Punto 78. El bien común: la paz

Conocer y respetar el orden natural no basta, hace falta que la nación esté protegida contra sus enemigos. La supervivencia cotidiana de la nación y la paz es el segundo bien común.

Comparemos con la ciencia médica. Ésta no puede contentarse de especular sobre las normas ideales de la salud humana. Es menester después ir sobre el terreno, visitar a los enfermos, aplicar la teoría a cada caso. Del mismo modo en ciencia política: es necesario cada día tomar decisiones, llevar la vida de la nación, hacerla prosperar y defenderla. En una palabra, se debe gobernar.

El reflejo moderno es pretender que todos puedan participar a la decisión. Pero la incompetencia de la muchedumbre, su irresolución, sus contradicciones, su irresponsabilidad personal son demasiado contrarias a las exigencias inmediatas de todo acto de gobierno, que debe ser secreto, seguro, pronto y fuerte.

El ideal del gobierno es pues un poder personal que debe, sin cesar, buscar la conjetura que adoptar, decidir la orientación que dar a la vida del país, vigilar a sus enemigos y cuidar que no le hagan daño a la nación. Una vez tomadas, sus decisiones no pueden sufrir discusión alguna.

Objeción: si, a pesar de todo, la desgracia cumbe sobre la nación, si esta autoridad soberana se equivoca –y la historia nos presenta muchos ejemplos de decisiones soberanas contestables en sí– ¿acaso no hay que desobedecerle?

Es necesario responder resueltamente no. En efecto, el orden y la paz siendo constitutivos del bien común, la autoridad soberana siendo ordinariamente el medio de preservar el orden y la paz, su contestación es un mal mayor que el error ocasional que puede cometer, un desorden más irremediable que su falta eventual.

El falangista amará pues el orden y respetará la autoridad política soberana como un bien divino, porque en la inconmensurable absurdidad de los hombres, “ es él, el orden, todavía más que la virtud y mucho más que la inteligencia, que salva lo que puede ser salvado mientras que toda anarquía, disidencia, rebelión agrega su mal voluntario a los males forzados que pretende sanar, y compromete el porvenir por el peso de su impiedad.”

Mas hace falta para eso que esta autoridad política ejerza su poder de manera legítima.