Punto 77. El bien común: el orden
Hay una necesidad del poder, una necesidad del gobierno para conservar la sociedad en el orden y la paz. Es una lección de la historia, corroborada a contrario por nuestras desgracias actuales que resultan de la delicuescencia del poder político soberano.
En el Antiguo Régimen, “el orden político asestaba el reino de Dios en la ciudad y en los corazones”. Después de 1789, mucha gente ya no teniendo fe, el bien común, objeto de la política, se halló restringido en el caso de los pensadores nacionalistas, de los cuales Maurras, al orden y la paz de la comunidad nacional. A nuestra vez, nosotros optamos por esta concepción clásica del bien común puesto que no es contradictoria con una visión más religiosa de la Política.
Un organismo como la nación responde a leyes, y no puede vivir sino cuando su orden, sus instrucciones son respetadas.
1. Es necesario que los hombres, legisladores y sujetos confundidos, reconozcan que existe arriba de ellos un orden de las cosas, un orden natural, querido por Dios y que de este orden divino de la creación procede un derecho que debe ser transcrito en nuestras sociedades en leyes humanas.
La Cristiandad no prosperó sino en la fidelidad a este Derecho incontestado, a la vez divino y humano, fundado en religión sobre la Ley mosaica, y en razón sobre la sabiduría griega y la costumbre política romana, llevado a su perfección por el cristianismo. Es debido a que los diversos derechos positivos estaban en harmonía con el Orden divino de la Creación y de la Redención que recibían su carácter sagrado y su valor de bien común soberano temporal... y sin duda eterno. Un legislador, aún rey, que recusaría una verdad semejante quedaría en el rango de los tiranos y los impíos.
2. Por consiguiente el soberano resulta ser como “mediador entre Dios y los hombres”, usando su poder para imponer el derecho que Dios puso en la creación y singularmente para regir la sociedad humana.
Cojamos un ejemplo: la célula básica de la sociedad humana es la familia, eso revela el orden natural, querido por Dios; su protección es pues el bien primordial de la sociedad, mientras que su perversión es un crimen puesto que destruye su fundamento. Proteger a la familia será pues uno de los deberes de la política consagrada al bien común; es una función sagrada puesto que está íntimamente ligada a la voluntad de Dios que da a respetar a fin de asegurar la bendición divina sobre la sociedad.
Es ese sentido del lazo estrecho entre Dios, el orden natural y el soberano que explica que en un país de cristiandad, un hombre que atentaba contra el rey era culpable de crimen de lesa majestad. Eso no significaba que era culpable de crimen contra “su majestad el rey”, sino contra la majestas que designaba para los Romanos en primer lugar la grandeza, la dignidad de los dioses, y que luego designó la Voluntad divina organizando la sociedad.