Georges de Nantes.
Doctor místico de la fe católica
27. SERVIDOR DOLIENTE
(2001-2010)
En enero de 2001, la ‘Contra reforma católica’ cambia de título y toma el de ‘Resurrección’. En efecto, vimos como la revelación del tercer Secreto, llenó a nuestro Padre de una inmensa esperanza[1]. Pero para llegar a la Resurrección, es necesario pasar por la Cruz, a ejemplo de Nuestro Señor. En pos de Él, nuestro Padre va ahora subir las últimas estaciones de su vía crucis, para alcanzar la única ‘meta’ a la cual aspira desde hace tanto tiempo: ¡el Cielo!
2001-2003
LA PREPARACIÓN DE LA VÍCTIMA
En ese año 2001, la gran prueba de nuestro Padre permanece el estado de la Iglesia, cuando la pluma se le cae de las manos cada vez más anquilosadas por la enfermedad.
¡Por el momento, no apercibe ninguna señal de restablecimiento! ¡Las tinieblas se siguen condensando! Sin embargo, en su corazón conserva esta certeza: “La resurrección no será proporcionada a todo lo que pasará antes. Llegará cuando Dios quiera, aunque todo nos diga lo contrario.”
Mientras tanto, la lucha continúa... Mas para él, llegó el momento de soltar su coraza y ofrecerse en sacrificio.
OBLACIÓN.
“No se va al Cielo por los placeres. No se conquista el mundo con las armas. Se va al Cielo, se conquista el mundo con la muerte, y no la muerte sufrida, sino la muerte ofrecida.” (8 de abril 2001)
Su muerte, hace tiempo que nuestro Padre la prepara y que la ofreció. Todos sus escritos y sus sermones son la prueba, y particularmente sus Páginas Mística. Como la de octubre de 1968:
“Oh Señor mío y Salvador mío, yo también oiré esta llamada mística, no en virtud de mis méritos pero de tu incomparable amor [...]. Oh Jesús, tengo confianza y tengo prisa [...]. Morir, sí morir será la última liturgia sagrada de nuestro amor y eres Tú, oh Jesús, mi Salvador y mi Todo, quien será su gran organizador [...].
“¡Esta última hora ya sólo te pertenecerá! Le dejo a la santa Providencia del Padre el tiempo y la manera, de antemano los bendigo como los bendeciré eternamente, los amo ya porque me pertenecen en su querer eterno. Te dejo, oh Jesús, la oblación y la inmolación de esta miserable víctima para que le inspires los gestos y las palabras que lo unan a ti sobre la cruz...”
Por el momento, lo que lo mina, es la apostasía que sigue destruyendo a la Iglesia. Es punzante ver en que angustia íntima, en que asqueo de todo y de todos, eso lo sumerge. Al grado de estar tentado de suicidarse de nuevo, como en Hauterive:
“Sin embargo, no estoy loco, confía, no estoy deprimido, no estoy cansado, pero... ¡tres puntos! ¡Todo es culpa del Papa, cuando se le ve descalzarse para ir a rezar en una mezquita! Si el Papa cambiara, todo iría mejor. Todo me es un esfuerzo... No voy a volver repetir lo de la Sarrine [río que corre cerca del monasterio de Hauterive, en Suiza, donde había sido tentado de echarse, durante su exilio, en 1996]. Es una prueba.”
Es la noche: “No veo como la Iglesia va poder salir de una crisis semejante: aparte de un milagro de la Santísima Virgen quien, de este caos, renovaría todas las cosas. ¡Todo lo que está pasando es indigno! ¡Es impensable! Antaño, en todas las herejías, hubo hombres que entendieron lo que se estaba pasando y denunciaron esos errores. ¡Pero aquí!
El 6 de mayo de 2001, el periódico La Croix pública relatos y discursos del viaje del Papa en Siria. Nuestro Padre nos confiesa que, para él, “eso es una carga muy pesada moralmente”.
Y unos días después: “Estamos en un pasaje difícil, nuestra vida está empeñada en el asunto más monstruoso de la historia de la Iglesia. Basta con leer San Pablo, los Evangelios, el Apocalipsis para saber que es el reino del diablo que se instala en la tierra. Se tardó doscientos años para lograrlo... Eso remonta a 1944, para Francia, y hasta más allá. Se instala en todos lados [...].
“Pero Jesús nos dice que no nos espantemos, que nos refugiemos bajo el manto de la Virgen María, en el Corazón de Jesús. En el Corazón de Jesús, se encuentra la Santísima Virgen. Y bajo el manto de María, se encuentra el Corazón de Jesús.”
AGONÍA PARA LA IGLESIA.
Superando la angustia que lo estrechaba, nuestro Padre todavía tiene la fuerza de caminar al frente de nuestro cortejo de Juana de Arco, el 13 de mayo. Con muy buena facha, firme, a pesar del calor, apoyado sobre su bastón, caminando al paso lento del desfile. Después, el cansancio no le impide celebrar misa, en la Mutualidad. ¡Dos horas de ceremonia, con un sermón sobre el Apocalipsis, que conmueve a la asistencia!
Poco después, el conflicto con los territorios palestinos toma un giro dramático: ¡es la guerra! ¡Qué desmentido a los discursos del Papa en Siria!
“¡Todo está horrible! Vamos hacia momentos muy difíciles, nos dice... La resurrección de la Iglesia va llegar rápido, gracias a una intervención milagrosa del Cielo, intervención semejante a la que tuvo lugar durante la elección de Juan Pablo I... El Buen Dios no actúa tan rápido para que la aberración de Juan Pablo II sea flagrante para todos. ¡Paciencia!”
Más tarde, a propósito del Consistorio que acaba de llevarse en Roma y las decisiones del Papa, nos dice con angustia: “Ya no vivo... ¡Cuándo se va acabar esto! Tenemos que confiar en la Virgen María.”
Conmovido de ver a nuestro Padre en un estado semejante, le escribo a los hermanos y hermanas de Canadá: “Pobre Padre. Después de haber visto llegar, denunciar, explicar la crisis de la Iglesia, sufre ahora la Pasión de la Iglesia, físicamente.”
Sin embargo no abdica nada de su combate por la fe, que lo opone al ‘misterio del Anticristo’ en la persona de Juan Pablo II. ¡Terrible ‘agonía’!
Se exclama: “Jamás mentira alguna podrá prevalerse de ninguna infalibilidad. Entonces, Santísimo Padre ¡por amor a Dios, retírese![2]”
Cuando, el 3 de junio, Juan Pablo II beatifica a su predecesor Juan XXIII, nuestro Padre denuncia esta ceremonia como una impostura ¡y acusa al Papa de querer preparar su propia beatificación!
Es entonces que, el 11 de junio, estalla la noticia del ‘Recurso rechazado por Roma’. El artículo del Est-Eclair difama a nuestro Padre que nos confía: “Tenemos que luchar por la fe, en una terrible soledad.”
El 14 de junio, el Est-Eclair publica un ‘comunicado’ del obispo, antes de que éste haya promulgado su decisión, de renovar las sanciones tomadas por su predecesor el 1º de julio de 1997: ¡cesación e interdicho!
El rostro de nuestro Padre expresa un agobio impresionante: “Siempre estoy aplastado cuando llega una cosa semejante... Pero esta vez me causa un efecto terrible... Si las cosas siguen así, la cima de la injusticia llegará a la cima de nuestra fidelidad: entre más nos preocupemos por nosotros, nuestra familia, más cerca estaremos del momento en que Cristo va manifestar su gloria. Tenemos derecho a pensar que habrá milagros. Es más largo de lo esperado, pero para Papá Dios, nada es largo...”
Al día siguiente dirá, los ojos en llanto: “Desde ayer, estoy excomulgado...” Y en capítulo: “Estoy oprimido... Nuestra acción es un combate que Dios quiere y que no debemos soltar. Entonces, es un deber para nosotros luchar contra la gente que mata a la Iglesia.”
Su tormento viene de la perspectiva de ver a Mons. Stenger prohibirle celebrar Misa: “Es una angustia, cada mañana.”
