Georges de Nantes.
Doctor místico de la fe católica

9. HENOS AQUI, SEÑOR

EL 29 de junio de 1947, el Padre de Nantes era ordenado subdiácono con sus cofrades de cuarto año, ceremonia que coincidía con su despedida del Seminario. Antes de dejar la 'Gran Casa', evoca un último recuerdo: “El Padre Beaufine nos recordó, o más precisamente nos hizo saber la obligación en la que estábamos de pronunciar el 'Juramento anti-modernista' impuesto por el Papa Pío X a todo ordenando como a todo eclesiástico tomando posesión de un beneficio o entrando en  algún cargo. Cierto, nos habían hablado del modernismo, pero como de una lejana crisis de crecimiento de la ciencia eclesiástica, en busca de la modernidad. ¡Era hace cincuenta años! Ya había pasado y ese Juramento no era sino una formalidad, pero indispensable. Entonces, una mañana, fuimos a la sala de las Actas para jurar sobre los Evangelios y recitar el Credo de los Apóstoles, la Profesión de fe de San Pío V [anti-protestante] y ese famoso Juramento anti-modernista. Y he ahí que atravesando el claustro, llegando a la altura de nuestro ‘prior de clase’, Xavier de Chalendar, le oigo decir a Tirsis Onis, uno de los más jóvenes y avispados de nuestros cofrades: '¡Oh! yo, no lo leí... porque si lo leyera, no podría jurar', entiendan: ¡no podría jurar creerlo! He ahí en que espíritu iban a pronunciar ese Juramento...1

Ceremonia de ordenación al diaconado
Ceremonia de ordenación al diaconado, 29 de junio 1947, en el Seminario de Issy-les-Moulineaux.

Georges de Nantes, él, creía en ello y permanecerá fiel a su juramento, en contra de un Magisterio pasado a la Reforma y vuelto... modernista.

No es sin un echar de menos que dejaba atrás lo que había sido para él “el santuario de la inteligencia y del amor, de la luz vivificante y de la alegría espiritual, reino de Jesucristo poblado por seres apasionados de Él y de su Iglesia”2. Y es a la escuela del Padre Vimal, su sabio mentor, que había descubierto “esta gran ley de la historia que los hombres de tradición son los únicos en entender las necesidades de su tiempo y en concebir las reformas necesarias y novedades de porvenir. Los otros no son más que demoledores3...”

¿QUÉ ES LA IGLESIA?

Su irreemplazable guía4 lo había entretenido de su proyecto:

“Un Tratado sobre la Iglesia que contestaría a su doble preocupación de explicar y defender todo su aparejo visible, de institución divina, y sus estructuras intangibles, pero privilegiando el principio invisible y su despliegue jerárquico, el Espíritu Santo, alma increada de su Cuerpo místico, y de su alma creada que no sabría ser el pueblo, sino la jerarquía apostólica constituida en autoridad, en magisterio infalible, en fuente de gracias. Eso anticipaba las grandes interrogaciones que se oirán veinte años más tarde en el concilio Vaticano II, como novedades llenas de audacia. Pero era con la preocupación de salvar el orden vivo y vivificante, santo tanto como sabio, de nuestra Iglesia en peligro, por la evocación de su misterio verdadero, esplendido en sus dos componentes, ¡a lo que este descabellado Concilio pretendió contradecir!5

El Padre Vimal invitó a su discípulo a alcanzarlo en su retiro de Meydat en Auvergne para consagrar un mes de ese verano de 1947 a poner en marcha semejante estudio. “Incendiado de entusiasmo entré en ese proyecto y me sumergí para él en los libros del Padre Clérissac sobre 'El Misterio de la Iglesia', de dom Grea sobre 'La Iglesia y su divina Constitución', y de Journet, el futuro cardenal, sobre 'La Iglesia del Verbo encarnado' del cual el primer tomo acababa de salir. Podré autorizarme de ello veinte años más tarde para levantarme contra 'el Papa herético' y también contra 'el obispo cismático', al servicio de la única y verdadera Iglesia de Cristo, ¡indisociablemente visible y mística, carismática y canónica! No hubiera habido esas reuniones casi clandestinas del seminario, esos deberes de vacaciones inesperados y sus frutos excelentes, ¿a caso no nos hubiéramos resbalado, llevados en la corriente conciliar hasta las siguientes cataratas? ¡Él, claro no! Pero yo, no sé cómo hubiera, solo, salvado mi alma.6

