Georges de Nantes.
Doctor místico de la fe católica
22. LA HUMILLACIÓN DE DIOS
Y LA PACIENCIA DE LOS SANTOS
(1983-1988)
EL grito y la angustia del Padre de Nantes contrastaban violentamente con el ilusionismo malsano que había invadido a la Iglesia entera bajo el pontificado de Juan Pablo II, y del cual, en enero de 1982, nuestro Padre había hecho la descripción sin concesión: “Desde hace tres años, se ha vivido de fiesta en fiesta, en los viajes y los triunfos de las aclamaciones universales. ¡No se ha decidido nada, no se ha hecho nada. Ningún error condenado, ningún desorden sancionado, ninguna indisciplina ni ningún sacrilegio! Es el año sabático reclamado por Küng[1], sin que se vea el fin […]. Así, desde hace mil días, la Iglesia se acostumbra a vivir tranquilamente, a no preocuparse de nada, en una dulce bobés, ¡puesto que Él está aquí! Hasta la piedad está a la alta en todos los lugares en donde no se molesta en nada a la dulzura del mal. Ya no se evocan las cosas estorbosas […].[2]”
EL GRITO DE ALARMA DEL CARDENAL RATZINGER.
En agosto de 1984, el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación por la doctrina de la fe, pareció dar a su vez un grito de alarma durante una entrevista con el periodista Vittorio Messori. En cuatro continentes sobre cinco, afirmaba el cardenal, se propaga un 'mal estar de la fe ' poniendo en duda las verdades fundamentales del dogma: “Negación de Dios, Padre e Hijo, rebelión contra el Creador todo poderoso – negación del misterio de la Iglesia y rebelión contra su divina autoridad – negación y rechazo del magisterio dogmático y moral de la Iglesia – negación de la relación de la Iglesia con la Biblia y rechazo en recibir la Biblia de la Iglesia – negación de las fronteras de la Iglesia y rehabilitación de todas la religiones.[3]”
Balance impresionante de una serie de herejías caracterizadas, signo de una apostasía no disfrazada, haciendo estragos en la vida de la Iglesia y provocando la perdida de las almas; así pues el padre de Nantes había tenido mil veces razón de gritar '¡fuego!' para despertar a los pastores adormecidos de la Iglesia. “El punto más alto de nuestra confianza fue alcanzado, escribía nuestro Padre en una 'Carta abierta' al cardenal Ratzinger, cuando leímos su confidencia tan densa sobre el tercer Secreto de Fátima: '¡Si, l'ho letto, sí, lo he leido!' Olvidamos quien era usted, de donde venía, de quien dependía, para no escuchar nada, y no ver nada más que al prefecto de la Suprema sagrada Congregación del Santo Oficio, leyendo el Mensaje de la Madre de Dios a nuestro siglo veinte y meditándolo, conservándolo en su corazón.[4]”
Pero el padre de Nantes ponía el dedo en la llaga, cuando le preguntaba al cardenal: “En una palabra como en cien: este concilio que se ha reunido, lo admito, en la fe católica, tuvo por voluntad secreta, por su minoridad activa, introducir en la doctrina secular los principios del liberalismo moderno, en contra del Magisterio de los dos últimos siglos. Es bajo el cubierto de este liberalismo papal y conciliar que la Bestia del Apocalípsis invadió Roma y ha hecho acampar a sus ejércitos. La pregunta es saber si es usted, en el Santo Oficio, el portero complaciente que les deja la puerta abierta, a nosotros cerrada, o si usted mismo es de ellos un oficial de alto rango.[5]”
Una pregunta semejante, ya era una respuesta: el cardenal Ratzinger ya daba “la desagradable impresión de alguien que, bajo yo qué sé qué orden, o pacto, o sentimiento íntimo, no quiere empeñarse, y no dará ninguno auxilio a los quemados, no luchará contra el fuego, ni siquiera perseguirá a los incendiarios[6]”. A pesar de eso, nuestro Padre concluía con estas líneas patéticas que le pertenecería al porvenir confirmar o infirmar:
“Si hay alguien que pueda y deba, es Usted, Eminencia, cardenal Joseph Ratzinger y prefecto del Santo Oficio […]. Saludo en usted aquel que profería ayer todavía el lenguaje del mundo y sobre quien Cristo ha puesto su pesada Cruz, que lo llama a cargar con él por la 'Redención-liberación' de su Iglesia. Usted será el apóstol fiel a su Maestro hasta el Calvario, o el renegado, o el traidor.[7]”
LA FUNDACIÓN DE LA FALANGE.
El cardenal Ratzinger ponía su esperanza en la Primavera carismática, como si este movimiento, salido del protestantismo, contenía en sí mismo el remedio saludable y providencial a la decadencia postconciliar. “Es esa la receta, le escribía nuestro Padre, de la cual saca su extraordinaria serenidad, su confianza en el porvenir, su certeza en una 'salvación' obrada por el único Señor Jesucristo, ayudado por sus 'servidores inútiles', esa 'restauración' que, dándole la espalda al pasado concluido para siempre, 'mira adelante hacia el Señor, hacia el cumplimiento de la historia de la Iglesia', es el pentecotismo.”
Esperanza no se puede más ilusoria, ya que ese quietismo sumado de iluminismo es “la otra cara, cómplice, del modernismo devastador. Con esta última demencia, el gran navío de la Iglesia que se hundía lentamente, repentinamente se levanta, la proa apuntando al cielo, ¡parece un instante subir a él! Mas para rápidamente abismarse en las aguas.[8]”
Entonces, para preservar a nuestros amigos de esta tentación, y poner a flote el arca de la salvación al cual pensaba desde hace años, el 1o de noviembre de 1984, durante la sesión de Todos Santos, nuestro Padre fundaba la Falange católica, realista, comunitaria, bajo el patronato y en el espíritu de nuestro venerado Padre, Carlos de Foucauld. El sábado 3 de noviembre, ciento treinta y un amigos avanzaron para pronunciar sobre los santos Evangelios su juramento de sumisión, de adhesión del espíritu y del corazón, y de fidelidad a esta “comunidad de amor a Dios y a la Virgen María, de amor y servicio a la Patria, y ante todo de verdadera caridad, efectiva, entre nosotros, a la base de toda acción”[9].