Nuestro Padre no duda de ninguna manera del bien fundado de su combate de Contra Reforma, pero una confusión interior lo invade a menudo, porque ya no sabe si todavía tiene derecho de celebrar Misa. Incertidumbre que lo hará sufrir hasta el final, y que no lograremos apaciguar.
Toda su vida, celebrar Misa fue la alegría, el consuelo y la fuerza íntima de nuestro Padre ¡y la nuestra! ¡Pero he aquí que el Buen Dios permite que se vuelva su tormento! Dos sacerdotes que él estima ¡y que no se lo merecen! Le dicen que sin duda ya no tiene derecho a celebrar Misa. No se necesita más para con eso sumergir a nuestro Padre en grandes angustias interiores... ¿la enfermedad le quita la capacidad de poner a estos señores en su lugar? ¿o Papá-Dios permite que el demonio aproveche para tentarlo de desánimo?
Hubiera necesitado la autoridad de un cofrade condescendiente o de un buen obispo para asegurarlo... Pero, en aquellos años, aparte de su amigo el Padre Krémer ¡ningún sacerdote vino a visitarlo!
Invadido por la duda sobre la legitimidad de su Misa, me habla a menudo por la mañana sobre el tema, como si hubiera pensado en ello toda la noche. Un día, me dice: “Estamos desobedeciendo a Dios.” (22 de octubre de 2001)
Recito una pequeña invocación al Espíritu Santo para saber que contestarle y le digo: “Padre ¿qué tenemos que hacer para obedecer a Dios?”
Reflexiona y me dice: “No sé qué contestarle” ¡contentísimo de quedarse callado! Su prueba es creerse fuera, a fuerzas de oírselo decir, cuando al contrario, permanece en el corazón de la Iglesia para defenderla contra sus enemigos interiores.
El 31 de julio, se exclama, lleno de ansiedad: “Estamos perdidos... Ningún sacerdote a nuestro favor, ninguno para darme los sacramentos. Eso trae consigo muchas consecuencias que me espantan [...]. Y yo que digo Misa, porque me lo autorizo a decirla, pero me dijeron que no tenía derecho.
“Desde hace tiempo que es mi suplicio, desde hace noche y días.”
El 7 de agosto: “Si nos tenemos que privar de Misa por la necesidad, será para glorificar a Jesucristo en su Eucaristía, porque habremos permanecido fieles a la verdadera fe... Si debemos quedar privados de Misa, ese apremio será una afirmación de nuestra fe, como los mártires decían: ‘¡Más vale el martirio que la mancha!’ ”
APOSTASÍA CRECIENTE.
Nuestro Padre permanece siempre muy sereno al decir estas trágicas palabras, pero uno siente que está profundamente angustiado, aplastado por el peso de este combate que vive en todas sus dimensiones. Está como peleando con el diablo. Su cara y su voz son muy impresionantes. Unas reflexiones punzantes revelan todo el sufrimiento de su alma:
“Es horrible, pero no hay que perder los ánimos. Podemos pensar que la Virgen María acabará volteando los ojos hacia nosotros con condescendencia.
“Nosotros esperamos que la Santísima Virgen se va conmover de su Iglesia, en un tiempo no muy alejado... Pero esperaremos tanto tiempo como sea necesario, con las fuerzas que Dios nos dará... No habremos tenido una estancia terrestre muy regocijante, pero otra Casa nos espera. ¡Qué misterio! ¿Cómo va acabar todo esto?
Después de haber intercambiado las noticias del día:
“En todo esto hay que decirse, que la Virgen María está a la entrada y que pronto va entrar, a fin que todas esas cosas no nos jalen a la desesperación. Ocurre que tenemos confianza en la Santísima Virgen, que Ella está aquí y enciende luces, y nosotros sabemos reconocerlas.
“Mañana, espero tener más fuerzas y ánimos... Finalmente, la vida pasa tan aprisa. Afortunadamente está el Cielo. ¿Cómo va acabar esto? ¡Sólo la Virgen María puede salvarnos!
“Estoy agobiado por la idea de la podredumbre y del desorden injustificable de la Iglesia. Durante la Misa, hace unos días, pensaba: ‘¿Señor, dónde está tu Iglesia?’ Pero no tenemos derecho de pensar o decir que ya no existe. ¡Entonces volvemos de nuevo al combate!
“Estamos descuartizados entre una sumisión a la jerarquía, que sería una apostasía, y un porvenir que será la pérdida de todo. ¡Afortunadamente estamos del lado de la Santísima Virgen y de todos los santos del Cielo!
“Todo eso me hace sufrir. Nuestro mundo está loco, y rebasa todo lo que se puede imaginar. Eso dicho, que Dios permita todo eso no puede ser considerado como una voluntad estable de Dios. ¡Dios mío, danos algo bueno!
Al enterarse lo que el Papa había dicho al día siguiente del atentado del 11 de septiembre de 2001: “Ayer fue un día negro en la historia de la humanidad, le ha sido dado un fuerte golpe a la dignidad humana”, se queda impactado por la irreligión de ese dicho:
“Verdaderamente Juan Pablo II tuvo que haber hecho un pacto con el diablo. ¡Es horrible! Mata la religión.”
El 17 de septiembre, nuestro Padre me dice: “Estoy perdiendo la cabeza. Se lo dirá usted a los hermanos y a las hermanas. Es una catástrofe. Es el fin de nuestra obra.
– ¡No, Padre! le contesté. La Virgen María ha de tener sus miras.
– Sí, es cierto. ¡Claro!”
PERSECUCIONES.
Por su lado, el Estado republicano no abandona su batida. El lunes 8 de octubre de 2001, entrabamos en retiro de comunidad. A las 9 de la mañana, un despliegue de dieciocho policías investían nuestras casas, con orden de perquisición con cinco capítulos de acusación: ¡“Falso y uso de falso, abuso frauduloso en situación de debilidad, abuso de confianza, trabajo no salariado, lavado de dinero proveniente de un delito”!
El Padre, a pesar de su salud desfalleciente, fray Gerardo, fray Escubilión, la madre Lucía y su servidor somos llevado y encarcelados. Soltarán al Padre por ahí de las 7 de la noche, luego a fray Escubilión y a la madre Lucía por ahí de las 11 de la noche; pero a fray Gerardo y a mí nos mantienen en la cárcel hasta el día siguiente. Mientras tanto, en la casa, los policías interrogan uno por uno a los hermanos y a las hermanas...
Todo eso desembocara en un sobreseimiento, para cuatro capítulos de acusación sobre cinco. El quinto, a cerca del trabajo, será el objeto de un juicio en correccional... que ganaremos de una manera esplendorosa, como está relatado en Il est ressuscité (n°34), de mayo de 2005, con el título de: “!La secta perdió!” ¡Lectura recomendada!
Para nuestro Padre, esta perquisición fue un traumatismo nuevo:
“De ello saldrá lo que Papá-Dios quiera, nos decía. Pero la Virgen María nos deja sentir su protección. ¡Nos protege visiblemente! Tenemos que confiar. En efecto, es menester estar listos a dejar todo de repente... algún día. La instantaneidad de la tormenta del 8 de octubre nos es una lección.”
Y agrega: “En cuanto a mí, Papá-Dios me hace atravesar caminos dolorosísimos, pero sin duda son los mejores para mí. Sólo falta aceptarlos con buena cara. Ciertos días, es difícil. Papá-Dios no me dice nada.”
“Ahora ya sólo me queda pasar por el martirio. ¡Será como Papá-Dios quiera! Nuestros enemigos han ido demasiado lejos: por un lado, es desmedido y eso no podrá perjudicarnos, ¡porque es demasiado! Del otro lado, es el signo que no pararán y que podrán todo en obra contra nosotros...”
ENFERMEDAD DE PARKINSON.
El ‘martirio’ será el de una larga enfermedad. Tres días después de la perquisición, el 11 de octubre de 2001, nuestro Padre se cae por primera muy fuerte, al tropezarse con los últimos escalones de la gradería exterior de la casa San José: elongación, magullamiento intercostal, llagas. La radiografía revela una fractura de la costilla derecha y mucha artrosis. Eso hace sufrir a nuestro Padre, pero se toma las cosas con humor: “¡Es irremediable, qué caray soy un viejito por la eternidad!”