No solamente salvará su alma sino que, por su fe y su amor de la Iglesia, salvará multitudes de almas. Existe en germen en ese 'tratado', del cual conservamos los preciosos manuscritos, un tesoro de doctrina, capaz, con el socorro de Nuestra Señora de sanar 'la Iglesia enferma del Concilio'7, y traerla de vuelta a su misericordioso Señor, como la esposa infiel y arrepentida del Cantar de los cantares.

LA ESPOSA DEL CANTAR DE LOS CANTARES.

El quinto año, de preparación al sacerdocio y de licencia, llevó a Georges de Nantes al antiguo convento de los Carmelitas, convertido en seminario universitario del Instituto católico de París. “Creo haber trabajado mucho, aprendido y retenido mucho al contacto de nuestros maestros parisienses, de Broglie, Henry, Daniélou, Robert, Arquillières, Andrieu-Guitrancourt...8

“Fue un encanto [...]. ¡Dios mío, Dios mío, cuán viva, ardiente y bella era esta Iglesia! Era una gloria, que cada mañana despertaba, avanzar en ella hacia el sacerdocio.9

Del Padre Robert, recibió el impacto de la revelación del Cantar de los cantares. “La mayoría de los exegetas de la época pensaban que el Cantar de los cantares era una compilación de cantos de boda. El Padre Robert, él, bajo cada palabra del Cantar, discernía una alegoría, un simbolismo escondido de la historia del amor de Dios por su pueblo, y daba de ello la justificación exegética. Al levantar esas palabras, una tras otra, como conchas de ostras, para descubrir la perla escondida, llegaba a una síntesis magnífica.

“En 1940, cuando huyó París durante el éxodo, dejó todo lo que tenía, pero se llevó consigo en una maleta su manuscrito del comentario del Cantar de los cantares. Estaba del lado de Orleans en la muchedumbre que huía, cuando los aviones alemanes empezaron a bombardearlos. Se echó en una trinchera en el borde del camino con su maleta. Cuando los bombardeos pararon, buscó su maleta y ya no la encontró. Había perdido veinte años de trabajo.

“Se puso de nuevo manos a la obra y cuando tuve la dicha de seguir sus cursos en 1947-1948, había vuelto a escribir y encontrar todo. Nos decía cosas que eran maravillosas con una voz fría, una cara de cadáver, sin ninguna onza de sentimiento, parecía que no entendía lo que decía... Estaba estupefacto de ello, y cuando al final del año, hicimos nuestros exámenes, cuyo tema era 'Composición del Cantar de los cantares', escribí lo que nos había enseñado. Me puso una mala nota. ¡Pasó a lado del tema! Sí, debería haber discutido sobre cada palabra griega, cada palabra hebrea que se escondía por debajo. Así era él. Era un hombre santo. El caso es que, me reveló para la vida el Cantar de los cantares.10

Al mismo tiempo, Georges de Nantes desprendía el primer lugar en el concurso de teología sobre 'Cristo, Revelación de Dios'. Su pensamiento se afirmaba relacional. “Todo nos lleva a creer en la existencia de una relación profunda entre todos los seres, los del universo entre ellos, y entre el universo y Dios[...]. El mundo conocido no está hecho para permanecer autónomo: filosofía y religión nos hablan de relaciones al Ser divino. Las facultades humanas, en la cima de la creación, son eminentemente obreras de relaciones”, explicaba en la introducción de su escrito, para enseguida mostrar que Cristo, perfecto Mediador, al ingerirse en la historia concreta de los hombres y al revelar el designio de su Padre, llevó esas 'relaciones' a su perfección.

LA PROMESA DE UN FRUTO ABUNDANTE.

