Georges de Nantes.
Doctor místico de la fe católica
10. AMICUS
EL 21 de enero de 1949, Georges de Nantes le escribía a Charles Maurras para ofrecerle sus servicios, a fin de “ defender el país, en mi modesto lugar, y reparar un poco la injusticia que la A.F (Acción Francesa) ha sufrido desde 1926, por el hecho de un clero francés muy poco instruido, desviado de su gran tradición de defensa de la ciudad y de la verdadera paz ”.
Maurras no contestó, pero el Padre fue solicitado, por Pierre Boutang, en aquel entonces redactor en jefe de Aspects de la France (Aspectos de Francia), para ocupar la crónica religiosa de este periódico. La meta era mostrar que el patriotismo más sagrado no es de ninguna manera solidario del ‘integrismo religioso’, luchando al mismo tiempo contra el progresismo revolucionario, demoledor de la Iglesia, de la civilización cristiana y de la patria. Al leer sesenta años más tarde, esta serie de artículos que constituyen un preludio a la obra enciclopédica de ‘Contra-Reforma católica’, cómo no reconocer, sin temer ningún mentís, que finalmente es nuestro Padre, ya a la obra bajo el nombre de Amicus quien cumplirá el programa, fijado por Maurras a Boutang, de construir “ un arca nueva, clásica, humana, en la que las ideas ya no serán palabras al viento, ni las instituciones señuelas inconsistentes, ni las leyes latrocinios, las administraciones maulas y pillajes, donde resucitará lo que merece resucitar ”, en una palabra, “ un arca franco-católica... en vanguardia de todos los diluvios ”.
El magnífico álbum que hemos editado da fe de ello1. Se encuentra ahí el secreto de su corazón sacerdotal que le hacía escribir, el Jueves Santo del año 1949:
“ ¿Acaso no soy el amigo que su Amigo manda ante sus amados para vivificar y santificarlos? ”
LA REVELACIÓN DE UN MAESTRO.
A partir de los primeros artículos, al principio firmados ‘Claude Seyssel’, nombre de un jurista de Nimes, defensor del derecho monárquico durante el Renacimiento, ¡qué sorpresa! Por turnos, Claudel y Mauriac son fustigados de manera magistral.
Claudel, claro, no era tan apreciado en la Acción Francesa, a causa del innoble papel que tuvo en el proceso de Maurras en Lyon, en 1945. Pero pasó que quiso hacer un comentario personal del Cantar de los cantares. Eso, ¡el alumno del Padre Robert conoce! ¡Ay! en vez de “ la dulce luz de la primavera palestina y del primer amor del Pueblo elegido por su Dios ” tenemos que aguantar, escribe Amicus, “ la tenebrosa meditación del viejo poeta ”, que “ no tiene ni diez páginas de vida mística.2 ”
Mauriac, luz sumamente patentada de la Liberación, aprovecha del romance de Graham Greene, ‘El poder y la Gloria’, para hacer gala de su “ luteranismo de baja estofa seudo-místico ”, llamando la revolución de sus deseos por medio de una mofa malsana contra la Iglesia y la sociedad católica tradicional:
“ Esa es la teología de la Resistencia y de los cristianos marxistas, la teología laica, la teología de la revolución hasta el extremo y de la purificación de la Iglesia. La teología del personalismo y de la primacía de lo espiritual... la que, lo pretendo, el libro de Graham Greene prohíbe profesar. ”
Greene dará razón a Amicus en 1965: “ Mi concepción del catolicismo siempre permaneció muy diferente de la de Francisco Mauriac. ” Pero esto es lo importante:
“ Mañana la Revolución acabará con nuestra flaqueza individual, nos advierte de ello, a nosotros que no somos santos -y nunca lo seremos todos-, si vienen a faltar lo que ya le hace falta a tantos hombres, la muralla protectora de la patria y el socorro continuo de la sociedad cristiana, de la predicación del cura y de los sacramentos de la parroquia... Aun en la persecución Dios es el más fuerte, pero nosotros no.3 ”
De ahí la necesidad de tener buenas instituciones.