El médico prescribe también un escáner cerebral que no revela nada anormal.
Cada vez más espantado por el estado de la Iglesia, nuestro Padre no se desanima y se voltea una vez más hacia la Santísima Virgen. El 16 de noviembre, nos pide que empecemos una novena de suplicación a nuestra Madre tierna y amorosa “para que Ella intervenga, porque nos estamos muriendo. Que tenga piedad de nosotros y no deje al mundo irse a la deriva. Nos hemos merecido la ira de Dios, a causa de todas las blasfemias que son proferidas en este momento contra Ella, tanto por parte de los impíos como de los católicos. Vamos a empezar una novena a la Virgen María, diciendo los más rosarios posibles para pedirle que venga al auxilio de su Iglesia y de cada una de nuestras almas.”
Desde entonces, cada mañana, después de laudes, recitamos un primer rosario en comunidad. Unos días más tarde, nos dijo: “Esperamos impacientemente sobre la barca que se hunde, que la manita de la Virgen María nos salve. Trato de persuadirla que es el momento urgente para intervenir. La cosa llegará ¡es seguro! Pero acordémonos de Betulia: ¡no debemos poner moratorias! El que perseverará hasta el final irá al Reino de Dios... Por eso intensifiquemos nuestro fervor en nuestros rosarios.”
El 20 de diciembre de 2001, el neurólogo por fin diagnostica la enfermedad de Parkinson. Nuestro Padre acepta serenamente el veredicto:
“Ahora ya sé lo que me espera...”
Le escribo pues a nuestros amigos: “Más que la enfermedad de Parkinson, lo que destruye a nuestro Padre, es la depravación intelectual y moral de la Iglesia. Y a nosotros, sus hijos, nos parece ver la imagen viva del Corazón agonizante de Jesús y del Corazón Inmaculado de María ‘triste hasta la muerte’. Seguramente no hubiéramos tomado la medida de la gravedad del mal si no hubiésemos visto a nuestro Padre tan afligido hasta estar tentado de perder la fe, pero siempre volviéndose a levantar, los ojos fijos en las manos de la Inmaculada. ¿Tal vez esta enfermedad, que también es la del Papa, está precisamente destinada a redimir aquél que hoy pierde a la Iglesia y por el cual nuestro Padre está listo a dar su vida?” De ahora en adelante será un despojo lento de todas sus facultades, un largo vía crucis del cual las numerosas hospitalizaciones formaran las dolorosas estaciones.
Respecto a su enfermedad, el 6 de abril de 2002, nuestro Padre confía: “¡Verdaderamente es una muerte! Poco a poco, los hermanos me reemplazan para todo. Pero también, qué gracia esta íntima colaboración entre nosotros.”
Y esa ‘muerte’ lo sumerge en una pesada ‘noche’ espiritual, como lo expresa, durante esos días, con esta conmovedora paráfrasis del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, que dejará sin acabar:
1. ¿Adónde te escondiste Jesús? Dios mío desaparecido,
¿Adónde? ¿Por qué huiste,
mientras que entre tus brazos
de amor dormía? ¡Salí tras de ti al umbral
clamando! Pero tú, con gran zancadas
caminabas hasta el fin del mundo,
sin voltearte... ¡Adónde te escondiste! [...]
2. Oh padre, oh madre, oh hermanos,
hermanas cuyo recuerdo
refresca mis labios resecos
ustedes que lo conocieron, si por ventura
lo vieres, si por ventura lo encontrares
decidle que adolezco, que peno,
pero no les escondan que aun
lo amo y no quiero en la tierra a otro sino él
sin vuelta.
3. ¿pero cuál es el camino?
¿Quién me lo mostrará?
Desgraciadamente, no puedo contar detalladamente tantas palabras edificantes y hechos ejemplares ¡de los cuales hemos sido los testigos privilegiados! Se trata de sus ‘Novissima verba’.
El 13 de septiembre de 2002, otra prueba lo hiere. Justo cuando acaba de volver de su estancia en Canadá, fray Pedro le habla por teléfono para avisarle que fray Hugo de Cristo Rey falleció súbitamente, en la noche, por un infarto.
Trastornado, nuestro Padre llora a su sobrino e hijo y al mismo tiempo se regocija sobrenaturalmente pensando que se fue al Cielo.
La tristeza del luto se agrava por la decisión que toma Mons. Veillette, obispo de Trois-Rivières ¡que con todos acostumbra ser tan tolerante! Influenciado por el obispado de Troyes, nos trata como a una secta y se niega otorgar una sepultura a nuestro difunto ¡prohibiendo toda ceremonia en su diócesis! Así, hasta en el Cielo, nuestro hermano continua el combate de Contra Reforma y permanece una ‘señal impugnada’. Pero qué dolor para nuestro Padre que, a pesar de todo, le aconseja a fray Pedro que se someta al arbitrario del obispo:
“¡Rugir, justificarse, no es bueno! Es la Iglesia que ha hablado, nos tenemos que someter; no nos queda más que sufrir, ser perseguidos.
“¡Para nosotros lo importante es sumergir nuestros corazones en los Corazones de Jesús y de María!”
El párroco de Shawinigan-sud quedará muy edificado por esta humilde sumisión, y le dirá a fray Pedro: “Tengo a pecho decirle que su actitud ante la injusticia es un hermoso testimonio de fe y de caridad, que borra todos sus pecados y que forzosamente producirá buenos frutos. ¡Ánimo!”
En efecto, desde ese drama, la actitud del clero frente a nuestras comunidades ha evolucionado mucho.
Sin embargo, para nuestro Padre, una vez más, el impacto emocional es profundo. Esa “llaga del corazón” trajó consigo una agravación de la enfermedad. El 24 de octubre de 2002, en la tarde, nuestra Padre sube a descansar en su celda... y no vuelve a bajar. Hacia las 6h 30, fray Gerardo se preocupa y lo encuentra tirado en el piso, cerca de su cama, en un estado impresionante. ¿Cuánto tiempo lleva así? ¿Qué paso? No sabemos.
Nuestro Padre es hospitalizado de urgencia y el médico diagnostica una evolución importante de la enfermedad. Me avisa que el estado de nuestro Padre es grave, que tendremos que tomar medidas. Nos advierte que hay prepararnos a lo peor de aquí a seis meses o un año...
De vuelta el 1º de noviembre, nuestro Padre permanece en cama. Cada uno recibe permiso de visitarlo un poco. Nuestro Padre confía pues lo que acaba de sufrir, tanto en lo físico como en lo espiritual, y que lo hacen desear morir:
“Sí, fue duro. Pensé en toda esa gente que está sumergida, no por unos días, sino para toda la vida, en ese mundo sin Dios, en el que todo el mundo está contra ti y desea dañarte. Eso me acercó un poco, un poquito de toda esa gente que sufre tanto. Ese me hizo hacer un progreso espiritual... Es necesario meditar sobre el martirio. Y no es todo... si pudiera ser para el Cielo... Pero, en momentos semejantes, el demonio está ahí y hay que tener cuidado para no caer en sus trampas.”
“En el hospital, era como San Francisco de Asís. Era mi Alverno. Me traspasaron el corazón. Lo sentía venir y lo deseaba, llevo tanto tiempo deseando que la tercera parte de mi vida acabara así. Será como Dios quiera.”