El siguiente 21 de noviembre, en la fiesta de la Presentación de la Virgen María, fue nuestro turno, hermanos y hermanas, en pos de nuestro Padre, de pronunciar nuestro 'Ego prómito fidelitatem'.
“Cuando creé la Liga en 1970, confiaba nuestro Padre, lo hice para disuadirlos de perder su libertad cristiana, a la izquierda en la herejía conciliar, a la derecha en el cisma integrista del cual muchos no entendieron el peligro. No obstante no hicimos más que nuestro deber, y todos ustedes con nosotros, sin ningún otra idea sino la de permanecer fieles a Cristo y en la disciplina de su única Iglesia. Y eso nos ha preservado desde hace quince años en nuestra libertad de hijos de Dios, en la única santa esclavitud del Señor. Pero ahora, avancemos más...
“Vean lo que está pasando: mientras que izquierda y derecha se agotan y recaen en una rutina fastidiosa, aquí el conservatismo y allá el progresismo, una fuerte corriente atraviesa la Iglesia, jalando a las muchedumbres, la 'Primavera Carismática'. Seduce a la derecha y a la izquierda. Invita a toda la gente asqueada de sus luchas vanas, cansada de los grandes programas de reforma o de los combates de retarguardia, a una única y simple novedad de vida: llenarse del Espíritu de Cristo, de puro amor, amor incondicional y universal. Agréguenle a esta proposición seductiva, (falsas) apariciones [10], (falsos) milagros, (falsas) iluminaciones, y ahí se van nuestros borregos de Panurgo brincando en esta mirifica experiencia de esta (falsa) mística...
“Es la réplica diabólica de lo que estamos inspirados a hacer: ya no vivir sino de Jesucristo, ocupar verdaderamente todos nuestros pensamientos y nuestras afecciones en él, pautar nuestra vida en él. Así es la Falange. No tenemos nuevas apariciones que valorar, mas Fátima basta para nuestro siglo. Ni milagros, ni iluminaciones ni hablar en lenguas, mas la santidad de la Iglesia y su milagro perpetuo nos son mejores. En cambio lo que dejamos manifiesto, nuestro signo, ¡buen signo evangélico! y nuestro mérito, es la persecución. Tanto como 'la primavera carismática' recibe las alabanzas universales y las altas aprobaciones, tanto nuestra Comunión falangista recibe desprecio, sarcasmo y silencio, complot del silencio, de tal manera que ¡ esta Falange no es nada! Oh no, no es sino un germen de renacer, de 'primavera católica'[11].”
Era la época en la que el papa Juan Pablo II lanzaba sus famosas jmj, convocando a los jóvenes en Roma para la fiesta del domingo de Ramos de 1984, 'Año de la Redención', y renovaba la experiencia el siguiente año, a remolque de la Onu que había decretado 1985 'Año internacional de la juventud'. “Los humos de Satanás no se borraran sino en la invasión mística –¡ay, ay, ay! Ese es el verdadero milagro católico– de los 'Verdaderos amigos de la Cruz', de los 'Apóstoles de los últimos tiempos', escribía nuestro Padre. La Falange, es la Noche Buena en nuestro hogar, es el contrario de 1789: es en los corazones, para ser un día en las instituciones, la entronización de nuestro Rey, de nuestra Reina, de Jesús y María [de Guadalupe en el mundo hispano], para el reino liberador y el triunfo universal de su único y sacratísimo Corazón![12]”
En julio de 1984, cuatro hermanas de nuestra casa Santa María tomaron el avión con destino a Canadá. Nuestro Padre terminaba así la fundación de la comunidad en Nueva-Francia, puesto que quiso que, en nuestra Orden, las comunidades de hermanas vivan en complementariedad de las de los hermanos, a imitación de las casas-madres. Así, las hermanas traen generosamente a los hermanos todas las ayudas necesarias, como las santas mujeres del Evangelio asistían a Nuestro Señor y sus Apóstoles con sus bienes y su entrega.
El 13 de julio, fray Pedro instalaba pues a nuestras hermanas en Saint-Georges de Champlain, aldea situada no muy lejos de la casa Santa Teresita. La casa San Jorge estaba cerca de la iglesia parroquial. El cura y la población las recibieron bien. Nuestro Padre deseaba que cumplieran allá “exactamente lo que hacemos aquí, para un pueblo tan cercano al nuestro, el auxilio de las familias como las suyas, enfrentadas a las mismas dificultades y peligros”, como lo precisaba en la Carta a nuestros amigos no 51, de junio de 1984.
Agregaba: “Le había prometido íntimamente a Dios, o más precisamente es Él quien pareció reclamar esas dos cosas, el envío de nuestras hermanas a Canadá, y la creación de la Falange, en 1983, si el Plazo anunciado nos dejaba el tiempo y la libertad. Entonces, es menester hacerlo...”
Cosa prometida, cosa debida. Puesto que el Cielo había escuchado las súplicas de sus hijos, nuestro Padre respondió a la prorrogación divina con esas fundaciones de una misión en Canadá, y de la Falange fierro de la lanza de la Contra Reforma.
SÚPLICA POR LA PAZ DE LA IGLESIA.
