. Es un texto de Gaudium et Spes (22,2). Hace la unión entre Dios y el hombre; diviniza impunemente al hombre de un jalón, echando de sobra la Cruz de Cristo, la Iglesia, la fe, el bautismo, la Cristiandad. Todo hombre 'ha sido elevado a una dignidad sin igual', ¡entonces más alto que todo![11]

De corrida, el Padre Jorge de Nantes llevaba su crítica decisiva contra uno de los elementos esenciales de la doctrina de Juan Pablo II, punto de anclaje de su culto del hombre, herencia calamitosa de Pablo VI, con la cual quería imponer el peso de muerto a la Iglesia. “El camino de la Iglesia, es el hombre”, proclamaba por doquier el Papa. ¡Monstruosa inversión! protestaba vigorosamente el Padre de Nantes: “El camino del hombre hacia Dios, es Cristo e, igualmente, la Iglesia.” Formuló pues, en contra de un concierto universal de alabanzas, un nuevo y valeroso ‘Non possumus.’

El año siguiente, el 30 de noviembre de 1980, Juan Pablo II publicaba una nueva encíclica: ‘Dives in misericordia’, en la cual se entregaba a una “variación hegeliana sobre el tema evangélico del regreso del hijo pródigo”, éste volviéndose el símbolo del hombre de todos los tiempos, que aspira a la igualdad con su padre. Porque la Misericordia ya no es más que el reconocimiento, por Dios, ¡de la dignidad y de los derechos del hombre!

Por su propia reflexión, Juan Pablo II se creía investido de la misión de resolver “una cierta antinomia que deja pendiente la gran idea de Vaticano II: demostrar que el nuevo antropocentrismo de la Iglesia es una formulación fiel, pero más rica y más conmovedora, del antiguo teocentrismo. El Hijo de Dios volviéndose hombre, todo hombre por ello se vuelve Dios… 'de cierta manera', 'unido' a Él. Admiración universal de las medias, pero papel mojado.[12]

SEMBRADOR DE REVOLUCIÓN.

Consecuencias prácticas: el Papa despierta el espíritu de resistencia y de liberación en Polonia, y después en el mundo entero, por todos lados en donde hay oprimidos, explotados, pobres. Toda lucha liberadora, toda subversión le son fraternales. Es así que, junto con las organizaciones internacionales, el Papa toma la defensa del ‘hombre’ contra las dictaduras dichas de seguridad nacional, contra los regímenes antidemocráticos, antiparlamentarios y entonces necesariamente anticomunistas, presentados a la opinión mundial como corrompidos e insoportables. Asesta particularmente el del presidente Marcos en Filipinas, el del general Pinochet en Chile.

Los derechos humanos volviéndose el tema obsesionante de todos sus discursos, es en defensa suya que Juan Pablo II vino a Francia a visitar el Unesco en 1980 e hizo esta impactante declaración:

 “La dimensión fundamental que es capaz de remover desde sus cimientos los sistemas que estructuran el conjunto de la humanidad y de liberar a la existencia humana, individual y colectiva, de las amenazas que pesan sobre ella. Esta dimensión fundamental es el hombre, el hombre integralmente considerado, el hombre que vive al mismo tiempo en la esfera de los valores materiales y en la de los espirituales. El respeto de los derechos inalienables de la persona humana es el fundamento de todo.

Este hombre es único, completo e indivisible… en el campo de la cultura, el hombre es siempre el hecho primero: el hombre es el hecho primordial y fundamental de la cultura... Teniendo presentes todas las culturas, quiero decir en voz alta aquí, en París, en la sede de la UNESCO, con respeto y admiración: '¡He aquí al hombre!'[13]

Palabra blasfematoria, transpuesta de la Persona divina de Jesús, presentado flagelado y coronado de espinas por Pilato a la muchedumbre, a todo hombre sin importar su religión y sus disposiciones interiores. Este discurso insensato permaneció “el documento más característico de esta extraña época, escribe el Padre de Nantes, en la que el jefe de la Iglesia ve como un gran honor exponerle a los masones su propia doctrina y se declara el más convencido de los que adhieren a ella y el defensor más celoso. Correlativamente la fe católica se esfuma. Toda la preocupación de la salvación de las almas desaparece; ya no es necesaria la fe católica para la salvación eterna, ya no sirve de nada. Juan Pablo II nunca se preocupa por tantas almas que se pierden, por su ateísmo o apostasía, herejía, cisma, adhesión a sectas impías. Toda su ocupación está en llamar a la humanidad al desarrollo e igualación del bien estar, de la cultura y de la libertad. Esta lenta deriva hacia un cristianismo seglar, hacia un humanismo profano, produce la erosión de la fe en el clero y en el pueblo cristiano.[14]

El atentado del cual fue víctima Juan Pablo II, el 13 de mayo de 1981, plaza San Pedro, hubiera podido, hubiera debido parar esta apostasía. Al contrario llevó la popularidad del Papa a su cumbre.