En 1974, había escrito:
“En mí, la sangre se coagula, mi fuerza se ha retirado ¿cómo me levantaré? Pero Jesús está aquí que me da una señal [...]. Jesús se bueno conmigo y dame la mano para levantarme [...]. Caminemos. Tenemos que avanzar hacia la muerte, morir cada día, por fin morir un día, sin entender, amando solamente Aquél que, delante de mí, hombre de miseria como yo, carga su cruz, titubea también y cae para levantarse de nuevo. ¡Así es la vida! La que pasa y cuenta para la eternidad. Porque la verdadera vida es otra, allende del velo que ahora voy a romper. ¡Piedad de nosotros en esta vida eterna! Caminemos. Ya Pronto enjuagará las lágrimas de nuestros ojos, el sudor de nuestras frentes y la sangre. Ese Padre bueno.[3]”
Por su lado, nuestro médico insiste: “A partir de ahora, habrá que vigilar de muy cerca al Padre y limitar al máximo los riesgos que se caiga, sobre todo en la noche... Evidentemente, todo eso les va pedir una reorganización general.” (12 de noviembre de 2002)
De hecho, de ahora en adelante, ya no dejaremos más a nuestro enfermo, ni el día ni la noche. Nos relevaremos para velar sobre él continuamente.
El 22 de noviembre, justo cuando acaba de recobrar un poco de fuerzas y puede celebrar Misa, tiene bruscamente la impresión de perder la vista unos instantes. Nos confiará después: “Le dije a Nuestro Señor que, cuando llegaría el momento, estaba listo para lo que Él quisiera...” Preveía bien que un día ya no tendría fuerzas para decir Misa...
El 2 de diciembre de 2002, le advertí a la comunidad: “Verdaderamente hay una agravación. Es el vía Crucis que nuestro Padre nos había anunciado en 1996, pero no pensábamos que sería eso. Cuando se ve caminar así a nuestro Padre, con paso vacilante, uno piensa en Nuestro Señor cargando su Cruz... Y no hay sanación que esperar ¡no hay otra salida más que la Cruz!”
El día siguiente, nuestro Padre está de nuevo hospitalizado, hasta el 11 de diciembre. Además de la enfermedad de Parkinson, el médico descubre ‘cuerpos de Lewy diseminados’. De nuevo, el neurólogo me explica que el caso es grave y que hay que prepararnos a lo peor, a corto plazo.
Muy consciente de su estado, nuestro Padre nos dice de regreso: “Papá-Dios quiere esta enfermedad cuya evolución será inexorable. Será una gran prueba. Pero esta prueba es una gracia...”
Y el 26 de diciembre: “Me encomiendo a Dios.”
El Padre de Foucauld escribió: “Nuestro anonadamiento es el medio más seguro de nuestra santificación.” Así, nuestro Padre se santificó mucho con su enfermedad. A partir de enero de 2003, le cuesta cada vez más expresarse. Ya no sabe dónde está, se cree en medio de los hermanos de Canadá.
Se da cuenta que “se le va la cabeza”: “No entiendo nada”, me dice mirando el montón de cartas que el hermano dejó delante de él, en su escritorio.
Nuestro Padre ya no tiene las energías físicas de antes, pero sus pensamientos se concentran siempre en la Iglesia que es el todo de su vida. Como trabajo cerca de él, me ve escribir con una atención sostenida. Un día, me dice: “¡Coges tu pluma y dale, dale, dale! ¡Qué no te dé miedo darles en la torre!”
Al término de la lucha, ahora sube la “montaña empinada” del tercer Secreto, pero todavía y más que nunca es una obra de Contra Reforma por la Iglesia...
“Es menester que ahora me ocupe de mi alma. Quiero ponerla entre las manos de Dios, por el intermedio de la Virgen María.”
Su alma parece estar sumergida en la noche. “Busco mis luces”, me decía el 15 de marzo de 2003. En efecto, toda su vida, lo habíamos oído decir que estaba asistido por luces particulares para escribir, y fuimos testigos de ello. Sin embargo, ahora que nos dio todo, ya no necesita de sus luces, pero ahí está, con toda su resignación: ¡es lo más bonito! ¡Y mira a la Virgen María! Como siempre, ella le devuelve los ánimos... “Al decir: ‘ahora y en la hora de nuestra muerte...’ medito sobre mi muerte; mi muerte, es una sola cosa, un solo acto de mi vida, pero un acto cuya importancia es agobiante. Para mí, me gustan tanto esas últimas palabras del ave María, porque terminan de anticipo el último ave María que quiero sea mi última oración[4]...”
En abril de 2003, le sale una escara sobre los tobillos y lo va hacer sufrir varios meses. Además, soporta difícilmente los efectos secundarios de los tratamientos médicos.
“Ya no puedo andar parado... Ya no puedo coger mi pluma... y cuando la cojo, ya no puedo escribir.” Con un gesto mostrando su cabeza: “Mezclo todas mis cosas y pierdo enormemente la memoria. Dicen que esta enfermedad no es mortal, pero...” Entiéndase: ¡es peor que una muerte!
Sin embargo, durante aquel año 2003, nuestro Padre logra todavía celebrar la Santa Misa, de vez en cuando, cuando se siente un poco mejor, lo que sorprende mucho a nuestro médico. Pero a nuestro Padre le cuesta cada vez más, aun asistido, segundado de muy cerca por fray Gerardo. Eso lo entristece profundamente. ¡Un desapego más!
TESTIMONIO DE FRAY CRISTIAN.
Escuchemos al hermano enfermero hablarnos de su enfermedad: “Al levantarse, se persigna muy bonito. ¡De esas persignadas que tanto dicen! Uno siente que no es el momento para hablar, o lo menos posible. Nuestro Padre está ocupado en otra cosa. A menudo, permanece sentado sobre su cama, silencioso, durante un buen momento.”
“Nuestro Padre nos dijo un día que la sonrisa continua era ‘una virtud cardinal’. En esa época, cuanto justamente sufría desde hace ya mucho tiempo, practica seguido, heroicamente, esta gran virtud. Cuántas veces, su incomparable, su maravillosa sonrisa nos regocijó, nos devolvió los ánimos y nos desconcertó...
“A pesar de que tenga mucha dificultad para hablar, nunca olvida agradecer con prontitud cualquier servicito. ‘¡Gracias! ¡Gracias!’... ‘Gracias por haberme avisado...’ ‘Gracias por haberme ayudado...’ Confusión del hermano...”
Para sus paseos en el parque, el Padre acepta ahora utilizar la silla de ruedas, porque camina con dificultad. Para los almuerzos, baja todavía al refectorio, pero eso lo cansa:
“En el umbral del refectorio, lo más seguido una sonrisa ilumina su cara cada vez más parecida a la de Monsieur Martin o, en otros momentos, a un retrato de San Francisco de Sales. Bendice la mesa o nos bendice a todos entrando, diciendo ‘¡Buenos días, hijos míos!’ o ‘¡Buenos días, hermanos míos!’ Está apenadísimo de avanzar a su lugar tan lento y hacernos esperar: ‘¡Perdónenme!’ dice. Cómo no admirar un vía crucis tan rudo, su paciencia, su docilidad, su agradecimiento a todos y por todo...”
“Cuando se le visita, ya no hay con él una conversación en términos precisos, porque nuestro amado Padre casi no dice nada, apenas unas palabras. Pero acostumbra dar su consentimiento con su mirada tan expresiva, o con un gestito de la cabeza, a todo lo que se le dice. Las expresiones graves de su hermoso rostro un poco emaciado significan, casi mejor que palabras, su atención muy sostenida, su asentimiento, su adhesión entera y profunda...
“Nuestro Padre sube seguido a descansar en su celda. Le gusta voltearse hacia la gran chimenea de mármol sobre la cual está puesta una pequeña estatua de Nuestra Señora de Lourdes, rodeada con dos ramos de flores. Instintivamente, mira a menudo hacia ese altarcito para recitar el Ángelus o el rosario... o meditar silenciosamente.
“Una noche, durante uno de sus insomnios, un hermano lo sorprendió levantándose sin ruido, riesgosamente y, acercándose misteriosamente de ese altarcito improvisado, permanecer ahí unos instantes, checar la hora, antes de volver a acostarse, y todavía sin hacer ruido.
“¡Qué bien apoyado se siente por Aquella que tanto amó y sirvió toda su vida! Un día, al hermano que le presenta su rosario, le dice: “¡Afortunadamente Ella está aquí!”
“Un día en la mañana, preocupado: ‘Quisiera hacer la voluntad de Dios.’ El hermano trata de decirle suavemente que es exactamente lo que está haciendo...”