Es en Grenoble, su diócesis de origen, en la capilla dedicada a Nuestra Señora de La Salette, que recibió la ordenación sacerdotal, el 27 de marzo de 1948. Diez años más tarde, al evocar este aniversario, confiará:

“¿Cómo no acordarme hoy de una 'luz' recibida en la tribuna de la iglesia de los Carmelitas, en la tarde del Jueves Santo de 1948, dos días antes de mi ordenación? Leía el capítulo de San Juan sobre la Vid que da fruto y el Espíritu Santo me lo dio a entender. Sin esfuerzo, como las palabras se graban en la retina, el pensamiento que esas palabras expresan se imprimía vivamente en mi espíritu. Impresión inefable. Estaba cogido de  admiración al leer ahí todo el destino del sacerdote, injertado en la Vid mística, constantemente podado por la prueba de manera que da fruto en abundancia. Esa última palabra sobre todo resonaba a la oreja de mi alma con la fuerza de la Voz de Dios mismo. En ella se resumía todo el resto, era la prueba de ello, la punta, la llama: certitud fundada sobre la Voluntad afirmada del Padre de ver venir al Sacerdocio un fruto abundante. Eso debía ser, tan miserable que sea el instrumento humano, ¡eso sería! La savia correría en él, saldría de su pecho en ríos de agua viva, reanimaría almas exhaustas, regiones desiertas. Aquel que ha oído semejantes palabras no se sorprenderá de la extrema fecundidad de sus obras, no se desanimará de su jaque continuo, es un 'servidor inútil' y sin embargo el canal de una gracia que, de la Cabeza, se derrama y se derramará siempre en todos los miembros del Cuerpo. Aquí escondido, ahí descubierto, el río de agua viva abunda, inagotable. Para volver a encontrar el justo sentimiento de su función en la Iglesia, le basta al sacerdote murmurar las palabras sagradas: 'Soy la Vid, ustedes son los sarmientos, y mi Padre es el viñador.'11

Su padre Marc de Nantes, el día de la ordenación sacerdotal de Georges de Nantes
Su padre Marc de Nantes, el día de la ordenación sacerdotal de Georges de Nantes

Ese mismo Jueves Santo, sor Lucía, la vidente de Fátima, realizaba el profundo deseo de su corazón al entrar al Carmelo Santa Teresa, de Coímbra, a fin de cumplir ahí su misión “en el silencio, en la oración y la penitencia[...]. Esa es la parte que el Señor escogió para mí: rezar y sacrificarme por los que luchan y trabajan en la vid del Señor y por la extensión de su Reino.12

El Viernes Santo, Georges de Nantes, hijo de Dios, que aún el día anterior “embriagaban sorprendentes promesas”, se volvía a encontrar “pecador atormentado por un demonio vulgar pero terco, que me despreciaba y me cansaba al extremo sin que nadie viniera que pudiese ayudarme. ¿Dónde estaban, Padres y hermanos míos? Luchaba solo hasta el amanecer en un combate sin grandeza.

“El Sábado de Gloria, era un hombre, como miles otros antes que yo, a quien otros hombres, en nombre y lugar de Nuestro Señor y Maestro, daban el poder de sacerdote y confiaban una porción de ministerio eclesiástico. Estaba absorto por los ritos. Lo importante era el don que me era hecho, en plena validez, y el carácter inamisible con el cual estoy marcado por la eternidad. Celebrante con mi obispo, quería ser una Hostia viva y un Pan espiritual con Cristo por la salvación del mundo. Era verdaderamente un 'Misterio de fe' esta asunción de un hombre ordinario y miserable pecador, al rango de sacerdote del Altísimo y de mediador. ¿Qué más hacer en semejante momento sino adorar?

Con su abuela y su tía.
Con su abuela y su tía.