Sin embargo era una señal, ¡un 13 de mayo! querida por la Reina del Santísimo Rosario “para traer de vuelta al Pastor de las ovejas a la obediencia de las voluntades divinas dichas en Fátima y tantas veces repetidas. Recemos, ya que esta señal está llena de esperanza, ¡y tan bien atinada! Es por el Papa que la Iglesia conocerá el Secreto de los secretos que disipará veinte años de impostura.[15]

“Dios quiere...”

Mientras que nuestro Padre proseguía valerosamente su combate por la Iglesia, contra la apostasía, nuestra Madre Inmaculada iba a fortificarlo con una esperanza invencible. En efecto, habiendo predicado un retiro en Josselin, los 30 y 31 de mayo de 1981, cuyo tema era 'Todo sobre Fátima', nuestro Padre recibió ahí gracias tan profundas que fueron, hasta el final de su vida, su luz en la tinieblas que no dejaban de  condensarse.

Volviendo a estudiar uno por uno todos los documentos y testimonios conocidos en aquel entonces, nuestro Padre estudió las revelaciones y el mensaje de Nuestra Señora, en Fátima, y entendió toda su ortodromía divina. Ahora que hemos entrado en los “últimos tiempos” y que se está viviendo el último combate de Satanás contra la Inmaculada, el Buen Dios ya no tiene sino una voluntad: la glorificación del Corazón de su Santísima Madre. Dios quiere que entendamos que Él arde con un amor soberano por la Virgen María y que ahora quiere ponerla ante todo. ¡Es por eso que quiere “establecer en el mundo la devoción a ese Corazón” tan tierno y amoroso! Quiere y lo hará, porque la salvación no llegará sino por ese medio. Por la devoción al Corazón Inmaculado de María los pecadores se convertirán y evitarán así el infierno eterno; el mundo conocerá “un cierto tiempo de paz”, si el Papa se digna a consagrar Rusia al Corazón Inmaculado, con los obispos del mundo entero, y entonces las persecuciones contra la Iglesia pararán. ¡“Al final”, el Corazón Inmaculado de María triunfará!

Este retiro procuró “una alegría intensa, una extraordinaria consolación, un amor vivo a la Virgen en todos los corazones”[16]. En efecto esta ardiente devoción penetró en el corazón de nuestro Padre y, desde entonces, se desarrollará hasta ocupar todo el lugar, como lo veremos. Este retiro verdaderamente fue un nuevo giro en nuestra vida de comunidad, como nuestro Padre lo notaba en la Liga intitulada 'Bajo la señal de Fátima': “Estos dos días marcan una etapa en la vida espiritual y el combate de nuestra Liga. Ya sabemos bastante para no temer más [...]. ¡Andando pues porque la salvación prometida, la veremos![17]

Esta certeza nunca más abandonó a nuestro Padre. Sin esperar, le encargó a uno de nuestros hermanos que volviera a tomar sus conferencias, apoyándolas con los documentos más serios y que hiciera con ello un libro. Pero la materia se reveló tan abundante que actualmente llena tres volúmenes bajo el título: 'Toda la verdad sobre Fátima'.

Desde ese retiro, el estudio del mensaje de Fátima se volvió central en la comunidad, siempre dirigida, guiada por nuestro Padre. Así, ante los peligros del momento, había organizado en marzo de 1981, en la Mutualidad, una gran jornada de oración, conferencias y amistad,  a fin que con nuestras preces conjuráramos las terribles amenazas que Rusia hacía pesar sobre Europa, para 'EL Plazo del 83'. Nuestro Padre  repitió esas reuniones fervientes en 1982 y 1983, seguro “que seríamos escuchados por el Dios de las misericordias, y que lo seríamos más allá de nuestras esperanzas, con milagros y signos que dejarían atónita a la tierra y la devolverían a Jesús, nuestro Cristo Rey, por el Corazón Inmaculado de María, su Madre Divina y la nuestra, según las promesas de Fátima”[18].

Fuimos salvados, en efecto, Rusia había sido víctima en 1984 de sorprendentes catástrofes que la obligaron a abandonar sus proyectos de invasión de Europa. ¡Desafortunadamente, nuestros países a pesar de ello no volvieron a Jesús y María!

EL REMEDIO AL CULTO DEL HOMBRE.

El Padre de Nantes estaba tanto mejor armado para denunciar el 'culto del hombre' del papa Juan Pablo II, su racionalismo filosófico y su solipsismo generalizado, cuanto podía oponer, “ ¡no una mística en lugar del resto! ¡no tan rápido!  mas una metafísica total, es decir que la inteligencia pura, accesible a todos, antes que la fe, está ya colmada con el misterio de Yo soy, de donde sale a chorros el ser y el amor, y eso antes de conocer su nombre de Esposo, ¡Jesús!”

