Georges de Nantes.
Doctor místico de la fe católica

19. PREPARAR EL RENACIMIENTO CATÓLICO 
(1974-1977)

ENTRE los que querían reformar a la Iglesia, verdadero sacrilegio, ¡porque la Iglesia es santa! y los que pretendían salvarla, ella, ¡nuestra salvación! el padre de Nantes llevaba a sus fieles por una ‘línea de cresta’, peligrosa cierto pero con una admirable seguridad, y los ponía en guardia contra dos actitudes: la falsa tranquilidad de los conservadores y la exasperación de los espíritus melancólicos y rebelados.

“La crisis que atraviesa la Iglesia es sin duda alguna la más grave de su historia, y además uno de los aspectos de su gravedad es que eso sea precisamente negado. Se nos dice: la Iglesia ha conocido tantos dramas, persecuciones, luchas intestinas, y vea, de todas salió más fuerte, más bella; ¡no tenga miedo pues! A lo que contesto: es cierto, querido amigo, pero le ruego note dos detalles. Durante esas convulsiones, del arrianismo hasta el protestantismo, al filosofismo, al modernismo, los santos, pastores y doctores de la Iglesia, tomaron las cosas de manera trágica, repitiendo que habían llegado los tiempos de la gran apostasía y del fin del mundo. Y si la Iglesia salió victoriosa de esos viejos peligros, siempre fue por las oraciones, las penitencias, las predicaciones y los combates de esos mismos santos, y hasta al precio de su vida, no con los discursos aserenados de los disque buenos católicos que descansaban sobre las promesas de Cristo para ahorrarse toda preocupación y toda pena. 1

Eso va para los mundanos, y esto para los melancólicos:

“Dios mío, Padre mío, un amigo lejano quiere que me queje con vos, ¿y de quién? de vos, sí, de Vos, Soberano Señor y Maestro, a causa del estado lamentable en el que dejáis a vuestra Iglesia [...]. ‘¡Ven, me grita el amigo desconocido, mira pues de este lado, maldice a esta Iglesia, fulmina pues contra esta Roma corrompida!

– ¿Cómo maldeciría cuando Dios no maldice? Sí, la veo, nuestra Madre Iglesia, desde lo alto de las colinas, la veo plantada en medio del desierto. He aquí un pueblo que Dios ha elegido, apartado, y que no se puede comparar a ningún otro pueblo. Magnífica es a mis ojos la secular y siempre joven Iglesia. Forma santos, da la vida a las almas de los pobres, es un refugio sincero en la desgracia, su pan celestial convierte a los pecadores y su vino místico hace nacer el amor en el corazón de las vírgenes...”

Esta aplicación moderna del oráculo de Balaam, ‘el hombre con la mirada penetrante’ (Núm 24, 3), nuestro Padre la escribía en septiembre de 1970, como un acto de fe puro, cuando nada dejaba esperar un restablecimiento de la Iglesia, porque “El hombre ve las apariencias y se preocupa, pero Dios ve en el corazón, ahí donde demora viva la llama del amor. Castigará pero levantará, golpeará y será purificada, la Esposa única del Eterno Salvador. 2

LA RESTAURACIÓN DE UNA CIUDAD MEDIO EN RUINAS.

Vimos que en 1973, ante la denegación de justicia que le oponía la autoridad, el Padre de Nantes apeló pues a los Santos Corazones de Jesús y María. Este último recurso no debía quedarse sin respuesta. En 1978, por una sucesión de eventos providenciales, Nuestra Señora de Fátima suscitará a “ un nuevo San Pío X sin saberlo” en la persona de Juan Pablo I, ese “ Obispo vestido de blanco ” que le había mostrado en una visión a Lucía, Francisco y Jacinta, el 13 de julio de 1917. Pero no esperó este lejano plazo para inspirarle a nuestro Padre el ánimo de emprender la gran labor necesaria, a fin de “ restaurar todo en Cristo ” y en Cristo crucificado, y reconstruir por la palabra y la pluma la “ gran ciudad medio en ruinas ”.

“ Hago perfectamente la distinción, escribía San Pío X al obispo de Crémone, entre lo ‘moderno’, fruto de estudios severos y de búsquedas diligentes, y el modernismo [...], error más asesino que el de Lutero, porque asesta en la destrucción no solamente de la Iglesia, sino del cristianismo.”

Discípulo de San Pío X, el Padre de Nantes abordaba toda novedad en espíritu libre: “Para mí, un buen día, contará, abrí el catecismo holandés. Muy pronto me quedé sobrecogido. Claro, tropezaba en los mismos puntos que los teólogos romanos –lo noté después– pero estaba seducido por esa perspectiva humana, moderna y esa inteligencia especulativa, práctica, que centella a cada página, en el fondo teológico y espiritual como en la forma verdaderamente adaptada y pastoral. Necesité casi un esfuerzo para arrancarme a esa fascinación en las páginas 334 y siguientes. Ahí, era la ruina del Misterio cristiano esencial, el de nuestra Redención. Continué mi lectura con un horror creciente por ese magnífico instrumento intelectual de perversión de las almas, tan peligroso que yo mismo había quedado entusiasmado. 3

Se puede decir que cada una de las once constituciones del concilio Vaticano II le dio la ocasión al Padre de Nantes de hacer un análisis tan objetivo como el precedente, no dejándose impresionar por la autoridad que se concedía el Concilio para imponer sus doctrinas perversas. Es por eso que no solamente detectó y denunció los gérmenes de herejía, cisma y escándalo en obra en esas constituciones, poniendo a luz la subversión ‘postconciliar’ que de ahí resultaba, sino que se aplicó también, por una exposición dogmática nueva sobre todos esos temas controvertidos, a formular las contraposiciones de una pastoral conquistadora, sin dejar de aplicarse en explicar el sentido providencial de esta prueba sin precedente: Vaticano III podrá “vencer en fin la hidra de la primera Reforma luterana (1517) y de la segunda Reforma modernista (1907)”.