“En fin, el día siguiente, Santo día de Pascua de Resurrección, celebré en Chônas mi 'canta misa”. En el altar en el que había sido tanto tiempo, tan frecuentemente acólito, era el sacerdote. Una cierta magnanimidad, una bienaventurada confusión me hacían cantar las misericordias del Señor en una serenidad indecible del ser entero. Además el sermón de nuestro cura no habló más que de espanto, de aplastamiento del hombre bajo el peso de semejante cargo, de tribulaciones y de cruces. Mis padres, mis amigos prefirieron a los vanos cumplidos esas palabras duras que inspiraban los signos del tiempo. Era, por gracia, una jornada cálida y soleada. Nuestro cerezo salvaje estaba en flor. Extendidas en todos lados, sus flores blancas, rústicas y frágiles, parecían advertirnos de aprovechar una fiesta que no duraría. Sin embargo, de aquel día una gracia permanece, que los siglos de los siglos no me quitarán: la alegría de mi mamá.13

Volvió a París para continuar sus estudios, durmiendo en la casa Marie-Thérèse, “agradable campo boulevard Denfert-rochereau en el que algunos sacerdotes estudiantes eran acogidos en compañía de los viejos sacerdotes de París en medio de los cuales resplandecía de facundia y de saber el canónigo Osty.14” Cada año pasará una licencia: teología (1948), ciencias sociales (1949), con una encuesta sobre los sacerdotes obreros que le permitió conocerlos y sobre los cuales redactó un informe muy alarmista en consideración de su profesor, el Padre Soras; filosofía escolástica, “que en aquel entonces pedía un trabajo serio y una ciencia exacta” (1950); letras en Sorbona, “según yo demasiado glorioso para su valor real” (1951).

Con un amigo.
Con un amigo.

FECUNDIDAD

Al mismo tiempo, preparaba dos tesis, una de teología, la otra de filosofía: la primera, inmensa, bajo la dirección del Padre Paul Henry, que presentar en Sorbona, sobre 'La estructura metafísica de la Persona', permanecerá inacabada. La segunda, sobre ‘La noción de persona en la obra de Santo Tomás de Aquino’, pronto estuvo lista. La primera, “síntesis con una novedad asombrosa, con un atrevimiento extremo, pero fecunda, significativa y bella”, tendrá consecuencias considerables en todos los sectores de la teología y de la antropología.

“Su gran signo de verdad fue para mí la solución liberadora que traía a la insoportable oposición que la teología moderna tradicional latina eleva entre los dos grandes Misterios cristianos de la Santísima Trinidad y de la Encarnación del Verbo […].

“Al contrario, descubría en mi definición universal y analógica de la persona como relación de origen, maravillosas harmonías y convergencias entre los dos Misterios, ¡una continuidad perfecta!15

“Por ello vine rápidamente a tratar en antropología esta nueva definición de la persona por su relación constituyente o relación de origen. Así como la persona del hijo constituida en su singularidad toda individual por su relación a su padre y a su madre. Volvía a encontrar mi humanismo devoto y mi humanismo de derecha, digamos a San Francisco de Sales y al Cardenal Pie, a San Pío X y a Maurras. Gritaba de felicidad. Pero por ahora, las deducciones trastornadas de Maritain sobre la persona humana, su ‘subsistencia’ y su autonomía, su dignidad y sus derechos, los derechos humanos, intangibles y sagrados, toda esa cerrajería escolástico-kantiana, individualista, ombligista, democrática y revolucionaria, gaullista y resistencialista en aquel entonces, estallaba en mil pedazos. Era una mala moral y era de la peor política, que estén o no fundadas sobre la definición de Boecio – ‘substancia individual de naturaleza razonable.’ ¡Ataquemos pues a Boecio, y seremos libres!

“Pero emprenderla contra Boecio, ¡significaba emprenderla contra Aristóteles antes que él y contra Santo Tomás y toda la escolástica después de él! No era cuestión desplomarlos, ¡claro! pero al menos… corregirlos, sobre ese único punto –¡central! ¡capital!- completarlos. Era mucha audacia. Me puse manos a la obra. Estudié el estatuto de la persona, en filosofía de la naturaleza y en metafísica, en todos los autores posibles. Eran montañas de libros. Y el estatuto de la relación en las Categorías de Aristóteles y todos sus comentarios, y en todos los otros especialistas de la Lógica y Filosofía. Trabajo inmenso, porque en todos lados volvían las palabras claves: substancia, naturaleza, persona… Habían puntos sensibles en los que sobresaltaba: cuando todos aceptaban los decires de Aristóteles, magister dixit, que, en mi ímpetu, debía contestar. Poco a poco mi universo mental se modificaba o más bien se reubicaba. Y ya no era solamente Maritain el culpable, sino Santo Tomás y a través de él, más que él, ¡Aristóteles! El vicio original, ¿el aristotelismo? ¡A dónde iba! [...]