El 25 de enero de 1985, Juan Pablo II anunciaba la convocación de un sínodo extraordinario para la solemne celebración del veinte aniversario de la clausura de Vaticano II. Era “volver a sumergir a la Iglesia en la euforia de las sesiones conciliares en las que los Padres no distinguían más su dextra de su siniestra. Él mismo, en el fondo, ¿acaso no buscaba reanimar ese don carismático, en hacer durar el placer violento que es todo el fondo de su optimismo pontifical, a fin de cegarse más, un poquito más, hasta su gloriosa salida de la escena del mundo, sobre las inmensas ruinas del evento conciliar al cual le debía toda su carrera?[13]”
Para mostrar la falsedad de este 'revival', el Padre de Nantes tuvo la idea de sobrecoger a los Padres del Sínodo con una nueva 'Súplica por la paz de la Iglesia', pidiendo que sea por fin escuchada la voz de la minoridad de los oponentes al Concilio, aplastados pero todavía vivos: “Su asamblea sinodal le haría seguramente un inmenso servicio a la Iglesia y a las almas, a la causa de Dios, procediendo primero al examen de esta división primordial, en cuanto a la fe, y de esta insoportable discordia que datan del final del Concilio que este sínodo debe revivir y, por decirlo así, reiterar. ¡Qué no celebre ni renueve su discordia y división! ¡Qué sea pues escuchado el partido de la Contra Reforma tanto como los otros partidos de la Reforma conciliar y de la Reforma permanente! ¡Y que así escuchados, todos vuelvan a la unidad de la Verdad y a la reconciliación en la caridad de Cristo![14]”
Esta nueva diligencia inspirada por la fe en la Iglesia permaneció vana, ya que cuando el informe final del Sínodo fue publicado, se resumía en tres palabras: “El Concilio es la carta obligada.” En testimonio de la cual, el cardenal Lustiger[15], arzobispo de París, no dudaba, a partir de su regreso a París, en declarar al padre de Nantes y sus discípulos excomulgados. Los jóvenes de la Falange valerosamente contra atacaron en París como en Provincia, trayendo la contradicción en las reuniones organizadas para celebrar 'la experiencia' del Concilio.
Durante los agitados debates públicos, el Padre Laurentin como el Padre Martelet reconocieron que las novedades del concilio Vaticano II no estaban garantizadas con ninguna infalibilidad. Son pues… falibles, y sus autores erraron. Nuestro Padre lo demostró.
Las relaciones detalladas de estos encuentros, publicados cada mes en la 'Carta de la Comunión falangista', insertados en la Contra Reforma católica, le dieron a estas controversias un cierto retumbo que contribuyó en precipitar al fracaso, en la Iglesia de Francia, el nuevo arranque carismático de la reforma conciliar.
¡ESTO YA ES DEMASIADO!
Pero el Papa proseguía a pesar de ello su gran designio: el 25 de enero de 1986, al clausurar la Semana de la Unidad de los cristianos, anunció haber invitado a todos los jefes de las religiones del mundo a unirse en Asís para un “encuentro especial de oración y de paz”. El 13 de abril, iba a la sinagoga de Roma, ¡primera vez en la historia del papazgo! y el 18 de mayo, publicó su encíclica 'Dominum et vivificantem', especie de oráculo carismático anunciando para el año 2000 la apertura de tiempos nuevos.
Nuestro Padre se aplicó en analizarla con precisión, con ese don particular que tenía para penetrar los pensamientos más profundos de los adversarios, a veces entiendo mejor que ellos mismos sus propias tesis, según lo confesaron varios de ellos, para después discernir, de manera perfectamente objetiva, la parte de verdad intercalada en su error, apoyándose con citaciones.
Es lo que hizo con esta encíclica de la cual nuestro Padre fue uno de los raros teólogos, para no decir el único, en penetrar con claridad las teorías subyacentes:
“A través de los sesenta y siete capítulos de esta interminable y difícil encíclica, una idea progresa, se precisa y se revela a pasitos: en el año 2000, nacerá un nuevo género humano, animado por un Espíritu universal, en el cual se encontrarán reconciliadas e incorporadas todas las religiones del pasado; ¡entonces empezará el tercer milenio que será el de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, de la 'civilización del amor' y de 'la paz universal', claro está![16]”
Para hacer callar al único verdadero oponente a este designio anticristo, se empezó pues a designar a la CRC a la vindicta pública como una 'secta'. ¡Era demasiado! “¿La gran secta modernista trama nuestra perdida? intitulaba el Padre de Nantes en el boletín de junio de 1986… ¡Va perder!' Y recordaba:
“Hay una sola secta en Iglesia, que salió de nada hace un siglo, vuelta hoy maestra en todos lados. San Pío X la había desenmascarado y abominado después de haber mostrado toda su perfidia en su encíclica Pascendi dominici gregis del 8 de septiembre de 1907. Contra ella, había construido la formidable barrera del Juramento antimodernista impuesto a todo ingreso en un cargo de la Iglesia. Marcada de infamia para siempre, la Secta no subsistió más que instalándose en el secreto y perjurando [...].
“A partir de 1960, el espíritu modernista despachó al Espíritu Santo. La Secta prosigue metódicamente su ocupación de las funciones dirigentes de la Iglesia con un perfecto cinismo. De todas formas sus adversarios ya no tienen derecho a la palabra, ni a la verdad, ni a la justicia, a nada. El Concilio, de 1962 a 1965, le consiguió una cátedra para imponerle a la Iglesia y al mundo su Nuevo cristianismo. Es desde entonces, en el 'Espíritu del Concilio' y para realizar su Reforma anunciada, que los modernistas se cooptan y se impelan mutuamente a los primeros puestos, protegidos desde arriba por los Papas, salvo la única excepción de los treinta y tres días del reino de Juan Pablo I. Y todos, en todos lados, difunden bajo la letra odiosamente equívoca de Actas del Concilio y encíclicas, homilías y discursos de los Papas, la perfidia universal del Nuevo cristianismo, nueva versión del inmutable modernismo, 'coladera recolectora de todas las herejías', decía San Pío X […]. Estoy contra la Secta. Eso vale una condenación.”
Después de haber recordado sus veinte años de combate contra esta Secta de los modernistas en el poder, nuestro Padre concluía: “¿Entonces ganaron? ¿Tramaron perdernos y lo han logrado? Que la plebe los escuché y grite a muerte contra nuestra minúscula 'secta', que los poderes civiles usen la fuerza de las leyes para entrabarnos, y la Secta habrá ganado, tendrá la dominación completa sobre la Iglesia según se lo haya pedido a su padre, el Príncipe de este mundo.