Durante el otoño de 2003 y a principios del invierno, los días pesados alternan con los momentos de mejoría, pero, en el conjunto, va bien.
2003-2010:
OFERTORIO
El lunes 26 de enero de 2004, nuestro Padre celebra Misa por última vez, pero con mucha dificultad. Agotado, está obligado a acostarse después.
En la tarde, está cada vez menos vivo, cada vez menos presente. La fiebre se declara y sube lentamente.
En la noche del 27 al 28 de enero, su estado empeora: nuestro Padre empieza a delirar. El médico de guardia lo hospitaliza. En el hospital, le detectan una infección intestinal, debida al tratamiento de Parkinson. El neurólogo decide pues interrumpirla.
Nuestro Padre nos es devuelto el 7 de febrero, para un ‘fin de vida’... Por el momento, nos regocijamos de volver a verlo en medio de nosotros: más que nunca, es el alma de la casa. Y él, helo aquí inaccesible a los golpes y a las maldades de sus enemigos. Está fuera de alcance, ¡de antemano en la paz de su Señor!
“Qué no tenga otra libertad sino la de... ¿qué? Amar, sufrir y morir. Todos los grandes santos han tomado esta trilogía como programa de acción. Primero, en la oración, pedirle a Jesús aceptar esta nueva forma de vida en la que nos pondrá, por un medio u otro, mismo si es estando paralizado en una cama de hospital, o abandonado de todos en una pobre casa, anciano abandonado: ya no tenemos derecho, ya no tenemos poder, ya no tenemos el conocimiento de hacer otra cosa sino amar la cruz que tenemos en las manos, sufrir con su cuerpo, con su corazón, con su alma, y ya no acabar de morir. Eso no es malo, y hasta es lo que le pido a Dios de una manera u otra de otorgarme aquí.[5]”
En plena comunión con nosotros, fray Pedro me escribe, ese mismo 7 de febrero: “Entre más pasa el tiempo, más nos tenemos que abandonar; y con eso vemos bien que no estamos abandonados del Corazón Inmaculado de María... Es la hora del juicio de Dios. Juan Pablo II está igual de enfermo que nuestro Padre, pero él es todopoderoso y su gnosis se extiende en el mundo entero. Nuestro Padre, en caballero de la Inmaculada, está aplastado, impotente y, más que nunca, somos el pequeño rebaño. No se puede más evangélico. ¡Vamos a ver maravillas! Más que nunca también, entendemos que tenemos que rezar mucho como nuestro Padre nos lo recordaba a menudo estos últimos tiempos.”
UN PACIENTE EXTRAORDINARIO.
Si los días de nuestro Padre no están en peligro, no obstante su enfermedad evolucionó en el plan neurológico de una manera impresionante. Está medio en coma, sumergido en una noche de los sentidos y del espíritu irreversible. Ya no se comunica más que con sonrisas, escasas, pero que iluminan su hermosa cara serena, tranquila. Diría uno que está allende, como absorto por una tarea: la de sufrir y ofrecer este estado físico y mental de anonadamiento. Víctima por la salvación de la Iglesia, después de haber luchado toda su vida por ella, con una alacridad, una potencia impresionante ¡en medio de las persecuciones que, nunca, lo derribaron!
Empieza pues una especie de hospitalización a domicilio, que va durar seis años completos, interrumpidos por ocho estancias en el hospital, de un tiempo variado entre veinticuatro horas a ocho o diez días, en los momentos de alertas más graves que no podemos asumir en la casa...
Durante esos años, nuestro Padre está seguido por nuestro médico y su asociada. Dos enfermeras del sector se ocupan de los cuidados un poco excepcionales, según las necesidades del momento... Todos, más o menos sobre aviso al principio, se vuelven cada vez más respetuosos, admirando la paciencia, la calma, la serenidad, la belleza misma de la cara del ‘Padre’: ¡bueno! Están conquistados por este paciente fuera de lo común.
En febrero de 2004, el estado de nuestro Padre se agravó considerablemente. Está casi paralizado, al grado de hasta ya no poder voltear la cabeza o poner la mano en su cara; está prácticamente afásico: de vez en cuando, hasta eso, una palabra, una frase cortísima muy raro o una idea difícilmente expresada por una serie incomprensible de sílabas.
Pero describió lo que siente de anticipo:
“Me veo bajar a la tumba, corazón de fuego en fin apagado, ojos insaciables cerrados a las falsas luces, manos abiertas después de haber dejado que todo se fuera. Esa idea me hace arrepentirme de todo el mal que cometí. Y quisiera, oh Padre, oh Madre, oh Dios míos, a partir de hoy obtener su perdón[6]...”
“Presenta todos los trastornos que provocan normalmente semejantes enfermedades, atestigua fray Cristian. Uno de los más duros, por ejemplo, es el de la deglución, lo que provoca una gran dificultad en tomarse las meriendas que reemplazan los almuerzos, y provoca el riesgo de atragantarse... todas las funciones están enfermas. En un estado semejante, nuestro querido enfermo es totalmente dependiente, como lo es un niñito... Cómo no pensar, muy emotivamente, en la palabra de Jesús: ‘Si no se vuelven como uno de esos niños...’
“Sólo su hermosa cara no está atacada por la enfermedad. Un poco emaciada, hace pensar irresistiblemente a la de San Francisco de Sales, o a la de Monsieur Martin, el papá de Santa Teresita, y en otros momentos a la Santa Faz de Nuestro Señor. Y su mirada está igual de viva que siempre, expresando gran bondad, profunda sabiduría, paciencia y santo abandono; esa mirada nos habla tan fuerte... Y en esa mirada y sobre sus labios, seguido, muy seguido todavía, esa maravillosa sonrisa que arroba y regocija el corazón y el alma de todos aquellos a los que deja gratificados como una gracia celestial, como una sonrisa de nuestro amantísimo Padre Celestial... ¡Qué sonrisa!
“En varias ocasiones, nuestros amigos doctores nos dirán que una cara semejante, una mirada semejante, una sonrisa semejante les parecen inexplicables en un paciente enfermo de tal enfermedad, en un estado tan avanzado (cf. ¡Juan Pablo II!). Para ellos, nos lo dijeron muy a menudo, ellos que saben de lo que hablan, habiendo tenido a lo largo de su carrera la ocasión de tratar semejantes enfermedades, hay ahí un verdadero misterio...” (7 de febrero de 2004)
Desde el 22 de febrero, coloqué una gran estatua de Nuestra Señora de Fátima, adelantito de su cama medicalizada, y nuestro Padre mira seguido hacia Ella ¡para mendigar fuerza y valentía! A veces, se vierte en llanto. ¡Qué punzantes son esas tristezas repentinas! ¿Acaso no son la figura misma de la tristeza de Dios y la desazón de Nuestra Señora?
Frecuentemente, desde su cama o desde el sillón, contempla con una mirada meditativa que ya no es exactamente de la tierra, el cruce de la ventana que recorta en el cielo una gran cruz de más de tres metros de altura sobre un metro treinta y anchura... Es muy punzante. La Virgen María y la Cruz han llenado su vida, y ahora más que nunca.
“Las noches son a veces tranquilas, nota fray Cristian. Otro punto que sorprende mucho a los doctores y a las enfermeras: conserva una calma absoluta, durante largas horas de la noche, sin manifestar la menor agitación. Nuestro amado Padre permanece absolutamente silencioso e inmóvil. En la mañana lo encontramos en la exacta posición en la que lo hemos dejado en la noche, la mano derecha, que agarra el rosario, a lo largo del cuerpo, y la cabeza ligeramente inclinada a la derecha... Lo volvemos a encontrar tal cual... Como Jesús en la Cruz. Es muy impresionante. Suele pasar muy seguido que nuestro querido enfermo esté despierto, con los ojos abiertísimos, en medio de la noche, sin manifestarlo de ninguna forma.”