El primer artículo de Amicus está intitulado ‘La Primavera católica y la Democracia liberadora’4. Cuatro años de guerra, de sufrimientos, también de fervor, han levantado en el pueblo de Francia un sorprendente despertar de caridad, que supo encontrar “ en si mismo, en su pasado, gracias a la suspensión de las luchas políticas y anticlericales, en la atmósfera de esfuerzo y de renovación general ” suscitado por el gobierno del Mariscal.
La democracia cristiana se atribuye el mérito de ello y, de la mano con los comunistas, desvían este hermoso ímpetu hacia quimeras infundiendo en el alma de este pueblo su mito resistencialista y su ideología revolucionaria; es hora de denunciar la impostura y de liberar la caridad volteándola al contrario hacia la preocupación del bien común nacional y la búsqueda de una política, protectora, que precisamente animan a los nacionalistas de Acción francesa.
El programa, claramente expuesto, convincente, llamando a la entrega hacia la ciudad, revela, de parte de Amicus, una sorprendente comprensión de las relaciones entre religión y política, entre la Iglesia y el Estado. Al leerlo, se imagina uno a un hombre de Estado cargado de años y de experiencia; nada de ello, y el lector de 1949 hubiera estado sorprendido de saber que el autor era, ¡un joven sacerdote de veinticinco años!
El cuarto artículo, bajo el título ‘Sobre nuestros muertos sin sepultura’, es tan estupendo que, para el día de los Muertos, 2 de noviembre de 1949, la redacción de Aspects lo hizo pasar en ‘primera plana’:
“ Me alejaré del cortejo numeroso, para seguir en mi mente los senderos dolorosos, jalonados como vía crucis sin gloria, por las tumbas, abiertas a toda prisa, de mis compañeros de ayer. ”
Amicus dice la derelicción de los soldados del Cuerpo expedicionario francés en Indochina, reñidos con un enemigo inagarrable llevando una guerra subversiva inhumana, pero sobretodo traicionados en París por la cochina política republicana y por los cristianos de Témoignage chretien.5 Y citando el ejemplo de uno de sus amigos oficiales, muerto en el combate como un héroe y un santo, que deja a una esposa desconsolada con sus hijitos. Dirigiéndose a éstos últimos, explica, a pesar de “ los abominables decires de los poderosos del día ”, ¡que el combate de su padre era justo!
“ Lejos de las charangas de un mundo podrido, exaltaré para vos, hijitos, la gloria de los soldados en el Imperio; de los que trajeron la paz, el orden, los beneficios de Francia y su verdad evangélica. Os diré que sois los herederos del Padre de Foucauld si juráis, ante los sepulcros paternos, de servir a esos pueblos en los que hemos plantado la bandera de Francia, no por el dinero, sino por el honor y para dar de nuestras propias riquezas. Y sabréis que eso es cierto, no tendréis vergüenza de su país, del pueblo de donde venís; hoy aún, le trae al mundo una sabiduría, una verdad que los otros olvidan demasiado rápido. Pero sabréis que los que caen traicionados y abandonados por todos, en una tierra mal defendida, son en los puestos lejanos las centinelas avanzadas, las tropas distinguidas de la verdadera Francia.6 ”
Firmado: “ un sacerdote de Francia ”. Si no fueramos esclavos del partido de la Anti-Francia, ¡este artículo merecería figurar en una antología de los escritores católicos contemporáneos!
¿Cómo resumir los ciento diez artículos que siguen? El autor, con la sabiduría, el celo sacerdotal y el genio de un doctor de la Iglesia, desarrollaba ya los temas sobre los cuales fundará, veinte años más tarde, la Liga de la Contra-Reforma.
Todo el mal que se hace en la sociedad y en la Iglesia viene de algunos falsos principios, eslóganes sonoros y asesinos, verdadero veneno para todo el organismo.
