Punto 31. Contra el progresismo de Lamennais
La impaciencia, el sueño demente, la profecía revolucionaria, y luego la decepción que llevan implacablemente a la apostasía, encuentran en Lamennais su ilustración inigualable. Era fácil prever de anticipo a donde lo llevaría su progresismo. Porque una vez que se admite que Jesús no obtuvo nada, no hizo nada que fuese glorioso en su Iglesia con la fuerza de su Espíritu hasta nuestros días, habría que concluir que no es Dios y que todo el esfuerzo inspirado de él es del mismo modo vano. ¡Al menos que se piense uno más grande que Jesucristo, y verdadero salvador y mesías!
1. Para los progresistas enfermos por contagio revolucionario, la santidad y la apostolicidad de la Iglesia antigua, medieval y clásica, les parecen demasiado imperfectas para corresponder a los pensamientos y voluntades divinas. Aprovechan para tomar como argumento las imperfecciones, lentitudes y desórdenes de los siglos pasados, concluyendo en la radical infidelidad de la Iglesia al Espíritu de Cristo y a la inspiración de los primeros cristianos, para recusar sus instituciones seculares, el conjunto de sus tradiciones. Profetizan otro porvenir, tiempos nuevos; reclaman, preparan una reforma global de las instituciones, una revolución mística de los pueblos sublevados por el Espíritu, que abrirá el milenario, la era del Espíritu Santo, la nueva pentecostés, cielos nuevos y tierra nueva.
2. Pero la sustitución de esas visiones quimericas a la realidad de las tradiciones es la obra de espíritus humanos, de novadores más sujetados que nadie al error, descontentos, necios, ambiciosos. ¡Son ellos que se atreven, según sus inspiraciones sin control, partir por medio lo esencial y lo accesorio, lo bueno y lo malo, lo divino y lo humano, lo caduco y lo permanente! ¡Y cortan por lo sano en un cuerpo, un alma, que son las mismísimas de la Iglesia y de la Cristiandad! Cirugía peligrosa. Y, en el espacio que queda libre tras tantas supresiones, los visionarios organizan sus creaciones ideales, todas más inhumanas, arbitrarias, temerarias unas que otras, a cada cual mejor extranjeras y contrarias a lo que se había visto y hecho en un pasado detestado.
3. Lo que se hace sin la tradición o contra ella, se hace sin el Espíritu de Dios y contra él. No puede ser más que miserable. Así los progresistas, tan buenos para destruir las obras de Dios ricas de un gran pasado, se muestran incapaces de edificar obras santas y durables. Si se les honra, acaban como parásitos de una Cristiandad que han contribuido a destruir; si se les lleva la contraria al grado de impedirles hacer daños, se van de la Iglesia como Lamennais perdiendo fe en ella, para acabar en la desesperación y las tinieblas de la apostasía.
Es una historia lamentable la del progresismo cristiano y un drama para tantas almas sacerdotales que ha pervertido y perdido ¡este progresismo es el primer motor del quebrantamiento conciliar y post-conciliar de Vaticano II!