Es entonces que le escribo a todos nuestros amigos falangistas: “Nuestro Padre está de leva para el Cielo, después de habernos indicado el camino y dado todas las consignas para que podamos alcanzarlo algún día a nuestra vez. No sabemos, los doctores no pueden decirnos ni el día ni la hora de su partida. Uno de ellos tuvo la palabra atinada: ‘Sólo Dios lo sabe’. Pero nuestro Padre, él, larga las amarras. Su cara está tan bonita, tan serena, tan en paz, que parece ya descansar […].
“Qué Nuestro Señor termine en su servidor la obra empezada. Podemos darle este testimonio, que Santa Teresita del Niño Jesús se daba a ella misma: ‘Sí, creo que sólo busqué la verdad.’ Un día el ‘amigo incomparable’ de nuestro Padre, el Padre Luis Vimal, exclamó: ‘¡De Nantes, sólo usted busca la verdad!’ queriendo decir con ello que el debate de las ideas para desenredar lo cierto de lo falso al cual se entregaba nuestro Padre ya no le interesaba a nadie, hasta en la Iglesia, sobre todo en la Iglesia en donde, desde el Concilio, ya no se preocupan más que de concordia ‘pastoral’ entre las religiones... Es al servicio de esta Primera dulce Verdad, ‘de la cual los hermanos cantan la gloria’, según nuestra Santa Regla, y en el amor a la Iglesia en la que pensamos perseverar, con una fe inconfundible en el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús por el Corazón Inmaculado de María. Nuestro Padre nos dijo que lo vería con sus propios ojos, pero era con un total desinterés de sí mismo, queriendo asegurarnos que este triunfo es eminente. Una manera de decir: ‘¡Aguanten chavos!’ ¡La consigna vale más que nunca![7]”
El 13 de febrero de 2005, sor María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado entrega su bella alma a Dios, en el Carmelo de Coimbra, a los noventa y siete años.
Y, poco tiempo después de la vidente, el papa Juan Pablo II muere a su vez, el 2 de abril de 2005. Un día, nuestro Padre nos había confiado:
“Pienso que está la muerte del Papa, mi propia muerte y la muerte de sor Lucía; esas son cosas que deben trastornar a la Iglesia y poner las cosas de pie o caer en la anarquía total... Entonces espero mi muerte... Creo que es la primera vez que pongo mi muerte así en evidencia.”
Pero, para él, la hora de la partida todavía no ha sonado. Papá-Dios nos lo deja todavía un tiempecito, para nuestro alivio, a fin que su inmolación gane todavía muchos méritos para la Iglesia. En contra de las previsiones de los médicos, a mediados de marzo, nuestro Padre puede de nuevo a poder estar parado y dar algunos pasos. Así, con el refuerzo de una silla de ruedas, nuestros hermanos pueden bajarlo a la capilla para algunos oficios y para Misa, cuando es celebrada aquí. Tiene pues la alegría de presidir, salvos una que otra vez, a todas nuestras ceremonias de tomas de hábito. Del mismo modo, participa a nuestros recreos y puedo darle cada día un paseíto en nuestro parque o en los alrededores.
Los cardenales entran en conclave el 18 de abril. Menos de veinticuatro horas más tarde, el humo blanco sale de la chimenea de la capilla Sixtina. En la tele, vemos salir al cardenal Ratzinger en la logia de San Pedro. En el instante, estamos un poco atónitos. Recibimos su bendición de rodillas. Nuestro Padre entiende quien acaba de ser elegido. Se exclama: ‘¡Será difícil!’ ”
LA EXTREMAUNCIÓN.
Nuestro Padre recibió dos veces la Extremaunción: el 13 de julio de 2005 y el 30 de noviembre de 2007, de manera muy consciente y con mucha alegría. Cada vez, se recobraba un poco: como si la Iglesia le daba la orden de seguir trabajando ¡y parecía estar dispuesto a obedecer!
El 8 de diciembre de 2007, escribo en la Carta a la Falange n°81: “La nueva encíclica del papa Benedicto XVI nos muestra que la hora de la restauración de la Iglesia todavía no ha llegado [...]. Desde el fondo de esta horrible agonía, invocamos a ¡Jesús! ¡María! ¡José! y fuimos escuchados. Después de haber sentido por segunda vez el poder de la unción de los enfermos, nuestro Padre volvió a su lugar de víctima silenciosa, íntimamente unida a la Víctima santa del Calvario, por amor, en aplicación a nuestra Regla: ‘El mundo necesita más que nunca víctimas de amor que atraen sobre él la misericordia divina. El mundo necesita almas totalmente volteadas al Cielo y ya en comunión con él.’ (Art. N°103)”
Víctima, nuestro Padre lo es realmente, como la beata madre María del Divino Corazón, y como sor Lucía de Fátima.
No temo decirlo: nuestro Padre es un santo. Es un verdadero místico, sin jamás haberse dado las apariencias de la piedad, ni las de la humildad, sin buscar una actitud, aunque pasara por soberbio. Vive simplemente en la fe, siempre verdadera, yendo recto en su camino, tan sólo apegado a la Verdad, aunque poco lectores lo siguán. A veces, cuando uno está cerca de él, se tiene como la intuición de su santidad, se tiene el presentimiento de ello. Se volvió una víctima irradiante, permaneciendo aun el maestro.
Nuestro Padre no se obstinó en un camino, progresó y, esos últimos años, estaba apurado en engranar doctrina, sabiendo que eso serviría más tarde. Es un santo, pero no de manera ‘clásica’. Hasta las cosas profanas, las pone en relación con la Redención. Para nosotros, verdaderamente es el hombre de Dios que “da el buen juicio sobre todo”, según San Pablo.
En el 2007 y 2008, la enfermedad progresa inexorablemente. En el 2009, nuestro Padre es hospitalizado cuatro veces, por infección pulmonar o intestinal: en marzo, en abril, en septiembre y en octubre. A pesar de todo, todavía lo podemos bajar a la capilla para Misa y ciertos oficios, y puedo pasearlo en silla de ruedas en el pueblo, cuando el tiempo es suficientemente clemente. A veces, nos paramos en la casa Santa María ¡lo que regocija inmensamente a las hermanas! Después de una oración en la capilla, le pueden hablar unos instantes.
En diciembre de 2009, su escara se agrava y provoca pequeñas hemorragias. Aquel invierno es duro y el estado general de nuestro Padre se degrada. Sus bronquios están llenísimos por las secreciones naturales que ya no tiene fuerza para eyectar. Lo que provoca las infecciones pulmonares. Los médicos le prescriben kinesiterapia ¡pero para él será una verdadera tortura!
A principios de 2010, nuestro Padre manifiesta un gran cansancio general: duerme mucho y se alimenta cada vez más difícilmente.
La noche del 4 de febrero, hacia las 2 de la mañana, la respiración se vuelve cíclica; es muy impresionante esperarse a que se pare en cualquier momento. Tiene los pulmones llenos y parece estar cada vez menos presente.
El 6 de febrero, un amigo médico constata que su respiración está casi reducida a nada y me dice: “Ya no es más que una cuestión de horas. Cuando tengo un paciente en ese estado, le aviso a la familia que venga...” Nuestro Padre recibe la Extremaunción. Y, en la tarde, parece que se va morir: ¡su pulso baja a 45! Sin embargo conserva una calma absoluta.
Llega otro amigo médico que se exclama: “¡Necesitamos oxígeno en cuanto antes, para aliviarlo!” Usando su autoridad, hace que instalen una bomba a domicilio. La vida de nuestro Padre quedará prolongada de unos diez días...
Viernes 12 y sábado 13 de febrero: pausas respiratorias frecuentes, caídas de la tasa de oxígeno. El Padre casi ya no come, y la noche es difícil. ¡La inquietud crece!
15 DE FEBRERO DE 2010:
EL MAYOR ACTO DE AMOR
“Desde ahora, para mí, para nosotros, es seguro y de una verdad que no pasará, que todos aquellos que arden de amor por la Inmaculada, de entrega eucarística y marial, y de servicio de todas las causas que Ella protege, están ya, por una gracia inaudita de la Santísima Trinidad, predestinados, elegidos y prometidos por su Mediación a la Vida eterna del Cielo.” (nuestro Padre, 1996)
En la mañanita del 14 de febrero de 2010, un sacerdote amigo canta la misa en nuestra capilla, ahí donde nuestro Padre la celebró tantas veces.