“Una palabra de Leibniz me acompañó durante esos cinco años de laboriosas reflexiones: ‘Los autores que siguen esos caminos diferentes no deberían maltratarse.’ (Discurso de metafísica, cap. 21) Así fui retenido, por gracia, porque había constatado la nada de las reconstrucciones modernistas, al contrario porque había aprendido y verificado la inquebrantable verdad del substancialismo aristotélico, de ceder al espíritu de novedad y de revolución, aun copernicana [...]. No tenía en mente destruir Aristóteles y Santo Tomás, no tenía la pretensión de rebasarlos. Sólo pedía permiso de revisar algunos puntos que hubiese preferido menores. La verdad me obligaba a confesar: algunos puntos fundamentales, capitales, con la importancia más vital para la fe de todos y la mística católica, para la metafísica y la física, para la moral y las ciencias humanas, para la política de la cual depende la fortuna de las naciones.16

Es por eso que podemos decir: “Aristóteles, al entender que había que sacar la esencia y los accidentes de cada ser, dio el primer paso de la ciencia metafísica. El progreso siguiente, se lo debemos a Santo Tomás, que distinguió la existencia de la esencia. El tercer paso es aquel de la metafísica relacional, cuyo merito corresponde a nuestro Padre.17

He ahí como el Padre de Nantes trajo él mismo la respuesta a la pregunta que le hacía antaño al Padre Guilbeau18. El peso de gracia de esta doctrina no dejó de crecer con el tiempo, haciendo brotar una inmensa novedad metafísica y una ‘teología total’ que, durante cincuenta años, iluminaron su espíritu y no ha cesado de radiar sobre el conjunto de su escuela de pensar.

¡Ay! ese trabajo genial fue interrumpido por los eventos de 1952, que contaremos en el capítulo siguiente. En cuanto a la tesis sobre ‘La noción de Persona en Santo Tomás’, fue atajada por aquel que debía patrocinarla, el canónigo Lallemant, “profesor de metafísica en el Instituto católico. Siempre me había notado al máximo y algunos profesores me hacían pensar en sucederle cuando ya pronto se jubilaría. Vanitas vanitatum… ¡Cuando me acuerdo de eso!19

Lallement no admitía ver criticar el substancialismo del Aquinate. En aquel entonces, los iniciados se rieron de ello. El Padre de Nantes lo lamentó, no por apego a su trabajo. Estaba convencido “que había ahí una verdad especulativa cierto, pero sobretodo una necesidad vital para el porvenir del mundo en razón de sus prolongamientos morales y políticos. Si no abría el paso, sería Maritain quien se volvería el gran mentor del pensamiento eclesiástico, y sería la ruina de la Iglesia y de las naciones.20

¡Lo constatamos y verificamos sesenta años más tarde! Así la promesa del Jueves Santo se cumplía: ¡el sarmiento era podado, para dar un fruto más abundante!

PRIMERAS RUPTURAS

En 1948, el Padre de Nantes fue empeñado como profesor de filosofía por el Padre Épagneul, fundador de los Hermanos misioneros del campo, en su priorato de estudios de Saint-Sulpice en el Oise.

“Eran rurales, honestos, entusiastas, sólidos. Les enseñé Santo Tomás y así los inmunicé contra el progresismo y el modernismo que sus hermanos ancianos, formados en las facultades dominicas del Saulchoir, en Bélgica, habían contraído ahí para la vida. ¡Mis alumnos me escuchaban sobrado bien!21” Como esta influencia se ejercía a contra corriente de la orientación ‘moderna’ que se les quería imponer, entre los superiores demócratas-cristianos y el discípulo de Pío X la contradicción se volvió rápidamente inaguantable. La lectura en el refectorio de la ‘Lettre sur le Sillon’ condenando la democracia cristiana, propuesta al superior de estudios con motivo de la muerte y entierro solemne, en Notre-Dame de París, de Marc Sangnier, fundador de ese mismo Sillon, fue la gota que derramó el vaso.