Sólo, esta victoria volvería posible el renacimiento católico, bajo el báculo de otro San Pío X: “La expiación va venir, en este mundo o en el otro, Dios sabe. Pero cuando habrá sonado la hora, San Pío X habrá vuelto, por su intercesión, su ejemplo, su doctrina, y la Iglesia volverá a florecer. 4

UN TRADICIONALISMO INTELIGENTE.

En el otoño de 1975, acabando un ciclo apasionante de conferencias sobre ‘Las grandes crisis de la Iglesia’, el Padre de Nantes sacaba de ellas conclusiones que abrían el camino a las reconciliaciones por venir. No a “la reconciliación de los cristianos” con la que soñaba Pablo VI, “dejando atrás los viejos pleitos, la de los tres grandes monoteísmos en vista de una comunión judeao-islamo-cristiana, en fin la de todos los hombres de buena voluntad más allá de las religiones, de las razas y de los partidos; las Iglesias fundiéndose en una sola, se reconciliarán todas las religiones, y las religiones al mundo, para volverse la única animadora espiritual y cultural”. 5

Rebatiendo esta caricatura satánica del designio de Dios, nuestro Padre se inscribía en la línea de los santos que, a lo largo de la historia de la Iglesia, fueron a la vez los defensores intrépidos de la pura fe católica y los reconciliadores “que han recocido incansablemente el tejido de la Iglesia, sanado las llagas, evitado los desgarres, ¡dos hermosas preocupaciones complementarias! ... Tenían el gran deseo de la comunión filial y fraterna, de la reconciliación laboriosa por la confrontación de los puntos de vista y el ajuste de los diferentes lenguajes,... temas totalmente actuales. 6

La lección de esas controversias del pasado es que necesitamos cuidarnos tanto de la fiebre herética como del sectarismo integrista:

“El novador, el progresista es siempre un racionalista en la Iglesia que adapta la fe a las exigencias de su lógica, un naturalista que rebaja los esplendores de la gracia divina al nivel de la sicología humana.” Haciendo eso, se atrae la aprobación de los mundanos, pero no produce ni milagro, ni heroísmo, ni santidad. Suscita también la oposición de los integristas, defensores de la fe. “Es el escándalo, el horror a la novedad soberbia que los subleva contra los heréticos para salvaguardar el bien más precioso del mundo: ¡la fe, el depósito de la fe!”

¡Pero cuidado! “Que los integristas se cuiden, habiendo marchado en guerra muy justamente contra la herejía modernista, de no acabar excomulgados y cismáticos cuando ya la Iglesia habrá recobrado sin ellos, fuera de ellos, tal vez también contra ellos, su orden pacífico y su unidad, lejos de su terquedad. 7

Sólo un ‘tradicionalismo’ inteligente, que huye a los heresiarcas, rebate todo liberalismo y se cuida del integrismo produce buenos frutos:

“El primero está ya manifiesto en tantos lugares, mismo si es considerado por algunos como un mal y una traición. Consiste en la comunión que los tradicionalistas mantienen cueste lo que cueste con los demás católicos en la parroquia, en la diócesis, en la Iglesia, rechazando confundir y rebatir la Iglesia con su cáncer, como si fueran indisociables, a todo el pueblo fiel con sus pastores de mentira, y la jerarquía con su Jefe, el único absolutamente responsable ante Dios y ante la Iglesia.

“El segundo no parecerá sino más tarde. Será la recuperación de las masas fieles a partir de las primeras decisiones de Contra Reforma de otro Papa y otro Concilio, recuperación tanto más rápida y completa que nunca nos habremos separado de él con anatemas injustos [...].

“El tercero y el mejor fruto de esta sabiduría tradicional será de orden doctrinal, moral, litúrgico, canónico. ¡Hasta temo decirlo en plena fiebre integrista! A través de esta malvada reforma y su cortejo de errores y vicios, a pesar de todo la inmensa Iglesia de Dios no deja de vivir, y entonces de adaptarse a los tiempos y a sus necesidades, de prosperar y crecer con el labor de los destajistas y sus dones variados, teólogos, apóstoles, misioneros. El cáncer está ahí, pero invisiblemente el organismo lucha y se desarrolla para sobrevivir. Es una tontería pretender un regreso puro y simple a la Iglesia de 1930 [o de 1962]. Digo muy seguido que nos apercibiremos más tarde que, por gracia de Dios, los precursores de la Contra Reforma han sido, en estos tiempos de lucha, los verdaderos Reformadores y creadores intrépidos de la Iglesia de mañana. Sin buscarlo. Con su fidelidad viva. Así como los grandes santos de la Contra Reforma del siglo dieciséis prepararon y empezaron la admirable y totalmente nueva Reforma católica del siglo diecisiete 8.

“Hoy es menester desgarrar, arrancar el cáncer en el seno de la Iglesia: el Masdu de Pablo VI, el culto del hombre de Vaticano II, el modernismo y el progresismo. Es necesario echar fuera el partido de los heresiarcas y de los cismáticos que campea en el Vaticano y tiene esclavizada a la Iglesia. Que sean anatema, ¡y pronto! Pero el Cuerpo así liberado, habrá que recocer, curar, nutrir. Será el tiempo de otra fidelidad admirable, consolante, alegre, aquella de los renacimientos y restauraciones católicos. 9

“¡AYUDA, QUERIDO COFRADRE!” 10

¡Desgraciadamente! Pocos tradicionalistas supieron entender esta lección, y no obstante tan radiante de verdad en la fidelidad amante, indefectible, a la comunión católica. Un gran número de ellos, exasperados por la anarquía postconciliar, prefirieron voltear su mirada hacia Mons. Lefebvre y poner su esperanza en su obra. Hubo excepciones. Por ejemplo, la del Padre Henri Saey. En el otoño de 1974, este amigo de Montreal había persuadido a nuestro Padre de ir a Canadá para exponer su “línea de cresta” a sacerdotes y fieles desconcertados por la reforma litúrgica, a fin de premunirlos contra la tentación del integrismo. Nuestro Padre fue entendido tan bien que un movimiento de Contra Reforma dio a luz en el Canadá francés.