Expuso magistralmente los principios de esta metafísica total en sus conferencias mensuales de la Mutualidad, en París, a lo largo del año 1981-1982, antes de mostrar el perfecto acuerdo de cada capítulo de esta ‘transfísica de las relaciones' con los artículos del Credo católico[19].

Estamos constituidos, explicaba nuestro Padre, completamente y a títulos múltiples, relacionales. Nacimos de relaciones a nuestros padres, vivimos en relaciones con nuestros contemporáneos, nos imaginamos un porvenir para nuestros sucesores y nuestros descendientes.

¡Ah! ¡Con esto ya qué liberación para la caridad y el servicio de la comunidad, de la Iglesia, de la patria!

“Esta adquisición nueva es, en este siglo, capital. Se trata de demostrarle al hombre que Él no es el centro del universo ni su término, que él mismo no es su propio fin. Sino que es criatura de Yo soy, llamada por él a realizarse y salvarse al formar cuerpo con sus hermanos humanos, al hacer cuerpo con Cristo, ¡a la alabanza de la gloria de Dios! Moral y mística salen de ahí diferentes, contrarias. Ayer, grande era el riesgo de considerar que todo era debido al Hombre absoluto; hoy sabemos que el bien, la belleza, la gloria del hombre relacional consisten en el servicio de los demás, el amor, la convivialidad, la unión en un sólo Cuerpo, en la docilidad alegre a Dios que lleva todo a la plenitud universal.[20]

Esta metafísica relacional y sus prolongaciones en todos los sectores hacían la admiración del Padre Hamon, su amigo eudista: “Tengo en mente que sus Opera omnia, equivaliendo a una verdadera 'patrología', constituirán la Summa theológica de la nueva era, en la Iglesia.[21]

¡Desgraciadamente! pocos espíritus lo admitían en la Iglesia. Pero a John Haffert que le hacía notar a sor María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado, en julio de 1981, que “parece hoy no tengamos grandes hombres como Pío X, San Benito y San Gregorio Magno”, la mensajera de Nuestra Señora le contestaba: “Tenemos grandes hombres, pero no son reconocidos.” No podía decir mejor...

FUNDACIÓN EN CANADÁ

En junio de 1982, el Padre de Nantes envió a dos hermanos de la comunidad, fray Pedro y fray Hugo, a fundar una casa misionera en Canadá.

En 1982, nuestro Padre decidió enviar dos hermanos a Quebéc, a San Gerardo des Laurentides, en la diócesis de Trois-Rivière, para ahí ejercer “su apostolado de monjes misioneros en réplica a la que tratamos de hacer aquí.[22]” Así, el 17 de junio, fray Pedro de la Transfiguración y fray Hugo de Cristo Rey, cantaban las primeras vísperas de la fiesta del Sagrado Corazón, en su humilde casita, lo que quedaba de una antigua granja. A esta fundación, realizada en una relación leal con el obispo, nuestro Padre le asignó por vocación edificar “un dique en la tormenta actual. Los que querrán, encontrarán ahí un abrigo.[23]

Su 'misión' era traer de vuelta a los Canadienses a su tradición directamente contestada y negada por sus jefes como por las masas, y facilitarles el acceso a los tesoros de nuestra 'escuela de pensar', uniéndose al cuadro parroquial. Lo lograron magníficamente, testimoniando así nuestro apego a la Iglesia y nuestro horror al cisma. Al acoger a unos postulantes, nuestro Padre dirá: “Estamos madurando las formas monásticas  y las formas apostólicas y misioneras del próximo siglo.” (16 de octubre de 1982)

Treinta años después, las dos comunidades están bien implantadas en Nueva Francia, y nuestras casas son “como dos vitrinas de los que Papá-Dios hará por la Iglesia cuando ésta volverá a las devociones de los Sagrados Corazones de Jesús y de María”.

UNA INFAME EXCLUSIÓN.

Poco tiempo después de la elección de Juan Pablo II, el Padre de Nantes supo de la secretaría de Estado que se deseaba en Roma ver llegar a término la diligencia emprendida en 1978 ante el cardenal Marty y Mons. Etchegaray en vista de una reconciliación con las autoridades romanas[24], diligencia interrumpida por la muerte de Juan Pablo I.

Nuestro Padre volvió a tomar contacto con sus intermediarios franceses, ofreciéndoles la opción entre dos formas de proceder: ya sea que la Congregación por la doctrina de la fe le comunicará el conjunto de los enunciados dogmáticos y de las decisiones disciplinarias a las cuales debía suscribir; ya sea que él mismo redactará los puntos que contestaba y sobre los cuales pedía un juicio doctrinal.