1. Pacifismo. En plena guerra de Indochina, los periódicos metropolitanos demócratas-cristianos hacían una campaña en favor del reconocimiento del estatuto de objector de conciencia, con la garantía ‘evangélica’ de un Padre Congar, dominico, o de un Padre de Soras, jesuita. Amicus, alumno de este último en la ‘Catho’, grita “ ¡Fuego! ” y suplica al clero de Francia de reaccionar contra este profetismo peligroso: “ Un católico no puede aceptar este anarquismo falsamente bíblico.7 ”
Le opone la lección de Juana de Arco: “ Dios no desdeñó suscitar el instrumento de la salvación y santificarlo en la acción política y hasta guerrera.8 ” Y la sabiduría de San Pío X: “ La paz es la conquista difícil de los mejores, cuando se vuelven más fuertes que los peores, y saben hacerse temer.9 ”
Sólo la restauración de una “ sociedad cristiana ”, en la que Cristo suscita leyes y legitima a las autoridades, podrá garantizar una paz auténtica y durable, la guerra siendo “ un hecho, un hecho sufrido, resentido en la carne de nuestros hermanos y que es preciso ponerle un dique, limitarla por medios políticos, medios humanos, de fuerza y de diplomacia, por cuidado de caridad superior10 ”.
Amicus no dejará de denunciar las sirenas del pacifismo internacional de inspiración soviética o masónica, “ esos bullebulles que se complacen en profetizar la paz cuando la guerra está cerca, y la guerra cuando todo indica que hay que guardarse de ella; el pueblo, que la autoridad eclesiástica y los poderes públicos ya no protegen contra los adivinos del porvenir y predicadores mesiánicos, está condenado a todas las contradicciones y a todas las desgracias...11 ”
Ese profetismo, que apareció en la Iglesia de Francia al día siguiente de la Liberación, es, muy precisamente, el iluminismo que se apoderará de toda la Iglesia durante el concilio Vaticano II.
2. El anticolonialismo en nombre del derecho de los pueblos a gobernarse ellos mismos. En un primer artículo intitulado ‘Cuentas de las conquistas insensatas’, escrito unos días después de la proclamación de los Estados Unidos de Indonesia (27 de diciembre de 1949), Amicus anuncia: “ La sangre indonesia va correr y esos países van a disolverse en guerras civiles interminables. ” El porvenir le dará trágicamente razón. En contra de esa calamidad que no dejará de ensangrentar el archipiélago, Amicus recuerda el fundamento evangélico de la obra colonizadora de los países cristianos:
“ Que los jóvenes Franceses conozcan la angustia profunda de los pueblos que no tienen mil años de tradición cristiana y que sólo esperan el beneficio de nosotros. Aprenderán que la civilización jamás conoció la igualdad democrática sino la tradición paterna. ”
¡Es lo que nos enseñará en clase! Mi vocación misionera data de ahí. “ Nuestros viejos pueblos tienen una paternidad que ejercer ante los pueblos nuevos, y ese deber es sagrado, venido de Dios que funda y desarrolla a su Iglesia por pueblos escogidos.12 ”
Estas líneas expresan la doctrina misionera del Padre de Foucauld como también la de todos los misioneros que precedieron Vaticano II.
Volverá sobre el tema en un artículo con el título voluntariamente provocador: ‘La sujeción, virtud eminentemente cristiana’. Para desmontar un postulado del mundo moderno:
“ La primacía ante todo bien de la independencia y de la libertad [...]. Eso está profesado por todo el mundo, lo que dispensa a cada uno de hacer la prueba de ello: se nos impone esas vistas, nos las dan como el todo de la religión cristiana. Todo deriva del principio no discutible según el cual no hay perfección y progreso más que en la emancipación de toda sujeción y la libertad personificante. Promoción obrera y emancipación de los pueblos, tal sería el programa de la Iglesia moderna.13 ”
En otro artículo, Amicus critica la escandalosa exaltación del nacionalismo vietnamita por Mons. Chappoulie. Pero ese texto será rechazado por la redacción, motivo: ¡en las columnas de Aspects, no se debe criticar a un obispo! Amicus no obstante concluía con estas palabras proféticas:
“ Me parece que hubiera sido mejor prever, y enseñar a los sacerdotes indígenas las advertencias claras del Syllabus en vez de los principios de 1789. Habrá que volver un día sobre un liberalismo tan ciego y recordar a los hombres las duras leyes de la sumisión. Si no nos atreviéramos a hacerlo con prontitud, es de temer que dentro de poco desaparezca el Occidente bajo el torrente de un comunismo bárbaro. Más que la muerte, tememos la esclavitud en la que estas jóvenes cristiandades serán oprimidas.14 ”
Cuatro años más tarde el Vietminh triunfaba, y resultaban cincuenta años de esclavitud para el Vietnam.