“¡Ea qué no! Eso no pasará. Tengo tres piedrecitas redonditas para mi fronda. Si las dos primeras fallan a nuestro Goliat, ¡la tercera no perdonará![17]”
DAVID CONTRA GOLIAT.
En septiembre de 1986, el Papa vino en 'peregrinación' a Ars, Annecy, Paray-le Monial y... ¡Taizé! “¡etapa impactante, abominable a Dios, a Cristo y a su Santa Iglesia! porque no le está permitido a ningún católico, fuese Papa, de ir a un sitio de cisma, de herejía y de terquedad en la confusión de las lenguas”... Nuestro Padre aprovechó la ocasión para escribirle al cardenal Decourtray, arzobispo de Lyon, primado de Galia, el 25 de agosto de 1986, veinte aniversario del día en que le habían retirado sus licencias eclesiásticas:
“¿Estoy equivocado? ¿Estamos equivocados, todos nosotros que permanecemos los testigos de ayer y anteayer, contra la Iglesia del Concilio y del post-Concilio? Si, como nos lo hacen creer, de este error, capital y, en el sentido espiritual de la palabra, mortal, su Eminencia, sus hermanos en el episcopado, el Sumo Pontífice él mismo, están infaliblemente seguros y no les cabe duda, ¿por qué no nos lo dicen con toda la fuerza de la Autoridad divina que sus altos cargos les confieren, para acabar con esta división y traernos de vuelta en la unidad de la fe católica, apostólica y romana? [...].
“Por consiguiente, Eminencia, le pido, no de manera confidencial, mas gritándolo sobre los techos, temerosamente dicho, como la situación lo exige de vuestro Cargo y de vuestra solicitud, que persuada a Nuestro Santo Padre el papa de intervenir de manera decisiva, quiero decir por un acto de su magisterio extraordinario y solemne [...]. Cumplí con mi deber de fiel y simple sacerdote, al pedirle por medio de su generosa mediación, a la santa jerarquía católica en la persona de su Jefe, la verdad de la fe católica. No me acata decirle qué es su deber, ¡lo sabe usted muy bien! Hoy es el tiempo de la Verdad que decir y vivir, antes que llegue el tiempo de la Justicia que oír y sufrir.[18]”
Agradecido por “la consideración que tiene usted de mi persona y de mi título”, el cardenal respondió:
“Desea que el Sumo Pontífice y los obispos digan 'con toda la fuerza de la Autoridad divina' si está equivocado al oponerse a 'la Iglesia del Concilio y del post-Concilio'. Piensa usted que sólo un acto 'infaliblemente seguro y sin duda alguna' podría 'acabar con esta división' y 'traernos de vuelta en la unidad de la fe católica, apostólica y romana'. Me cuesta un poco creer que semejante acto obtenga el efecto esperado. Pero transmitiré su carta a la Santa Sede.”
¿Lo hizo? Nadie sabe. Blanco en la frecuencia del Vaticano.
Entonces, cual David, nuestro Padre cogió una segunda 'piedrecita' en su zurrón y se la lanzó a Mons. Vilnet, presidente de la Conferencia episcopal francesa, el 11 de octubre de 1986, aniversario de la apertura del concilio Vaticano II:
“Si son Ustedes, y son ustedes quienes están en la herejía y el cisma, y que por eso recusan el juicio infalible que deberían dar en esta guerra de religión, debemos ir más lejos. Y primero apelar de ello al pueblo de Dios contra sus pastores embusteros.
“Excelencia, los invito pues a todos y los provoco a justificarse de nuestras acusaciones, y si pueden, a confundir a sus acusadores, públicamente, en una controversia sin ninguna circunspeción para quien sea, teniendo como única intención la manifestación de la verdad. ¿Dicen usted detenerla? Muéstrenlo, pruébenlo! […].
“El próximo 15 de noviembre tendrá lugar en la aula magna de la Mutualidad de París nuestra reunión anual de la Contra Reforma católica, a las nueve de la noche. Hay dos mil lugares. Los invito. O más bien se las dejo a su disposición para asegurar conmigo esta controversia que marcará una fecha en nuestra historia de nuestra Iglesia de Francia, como también en la crisis mundial del catolicismo postconciliar. Por primera vez desde Vaticano II, el episcopado francés habrá aceptado un encuentro público con los católicos tradicionalistas, sus constantes adversarios.[19]”
Mons. Vilnet se hizo el muerto, pero los obispos de Francia le pidieron, a hurtillas, a un jesuita, el Padre Sesboüé, de presentarles un estudio sobre la libertad religiosa. Al enterarse de ello, nuestro Padre escribió: “Hay que haber nacido jesuita o volverse para ejecutar semejante pedido: establecer un sólido expediente que los obispos puedan estudiar durante su asamblea de Lourdes, por supuesto que no para contestarme y esforzarse en convencerme, mas sin duda para darse una buena conciencia a ellos mismos, entre ellos, sobre este tema '¿La doctrina de la libertad religiosa acaso es contraria a la revelación cristiana y a la tradición de la Iglesia?[20]”
Después de apelar a las autoridades legítimas, y después al sensus fidei del pueblo de Dios, quedaba por lanzar la tercera piedrecita para el cardenal Lustiger, parangón de la nueva religión conciliar, bajo la forma de un último apelo ante el Tribunal de Dios. La diligencia no tenía precedentes en toda la historia de la Iglesia. Sin embargo, el Padre de Nantes ya lo había considerado, tres años antes, si Roma recusaba recibir el segundo Liber: “Entonces, nos quedará el gran, el último medio que es apelar a la Omnipotencia del verdadero y eterno Jefe y Pontífice de la Santa Iglesia, e invocar contra un Papa prevaricador el nombre de Jesucristo, justo Juez de los vivos y los muertos.[21]”
EL APELO AL JUICIO DE DIOS.