De esta importante estancia, también nos queda el conmovedor Vía Crucis, que nuestro Padre redactó y predicó por primera vez, en la ‘capilla San Rafael’, cerca de Shawinigan 11. Esta sola obra maestra muestra la piedad y la profundidad de alma de su autor.

Desafortunadamente, unos meses más tarde, Mons. Lefebvre, y después el Padre Barbara vinieron a su vez a Quebec y suscitaron cizañas a propósito de la validez de la nueva Misa. Lo que nuestro Padre había querido evitar acabó por llegar: sacerdotes y fieles tradicionalistas se unieron al obispo de Écône.

Solo, nuestro Padre continuó afirmando la verdad católica. Así, el 6 de agosto de 1975, le escribía a nuestros amigos canadienses:

“Toda Misa dicha en la Iglesia por un sacerdote legítimamente ordenado, según un rito recibido, con conciencia seria de decir Misa, es válida y lícita [...]. La CRC no será, en esta circunstancia crítica, un elemento de división. Sólo le pedirá a sus miembros huir el fanatismo, el sectarismo, la intransigencia, ahí donde nuestra fe católica no los impone absolutamente [...]. ¡Sean intransigentes sobre la doctrina pero permanezcan tolerantes y verdaderamente fraternos entre católicos! 12

El mismo día, nuestro Padre le confiaba a sus amigos de Francia por que angustias morales había pasado, antes de llegar a definir tan claramente su posición a propósito de la Misa de Pablo VI.

“¿Debo confesárselos? Por supuesto. ¿Para qué disimularles mis debilidades? Sentí estos días un gran cansancio. Yo que le confiaba a un amigo, hace poco, que me basta meditar las dos o tres palabras del Padre Nuestro para quedar liberado de toda angustia y de toda preocupación, ¡bueno pues! me fue necesario ir más lejos, y varias veces hasta el: perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos..., y a veces hasta el: líbranos del mal, para recobrar una serenidad y una fuerza que no pueden venir sino de Dios y no de nosotros, pobres creaturas pecadoras [...].

“¿Para qué escribirles estas cosas? Para que sepan que yo tampoco soy invulnerable. Los tiempos que vivimos son humanamente agobiadores para muchos de ustedes; empezando por los ¡‘desempleados’! Pienso en ellos, rezo por ellos. Qué bajo están a menudo; a veces nosotros también... ¡si eso pudiera consolarlos! Para que sepan también que tenemos nuestras dificultades, nuestras pruebas, y que un cierto tono muy asegurado que mantiene la CRC no es el hecho de una presunción o soberbia humana sino una voluntad sobrenatural que cuenta con la fe, la esperanza, la caridad, para el triunfo de Cristo Rey. En fin, para que adivinen a que grado su ayuda espiritual, material, a la vez nos es indispensable humanamente y nos reconforta moralmente. Tuve que tomar decisiones que me han sido crueles; hay contradicciones, desafianzas, desprecios que, más allá de nuestras personas, van a la causa sagrada que defendemos. A veces es un peso demasiado pesado. ¡La lucha contra el Papa! ¡nuestros obispos! tantos sacerdotes y fieles ganados a la novedad, o indiferentes, ¿acaso les es duro? A nosotros, a mí también. ¡Y vean que hasta nosotros también a veces estamos abatidos! ....

“¡Vamos! estamos, ayudémonos mutuamente y en nombre de Cristo, en nombre de María su Santísima Madre, en nombre de San José nuestro querido protector, nada podrá abatirnos al servicio de la CRC.”

“Su amigo y hermano fray Jorge de Jesús. 13

El Padre de Nantes se elevó también con fuerza contra la distinción que el fundador de Écône difundía entonces entre sus fieles, entre ‘la Iglesia reformada y liberal’ y ‘la Iglesia de siempre’. Nuestro Padre afirmaba:

“Lo que he repetido incansablemente desde hace veinte años con una especie de espíritu de previsión cuyos textos reeditados sin cesar, datados, inmutables, seguramente atestiguan, es que hay desde así casi un siglo un gran combate apocalíptico: Dos religiones se pelean en la única Iglesia, se disputan la inteligencia y el corazón de sus cleros para escalar la jerarquía y alcanzar el poder supremo, conciliar, conclavista, en fin pontifical, y así derramarse sin obstáculo en todo el pueblo fiel. Aquí, la religión del Anticristo y su culto del Hombre, allá nuestra religión cristiana y su único culto de Dios. La antigua y perfecta religión revelada está en riña con la nueva religión inventada por los hombres, que es su semejanza blasfematoria. 14

Para llevar ese combate ‘apocalíptico’, nuestro Padre estaba listo a sacrificar todo, hasta su obra personal, y no tenía en mente más que el servicio del bien común de la Iglesia. “Es nuestra presente vocación, nuestra inmolación mística. 15

Sin embargo, en pleno centro de esos debates teológicos, nuestro Padre proseguía su vida de monje. Aunque los deberes de su cargo lo obligaran a veces a acostarse tarde, estaba a la una de la mañana en la capilla, para los maitines. Después se volvía a levantar a las cuatro, para recitar su rosario al pie del altar. Y de ahí volvía a su trabajo para avanzar la redacción de los artículos de la CRC, o la preparación de sus conferencias. En el día, la casa era un panal zumbador del cual nuestro Padre era el alma, ¡con una alacridad sin igual! Presidía el oficio divino y muy a menudo improvisaba un sermón en la misa, colmando nuestras almas con riquezas espirituales. Del mismo modo, en la tarde, aseguraba la lectura espiritual en comunidad.

Su despacho estando en el centro de la casa, cada uno podía molestarlo a toda hora, y no nos privábamos de ello, que para una dirección espiritual, que para un permiso, que para un consejo a propósito de su empleo. Seguía la actualidad con varias publicaciones y contestaba a un abundante correo. Cada día, animaba el recreo y el capítulo, dándonos las noticias de la Iglesia, del mundo, al igual que de nuestras familias y de nuestros amigos. Nos hablaba sobre todo de sus lecturas y de sus trabajos, sin nunca perder una ocasión para enseñarnos y formarnos. Se ocupaba también de los ejercitantes ignacianos y recibía a las visitas que estaban de paso, dándoles ‘una vuelta de parque’.