Los meses pasaron, y como no llegaba ninguna respuesta de Roma, nuestro Padre se dirigió de nuevo, en octubre de 1979, al Sumo Pontífice para suplicarle que le dijera “cuales son exactamente las condiciones que hay que cumplir para ser miembro de la Iglesia católica romana 'completamente', o entonces cuales son las faltas que excluyen de ella”.

Pero Roma se callaba. Un mes más tarde, nuestro Padre quiso aún manifestar su confianza dirigiéndose, a nombre de los entre mil y quinientos católicos participando a la reunión de la Liga en la Mutualidad, un Mensaje al Santo Padre, confiándole su “reserva recelosa ante su liberalismo político, su ecumenismo religioso, su culto del hombre natural”. Esta vez, los servicios de la Curia recusaron transmitir el mensaje a su augusto destinatario. El hilo de las discusiones se había roto. El Padre de Nantes se lo advirtió a sus lectores en junio de 1980:

“Se recobró el contacto a iniciativa mía en 1978. Y después, ya nada. Roma ya no contesta. 'Bueno, ¿Roma?' No, la linea está cortada. Ya no existo para Roma. Pero para nosotros Roma existe exactamente como antes. Mis cartas, nuestros mensajes de la Mutualidad llegan a Roma, al Papa, pero nada vuelve de allá. Se le habla de la CRC al nuncio. Los mira  con una cara fría y pasa.[25]

FÚTILES PRETEXTOS.

Sin embargo, en mayo de 1981, ¡el 13 de mayo! la secretaría de Estado respondió de manera muy oficial a un correspondiente particular:

En lo que concierne al Padre Jorge de Nantes, la secretaría de Estado le recuerda que su situación actual no es solamente debida a un simple malentendido con su obispo, como parece usted creerlo, sino más bien a errores teológicos graves.

para el Asesor, Mons A. Lanzoni.”

Debiendo ir a Bolonia para un Congreso sobre la Sábana Santa, nuestro Padre quiso que hiciera escala en Roma para obtener ¡difícilmente! una junta, no con Mons. Lanzoni, 'invisible', mas con Mons. Re, su superior, tercer personaje de la secretaría de Estado.

Le preguntaba cuáles eran los “errores teológicos graves” del Padre de Nantes, y le escuché responderme:

Esta expresión no figuró más que en una sola y única carta dirigida por nuestro dicasterio a una persona privada, bajo la firma de Mons. Lanzoni. No era más que una carta de circunstancia.” Asumiendo la responsabilidad de la dicha carta, Mons. Re me declaró claramente no conocer en los escritos y en la enseñanza del Padre de Nantes “ningún error dogmático, o doctrinal, y hasta simplemente teológico. No obstante, se le puede reprochar al Padre de Nantes, de manera mucho más general, una situación eclesial errónea.

– ¿Qué quiere usted decir? El padre de Nantes observa escrupulosamente la cesación a divinis. En cuanto a la descalificación de agosto de 1969, no tiene ningún valor canónico.

– Es cierto. Pero su rechazo del Concilio los coloca en una posición eclesial errónea.

– ¡Esa es toda la cuestión! El Padre de Nantes, él, afirma que es el Concilio quien coloca al Papa y de paso a usted mismo, Monseñor, en una posición eclesial herética, cismática y escandalosa.”

Por mi lado, salí más bien desanimado de esta audiencia. Pero nuestro Padre se apuró en publicar y comentar las declaraciones del prelado romano:

“Después de haber escrito que se me reprochaba errores teológicos graves, han desmentido al difamador y reconocido que no estaba en el error ni sobre el dogma ni sobre la moral. Sólo estamos equivocados en ser oponentes y es mal visto en el Vaticano, como en todas las cortes y todos los partidos.

“Pero entonces, la proposición que enunciaba yo tranquilamente se encuentra trágicamente invertida: si se reconoce que no estoy en el error, Aquél que contradigo y combato, Aquél al cual me opongo sobre la fe y la moral, está pues, en el error, ¡y hasta el cuello! [...] Es necesario que Éste, que aquellos que cometen errores tras errores, en materias dogmáticas y morales ¡graves! salgan de sus errores. Y que no cuenten con ningún cortesano, con ningún partidario para pedírselos, para reclamárselos, sino con nosotros, todavía con nosotros, y siempre con nosotros, ¡terrible cargo, gloriosa tarea! Porque 'nosotros no podemos dejar de hablar'.[26]” ¡Palabra de San Pedro en el Sanedrín (H 4, 20)!  

En consecuencia, en el mes de noviembre de 1982, nuestro Padre le dirigió una súplica al Papa para pedirle una audiencia a fin de entregar un Libro de Acusacióncontra los errores doctrinales, los actos disidentes y cismáticos, los escándalos en fin que abundan bajo vuestro reino”.

La respuesta llegó tres meses más tarde de Mons. Angelo Felici, nuncio en París, que, dado el tono adoptado por nuestro Padre en los boletines de la CRC, afirmaba no poder tomar en serio su deseo de reconciliación.