El 11 de noviembre de 1986, nuestro Padre le escribía pues al cardenal Lustiger, su antiguo cofrade de seminario: “Veo que ya no nos queda sino el apelo directo e inmediato al Juicio de Dios con usted. ¡Sí Eminencia! Con usted...” Y le proponía que, en el año entrante que iba del 8 de diciembre de 1986 al 8 de diciembre de 1987, “aquel que está en el error sea golpeado por Dios de muerte, y que el otro salga salvo”[22].
Los campeones de la ordalía:
“Como defensor de la fe católica romana inmutable, y recusando su reciente contradicción conciliar y pontifical, yo, Jorges de Nantes, sacerdote de la Santa Iglesia.
“Como garante de la doctrina nueva de la libertad de religión considerada como un derecho natural del hombre en sociedad, y en consecuencia de todas las demás novedades de los decretos y declaraciones del Concilio relativos al ecumenismo, a las religiones no cristianas, a la apertura al mundo, Su Eminencia, el cardenal Jean-Marie Lustiger [...].
“Me imagino que nadie de su alrededor ni usted mismo se atrevan, durante trecientos sesenta y cinco días, rezarle al Cielo para que me quite la vida a fin que el edificio sobre el cual se inspira toda mi creencia sea destruido. Para nombrarlo de manera más exacta, este edificio es la fe de Pío X. ¿Acaso va a pedir en sus piadosas oraciones: 'Oh Cristo, oh Señor y Rey de mi corazón como los eres de la Iglesia del Cielo y de la tierra, destruye a San Pío X?'
“¡No, por supuesto que no! Entonces, hago el deseo que, con el apuro de esta amenaza del Juicio de Dios, se ensimisme, Eminencia, que abjure sus errores y sus odios antes que la hora de la justa Verdad y de la verdadera Justicia suene para usted este año. Las consecuencias de semejante abjuración serían tan considerables y entonces se volvería, mucho mejor de lo que he sido yo durante estos últimos veinte años de tribulación y de desorientación diabólica, el mejor defensor de la fe católica.
“Eminencia, le beso su anillo pastoral, en la íntima y firme esperanza que querrá usted entrar de buena gana en este Juicio de Dios que es nuestro último, nuestro sagrado recurso, el que no puede ser recusado. Que será escuchado.
“Su afeccionado cofrade de antaño y muy pobre servidor,
“Jorge de Nantes.[23]”
Aquel 'año de la fe' se pasó en una ardiente suplicación y en un abandono filial al beneplácito de nuestro Padre Celestial, tomados en el Corazón Inmaculado de María, nuestra Madre y Mediadora de todas las gracias, 'fuerte contra toda herejía como un ejército formado para la batalla'. “Es un impulso, vasto, profundo, de largo plazo, constataba con satisfacción nuestro Padre, de nuestras comunidades y de sus núcleos, de sus familias, impulso vigoroso, impulso alegre, que vuelve fáciles las cosas difíciles y definitivas las decisiones que hasta la fecha permanecieron frágiles y que tan a menudo recayeron. ¡Rezar, hacer rezar a los niños! ¡Cantar el Magnificat cada día! ¡Decir el rosario, muchos rosarios de aquí al 8 de diciembre de 1987! ¡Pero de la misma manera, reformarnos, cambiar de verdad, para vivir todo este año como por encima de nosotros mismos en las virtudes que más nos cuestan, a causa de lo que le pedimos a Dios![24]”
La espera de los últimos días estuvo pesada, como lo notaba nuestro Padre en su cuaderno falangista:
“3 de diciembre. Espera mortal. Incapacidad a escribir cualquier cosa, desde la apertura de esta novena, última instancia de este último recurso... Futilidad de las palabras y de los discursos, de las demostraciones hechas desde hace veinte años a las orejas y a los ojos de los hombres, ahora que me dirijo a Ti, Señor, justo Juez de los vivos y de los muertos, que sabes todo, que puedes todo, al cual sólo es bueno presentarle oraciones, a tu Sagrado Corazón de Rey, por la intercesión del Corazón Victorioso e Inmaculado de tu y nuestra Madre, Reina del Sacratísimo Rosario. Cuando ya no me quedan palabras en la boca sino las de Jeremías: 'Bonum est præstolari cum silentio salutare Dei... Es bueno esperar en el silencio la salvación de Dios' (Lm 3,26), porque, nos advierte San Juan de la Cruz: 'En silencio y esperanza será nuestra fortaleza.' Eso dicho he aquí que a cinco días del término, me exiges, Señor, que concluya un comercio, me retiras todas tus gracias, paralisas todas mis potencias y conduces mis ojos y mi corazón a tus Voluntades. Alianza unilateral, comercio ciego, pero quién querrá resistirte? Aquí está...
Y nuestro Padre se acordaba el descubrimiento que había hecho de la vida y de la misión sobrenatural de la Beata María del Divino Corazón, que nació con el nombre de María Droste zu Vischering, de la cual Nuestro Señor había hecho su confidente y mensajera al extremo final del siglo diecinueve para obtener del papa León XIII la consagración del mundo al Sagrado Corazón, anunciadora de su triunfo y de su reino en toda la tierra. “Y si bien le había dicho sobre este triunfo y esta salvación a la madre Chappuis[25]: 'Lo haré y nadie podrá decir: fui yo quien lo ha hecho', inspirándole ánimo y confianza al recuerdo de estas dulces palabras dirigidas a Santa Margarita María: “Abandona todo a mi beneplácito y dejame cumplir mis designios sin meterte en nada, porque me ocuparé de todo'... eso no impide que ahí estuviera el trato: para obtener de Él que hiciera lo necesario, Él sólo y según su beneplácito, me era menester a mí mismo, y sin ninguna otra procuración ni restricción mental, pronunciar en los mismos términos la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús de la Beata María del Divino Corazón: 'Mi amabilísimo Jesús...'
“¿Pero qué tiene que ver esta piadosa oración y los grandes eventos que esperamos, Señor?