3. Europa. Al mismo tiempo en que se trabajaba a desmantelar los imperios coloniales, se promovía la construcción europea.
“ Así como se le atribuye a nuestros países europeos una madurez política suficiente para renunciar a su soberanía particular y mezclarse en una comunidad fundada sobre el amor puro, así mismo esos desafortunados pueblos oprimidos deberían gozar a su turno de la autonomía y arrojarse en el nacionalismo más integral que haya.15 ”
¿Contradicción? ¡Por supuesto que no! sino plan diabólico de subversión del orden cristiano, a la hora de la Comunidad europea del carbón y del acero (CECA) patrocinada por Schumann, Adenauer y Gasperi.
Amicus se sorprende que estos buenos demócratas cristianos reduzcan Europa a “ una realidad económica, en el olvido de su doble destino espiritual ”, y recuerda que “ no hay Europa sino dos civilizaciones con fronteras mal definidas, dos tradiciones enemigas, la de la Roma latina y cristiana, la de la Alemania y del protestantismo16 ”.
Después traza un cuadro sorprendente de la Europa del siglo quinto, para mostrar como fue salvada por Santa Genoveva en París, San Aignan en Orleans y el Papa San León en Roma:
“ Es bueno, después de mil quinientos años de civilización galo-romana buscar la lección de esos tiempos fundadores. Con el fin de desacreditar los errores miríficos del espiritualismo apolítico que paraliza al cuerpo eclesiástico; con el fin de comprobar que la santidad inspira diversas políticas religiosas, la de la resistencia brava de París, la de los acuerdos militares y de la diplomacia en los que sobresalió Aignan, la de la colaboración fingida y del armisticio que León Magno honra él mismo con su patronado.17 ”
Por ello siguieron mil años de Cristiandad de los cuales la España de Franco ofrecía en los años cincuenta la resurgencia emblemática. Rindiendo cuentas del Congreso eucarístico de Barcelona, Amicus escribe:
“ Es evidente que esta unidad, más allá de la política, es un resultado de la heroica Cruzada del gran pueblo español contra la revolución internacional. ¡Que aquel que goza esta paz de España entienda el gesto del Caudillo consagrando su país a Cristo, qué admita el desfile de las tropas antes los altares de Dios por quien han combatido!
“ Barcelona da el espectáculo de un país católico que renace: la ordenación de mil diáconos es un hermoso presagio, entrega y pone al servicio de Dios una nueva generación. Más conmovedora fue la distribución de la Eucaristía a los enfermos en toda la ciudad silenciosa, atenta en honrar, saludar a su Salvador entrando en las casas, visitando a los más abandonados. ¡Qué cosa tan grande, qué beneficio esta libertad de Dios, reconocida por todo un pueblo! Más allá de la política, la política no estorbando, sino favoreciendo, sirviendo a este ‘catolicismo integro, vigoroso, profundo y apostólico’, alabado domingo por el Sumo Pontífice.