El 25 de marzo de 1983, nuestro Padre replicó por medio de una carta enviada directamente al Papa[27]. Precisaba que no se trataba de reconciliarse, sino de responder a sus acusaciones de herejía, de cisma y de escándalo, y que de todas formas se presentaría con un grupo de hermanos y amigos en Roma el 13 de mayo, para encomendar entre las manos de Juez supremo de la fe el Libro de acusación recapitulando todas sus quejas.

DEFENSOR DE LA FE.

El domingo de Pascua, 3 de abril de 1983, nuestro Padre nos hizo esta confidencia:

“Durante largos años ¡Dios mío! casi veinte años, sí ¡veinte años! he llevado esta lucha contra la reforma de la Iglesia tan sólo a luz de nuestra fe común. Siempre le respondí sinceramente a los que se sorprendían de mi resolución, al menos a los que no lo tomaban como una paranoia tranquila, que ninguna aparición ni revelación celeste tenían algo que ver: la fe, la única fe bastaba a todos nosotros para fundar esta empresa, para justificar este combate, único, hay que decirlo, en los anales de la Iglesia. Probablemente esta vez la cosa está más terrible. En el otoño pasado, esto me había removido, para no usar  las palabras mayores de agobiado, aplastado. La fe seguía bastando, y no le pedía nada al Padre celestial para continuar este trabajo.

“No digo que haya tenido alguna visión o revelación, eso no está en las maneras de Dios para conmigo. Pero una gracia que no puedo considerar como habiéndome sido dada para mí sólo. Debía haberla necesitado, o eso debía serme de gran auxilio, pero a ustedes también, mis hermanos, mis hermanas, nuestros amigos. ¿Qué es pues esta invasión del Espíritu Santo? Una paz, una alegría, una fuerza sin causa humana, constante, invariable, inaccesible a las fluctuaciones de la vida cotidiana, facilidades, dificultades, favor o disfavor de los seres de los cuales todo depende para nosotros. Es también una comunicación de certeza: al seguir esta línea, hacemos lo que Dios quiere […]. Esta vez, para una obra demasiado dura, Dios me ayuda.[28]

En efecto, es con una gran serenidad de alma, pero al precio de un trabajo intenso de cuarenta días, que nuestro Padre redactó su segundo Liber accusationis.

Esta obra comporta dos partes, dos puntos de acusación: 'novador' y 'corruptor'. La introducción formula la acusación capital:

“Es menester decirle en frente, Santísimo Padre, que su religión ya no es la de la Iglesia católica romana, la única Iglesia de Cristo, de la cual usted es la Cabeza. Su religión es la religión del hombre que se hace dios y ya no la religión del Dios Hijo de Dios que se hace hombre. Porque una y otra se excluyen […].

“¿Tengo algún hecho, un texto que  apoye semejantes acusaciones? Tengo quinientos, Santísimo Padre. Y no daré en entremeses más que un sólo sobre el cual estoy listo a empeñar toda mi fe, toda mi vida. Sobre el cual se podría juzgar toda la causa. Es uno de sus temas corrientes. El de la Realeza de Jesucristo, realeza que no es la de un Dios hecho hombre, mas ¡según usted! la del Hombre que proclama usted dios. Invoca a Jesucristo, tritura los Evangelios para despojar a Dios de sus atributos divinos y reales a fin de ornar al hombre con ellos, el Hombre vuelto su ídolo, objeto de su culto y de su servicio, de su amor y de su lucha.[29]

Este texto, que nuestro Padre denuncia, está extracto del 'Diálogo con André Frossard', que fue publicado bajo el título 'No tengan miedo' (¡sic!), sobre la palabra de Nuestro Señor a Pilato: “Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz.” El Papa comenta: “Cristo es rey en el sentido en que él, en su testimonio dada a la verdad, se manifiesta la 'realeza' de cada ser humano, expresión del carácter transcendental de la persona. Es la herencia propia de la Iglesia.”

Según nuestra fe católica, afirma el Padre de Nantes, esto es su contradicción violenta, blasfematoria. Y Juan Pablo II pretende volver a la Iglesia heredera de esta causa impía, ¡de este humanismo idolátrico[30]!

El objeto de este segundo Libro de acusación es pues demostrar la mecánica infernal, por la cual Karol Wojtyla, vuelto el papa Juan Pablo II, pretende justificar el 'nuevo humanismo' proclamado por su predecesor Pablo VI en el Concilio, con una síntesis hegeliana entre el mundo moderno y su filosofía atea, de un lado, y la religión católica del otro lado. Ya no es una heteropraxia, como con Pablo VI, mas una heterodoxia, una otra religión.