Le gustaba ir a menudo hasta la casa Santa María para visitar a sus hijas, del otro lado de la calle.

El 11 de febrero de 1975, le escribía a nuestros amigos: “Vamos a construir un ala a la casa Santa María. El desarrollo rápido de la comunidad de nuestras hermanas nos obliga a ello, al igual que el número creciente de nuestros hospedados. ¡Crecer, es la vida! Sus dones nos son signos que ‘Dios lo quiere’. Vayamos adelante. Tras la victoria de la Contra Reforma, nos apercibiremos que ya lleva en ella el germen de la Restauración católica que será el triunfo universal, hasta ahora nunca realizado, del Sagrado Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María en el mundo, el Reino de Cristo Rey en la tierra. ¡Es un honor desgastarse en semejante tarea! 16

En el mismo impulso, en julio de 1977, fue emprendida la construcción del ala de la capilla de la casa San José.

LA MALA FRACTURA

No se puede denunciar la Reforma sin designar a sus culpables, ni remediar los efectos, sin remontar a las causas más altas y más generales: el Concilio, el Papa reinante, y eso cueste lo que cueste. En virtud de esta exigencia de la fe y de sus consecuencias lógicas, el Padre de Nantes le suplicó a Mons. Lefebvre, cuya obra se encontraba amenazada, de “ apuntarle a la cabeza ”, es decir acusar abiertamente, públicamente al Papa de herejía, de cisma y de escándalo:

“Queda un arma, un gesto, un acto. Apuntarle a la Cabeza de aquel que tiene los Poderes del Cordero, pero que habla el lenguaje del Dragón (Ap 13, 11) [...]. El Papa que recibe a judíos renegando a Cristo para hablar con ellos de reconciliación es herético. El Papa que abroga prácticamente y prohíbe la Misa de la Iglesia romana para siempre promulgada y concedida por San Pío V a la Iglesia universal es cismático. El Papa que hace el elogio del budismo y que se roza con los lamas tibetanos es escandaloso.

“Mientras deje a un lado la Cabeza, no dominará los miembros, mientras obedezca a la Cabeza, será triturado por la garras y los dientes de ese Masdu. Es necesario golpear la hidra del Anticristo en la Cabeza, a fin de liberar a la Iglesia de Jesucristo. 17

A esta urgente invitación, Mons. Lefebvre le respondió a nuestro Padre, el 19 de marzo de 1975: “ Sepa que si un obispo quiebra con Roma, no seré yo”. Pero, el año siguiente, el 29 de junio de 1976, el obispo ordenaba quince sacerdotes, a pesar de la interdicción de Roma, en la espera de consumir su cisma, doce años más tarde, con la consagración de cuatro jóvenes obispos.

“¡Qué desperdicio!” escribía el Padre de Nantes en julio de 1976: tener razón sobre lo esencial y hacerlas de tontas separándose de la única Iglesia de Jesucristo, ¡no se podía imaginar peor desenlace! Y exponiendo de nuevo la historia de ese lamentable asunto en su editorial ‘La mala fractura’, le advertía a sus amigos y lectores que a partir de entonces era “no solamente inútil sino culpable” apoyar las fundaciones de Mons. Lefebvre. Cierto, decía, “éste podrá todavía reconocer su falta con enmienda, y cada uno de sus sacerdotes y discípulos individualmente. Pero su obra está para siempre comprometida, ya no tiene porvenir sino fuera de la Iglesia y contra la Iglesia.”

En aquel entonces, Mons. Lefebvre iba a todas las diócesis en las que los integristas lo llamaban para confirmar a sus hijos, sin el acuerdo del obispo del lugar, o hasta para reconfirmarlos, poniendo así en duda la validez del sacramento administrado por el Ordinario. ¡Horrible “desperdicio”! cuando “es la Cabeza que había que golpear, como David a Goliat, con las tres piedras preciosas de la fe, de la esperanza, y de la caridad, en vez de discutir de ritos variables o decretos disciplinarios. Luchó, perdió. Helo aquí privado de su mejor arma, entregada al Enemigo. Deseamos que el próximo héroe de Israel utilice mejor sus armas y sea vencedor del Filisteo arrogante que desafía a la Iglesia de Dios. 18

Al servicio de la Contra Reforma y de la Contra Revolución, sesión de jóvenes en Pentecostés de 1977. El Padre Nantes le presenta a su auditorio entusiasta el primer borrador de los 150 Puntos de la Falange católica, realista, comunitaria.

LA IGLESIA Y SUS SACRAMENTOS.

La rebelión integrista no sólo constituía un cisma, sino una herejía a propósito de la Iglesia y sus sacramentos. En efecto, despreciar la confirmación administrada por los obispos según la forma prescrita por la Santa Sede y administrarla de nuevo, declarar inválida la nueva Misa, para ya no ver sino pan y vino propuesto a la adoración sacrílega de los fieles, era despreciar el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, su Iglesia y el Espíritu Santo en persona. San Agustín lo había demostrado a los donatistas de su tiempo: “Cristo él mismo actúa eficazmente en todos lados en la Iglesia por el ministerio de hombres mismo indignos. Un tubo de oro o un tubo de plomo traen así mismo uno y otro el agua del manantial a la casa. La potencia dada a la Iglesia es tan grande que los sacramentos esenciales, administrados correctamente en la herejía o el cismo por falsos hermanos, son aún, según su enseñanza constante e infalible, plenamente válidos. 19

Durante el año que siguió la dramática ‘fractura’, el Padre de Nantes se entregó a un estudio profundizado de cada uno de los sacramentos para “apreciar serenamente el exacto valor de las novedades postconciliares. Sapientis est ordinare: es sabiduría poner cada cosa en su lugar y apreciar todo a su justo valor, sin exceso ni defecto.”

