Punto 79. La restauración de una autoridad soberana y legítima

La “divina sorpresa” que nos otorgará nuestra Madre Inmaculada será pues ante todo la restauración de la autoridad política. Lo hará en Rusia primero para inaugurar el tiempo de paz que le será dado al mundo, lo obrará ciertamente también en Francia, y en otros país según los designios de la Providencia divina para instaurar el reino universal de Cristo Rey.

El poder de este soberano consagrado al bien común de la nación será legítimo, es decir que podrá justificar su autoridad y obtener el consentimiento del pueblo que verá en ello una realidad fundamental, una verdad, una bondad, una belleza soberanas.

Esta legitimidad puede resultar, ante todo, del simple restablecimiento del orden y de la paz por la fuerza. Es la legitimidad anterior. En el caos, la ruina, el más fuerte, rey, dictador o jefe, bueno o malo, impone su ley.

No obstante, ningún poder puede durar apoyándose únicamente sobre la fuerza, le es necesario adquirir una legitimidad natural por los servicios rendidos a su pueblo que, de vuelta, le manifiesta agradecimiento capaz de consagrar su autoridad. Esos servicios conciernen las necesidades naturales: gestionar el orden, hacer respetar la justicia, defender al pueblo contra los enemigos, asegurar las condiciones de la prosperidad del país.

Esta legitimidad natural ya es de derecho divino, porque el autor de las leyes naturales de los Estados es Dios él mismo. Así pues que el pueblo no debe solamente hallar interés en ser sabiamente gobernado, pero, más profundamente, debe sentir el sentimiento religioso de la sumisión debida a una autoridad en la cual se manifiesta el poder divino para su bien y para ayudar a la salvación de las almas.

Sin embargo, esta legitimidad natural no cambia en nada al hombre que la inviste, eso no lo ‘santifica’ necesariamente y seguimos en esta etapa al nivel de naturaleza común ¡que no hay que confundir con la gracia de Cristo y la vida sobrenatural! que interviene en un tercer tipo de legitimidad: la legitimidad mística cristiana.

Esta última reposa sobre la fidelidad popular arraigada en la fe católica: la virtud de obediencia religiosa que practica el fiel atrae en su estela la obediencia política, y la transforma, la ‘sobrenaturaliza’. En este caso, es la fe en Cristo que lleva a la fidelidad al soberano.