“Creyó usted, Santísimo Padre, seguramente hacer una obra genial, y sin duda para la mayor gloria de Dios y el bien de la Iglesia, pero en contra de las advertencias solemnes de sus más augustos predecesores, y es el trabajo encarnizado de su vida: reconciliar el humanismo moderno, ateo, y el cristianismo secular. Y particularmente, crear un encuentro con el marxismo en su propio terreno y empujarlo a sus consecuencias extremas, con simpatía, para convertirlo, en vez de combatirlo y anatematizarlo sin fin, sin provecho.

“Para eso, debía usted admitir su crítica de la religión y trabajar primero a purificarla, en consecuencia a reformarla. Es entonces que hubiera usted podido llevar al adversario, así pacificado, con una dialéctica reñida, hasta comunicarle, o más aun hacerle compartir su fe. Había que aceptar la humillación de Dios, la ‘muerte de Dios', pero eso se justificaba  con la promesa de su regreso triunfal, de su 'resurrección' en pleno mundo moderno.[31]

Un Dios que ya no se alcanza en su realidad, un Dios puramente 'nóumenal', para tomar la expresión de Emmanuel Kant, porque el Papa le explicaba a Frossard que ya no se podía vivir “en un mundo anterior a Kant y Einstein”¡! ¿Cómo es posible? “El hombre tiene en él la experiencia de la libertad, de la autodeterminación, de la trascendencia, de la 'deidad', de su propio absoluto y su propia infinidad. En él, 'la imagen de Dios' es real, fenomenal. Dios, él, es la figura, el símbolo, o la proyección o la garantía, ¡yo qué sé! en el orden 'extra-empírico', ni observado ni demostrado, del nóumenal.” En difinitivo, “para un Papa fenomenal”, sólo está el Hombre, garantizado por un Dios ficticio… nóumenal.[32]

Buenísima la expresión. Mejor que todos sus adoradores y turiferarios celebrando “Un Papa fuera de serie”, el Padre de Nantes penetró a fondo el pensamiento de Juan Pablo II: el Papa piensa haber alcanzado, él, el primero, el único, la síntesis resolviendo dialécticamente las contradicciones de las etapas anteriores del cristianismo y del ateísmo enfrentados, le dice sí al mundo moderno y a su filosofía atea, y al mismo tiempo le dice sí a Dios,  a la Iglesia ¡y a María! Con la inmanencia vital, predicada por los modernistas y condenada por San Pío X, ¿pero qué le importa? restablece, ¡resucita! en lo más profundo de la consciencia y en la vida experimentada por cada ser humano, la religión que el modernismo excluye de la realidad física e histórica.

¡Bueno pues! es precisamente de eso que se está muriendo la Iglesia.

La segunda parte del Liber intitulada “Corruptor: condena a muerte a Cristo”, constituye una prueba abundante de la mutación que esta teoría hegelo-marxista introduce en la praxis de Juan Pablo II, en ruptura evidente con toda la tradición anterior, sacerdotal y pastoral, de los Pontífices romanos.

Nuestro Padre acabó su redacción dos días antes del fatídico 13 de mayo. La fecha había sido escogida intencionalmente: “Hay una Persona que lo juzga, le escribía al Papa, de parte de Dios, en la Gloria de por quien ella reina y va rendir justicia a su pueblo, es la muy Inmaculada Virgen María, Madre de Dios.[33]

EL 13 DE MAYO DE 1983, EN ROMA.

13 de mayo, el Padre de Nantes fue a Roma para entregar su segundo Libro de acusación en contra de Su Santidad Juan Pablo II, como su predecesor juez y acusado en este proceso canónico. Plaza Navone, rodeado de los amigos de la Liga que lo acompañaban.

El Padre de Nantes llegó a Roma el 12 de mayo, acompañado por los hermanos de la comunidad y por docientos representantes de la Liga. Al término de largas y acerbas discusiones, se convino que a diferencia de 1973, sería recibido en el palacio del Santo Oficio con fray Gerardo y conmigo, junto con dos representantes de la Liga, por Mons. Hamer, secretario de la Sagrada Congregación por la doctrina de la fe, dominico liberal, optimista y cortesano. La entrevista tuvo lugar en la mañana del 13 de mayo como convenido, con el tono de una riña verbal en la que Mons. Hamer trató de tomar en defecto a nuestro Padre sobre la forma, sin jamás abordar el problema de fondo.

Al final, perdiendo paciencia, el enviado del Papa leyó las conclusiones y exigencias formuladas sobre una hoja, anotada por la mano de Juan Pablo II:

1. Recusaba recibir el Liber, con el motivo que las acusaciones estaban injustificadas y eran gravemente injuriosas.

2. Prohibía formalmente su publicación.

3. Pedía que el Padre de Nantes retracte todos sus 'errores' y sus acusaciones de herejías emitidas contra Pablo VI y el concilio Vaticano II. Cosa que le había sido pedida en 1968.