Al término de este estudio que hará la admiración de lo especialistas, ¡de Congar él mismo! nuestro Padre confiará:

“Creo haber aprendido mucho yo mismo, y haber también enseñado muchas cosas a mis auditores o lectores. Sobre la tradición que, para la mayoría, no sospechaban ser tan rica y variante; también, sobre los trabajos considerables llevados por una pléyade de sabios liturgistas contemporáneos; en fin, sobre los sólidos fundamentos y excelentes razones de ciertas reformas o novedades conciliares y postconciliares [...].

“Estamos conscientes de haber ayudado, con nuestra mínima parte, a la lejana preparación de esta síntesis necesaria y reconciliadora que será la obra de Vaticano III, en la que las rutinas pasadas serán definitivamente enderezadas y corregidas por las novedades de hoy, pero también enmendadas y purificadas de los errores que las desfiguran. ¿Eso complica la estrategia de los partidos, al quebrar el dualismo maniqueo que lo usa como su fuerza militante? Eso refuerza otro tanto el único partido que nos interesa, que es el de la Iglesia. Es en esta única vía que apercibo una salida, una puerta de luz. 20

CONTROVERSIA CON EL PADRE CONGAR

“ Había obtenido, escribirá nuestro Padre , ver reconocida nuestra santa libertad en la Iglesia de recusar los Actas del Concilio cuyas novedades escandalosas no están cubiertas por ninguna infalibilidad. No le pude imponer al público la segunda cara del díptico en el que, atacando la Libertad religiosa, hubiera obligado al Padre Congar a reconocer que la novedad conciliar era contraria a la fe de la Iglesia sobre ese punto capital, colocando a sus mantenedores obstinados en posición de herejía. Si lo desea, será para un próxima vez.

Restablecer la unidad en la fe en el seno de la Iglesia, realzando nuestro deber de rebatir las herejías del concilio Vaticano II, en particular la Libertad religiosa, tal fue el designio del Padre de Nantes cuando, a finales del año de 1976, retó a ‘fray Yves Congar’ que acababa de ponerlo en su libro sobre ‘La crisis en la Iglesia y Mons. Lefebvre’ entre los hermanos separados con los que sería bueno instaurar un diálogo.

“Me las hice a menudo contra ti, como al padre de los Padres del Concilio y entonces al abuelo de la herejía conciliar. ¿Pueden nuestros debates para Navidad, no ser renegados sino, con el aceite de la caridad y la unción de la piedad, volver al diálogo fraterno en vista de la paz, de la restauración de una verdadera comunión de los santos en la Iglesia, en nombre del Señor? Lo creo como tú y es por eso, hermano, que te escribo hoy...”

El punto focal de toda la discordia era la Libertad religiosa, “no te debes satisfacer, proseguía nuestro Padre, del éxito obtenido a medias con pena y sin exceso de franqueza en Vaticano II, esta Declaración pastoral que te constriñe hoy todavía a obrar con solapa y a mentir. ¡Acaba tu esfuerzo y ven a Roma para el triunfo de tus ideas! Aboga la causa de la Libertad religiosa, contra nosotros, en verdadero hijo de Lacordaire 21 pero con por fin infinitamente más chances de lograrlo que él en 1832 [...]. Tienes noventainueve chances sobre cien de lograrlo. Iré a Roma contigo, contando solamente con el último centésimo de nuestras chances humanas, pero aquél centésimo me parece encerrar la totalidad, el cien por ciento de la chance divina. Estoy seguro de que el Papa recusará definir cualquier cosa, o morirá a las vísperas de una definición que proyectaría en tu sentido. 22

El Reverendo Padre habiéndose ocultado, el Padre de Nantes lo correteó hasta Annecy, donde logró, el 8 de febrero, imponerle un debate público 23.

¿Pudiera usted decirme si en el concilio Vaticano II, y eso le interesa a todo el mundo, hay algún solo dogma definido por el Magisterio extraordinario y solemne de la Iglesia?

– No.”

“Lo quiera o no, concluirá el Padre de Nantes, el padre de los Padres del Concilio siempre quedará acorralado ante nuestras dos tesis:

“1 El concilio Vaticano II no contiene ninguna enseñanza infalible.

“2 En cambio contiene novedades infaliblemente condenadas como delirio y herejía por el Magisterio universal de la Iglesia hasta nuestros días. Es sobre esas bases que permanecemos inexpugnables, reclamando ‘Verdad y Justicia cueste lo que cueste’. 24

HACIA LA PAZ DE LA IGLESIA

Un día, el cardenal Marty, en aquel entonces arzobispo de París, le escribió a nuestro Padre para decirle que conservaba “ el recuerdo preciso y doloroso del libro de acusación llevado contra el papa Pablo VI”. Informado, Jean Vieux, jefe de un núcleo de nuestra Liga de Contra Reforma católica, cogió su pluma:

“ Eminencia, en nombre de Jesucristo, como Sucesor de los Apóstoles, ¿puede usted afirmarme que las 237 citaciones de Pablo VI, contenidas en el Liber, son la expresión de la auténtica fe católica?”

Sin hacerse ninguna ilusión sobre la fortuna de su carta, como tantas otras recibidas por nuestros obispos, echadas directamente a la basura, nuestro amigo tuvo la idea genial de agregar:

“ Si no se decide a contestar, lo que concibo, me imagino muy bien una palabra de usted al Padre de Nantes, y es mi recuesta:¡Padre, su acusación de herejía, cisma y escándalo es impactante! ¡Qué responsabilidad ha tomado ante Dios! Pero puesto que somete su juicio personal al Juicio de la Iglesia, le ruego que venga a verme: examinaremos juntos los textos incriminados y sus argumentos. Por mi lado, tampoco quiero errar. Uno como el otro, no traicionemos a la Iglesia... Venga, querido hijo, venga’ ”

San Pío X, él, no hubiera esperado el consejo de nuestro amigo. El cardenal respondió de manera evasiva, lo que ya era un éxito. Jean Vieux volvió al ataque, el Viernes Santo 24 de marzo de 1978:

¿Se quedará sordo a nuestras quejas? ¿Responderá usted por fin, sin rodeos, punto por punto, a preguntas gravísimas para la Iglesia y la salvación de las almas? Como un Padre, ¿acogerá usted al Padre de Nantes? Y también como un digno Sucesor de los Apóstoles.” 