“El Padre Épagneul me despachó brutalmente en junio de 1950, yendo hasta prohibirme de volver a buscar mis libros y volver a ver a mis alumnos que la obediencia religiosa conduciría desde entonces en caminos muy distintos.22

El Padre de Nantes tomó pues la sucesión de un cofrade como capellán de las Hermanas ciegas de San Pablo, en el 88 avenida Denfert-Rochereau. Todo al cuidado de las almas, aprendió por supuesto código Breyle, para hacerse ciego con las ciegas, como San Pablo se hizo débil con los débiles.

“Pero eso no es nada, decía. Nuestra ambición es muy otra: amarlas tanto que nos hagamos verdaderamente ciegos en toda nuestra acción, nuestras enseñanzas, nuestros mínimos gestos. Eso no es fácil”, pero es ser discípulo de la Luz del mundo que “se hizo vil creatura a nuestra semejanza para que la ciega humanidad camine en compañía de su Señor, iluminada de arriba, como su compañera, su igual, su esposa. Hermanas videntes y hermanas ciegas, cuando la caridad las une, se vuelven la imagen perfecta de Cristo y de la Iglesia”, les enseñaba.

Festejará en la alegría en 1952 el centenario de la fundación de esta Obra admirable. “Acerqué en el 88 almas hermosas que su ceguera corporal volvía aptas a coger mejor que nosotros las cosas invisibles y a vivir una alta perfección. ¡Qué dicha para mí este dulce ministerio!23

Sin embargo, otra ruptura marcará el verano de 1950.

Padre de Nantes bautiza a un niño.
El joven Padre de Nantes bautiza a un niño.

“Durante las vacaciones, hacía un ministerio de parroquia. En 1948, el obispado de Grenoble me había enviado a San Bruno, una parroquia obrera importante. Se practicaba ahí una liturgia y una pastoral de vanguardia, cuyo único efecto tangible era destruir la red de obras admirables y dinámicas que el párroco precedente, el canónigo Joussard, había desarrollado ‘bajo Pétain’. Me dejé llevar por todo pero se volvió inaguantable en el verano de 1950.24

El incidente ocurrió durante la fiesta del 15 de agosto. En su sermón, el Padre de Nantes había alabado a María, verdadera Madre de los cristianos, oponiéndola a Eva, su madrastra. “¡Eva, aquí no existe! ¿Entendido?” le arrojó el Padre Bolze durante el almuerzo. Eso dicho, ese mismo día Pío XII publicaba su encíclica en la que recordaba el dogma de la existencia de nuestros primeros padres y del pecado original. En aquel entonces el Papa defendía la fe... como el Padre de Nantes. “Su rechazo formal de la encíclica Humani Generisme pareció inconciliable con la fe; lo dije, y eso no agradó.25” Fue despachado. “ Entiende, decía el cura, en tres meses destruye nuestra pastoral de un año.26

Sus ‘informes de estadías’27, en San Bruno de Grenoble en 1950 y después en San Andrés en 1951, muestran por cien anécdotas y hecho ciertos, vividos, que el futuro maestro de la Contra-Reforma católica había descubierto perfectamente el vicio de esta nueva pastoral de destrucción parroquial y de Acción católica, de la cual ya preveía demasiado el jaque total y lamentable, pero que se impondrá en todos lados veinte años más tarde, a favor del Concilio.

Durante las vacaciones siguientes, hizo una nueva estadía, esta vez en Vénissieux en las afueras de Lyon, remplazando al cura que se había enfermado. Había cristianos sólidos en estas afueras rojas, feudo de Berliet28 donde reinaba el partido comunista. Ministerio parroquial intensivo y, en unas cuantas semanas, con unos buenos cuadros, fundación de un patronato dinámico, entusiástico... ¡Furor de los rojos y de la escuela laica! ¡Estos señores no encontraron nada mejor sino ofrecer zapatos de futbol ‘extra’ gratis para apartar del patronato a todos los jefes bien fichados! “Me hubiera quedado pero el cura afortunadamente recobró salud y volvió a su puesto. Regresé a París, acongojado.29

Apesadumbrado y marchitado, pero lleno del don fuerza para llevar el hermoso combate de la fe, que será el de toda su vida. En efecto, la revolución a la cual había asistido en el seminario en 1944-1945, y de la cual había constatado los efectos devastadores en varias parroquias dichas de ‘vanguardia’, tenía de ahora en adelante su Doctor en la persona del dominico Yves Congar que había publicado, en diciembre de 1950, su libro maestro, bajo el título de Verdadera y falsa Reforma en la Iglesia, que se volverá la carta del concilio Vaticano II.