Saliendo de la basílica San Pedro y dirigiéndose resueltamente hacia el Santo Oficio, recitando el rosario. “Iremos a Roma por el único honor de Dios, por Cristo y su Santa Madre. Para que nuestra defensa de la fe católica sea escrita, impresa, dicha y proclamada. No nos acata, servidores inútiles, de saber lo que Dios hará con ello por la salvación de su Iglesia y la manifestación de su verdad infalible, de su constante santidad.”

4. Mientras que el Padre de Nantes no haya retractado sus 'errores' y sus ataques contra el Concilio y contra los Papas, el Santo Padre no podrá creer en la seriedad del deseo de reconciliación, mas permanece siempre dispuesto para acogerlo.

La lectura acabada, el padre de Nantes tomo la palabra:

– “Tachó de falso su conclusión. Errores, nunca los he reconocido puesto que no se me fue reprochado ninguno durante la instrucción de mi proceso.

– Sus errores le fueron mostrados durante las sesiones de mayo y de julio de 1968.

­– ¿Qué errores? La única cuestión discutida fue mi teoría particular del pecado original que desagradaba al Padre Gagnebet. Le contesté que estaba dispuesto a renunciar a ella.

­– Sus errores, los conoce usted muy bien.

­– No los conozco. Le pido que me los indique de manera precisa.

­– No vale la pena.”

Tomé pues la palabra para protestar:

– “El año pasado, Mons. Re, de la secretaria de Estado, me dijo él mismo que el Padre de Nantes no cometía ningún error teológico.

­– Mons. Re no estaba en el proceso. Eso dicho, sabemos lo que se pasó ahí: no solamente el tribunal le señaló sus errores, pero los reconoció usted y los retractó. Después, se arrepintió de mala fe.”

Las manos de Mons. Hamer temblaban y las gotas gordas corrían de su frente. El padre de Nantes lo interrumpió:

– “Es absolutamente falso. Es una mentira.

– ¿Se da usted cuenta de la falta de respeto?

El Padre de Nantes se había parado. El momento era patético. Había cinco testigos y, en el muro, detrás de Mons. Hamer, un gran crucifijo.

– “En nombre de Cristo, en nombre de Dios que será nuestro Juez, le digo, Excelencia, que es usted un mentiroso.”

Y volteándose hacia el secretario:

– “Anoté por favor: 'Excelencia, es usted un mentiroso, ¡un mentiroso!' No tengo nada más que decir.”

Dicho esto, el Padre de Nantes se salió del locutorio.

A la salida del Santo Oficio en el que el Padre de Nantes fue recibido por Mons. Hamer, secretario de la Congregación para la doctrina de la fe con fray Bruno de Jesús y fray Gerardo de la Virgen junto con dos representantes laicos de la Contra Reforma católica. A cuestas de un nuevo fraude, Mons. Hamer se negó en recibir el Liber accusationis a fin de no verse obligado jurídicamente de abrir un proceso y juzgar la queja por herejía, cisma y escándalo en contra de Juan Pablo II. Como lo escribirá el carmelita inglés Brocar Sewell: “Habiendo estudiado minuciosamente el primer y segundo Libelo, me parece que el Padre de Nantes encausa un asunto de importancia que exige una respuesta.”

Al salir del Santo Oficio, encontramos a nuestros amigos rezando ante el Palacio y nuestro Padre dio una conferencia de prensa a los periodistas presentes, contándoles con mucha emoción la dramática entrevista que acaba de tener con el secretario del Santo Oficio.

El 16 de mayo, una 'Notificación' de la Congregación por la doctrina de la fe, publicada en el Osservatore romano, volvía pública la demanda del Padre de Nantes de abrir un proceso contra el Santo Padre por herejía, cisma y escándalo, y volvía a tomar los cuatro puntos de la declaración oral de Mons. Hamer, resumida más arriba.

Después de unos cuantos días de reflexión y de oración, nuestro Padre anunciaba en la Mutualidad de París que a despecho de la orden que le había sido dada, difundiría su Liber Accusationis. Era un deber, “si quiero confesar mi fe católica y manifestar la verdad necesaria a la vida de la Iglesia. Ahora voy, en una Carta abierta al Papa, responderle a la Notificación y justificar la publicación del Liber.[34]

La Carta fue enviada y no recibió ninguna respuesta. No se halló ningún teólogo en la tierra para debatir de ello públicamente, ninguna autoridad en la Iglesia para condenarla dogmáticamente, ¡en breve nadie para defender al Papa! La prevaricación romana, renovando la de 1973, era flagrante. Pero, nuestro Padre afirmaba en su envío, “que no hayamos sido  ni escuchados ni condenados, atestiguará por el silencio de la Iglesia santa, infalible, que reconoció en nosotros los testigos de su Verdad indefectible y, más tarde, es con este silencio y esta secreta condescendencia materna que se reconocerá su fidelidad sin flaqueza a su único Esposo y Señor, Jesucristo[35]”.