Nada. Hagan todo lo que él les diga, nos ordena suavemente nuestra Madre con su Corazón Inmaculado y Victorioso, conságrense al Sagrado Corazón de mi Hijo, y Él mismo dispondrá todo, sin tardar.[26]”
El cardenal Lustiger, él, durante ese tiempo, tenía ideas muy distintas. Lejos de apelar por ello a Dios y dejarlo como el único Señor de la sentencia, se apuró en publicar antes del plazo del 8 de diciembre de 1987 su libro intitulado: ¡'La elección de Dios'!
LUSTIGER SE AUTOPROCLAMA LA “ELECCIÓN DE DIOS”.
“Nunca hubiera supuesto lo que me acaban de decir, y de buena fuente, escribía nuestro Padre unos días más tarde: que el cardenal Lustiger tan preocupado por mi ordalía, pensó tomar la delantera, tener la ventaja, y todo el año se encarnizó en redactar y rápidamente publicar, sustituyéndose él mismo al Juez, la Respuesta del Señor, sí, ¡sí! la 'Elección de Dios', tan solo para hacer ruido en la prensa, en la televisión, ¡por doquier el 8 de diciembre! Soy yo, dice, que Dios ha escogido, y de Nantes está rechazado.
“El Juicio de Dios, salido del omnipotente arzobispo de París, se pretende infalible. Y el Papa, quien recibió el primer ejemplar, ratificó esta Elección de Dios con su plena y entera aprobación […]. ¿Cómo pudo Lustiger mofarse fuera de toda prudencia, no de nosotros, qué mérito tiene eso? mas de Cristo, del Hijo de Dios mismo, tomando insolentemente su lugar? Estoy impactado. ¿Pone su certeza en su Israel, pueblo elegido, en su carne circuncisa…? La nuestra está en el Israel espiritual de nuestro puro y santo bautizo, en Jesucristo único Salvador y en su única Esposa, la Iglesia católica romana fuera de la cual no hay ninguna esperanza ni gracia para quien sea, ni judío ni pagano.[27]”
Para dar la buena medida, en la audiencia del miércoles 9 de diciembre, el papa Juan Pablo II condenaba a su vez al Padre de Nantes, con indirectas, declarando: “Jesús nunca hace milagros para castigar a alguien, aún culpable; así pues lo recusa para su gloria o para su propia defensa.[28]” 'Culpable', seguramente el papa Juan Pablo II lo era, habiendo afirmado, el día anterior, el 8 de diciembre, “el derecho de todo hombre, imprescriptible, inviolable, a la libertad social en materia de religión”, ¡precisamente el error contra el cual nuestro Padre apelaba en el Juicio de Dios!
LA PACIENCIA DE LOS SANTOS.
“Así pues la cosa no ha terminado, constataba el Padre de Nantes. Estamos enviados de vuelta a nuestro combate por Dios mismo. Dejó hablar, actuar, triunfar una vez más a nuestros adversarios. Mas con tales excesos, meditados para perdernos, a fin que todos constaten a que grado están en rebelión contra Él.[29]”
“Y desde entonces, es la fe desnuda. Quiero decir: es el simple acto intelectual con el que cada quien ve la oposición entre el Credo y la nueva religión que las autoridades de la Iglesia le sustituyen, quien nos hace aguantar en la CRC. Me queda pues absolutamente claro que Dios Omnipotente no quiso responder, a nuestro Apelo, puesto que está ya tan evidentemente insultado, blasfemado, y su Santa Madre de la misma manera, para sentirse inclinado a dar señales supererogatorias a esta 'generación perversa y adultera'.
“El efecto de esta clara luz es legitimar y legalizar a mis propios ojos, y a ojos de los que tienen la misma certeza, mi obra en sus dos esfuerzos constantes, mayores y exactamente principales: la lucha dogmática y canónica contra la Reforma conciliar y pontifical, llevada públicamente y fuertemente desde hace veinticinco años; y la lucha contra todos los demás movimientos tradicionalistas, cismáticos o aggiornados, liberales, moderados, carismáticos, que evitan esta defensa de la fe verdaderamente primera y única absolutamente católica, fuera de la cual no hay salvación, sino para la gente sin inteligencia.[30]”
Así nuestro Padre se aplicó en comentar la encíclica Sollicitudo rei socialis que Juan Pablo II publicó, para celebrar el veinte aniversario de Populorum progressio de Pablo VI. Pretendiendo reafirmar esta nueva doctrina social de la Iglesia, tal como está enseñada en Gaudium et spes, Juan Pablo II deseaba llamar a los hombre y a las mujeres a una recluta en masas, en favor de la justicia y de la paz, y para la liberación de todos los apremios. Nuestro Padre denunció este sueño inmenso de una felicidad terrestre[31].
Al término de ese mismo año 1988, nuestro Padre analizó también la encíclica Mulieris Dignitatem, que el Santo Padre había publicado ¡el 15 de agosto! Este texto, exaltando y adulando la persona de todo hombre y de toda mujer, es el derrocamiento del edificio construido a lo largo de los siglos sobre los Apóstoles y los mártires, en honor y para el culto de Nuestro Señor, Hijo de Dios hecho hombre, y de la Virgen María, Madre de Dios, bendita entre todas las mujeres. Así, las perfecciones de Jesús y de María, y los honores que de ahí deberían correr, son destinados por el Papa a todo hombre y a toda mujer. ¡Monstruosa inversión que nuestro Padre fue el único en denunciar[32]!
Esta lucha en todos los frentes, nuestro Padre la proseguirá en un aislamiento creciente cuando, en pos del cisma consumido por Mons. Lefebvre, un cacho de los tradicionalistas seguirá los pasos de la reforma conciliar. La Paciencia de los santos, que predicaba desde 1970 y practicaba desde aún más tiempo, como “el único sendero que mantenga abierta la Esperanza”, le permitía abrirse un camino entre el peligro de la infidelidad y el de la insumisión.