“ Todo católico tiene sed de semejante harmonía entre la fe y la vida pública; en Italia como en Francia, nos sentimos engañados por los demócratas que no quieren semejante harmonía y, a fuerzas de declararla imposible, acaban haciendo lo que sea para impedir que parezca.18 ”
4. La adhesión a la República. “ Si hay alguna doctrina que nos es necesario tachar con horror de nuestros manuales de moral política, -es sorprendente que haya entrado en ellos-, es la de la adhesión a la República.19 ”
¿Por qué? Porque es una deserción. Una causa justa y legítima, por lo tanto sagrada, que no tiene ninguna oportunidad de resultar, no permanece menos sagrada. ¡Actual!
¿Pero un sacerdote debe meterse en política? Un artículo brillante arregla la cuestión: ‘El clero y la política’.
Primero, desmontar el silogismo embustero:
“ Un sacerdote no debe aprovecharse de su ministerio y de su autoridad para imponer sus opiniones y sus preferencias. Eso dicho, la política es una cuestión de sentimientos, de prejuicios, de opiniones libres; Entonces el sacerdote no debe meterse en política. Está claro y sin embargo es falso. Ataco la menor y quiero darle una forma honesta: Eso dicho, la política de contrato social, la política democrática y revolucionaria es un asunto de opiniones e intereses individuales, por esencia... Entonces el sacerdote no debe meterse en la política republicana, partisana y peleonera. ”
Y he aquí el luminoso razonamiento y su verdadera conclusión:
“ El clero debe defender la justicia y la verdad, amparar la fe y proteger los pueblos cristianos; Eso dicho la política revolucionaria compromete estos bienes por el reino de las opiniones y de los intereses particulares. Entonces, la Iglesia debe intervenir en política para imponer el respeto de la justicia, de la verdad, y el cuidado del bien común. Es hora que los fieles vuelvan a este combate necesario. En la injusticia y la tiranía que se enduren en nuestro país, su sed de justicia y su pasión de verdad deben emanciparlos de la tutela del Sillon: la apariencia cristiana de este movimiento de ideas esconde el peor clericalismo, la opresión del pensamiento político por opiniones individuales pretendidas evangélicas.20 ”
En uno de sus artículos más hermosos, “ Al servicio del príncipe legítimo ”, Amicus recordará la eterna lección de Santa Juana de Arco:
“ La legitimidad es un hecho natural que la religión garantiza y refuerza sin sustituirla. En las horas oscuras de la revolución y la ocupación extranjera, Juana nos enseñó que es bello para una jovencita de las Marches lorraines de levantarse, dejar todo y poner su vida al servicio de su rey. No es la insurrección el deber más sagrado, como los teóricos de la anarquía nos repetían antaño, es la sumisión efectiva, es el servicio al verdadero caudillo que personifica a la nación. Acción preferible al deber cotidiano, más allá del interés particular y los temores personales, esta reconquista del país a su rey interesa a Dios mismo; es la lección mayor del milagro de Santa Juana de Arco.21 ”
5. La Democracia cristiana. Este quinto error es una herejía. En junio de 1950, la República le hace funerales nacionales al padre fundador de la democracia cristiana, en Notre Dame de París. Es ‘La apoteosis de Marc Sangnier’:
“ El mensaje de Sangnier es el de una generosidad, un idealismo, un amor y una admiración del pueblo que se emancipan del orden y de la razón, de la tradición de la Iglesia y del patriotismo nacional, que se pasan de la verdad para reconciliar a todo el mundo, buenos y malos. No se pasa uno de la verdad y del orden sin acarrear en el error, el cisma, y la ruina al pueblo que se pretendía pacificar y salvar.22 ”
Amicus volverá frecuentemente sobre el error de principio del Sillon:
“ Sangnier, por no haber pensado en ello, imaginaba una sociedad de personas emancipadas de toda ley, poseyendo cada una en si misma su ley y su soberanía. Al soñar, se alejaba del catolicismo [...]. No se necesita la libertad ni la igualdad, sino una familia, un trabajo, una patria al hombre que Dios llama a la perfección y que pide para adquirirla el socorro de la sociedad donde la Providencia de Dios lo ha colocado.23 ”
6. El progresismo. Diez años antes de su estudio del Misterio de la Iglesia y el Anticristo, Amicus analiza esta herejía de los últimos tiempos:
“ Sus desvíos y sus hipocresías de cuatro años deberían bastar para instruirnos sobre ella. Pero es necesario denunciar su mal intrínseco, sobre todo que sus miembros dependen todos, abiertamente, de la autoridad católica [...]. Su vocabulario mismo es una transcripción continua de la terminología hegeliana y marxista en discursos evangélicos... ¡Es la peor trampa!