Contra toda espera, el arzobispo de París, le contestó el 6 de abril de 1978:

“ Estoy dispuesto a recibir al Padre de Nantes y a ayudarlo en su reflexión. Le hago notar que semejante diálogo podría también establecerse con Mons. Etchegaray, Presidente de la Conferencia episcopal. Pero yo también acepto recibirlo a título personal...”

Nuestro Padre remató en el aire:

“Estoy dispuesto por mi lado, y le agradecería infinitamente que lo hiciera saber a su Santidad el papa Pablo VI, a realizar todo lo que está en mi poder a fin que mis amigos, mis hermanos y yo recobremos la plena comunión con el Sumo Pontífice y con el Episcopado en comunión con Él, nada siendo más deseable hoy y más urgente que la manifestación de la Santa Unidad Católica de la Iglesia romana. Y eso según la venerable cautela, frecuentemente recordada por su S. S. Pablo VI: ‘In necessáriis únitas, in dubiis líbertas, in ómnibus caritas’.

“Estoy resuelto a responder a toda invitación que me será transmitida por su intermediario, o por Mons. Fauchet, obispo de Troyes, o por Mons. Etchegaray al cual le escribo por la misma misiva a fin que su acción caritativa pueda ser concertada con él, y presentarme en Roma para ahí estudiar con la persona que el Santo Padre designará, las condiciones de esta tan deseable y deseada reconciliación.”

La respuesta del cardenal Marty no tardó en llegar:

“ Recibí su carta del pasado 8 de mayo. La leí con atención, y creo haber descubierto en ella sentimientos de su parte que me llenan de esperanza. Estaba ayer en Roma para el tercer centenario de San Luis de los Franceses. Le hice llegar al Santo Padre la copia de su carta.”

El cardenal proponía enseguida una reunión de tres con Mons. Etechegaray, en París, el 13 de junio, “ en casa de las Hijas de María [sic]”, en la calle Notre-Dame-des-Champs. ¡El 13 de junio! día aniversario de la primera manifestación del Corazón Inmaculado de María en Fátima. ¡En casa de la Hijas del Corazón de María! ¿Cómo no reconocer la mano de la Santísima Virgen?

LAS CONDICIONES DE UNA RECONCILIACIÓN.

Entonces, el 13 de junio de 1978, a las 6 h 30 de la tarde, nuestro Padre abordaba al cardenal Marty y a Mons. Etchegaray. Los dos prelados tienen buena cara. El acojo es sencillo, relajado. Entramos en la casa religiosa, y luego en un locutorio, para sentarse alrededor de una mesita cuadrada de madera blanca. El cardenal se informa sobre la comunidad:

¿Viene de Saint-Parres-lès-Vaudes? Nunca he ido. ¿Es lejos de Troyes?

– Es a unos veinte kilómetros de Troyes, Eminencia.

¿Son muchos?

– Actualmente somos once hermanos y once hermanas.

– ¿No tuvieron votos estos días? Lo leí en su boletín.

– Sí, Eminencia, una ceremonia de toma de cogulla.”

Nuestro Padre pide pues permiso de exponer el objeto del encuentro dando lectura de una nota en la que recapitulaba en doce puntos su defensa de la fe y las diligencias emprendidas para llevar a Roma y reexaminar su caso:

“1. Creo en la Santa Iglesia Católica romana y reconozco a Su Santidad Pablo VI como verdadero y único Papa, y como verdaderos y legítimos obispos los Obispos en comunión con Él.

“2. Creo haber discernido a partir de 1964, en los Actas del papa Pablo VI y del concilio Vaticano II, errores y herejías. Formulé pues públicamente mi oposición a esas novedades que lastiman, según pienso yo, el depósito de la Revelación divina.

“3. Fui amenazado con una suspensión de licencias por Mons. Le Couëdic, obispo de Troyes, en razón de esta rebelión en diciembre de 1965, y después castigado por él con una cesación en su diócesis el 25 de agosto de 1966, cesación prolongada hasta la fecha por su sucesor, Mons. Fauchet.

“4. Sin embargo Mons. Matagrin, obispo de Grenoble, diócesis a la cual pertenezco, me ha siempre otorgado el Poder de celebrar y distribuir los sacramentos; no obstante me ha retirado mi Celebret en 1972, a petición de algunos obispos, me ha dicho, sin por lo tanto haberme retirado los Poderes.

“5. A petición mía, mis escritos han sido examinados por la Sagrada Congregación por la Doctrina de la fe, entre 1966 y 1968. Fui convocado a Roma para la clausura de la instrucción de ese Juicio en mayo y en julio de 1968. Era en el momento en que se preparaba, y luego era proclamado, el Credo del papa Pablo VI que debía, según lo que se me había dicho entonces, ser la señal de una restauración de la fe y de la disciplina en la Iglesia.

“6. En julio de 1968 y de nuevo en julio de 1969, fui intimado a firmar una formula de retractación de mis escritos y de sumisión ilimitada y universal al Papa, al Concilio, a los Obispos de Francia y a mi Obispo en particular.

“7. El carácter absoluto de semejante formula me pareció inaceptable y recusé firmarla. El 10 de agosto 1969, supe por los periódicos que la Congregación por la Doctrina de la fe me declaraba ‘descalificado’. Es sobre esta ‘descalificación’ que se fundan todas las advertencias publicadas contra mí, contra la Liga de la Contra Reforma Católica que fundé y contra el mensual de mismo nombre que dirijo. Mons. Fauchet se apoya sobre este acto de Roma para justificar la perpetuación de mi cesación.

“8. Redacté en 1973 un ‘libelo de acusación contra el papa Pablo VI por herejía, cisma y escándalo’. Fui al Vaticano para entregárselo, asistido de sesenta de mis cooperadores, pero la policía italiana nos prohibió el acceso del Vaticano y del palacio del Santo Oficio.

“9. En noviembre de 1973, distribuimos este ‘Libelo’ en los dicasterios romanos, pero sin resultado aparente.