“Si perdiéramos la esperanza en la Iglesia con el sentimiento de ya no pertenecerle, nosotros los últimos Justos en medio de todos los demás, culpables, es entonces en ello que participaríamos a la falta universal. En el momento en que tomamos el partido de santificarnos nosotros mismos, nos volvemos a hallar en la barca, remando fraternalmente con todos los demás, tal vez más que los demás, mas para la salvación de todos. ¿Acaso Jesús no nos predijo: 'Es con su paciencia que salvarán sus almas'?[33]”
Al conferir el 30 de junio de 1988, sin mandato pontifical y contra la voluntad del Sumo Pontífice, la consagración episcopal a cuatro sacerdotes de su Fraternidad sacerdotal, Mons. Lefebvre quebraba con esta 'paciencia de los santos' y consumía su ruptura con la Iglesia. Tanto como Jean-Marie Le Pen[34] jalaba a la derecha católica francesa en el atolladero durante las elecciones del 24 de abril y del 8 de mayo de ese mismo año, realizando la jugada de François Mitterand[35]. Segundo inmenso naufragio, que se llevó a varios de nuestros falangistas.
Nuestro Padre escribió: “Era posible que nosotros mismos, en estas tempestades, dogmáticas, eclesiásticas y políticas, con las que cada una nos echaba una nueva grapa de hombres al mar, acabáramos siendo un resto abandonado, a punto de hundirse, con sus últimos marineros demasiado pocos para maniobrar y salvar la embarcación […]. Ha llegado el tiempo, en un océano desierto, de contar a los sobrevivientes, reparar la carena y levantar la arboladura. Y de ahí volveremos a coger nuestra carrera ortodrómica, ¡Dios lo quiera! para alcanzar el puerto con certeza. 'Fluctuat, en mergitur', la CRC, agitada por las aguas, mas no se hundirá [...].
“La comunión falangista queda disuelta. Una Nueva Falange renace de sus cenizas.[36]”
Y poco tiempo después, nuestro Padre escribía a sus nuevos falangistas: “Lo que importa, ahora lo entendemos mejor, y no lo olvidaremos, es la verdad de la doctrina, la fidelidad a sus exigencias en la sumisión filial a los que la conservan, y la caridad fraterna, enemiga de las disidencias, rebeliones, ambiciones y otras traiciones.[37]”
Y como una y dos desgracias nunca llegan sin una tercera, el 13 de octubre de ese loco año 1988, día aniversario de la 'caída del sol' en Fátima, el cardenal Ballestrero, arzobispo de Turín y guardián de la Sábana Santa anunciaba el pretendido 'veredicto de la ciencia': esta reliquia, datada con radio-carbono, debía ser considerado a partir de entonces como un falso, ¡el Hombre del Lienzo no era el Señor!
¡Sí! ¡la Sábana Santa era auténtica! ¡Sí! ¡Es el Señor! Después de una magnífica rehabilitación científica de la insigne reliquia, ante dos mil quinientos fieles reunidos en la aula magna de la Mutualidad en París, el 27 de noviembre de 1988, nuestro Padre quiso volver a tomar en mano a sus tropas y, para librarnos para siempre de la enfermedad que gangrena a la derecha francesa y al tradicionalismo católico desde hace varias décadas, decidió 'Santificar 1989 con la gracia de la Santa Faz de Jesucristo'[38].
“Hoy 8 de diciembre, escribía en una Carta a la Falange, me aparece en una hermosa luz, como resplandeciente de la gloria de la Inmaculada y de su 'dulce rostro lleno de gracia y de ternura', lo que le debo predicar a la comunidad al rato y a ustedes aquí, para que se aplique en ello su fidelidad: Es durante este año encerrado en devoción que nuestros corazones se liberarán de esta enfermedad[39] que retiene la gracia de salvación preparada en el Corazón de Dios, de desplegarse sobre el mundo [...]. Queremos vivir los eventos que vienen, juntos, puros de esta levadura de discordia y soberbia.[40]”
No era huir el combate, ni una deserción, mas una presencia nuevamente fuertísima para la reconquista de la Cristiandad, la consolación y la glorificación del Nombre de nuestro queridísimo Padre Celestial demasiado ultrajado. Como un juramento de fidelidad ante la Santa Faz, pronunciado durante nuestra gran reunión de la Mutualidad, “como de boca a boca, de la Iglesia-Esposa de Cristo, aquí reunida, al Cristo-Esposo y Rey de su pueblo, aquí manifestándose con majestad en la pantalla como quiso proyectarse sobre su glorioso Lienzo en el instante de su dichosa Resurrección”[41].
Si nuestro Padre le pedía a sus discípulos y amigos falangistas pronunciar este juramento de fidelidad, es porque él mismo había sido atraído por su Amado Señor, como hará la tierna confidencia con motivo de sus cuarenta años de haber sido ordenado sacerdote:
“He aquí que la voz del amado me habla con insistencia un último lenguaje:
“ 'Por fin, me dice en todo momento, ya no ames a nadie más que a mí. Es tiempo que me des lo que te pido, ¡es mi derecho! con tanta impaciencia paciente. Pero ya basta: quiero tu corazón para controlar todos sus movimientos, y si todavía resistes, me las pagarás caro; porque quiero que me ames, a mí sólo, tu Esposo y tu magnífico Rey, de manera tan calurosa que ames por mí, como yo, en mí y por mí a todos aquellos que me agrade darte, y ya nunca a nadie fuera de mí y ¡a pesar de mí!'
“Esta voz es dulce, sus ofertas son encantadoras a pesar que oiga como a lo lejos un estruendo de relámpago, el mugido de los poderosos océanos, los cuales me hacen estremecer.
“ '¡Oh Dios de Ira, oh Dios celoso! ¿Cómo podré indefinidamente resistir a tus instancias? Será pues necesario que me resuelva a mi deber y a mi bien. ¿Acaso no será el último tiempo favorable cuando vendrá a sonar la hora de mis cuarenta años de sacerdocio? ¡Cuarenta años! ¿Acaso no es en el salmo el límite de tu debilidad? ¡Es menester, no hagamos más resistencia! Tomemos el partido de entregarte nuestro corazón... Me dará mucha pena y miedo incurrir, pasado el tiempo de esta fecha, tu Ira divina, oh el más magnánimo de los Príncipes y el más amoroso de los Corazones!'[42]”
MADRECITA.