CONTRA LOS FALSOS PROFETAS.

“Había medido el peligro de ello y creí que era mi deber señalarlo a Roma cuando fui en peregrinación para la beatificación del amadísimo y venerado Pío X, el 3 de junio de 1951.”

El Cardenal Ottaviani quiso recibirlo, sub secreto Sancti Officii. Eran antes del diluvio. “ ‘Lo escucho’, me dice paternalmente este príncipe de la Iglesia cuya dignidad impresiona al nada que soy. Pero bueno hablo, y no seré interrumpido sino con algunas palabras de aliento a proseguir [...]. Como el Cardinal me empeñaba a decirle mi opinión de ello, me atreví a expresarle mi angustia ante este proyecto que no era sino de revolución integral y permanente bajo la apariencia de reforma sabia y constructiva. Me atrevía señalarle el peligro inaudito, impío, de esta dialéctica histórica, del hegelianismo más insensato. Y tomé una comparación: según el Padre Congar, no se tocaría a nada del espléndido edificio romano, ¡no! Pero se levantaría la vieja construcción, la pondrían en rieles y la harían deslizar  de su viejo ambiente, cultual, católico, al de nuestra modernidad cultural, más profundamente cristiano. Nada hubiera cambiado y, sin turbulencia, una Iglesia nueva nacería de esta nueva disposición [...]. El Cardenal me agradeció sobriamente; me recordó el secreto que debía yo guardar sobre esta conversación. Cuando el libro en cuestión fue retirado de los escaparates de las librerías, y su autor exiliado y reducido a un cierto silencio, no soplé ninguna palabra de mi denuncia. Cuando supe, en esos mismos años, que el Papa Pío XII se preocupaba de las audacias francesas y trataba de convocar un Concilio para remediar al mal de un peligroso neo-modernismo, no canté victoria. Pero todo se sabe, todo se adivina en Roma...30

La diligencia hizo decir a Mons. Montini, el futuro Pablo VI, en aquel entonces substituto en la secretaría de Estado y gran amigo del Padre Congar: “ De dos francés que tienen el espíritu teológico, uno tiene una idea original, y el otro viene a Roma a denunciarlo.”

Si el secreto del Santo Oficio fue bien conservado, los artículos que el Padre de Nantes publicó en el semanal de Acción Francesa, Aspectos de Francia, en el que ocupaba, bajo el seudónimo de amicus, una crónica de política religiosa, tuvieron una clara resonancia y aún hoy permanecen un testimonio contra el proyecto impío de aquel que llamarán el ‘padre del Concilio’.  

Bajo el título ‘El Padre Congar, doctor del reformismo’, un primer artículo analiza la argumentación del Reverendo Padre. Consiste en tres puntos:

“1. Mayor teológica: hay que distinguir en la Iglesia la estructura, que es inmutable, santa, intangible, y la vida, que permanece pecadora, atrasada, reformable.

“2. Menor dialéctica: continuamente se necesita una función reformadora, asumida por profetas, para hacer evolucionar y progresar la vida según las exigencias de la historia, especialmente en nuestros tiempos de evolución acelerada [...].

“3. Conclusión con incidencia práctica: precisamente, un movimiento reformista está en curso, con suceso[...]. Es pues menester dejar andar, animar, adherir a este movimiento. Además, los verdaderos empujes de la vida son irreprimibles.31

En dos artículos siguientes, ‘Alegar para los profetas de la Revolución’, Amicus denuncia el proyecto de usurpación por estos de la autoridad en la Iglesia: “El R. P. Congar trata de hacer durar el efecto de intimidación pasajera definiendo la autoridad especial de los novadores: la consagra, definitivamente, piensa él, como una función profética.32” Pero esos son falsos profetas.