“10. A partir del 22 de julio de 1969, me opuse públicamente a las ideas y proyectos cismáticos que me fueron presentados. Desaprobé y me desolidaricé de aquellos que jalaban a los feligreses en el camino de una ruptura con la Iglesia. Refuté sus errores doctrinales, en particular sobre la validez de los nuevos ritos de los sacramentos; denuncié su rechazo de la Iglesia visible actual y la constitución por ellos de capillas separadas; reprobé también la exasperación, el desprecio y a veces el odio excitados entre los feligreses.

“11. A partir de 1971, juzgué prudente reconsiderar mi oposición a las novedades aplicándome en discernir, en la Reforma actual, entre lo que depende del desarrollo homogéneo y continuo del dogma, del progreso normal de las ciencias exegéticas, históricas, catequéticas, como también de la evolución de las instituciones litúrgicas y canónicas... y lo que los altera o destruye sistemáticamente.

“12. Vengo por ello a desear que sea reconsiderado por mis jueces romanos el conjunto de nuestra desavenencia, y que sean examinadas las posibilidades de un acuerdo y los caminos de una reconciliación: ‘en la unidad de la fe, la diversidad de las opiniones y la caridad de la Iglesia’.

“Me gustaría que durante el interim, en la espera de un nuevo examen claro, preciso y definitivo de los puntos controvertidos, que mi obispo Mons. Matagrin o Mons. Mondésert me devuelva mi Celebret y que la cesación que tengo encima desde hace doce años en la diócesis de Troyes me sea retirada.”

“ Quisiera, agregaba nuestro Padre, que los teólogos romanos me impongan, no una retractación total, sino una fórmula de sumisión precisa, limitada. No estoy dispuesto a firmar lo que sea.”

Bueno pues perfecto:

“ Vamos a enviar su nota a Roma por la maleta diplomática, la cual sale el viernes. Pero probablemente habrá que esperar el otoño antes de tener una respuesta. Por el momento, es mejor que todo esto no salga de aquí ¿verdad?

– Sí, Eminencia.

– Hasta el final de este asunto, permaneceremos discretos.

– No tengo prisa, Eminencia. Sin embargo les quisiera llamar la atención sobre las últimas líneas de la nota. En señal de pacificación, me gustaría recobrar mis poderes de jurisdicción.

– ¡Bueno pues Padre! vamos a ver con Mons. Matagrin y con Mons. Fauchet lo que podemos hacer respecto a su celebret y a su cesación.

– Se lo agradezco, Eminencia25

El siguiente 6 de agosto, en la tarde de la fiesta de la Transfiguración, el papa Pablo VI entregaba su alma a Dios.

Dos meses más tarde, el Padre de Nantes supo que su recuesta había sido recibida en Roma y que hasta estaba bien considerada en la secretaría de Estado. El viernes 20 de octubre, el Padre Lucien Lefeuvre, en puesto en ese dicasterio, se lo confió a un miembro de la Liga: “No traiciono ningún secreto, le confió, diciéndole que el caso del padre de Nantes está actualmente al estudio. Una conciliación sería deseable, porque este sacerdote hace mucho bien a su alrededor. Pero hay que ser pacientes. El acuerdo todavía no es para mañana.”

‘UNA MÍSTICA PARA NUESTRO TIEMPO’.

Mientras que pasaban todos esto eventos importantes en la historia del combate de la CRC, la espiritualidad de nuestro Padre que, hasta ahí, se refería esencialmente a San Juan de la Cruz, conoció un desarrollo extraordinario. Se puso a la escuela de San Francisco de Sales, desarmando de paso algunos espíritus críticos. Durante nuestro retiro de comunidad, comentó el ‘Tratado del amor de Dios’ 26.

Impregnado de esta enseñanza mística de la cual nadie contestará la autoridad, para “hacer amar el Amor” que no es amado, nuestro Padre dio en la Mutualidad una nueva serie de conferencias, con una rara plenitud, sobre la ‘estética mística’, ayudándose con los siete volúmenes publicados por el padre Hans Urs von Balthasar 27. En la Carta a nuestros amigos del 7 de julio, escribía: “El estudio de los sacramentos terminado con broche de oro, gran enriquecimiento para todos nosotros. El programa del próximo año es deslumbrante: moral y mística católicas; de anticipo eso me da mucho miedo y mucha más alegría. 28

En efecto, bajo esas palabras un poco enigmáticas de estética mística, nuestro Padre expresaba el secreto esencial de nuestras vidas: el gran misterio de la unión a Dios. Quería que este estudio sea la “búsqueda de un camino abierto, practicable, hacia Dios, de una unión a Dios posible, expresiva y segura, lo que nos hace falta cruelmente mismo si tuviéramos todo el resto, la fe, las virtudes, las obras. Porque la vida mística es verdaderamente esta perla evangélica, este tesoro por el cual daríamos todos nuestros bienes. 29

La estética evoca el sentido, la intuición de la belleza, como atributo de Dios. De una manera más común que por ‘la intuición del ser’, podemos acceder a Él por la belleza, ¡en la medida en que Él se revela a través de las formas sensibles! La estética mística nos eleva de lo natural, que admira la creación, hacia lo sobrenatural. No nos encierra en la belleza de las cosas, puesto que ésta no está ahí sino para manifestarnos la belleza de Dios, resplandeciente de su divina santidad y esplendor del Hijo de Dios. Es una belleza dulce y suave.

Entonces, la estética mística se vuelve encuentro del hombre con Dios vivo, Creador, Salvador y Santificador, atrayéndonos en su vida íntima; y con Dios tal como se revela en Jesucristo, Belleza suprema, nuestro Bien, nuestra beatitud, objeto de todos nuestros deseos.