“No hay día que pase sin que celebre la muerte de mi Salvador como la obra de vida más fecunda de todas. ¿Cómo podría yo olvidar esta lección cotidiana que es un impulso a morir cuando me tocará?” había escrito en una de sus más bonitas Páginas Místicas: ‘La muerte, primera misa del pobre cristiano’ (julio de 1970). Precedido por la campanita, subo el cáliz y humecto sus labios con unas cuantas gotas de la Preciosísima Sangre. Por última vez en la tierra, Jesucristo se une a su servidor en la comunión. Es la provisión del camino para el gran viaje ¡para acabar en la meta tan ardientemente deseada!
“Si cada noche de mi vida supe dejar mi carga de pena y acostarme en tu pecho, oh Dios bondadosísimo, con un abandono sereno y amoroso, tú me concederás sin duda la gracia a la tarde de mi muerte acostarme una vez más aquí en tu pecho ¡para en la Vida Eterna despertarme cerquita de tu rostro![8]”
Una cum Christo Hostia, Cor unum...
¡Una sola Hostia con Cristo, un solo Corazón!
Nuestro Padre guarda los ojos cerrados. Sin embargo no está en coma, ni siquiera inconsciente, porque reacciona cuando el doctor y fray Miguel recitan el rosario a su lado, en acción de gracias.
Después de misa, el doctor me avisa que entró en agonía. Eso me deja agobiado... recobro rápido mis ánimos y decido juntar a la comunidad a las 3 de la tarde.
Todos reunidos alrededor de su cama, recitamos la oración para la recomendación del alma, y el sacerdote da La indulgencia plenaria en el artículo de la muerte. Habíamos acercado de la cama la gran estatua de Nuestra Señora de Fátima hacia a la cual se volteaba día y noche, y en el muro, detrás de su cabeza, colgamos una gran reproducción positiva de la Santa Faz. Así pues es a Jesús y María a quienes les encomendamos el alma de nuestro pobre Padre.
Después de haber besado la mano de este Padre tan amado, cada hermano y cada hermana se sale de la celda, muy conmovido. Ese último acto de veneración traducía tan pobremente el amor filial que resentíamos por aquel que había ardido de amor por el Buen Dios y la Santa Iglesia ¡y nos dejaba como legado su llama!
Al paso de la horas y en una progresión muy lenta, característica de la enfermedad de Parkinson, el suspiro se volvía más débil, la respiración más rápida, la inspiración corta. Los pulmones ya no cumplían su función, y nuestro Padre, como Jesús en la Cruz, vive una lenta asfixia. Tratamos de aliviarlo con la ayuda de una bomba de oxígeno y, con algunos gestos sencillos de kinesiterapia, para ayudarlo a prolongar su expiración. Nuestro Padre recobra pues un poco de aire y vuelve agarrar durante un tiempo una respiración más regular. Sigue con los ojos cerrados, concentrado en su respiración. A veces colorado, a veces blanco, su cara sigue igual de hermosa. No ronca; no sus labios ni su nariz están repulgados.
No muestra ninguna impaciencia, febrilidad, angustia al revés de lo que se constata de costumbre en los pacientes atacados con semejantes síntomas. Al contrario, de su cara emana una paz inalterable, una fuerza impresionante, una gran majestad. Vive sus últimos instantes como siempre llevó su vida, cumpliendo su tarea de víctima. Ni queja, ni gemidos. Nuestro amigo médico atestiguará: “Durante las largas horas en las que estaré en el cuarto del Padre, existirá un contraste entre la agravación clínica, neurológica y respiratoria, y la serenidad del Padre; es difícil considerar un tal estado de serenidad con episodios de desaturación tan importantes.”
Sin embargo, en esta agonía se ve que su organismo, muy exhausto, sigue luchando: su corazón late fuerte, su pulso sigue bien ritmado. Eso explica que le fueron necesarias varias horas a su alma para escaparse de su cuerpo.
Por ahí de las 6 de la noche, la temperatura sube hasta 38,5. Los hermanos tratan de calmar la fiebre dándole un comprimido disuelto en un poco de jugo de naranja. Nuestro Padre halla la fuerza para deglutir tres o cuatro veces, pero pronto ya no puede más, está agotado. Estaba encima de sus fuerzas respirar y beber al mismo tiempo.
Por un momento, parece que la noche será tranquila, pero esa esperanza es de corto plazo. Por ahí de las 10 de la noche, nuestro Padre entre en una nueva fase de sofocación ligera. Los hermanos que los velan se preocupan y tratan de aliviarlo. A las 11h 30 de la noche, constatando la inutilidad de sus esfuerzos, les digo que paren: la taza de oxígeno, muy pronto pasa por debajo de lo mínimo vital, dejando creer que se aproxima el fin.
Pido que despierten a los hermanos que acorren llenos de angustia: “Nuestro Padre entra en su última agonía!” Nuestras otras casas quedan avisadas por teléfono, juntándose en sus capillas, para implorar el socorro de los Corazones de Jesús, María y José. Recitamos las oraciones de los agonizantes, pero todavía no es el fin. La taza de oxígeno da un pique, gratificando a nuestro Padre con una pequeña remisión. Los hermanos vuelven acostarse.
Cerca de las 4 de la mañana, la taza de oxígeno vuelve a subir una vez más. Pero el organismo está agotado y muestra cada vez más señales alarmantes: fiebre alta, respiro que enflaquece, enflaquece, a veces entrecorta de pausas respiratorias, taza de oxígeno insuficiente, pulso muy bajo e irregular.
A las 6 h 15, nuestro Padre ya no es más que un soplo de vida. Tiene la boca y los ojos cerrados, los brazos a lo largo del cuerpo, en su mano derecha tiene su rosario y sobre su pecho un gran crucifijo de marfil. ¡Su cara, colorida, jaspeado con reflejos morenos, guarda una tranquilidad, una belleza, una pureza increíbles!
Por fin, a la hora en que la comunidad recita en la capilla los misterios gozosos del Rosario, nuestro Padre voltea sus ojos cerrados hacia la estatua de Nuestra Señora de Fátima, y extiende ligeramente su cara hacia el Cielo que vuelve a caer con una expresión de alegría. Sus labios esquician una sonrisa.
“Y pienso que tras mi último suspiro, habiendo ya entrado en la muerte corporal, la pobre alma creada, la pobre pecadora que redimiste con tu Sangre, oh Cristo, antes de irse de ahí, tal vez contemple en un instante fugitivo la visión de su verdadera Madre, María... Encuentro del cristiano y de su Madre, en el momento de su gran éxodo, como una última gracia de la Madre de todas las gracias, como una última chance dada por la Mediadora de todas las bondades. Quisiera, espero, estoy seguro que en la noche de mi muerte la veré volteada silenciosamente hacia mí, invitándome a creer en todo, a esperar en todo, en amar todo puramente de ese Cielo en el que voy aparecer para mi juicio.[9]”
Aprieta ligeramente las manos hasta que la llama se haya apagado, que su alma se haya ido entre los brazos de la Inmaculada.
Ese lunes 15 de febrero de 2010, eran las 6 h 25. La agonía de nuestro Padre había durado veinticuatro horas...
“Conozco la Casa que me espera y corro y vuelo para allá sin tristeza, sin lamentos. Casa como la casa de mi infancia, morada digna de mi papá y de mi mamá, Casa de mi Padre Celestial y de mi Madre querida, Reina de los Ángeles y de las Vírgenes. ¡Oh! Oh, cuán bellezas son tus moradas, Israel. Los pabellones de tus tiendas resplandecen, Jerusalén nueva, Ciudad esposa, jardín cerrado, montañas y fuentes cristalinas ¡Paraíso![10]”
¡Como lo deseaba, nuestro Padre hizo con su muerte el acto de amor más bello de su vida!
MUERTE DE AMOR.