Esta resolución no tardó en ser puesta a prueba con la muerte, el 10 de octubre de aquel año 1988, de su mamá, su apoyo, su luz, que se fue “con gran tranquilidad, como una vela de devoción que se acaba de consumir, su purgatorio de la tierra terminado y, espero, que ya llegó la hora de su vuelo a Dios”[43]. Cual 'mamá Margarita' de don Bosco.
Ella que “siempre había querido irse derechito al Cielo”, nos dejaba como testamento esta conmovedora petición espiritual: “Recen por mí, y récenme para que los ayude con toda mi afección de madre.”
A lo largo de su vida, nuestro Padre benefició de su ayuda materna. En 1989, la sentirá de nuevo, al rezar ante la tumba de su madre, en Chônas, para pedirle una gracia que obtendrá de inmediato.
Las 'Memorias y Relatos' que nuestro Padre consagrará entonces a su 'Madrecita' forman ahora “un monumento de piedad filial, capaz de devolverle a nuestra generación, con el talento de un verbo incomparable, lo que más le hace falta: el amor.[44]”
“En el extremo silencio de la muerte en la que te veo, en esta comunión de las almas en la que me parece te encuentro, me puedes oír, sin necesidad de leerme, como me atrevo a hablarte, a decirte todo. Era pues necesario que murieras para que me atreva a escribirte: ¡Mamá, te quiero! ¡Con cuánta ternura te quiero...![45]”
[1] Sacerdote cuyo progresismo fue extremo.
[2] CRC no 173, enero de 1982, p. 2.
[3] CRC no 207, enero de 1985, p. 2-4.
[4] Ibíd. p. 22.
[5] Ibíd. p. 21.
[6] Ibíd. p. 22.
[7] Ibíd. p. 23.
[8] Ibíd. p. 11-15. El padre de Nantes ya había denunciado en 1974-1975 la intrusión de la Primavera carismática en la Iglesia. Cf. “ El Anti-Taizé ”, volante no 12, diciembre de 1974, e “ Iluminismo, quietismo... Más vale el orden católico ”, volante no 14, junio de 1975.
[9] CRC no 206, diciembre de 1984, p. 4.
[10] Medjugorje, Kibeho, etc., de las cuales el Padre Laurentin se volvió el ardiente propagandista.
[11] Lettre à la phalange no 2 del 15 de diciembre de 1984.
[12] Ibíd.
[13] CRC no 209, marzo de 1985, p. 2.
[14] “Súplica por la paz de la Iglesia”, CRC no 216, noviembre de 1985, p. 2.
[15] Cardenal arzobispo de París de 198& al 2005. Fue un gran actor en la suspensión del proceso de beatificación de nuestra gran reina Isabel la Católica. El diario “Le Monde no ha revelado entre los prelados promotores de la ‘suspensión’ del proceso de beatificación de Isabel (‘la Católica’ por título de la Iglesia), más que al cardenal Lustiger, que no ha cesado de referirse él mismo a su nacimiento judío”. Jean Dumont, ‘Reconquista de la historia. Isabel la Católica.
[16] CRC no 228, diciembre de 1986, p. 19.
[17] CRC no 223, junio de 1986, p. 1 et p. 38.
[18] Esta carta y su respuesta fueron publicadas en la CRC no 226, octubre de 1986, p. 7-9.
[19] CRC no 227, noviembre de 1986, p. 1-3.
[20] CRC no 228, diciembre de 1986, p. 14. Cf. también CRC no 227, noviembre de 1986, p. 4.
[21] CRC no 188, abril de 1983, p. 14.
[22] CRC no 228, diciembre de 1986, p. 4-5
[23] CRC no 228, diciembre de 1986, p. 1-6.
[24] Lettre à la phalange no 11, Navidad de 1986.
[25] Mère Marie de Sales Chappuis, superiora del monasterio de la Visitación de Troyes (1793-1875).
[26] CRC no 238, diciembre de 1987, p. 1-2.
[27] Ibíd. p. 23.
[28] CRC no 240, febrero de 1988, p. 2.
[29] Lettre à la phalange no 16 del 1o de enero de 1988.
[30] Manuscrito de nuestro Padre, publicado en Pour l’Église, t. 4, p. 331-332.
[31] CRC no 242, marzo de 1988, p. 17-24.
[32] CRC no 248, noviembre de 1988, p. 1-19.
[33] CRC no 38, noviembre de 1970, p. 1-2.
[34] Hombre político de extrema derecha que desea levantar a Francia por medio de una derecha pagana y demócrata. Es decir que sus talentos se limitan en ser un buen orador y para nada un contrarrevolucionario.
[35] Presidente de la Repóblica francesa de 1981 a 1993 año de su fallecimiento. Político de izquierda. Empezará a dejar hablar a Le Pen a fin de dividir a la derecha francesa. Nuestro Padre vio la trampa y le aviso a nuestros amigos. Desafortunadamente varios de ellos se dejaron llevar por las apariencias y el celo democrático.
[36] CRC no 244, junio de 1988, p. 31.
[37] Lettre à la Phalange no 20 del 10 de julio de 1988.
[38] CRC no 249, diciembre de 1988, p. 1.
[39] “Esta enfermedad que corrompe a nuestra derecha”, enfermedad “de la independencia a toda costa de la gente que no son nadie, pero que todos quieren ser 'responsables'. » (Lettre à la Phalange no 21)
[40] Lettre à la phalange no 21 del 8 de diciembre de 1988.
[41] CRC no 251, enero de 1989, p. 2.
[42] Lettre à la Phalange no 17 del 19 de marzo de 1988.
[43] CRC no 247, octubre de 1988, p. 14.
[44] Cf. Il est ressuscité no 84, agosto de 2009, p. 30
[45] Mamine, éd. CRC, 1991, p. 19.