En nuestra condición humana, esta estética se vuelve dramática, puesto que se encarna en una historia que, desde el pecado original, no es más que drama y abismo de angustia. Sin embargo, Dios quiere llevarnos al Cielo. Es el misterio de la Redención por la Cruz de Cristo y de Corredención de la Virgen Inmaculada, a fin que seamos purificados de nuestros pecados. Si aceptamos entrar en este misterio, entendemos como la belleza se manifiesta sobre todo en la fealdad de la Cruz y sobre la Santa Faz de Jesús crucificado, “centro y cima de toda la estética humana” 30. Así, encontrar al Padre en el hijo, es acceder a la Gloria por la Cruz, es buscar la dicha en la prueba, la riqueza en la pobreza, la vida en el sacrificio y la muerte.

Al final, esta estética se vuelve hiperbólica, es decir que acaba, más allá de cualquier belleza, en la Gloria del Dios vivo que resplandece en Cristo Resucitado y María Inmaculada que fue llevada a los Cielos.

Desde Pentecostés, resplandece ahora en el misterio de la Iglesia y en todas las maravillas que ha cumplido en ella el Espíritu Santo, a lo largo de la historia de la Cristiandad, para que crezca el reino temporal del Sagrado Corazón en todo el universo, por la santa Cruzada de una política divina. “Es en semejante ascensión mística y en su punto más alto de elevación que se descubren la raíz y la fuente de esta caridad apostólica, social, política, que se exprime en la segunda petición del Pater y lleva a la tercera: ‘Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo’. 31

“Entonces el verdadero místico se enamora necesariamente de un amor total a esta Voluntad divina sobre el mundo, acompañado de un deseo vehemente de verla realizada y todavía más de cooperar en ella él mismo con todas sus fuerzas. 32

Esta mística ‘total’, abierta a todos, basta para probar que su autor es un doctor él mismo místico, “un hombre que, con el socorro de la gracia divina, ha llevado la fe hasta su punto más alto de incandescencia, de manera que el mundo al cual pertenece, primero y más fuertemente que todo, es el mundo sobrenatural” 33.

Nuestro Padre hará después constantemente referencia a este estudio. Lo prolongará, a partir de 1978, aplicándolo a la Virgen María 34 y después, el año siguiente, a San José 35.

Pero desde 1968, sus lectores ya habían podido descubrir la riqueza de su vida mística con la lectura de las Páginas místicas 36, publicadas en apoyo del combate cotidiano llevado contra la apostasía. Porque la mística de nuestro Padre, lejos de ser desencarnada, no es una evasión en lo intemporal, al contrario se identifica a todas las luchas de la Iglesia, sus preocupaciones, su agonía. ¡Esas páginas revelan a que ardor sobrenatural y a que virtudes teologales la santa polémica de nuestro Padre le debía su fuerza para comunicar su gracia a quien quisiera seguirlo!


 (1) CRC n° 28, enero de 1970, p. 1.

 (2) Página mística n° 26, ‘¿Cómo maldeciría?’ septiembre de 1970.

 (3) CRC n° 20, mayo de 1969, p. 4.

 (4) CRC n° 97, octubre de 1975, p. 14.

 (5) CRC n° 77, febrero de 1974, p. 1.

 (6) CRC n° 89, febrero de 1975, p. 3.

 (7)Integrismo, progresismo, tradicionalismo’, CRC n° 99, noviembre de 1975, p. 5-7.

 (8) Nuestro Padre en su historia ortodrómica de Francia veía a los santos del siglo dieciséis como los que prepararon el gran siglo XVII de la Contra Reforma en Francia. E, España será el siglo XV bajo el reino de Isabel la Católica que preparará la era de oro de la historia de España (siglos XVI y XVII). Le recomendamos a nuestros lectores el libro Isabel la Católica, su legado para México, Nemesio Rodríguez Lois, ed. Minos, México.

 (9) Ibíd. p. 10.

 (10) Renaissance catholique n° 176, marzo de 2010, citando una carta del Padre Saey, del 16 de octubre de 1966.

 (11) En 1990, la nueva casa Santa Teresita será construida a proximidad de esta capilla.

 (12) Lettre à nos amis n° 12.

 (13) Lettre à nos amis n° 11.

 (14) CRC n° 107, julio de 1976, p. 1 ; cf. Lettre à mes amis n° 219, del 11 de diciembre de 1965, p. 8.

 (15) Lettre à nos amis n° 2 del 1° de abril de 1974.

 (16) Lettre à nos amis n° 8.

 (17) CRC n° 89, febrero de 1975, p. 2.

 (18) CRC n° 108, agosto de 1976, p. 2.

 (19) CRC n° 109, septiembre de 1976, p. 2.

 (20) CRC n° 120, agosto de 1977, p. 4.

 (21) El Padre dominico Lacordaire (1802-1861) colaboró en el periódico L’Avenir con Lamennais y Montalembert. Su devisa era ‘Dios y Libertad’. En 1832 en la encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI condenó las tesis de L’Avenir que contenían en germen toda la apostasía moderna. Lacordaire se sometió a diferencia de Lamennais. Aquí, el Padre de Nantes le asegura al Padre Congar O.P discípulo de Lacordaire que ahora ya no tiene nada de que temer de Roma.

 (22) CRC n° 113, enero de 1977, p. 1-4.

 (23) Este debate animado está presentado in extenso en la CRC n° 115, de marzo de 1977, p. 1-4.

 (24) CRC n° 118, junio de 1977, p. 15.

 (25) El conjunto de estas negociaciones ha sido publicado en Pour l’Église, t. III, p. 501-509.

 (26) S 35, ‘El Amor de Dios según san Francisco de Sales’, del 18 al 25 septiembre de 1977.

 (27)La Gloria y la Cruz’, en las ediciones Aubier (1965-1972). En 1977, un tomo esperaba ser publicado.

 (28) Lettre à nos amis n° 22.

 (29) CRC n° 123, noviembre de 1977: El sentido místico.

 (30) CRC n° 127, marzo de 1978, p. 7.

 (31) CRC n° 131, julio de 1978, p. 3.

 (32) Ibíd.

 (33) Il est ressuscité n° 84, agosto de 2009, p. 30.

 (34)Mística marial’, S 37, Josselin 1978.

 (35)Trilogía sobre san José’, S 40, mayo de 1979.

 (36) Publicadas en dos tomos en 1996, y después reeditadas en el 2010 en un sólo volumen.