En fin, en un cuarto artículo, intitulado ‘La gran muda de la Iglesia en el siglo XX’, ¡la misma que se hará en Vaticano II! Amicus se las hace al principio mismo del reformismo congariano, “novedad absoluta en el pensamiento cristiano... ¿Me acusarán de querer suprimir toda función profética, toda reforma? Contestaré que los reformadores y los santos nunca hicieron esa distinción que al Reverendo Padre él mismo le cuesta hacer totalmente suya. Se conformaron con rechazar el espíritu del mundo, la invasión de ciertos defectos, los abusos escandalosos; no abrían la Iglesia al mundo moderno, la devolvían a Dios y, en ese regreso, la Iglesia encontraba una renovación necesaria [...].

“La Iglesia es una realidad viva e indisociable. Su pasado está fijado en sus rastros y no le puede ser arrancado, no puede renegarlo ni abandonar sus vestigios y sus documentos.”

La conclusión... ‘profética’, ¡sí! ésta, anuncia el torrente devastador del castigo divino que seguirá necesariamente esta negación de las “ ‘aguas de Siloé que corren mansamente’ ” (Is 8, 5-8) en la Santa Iglesia33. ¡Sesenta años más tarde, debemos constatar el cumplimiento literal de esas ‘profecías de desgracia”!

Estos cuatro artículos, joyas de una crónica que corre sobre más de tres años, revelaban más que un teólogo, familiar de la Santa Escritura y de la historia de la Iglesia, más que un polemista de pluma brillante, a un verdadero maestro... de veinticinco años, decidido en hacer entender en el París de los años 1950 una voz ‘contra revolucionaria’ que haga parte de la Iglesia.


(1) Mémoires et Récits, t  II, p. 360.

(2) Ibid., p. 363.

(3) Ibid., p. 376.

(4) Ibid., p. 367.

(5) Ibid., p. 376-377.

(6) Ibid., p. 377.

(7) Título de una serie de conferencias dadas en la Mutualité, en París (1982-1983) con ocurrencia del vigésimo aniversario del concilio Vaticano II, en que nuestro padre desarrolló, inspirándose de dom Vonier, abad benedictino irlandés, unas visiones nuevas y muy ricas sobre el misterio de la Iglesia “Pueblo de Dios”.

(8) CRC no 110, octubre de 1976, p. 4.

(9) CRC n° 6, p. 18.

(10) Retiro sobre San Francisco de Sales y su extraordinaria vocación, maison Saint-Joseph, 1995.

(11) Lettre à mes amis n° 31 del 27 de marzo de 1958.

(12) Carta del 12 de abril de 1970 à una amiga.

(13) CRC n° 6 (suppl.), marzo de 1968, p. 18-19.

(14) CRC n° 110, octubre de 1976, p. 4.

(15) CRC n° 170, octubre de 1981, p. 11.

(16) Ibid., p. 11-12.

(17) La Renaissance catholique n° 167, abril 2009, p. 3.

(18) Cf. supra, p. 77.

(19) CRC n° 170, octubre 1981, p. 12.

(20) Ibid., p. 12.

(21) CRC n° 110, octubre 1976, p. 4.

(22) Ibid., p. 4.

(23) Ibid.

(24) Ibid.

(25) Ibid.

(26) CRC n° 110, octubre de 1976, p. 4.

(27) Publicado en anexo de la recopilación de los artículos de Amicus, edit. CRC, 2008, p. 265-272.

(28) Empresa automovilista Francesa fundada en Lyon a finales del siglo XIX por Marius Berliet. Llegará a ser muy reputada mundialmente en especial por sus camiones. Cerrará sus puertas en 1974.

(29) CRC n° 110, p. 4.

(30) CRC n° 292, mayo de 1993, p. 2-3.

(31) Amicus, 16 de marzo de 1951, p. 169.

(32) Amicus, 30 de marzo de 1951, p. 171.

(33) Amicus, 14 de abril de 1951, p. 177-178.