Sin querer anticipar el juicio de la Iglesia, me parece estar permitido pensar que nuestro Padre vivió esta ‘muerte de amor’ dulce y suave, descrita por San Juan de la Cruz, en su comentario de la Llama de amor viva.
En su libro de las obras espirituales de este santo, nuestro Padre subrayó precisamente ese texto describiendo la muerte que deseaba vivir:
“Donde es de saber que al morir natural de las almas que llegan a este estado, aunque la condición de su muerte, en cuanto el natural, es semejante a las demás, pero en la causa y en el modo de la muerte hay mucha diferencia. Porque, si las otras mueren muerte causada por enfermedad o por longura de días, éstas, aunque en enfermedad mueran o en cumplimiento de edad, no las arranca el alma sino algún ímpetu y encuentro de amor mucho más subido que los pasados y más poderoso y valeroso, pues pudo romper la tela y llevarse la joya del alma. Y así, la muerte de semejantes almas es muy suave y muy dulce, más que les fue la vida espiritual toda su vida[11]...”
Ese 15 de febrero, la tela por fin se rompió y el alma de nuestro Padre cogió su vuelo hacia el Cielo...
Como la madre María del Divino Corazón que falleció en las vísperas de la consagración del mundo al Sagrado Corazón, y sor María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado que no vio con sus ojos el triunfo de ese Corazón Inmaculado, Papá-Dios no permitió que nuestro Padre vea con sus ojos la resurrección de la Iglesia, al revés de lo que esperaba. ¿Se equivocó? ¡No creemos!
Porque San Juan de la Cruz enseña que Papá-Dios actúa así con los santos:
“Por dos cosas dijimos que, aunque las visiones y locuciones de Dios son verdaderas y siempre en sí ciertas, no lo son siempre para con nosotros [...]. La causa de esto es porque, como Dios es inmenso y profundo, suele llevar en sus profecías, locuciones y revelaciones, otras vías, conceptos e inteligencias muy diferentes de aquel propósito y modo a que comúnmente se pueden entender de nosotros [...]”
“De donde, pues vemos que muchos santos desearon muchas cosas en particular por Dios y no se les cumplió en esta vida su deseo, es de fe que, siendo justo y verdadero su deseo, se les cumplió en la otra perfectamente...”
Al llegar al Cielo, es seguro que nuestro Padre contempló la gloria del Corazón Inmaculado que, pronto, estallará en un magnífico triunfo en la tierra ¡estamos seguro de eso!
¡Y todos entenderán que ese triunfo tan sólo llega por la potencia de la Inmaculada! Es lo que la madre Chappuis, visitandina de Troyes que enderezó su monasterio en el siglo diecinueve, y recibió promesas del Sagrado Corazón, decía en su lecho de muerte, al hablar de sus propias obras:
“Cuando Papá-Dios utiliza un instrumento, lo echa a una lado antes que la cosa quede terminada. Hace eso a menudo para mostrar que no necesita a nadie, es lo que hace hoy. Hubiera querido ver los efectos de la obra; mas lo que prefiero ante todo, es la Voluntad divina.[12]”
MUCHAS GRACIAS OTORGADAS.
En la mañanita del 15 de febrero de 2010, expusimos el cuerpo de nuestro Padre en el coro de nuestra capilla. Se quedó ahí hasta el 18 de febrero. Podíamos contemplar a placer su hermosa cara. Vigilias de oración, misas y oficios se sucedían.
Hasta en su funeral, nuestro Padre fue perseguido por los hombres de Iglesia: Mons. Stenger se prevalió de la nunciatura para prohibirle la entrada de la iglesia del pueblo. Y el responsable parroquial recusó tocar las campanas, al paso del difunto...
Afortunadamente algunos buenos sacerdotes vinieron para unirse a nosotros, a fin de dar el testimonio de su amistad sacerdotal hacia un cofrade venerado. El 18, pudimos darle nuestros últimos deberes de manera solemne, en presencia de toda la muchedumbre de nuestros amigos. Desde el día anterior, un gran número ya había llegado de todas partes y hacían fila para bendecir el cuerpo, besarlo y hacerle tocar medallas, pañuelos y rosarios. La ceremonia estuvo magnífica y muy reconfortante. Ahora descansa detrás de la iglesia de Saint-Parres, en la espera de la resurrección.
Nuestros amigos y nuestros cercanos ya obtienen muchas gracias: sanaciones espectaculares del alma y del cuerpo, pero también diversos socorros en dificultades de trabajo, en busca de empleos o de hogares, etc.
Un día, el 19 de mayo de 2001, mostrándome el casillero con sus diferentes archivos, le dijo a nuestra madre Lucía: “Todo eso pasará. Pero mi obra que durará ¡es esto!” le dijo manoteando la fila de los tomos CRC, detrás de él...
El 15 de enero de 1983, le había escrito a nuestros amigos:
“La obra que estamos cumpliendo juntos me parece en esta luz, fuerte, inmensa y bella como un desarrollo sabio y perpetuo, como veo al mismo tiempo que viene de Dios y no de nosotros; que abastezcamos la materia, sí; pero sólo Él crea las proporciones, la verdad explicita, el esplendor visible que no resultan de nuestros cálculos y los rebasan infinitamente. No puedo no ver ¿y por qué recusaría contemplar lo que el Espíritu Santo me da como visión? esta doctrina vasta, sus enriquecimientos casi cotidianos, como un manantial inagotable de agua ascendente a la que un día vendrán multitudes a beber.
“Las tristezas, las contrariedades, los fracasos y las caídas son como sombras que veo distintamente con mi mirada humana, pero ya no me espantan ni me entristecen desde que sus mismas figuras limitan y hacen resaltar la magnificencia de las obras que Dios ha hecho en nosotros, por nosotros ¿y para quién? ¡Para la Iglesia![...] Mi alma no ve las penas y de los sufrimientos a causa de la vista de esta catedral del porvenir que veo construirse bastante vasta para contener a todos los pueblos.[13]”
¡Sí, Jorge de Nantes, Doctor místico de la fe católica, verdaderamente preparó el renacimiento de la Iglesia y de la Cristiandad!
Todavía no parece haber llegado esa hora pero, desde lo Alto, seguramente nuestro Padre trabaja en ello con todas sus fueras decupladas. Y como Santa Teresita del Niño Jesús, es seguro “que volverá a la tierra para hacer amar el Amor”, es decir ¡para hacer amar al Inmaculado Corazón de María y trabajar a su triunfo!
En la espera, esperamos que este libro pueda darle a cualquier pregunta una sabrosa respuesta, no solamente intelectual sino cordial, de este Maestro y Padre que sacrificó, consumió su vida en enseñar, explicar las causas de nuestras desgracias, e indicarnos los caminos de salvación. No solamente es el ‘fundador’ de nuestra comunidad sino también, y sobre todo ¡el constructor de la Cristiandad de mañana, eucarística y mariana!
Fray Bruno de Jesús-María.
[1] Supra, p. 452-454, cf. Il est ressuscité no 115, marzo de 2012, p. 20-21.
[2] Cf. Résurrection no 6, “Es menester que Juan Pablo II se vaya”, junio de 2001, p. 22.
[3] “Segundo nocturno”, Page mystique no 65, marzo de 1974.
[4] Sermón del 9 de agosto de 1999, comentario del Ave María.
[5] Extracto del comentario de la Consagración al Sagrado Corazón de la madre María del Divino Corazón, del 15 de octubre de 1998.
[6] “Mi corazón espera la aurora de tú perdón”, Page mystique no 8, febrero de 1969.
[7] Lettre à la Phalange no 74 del 13 de febrero de 2004.
[8] “Completas”, Page mystique no 74, febrero de 1975.
[9] “Salve Regina”, Page mystique no 75, marzo de 1975.
[10] “La Casa que nos espera”, Page mystique no 86, marzo de 1976.
[11] San Juan de la Cruz, llama de amor viva, primera estrofa, p. 985.
[12] Vie de mère Marie de Sales Chappuis (1793-1875), par le Père Brisson, p. 501.
[13] Lettre aux amis no 45.