¡Eso sólo tiene precio a ojos de nuestro Padre Celestial!

SÚPLICA ARDIENTE.

Un mes después de esta diligencia romana, nuestro Padre predicó en Josselin, en casa de nuestro excelente amigo Pierre-Louis Lévesque, sobre la vida y el mensaje de San Luis María Grignion de Montfort, profeta de los últimos tiempos y del reino de María Inmaculada. Como un nuevo Juan Bautista, este sacerdote con el corazón de fuego, que atraía maravillosamente a lo que por lo cual ardía: el amor de la Sabiduría, de la Cruz y de la Virgen María, compuso una 'Súplica ardiente' para los tiempos de apocalipsis, que con un celo igual de ardiente, nuestro Padre hizo suya.

¡Ah! Permítanme ir gritando por todas partes: ¡Fuego, fuego, fuego! ¡Socorro, socorro, socorro! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡Fuego en las almas! ¡Fuego en el santuario! ¡Socorro, que se asesina a nuestros hermanos! ¡Socorro, que se degüella a nuestros hijos! ¡Socorro, que se apuñala a nuestro buen Padre!” (no28)

¡Extraordinaria anticipación del 'tercer secreto' de Fátima!

Un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo.”

Y cómo no reconocer los tiempos que vivimos en las palabras de San Luis María:

Tu divina Ley es quebrantada! ¡Tu Evangelio ha sido abandonado! Torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y arrastran a tus mismos servidores. La tierra entera está desolada. La impiedad está sobre el trono. ¡Tu santuario es profanado y la abominación se halla hasta en el lugar santo!¿Lo dejarás todo abandonado, Señor de la justicia, Dios de las venganzas? ¿Vendrá a ser todo, al fin, como Sodoma y Gomorra? ¿Permanecerás callado? ¿Seguirás soportándolo todo? ¿No es acaso necesario que se haga tu voluntad en la tierra como en el Cielo, y que venga tu reino? ¿No has mostrado de antemano a algunos de tus amigos una renovación futura de tu Iglesia?” (no 5)

Y este es el medio:

Acuérdate de dar a tu Madre una nueva Compañía, para renovarlo todo por Ella y acabar por María los años de la gracia, como los has comenzado por Ella.” (no6)

Era todo el programa de los años porvenir.


[1] CRC no 136, diciembre de 1978, p. 11.

[2] Katyn: Lugar donde fueron ejecutados, con un balazo en la nuca, 11 000 oficiales polacos en 1941, por el ejército soviético.

[3] CRC no 135, noviembre de 1978, p. 4.

[4] CRC no 143, julio de 1979, p. 2.

[5] CRC no 137, enero de 1979, “ Mascarada para una masacre ”, p. 12.

[6] Carta a los amigos de la comunidad no 27 del 17 de diciembre de 1978.

[7] CRC no 140, abril de 1979, p. 1.

[8] Ibíd. p. 2.

[9] Lettre aux amis no 28 del 25 de marzo de 1979.

[10] CRC no 146, octubre de 1979, p. 14.

[11] CRC no 140, mayo de 1979, p. 4-5.

[12] CRC no 182, octubre de 1982, p. 12.

[13] Citado en la CRC no 156, agosto de  1980, p. 2.

[14] CRC no 182, octubre de 1982, p. 12-13.

[15] Lettre à nos amis no 39 del 29 junio de 1981.

[16] CRC no 166, junio de  1981, p. 13.

[17] Ibíd.

[18] CRC no 175, marzo de 1982, p. 15.

[19] CRC no 182, octubre de 1982, p. 8-10.

[20] CRC no 185, enero de 1983, p. 2.

[21] Carta del 27 marzo de 1994, publicada en la CRC no 302, de mayo de  1994, p. 21.

[22] Lettre à nos amis no 43, del 15 de agosto de 1982.

[23] Renaissance catholique no 176, marzo de 2010, p. 2-3.

[24] Cf. supra, p. 294-297.

[25] CRC no 154, junio de 1980, p. 1.

[26] CRC no 173, “ Un desacuerdo total ”, enero de1982, p. 1.

[27] El conjunto de esta correspondencia fue publicada en la CRC no 189, mayo de 1983, p. 1-10.

[28] Lettre à nos amis no 46 del 3 de abril de 1983.

[29] Liber accusationis secundus, p. 3.

[30] Cf. Le signe de contradiction, p. 107, 155-156, 175-176, commenté dans le Liber secundus, p. 4-7.

[31] Liber accusationis secundus, p. 63.

[32] Ibíd. p. 61.

[33] Ibíd. p. 125.

[34] Conferencia del 19 de mayo de 1983 ; esta carta abierta al papa Juan Pablo  II fue publicada en la CRC no 190, junio de 1983, p. 2-10.

[35] Liber accusationis, Envío, p. 135.