“ La historia del protestantismo nos instruye sobre el porvenir de semejante movimiento: adaptando la Escritura, los ritos, las costumbres en el momento en que pervertía el cristianismo en su fuente, venció en todos los lugares donde no encontró en su camino teólogos eminentes para arrancarle su máscara. Venció también allí donde, en la revolución política, el mal estaba tan avanzado que aspiraba a su justificación teológica. Así, la democracia cristiana, desenmascarada por la Carta a los obispos franceses sobre el Sillon, debe aún ser denunciada por su indigna transcripción de los principios teológicos en doctrina revolucionaria. Traslada el progreso celestial del Reino de Dios a una tierra en donde se construye necesariamente una ciudad fraterna a medida que se extiende la democracia. Identifica el reino universal de la clase proletaria, sobre las ruinas de toda civilización, con la catolicidad de la Iglesia capaz de asumirlas todas. La democracia, es el enemigo en el seno de la Iglesia y, revestida con el vestido evangélico, es contra ella que hay que hacérselas primero.24
Es verdaderamente una “ nueva religión ” que la corriente progresista trata de inocular en las venas de la Iglesia, como Amicus lo subraya con la ocasión de una reunión de sacerdotes de la Misión de Francia25. Y en el artículo siguiente, lo constata: “ Estamos en el momento delicado en el que la subversión total de la Iglesia se realiza ”, bajo este pretexto de ’intelectuales católicos’: “ Roma no debería dejarse alarmar por los hombres del pasado. Eso costaría un cisma inmenso e irreparable ante el cual las cuantas apostasías patentes de esos años serían de importancia desdeñable. Y ¡arrea cochero! ¡Hacía el abismo arrea...26 ”
Cierto, todavía no es el fin del mundo, pero seremos castigados por la mano misma de nuestras iniquidades:
“ Lean su historia: es la herejía quien provoca los siglos de hambre y los grandes incendios, no la fe verdadera. Hablen del siglo dieciséis, o del siglo décimo, o de las guerras valdenses, husitas o de las guerras de religión. Lo que la Iglesia había ganado sobre el salvajismo, es la Herejía quien lo ha devuelto a la barbaría, la tortura y la muerte. Es la Herejía sola que se las hace con la vida y lleva sus legiones al suicidio. ¡No, no es el Juicio final, es el castigo de doscientos años, aceptados, soñados, de Democracia!27 ”
UNA FAMILIA ESPIRITUAL.
Amicus, como su nombre lo indica, no se satisface con combatir por la pluma las ciudades del enemigo, enlaza amistades con los que comparten sus convicciones. Toda una familia espiritual se junta alrededor de él a la cual pronto dirigirá las ’Cartas a mis amigos’ a fin de luchar contra el espíritu de división, de partido que, a fuerzas de infamar el pasado tradicional, ha ganado a los mismos católicos. Algunos han abandonado el combate, otros están tentados de adherir a las ideas democráticas nuevas. Es tiempo de despertar el amor de la dulce y santa Francia, de restaurar la comunión nacional sobre sus verdaderos principios, católicos y comunitarios. Católicos porque nuestra pertenencia a la nación francesa es más que un simple hecho natural: es el efecto de una voluntad atenta de nuestro Padre del Cielo. Soy Francés: es Dios quien lo quiso. Y Francia, que quieren, cuenta para Él, ¡entra en su “ proyecto ”!
Este amor al prójimo encontrado casualmente, durante el ejercicio de su ministerio sacerdotal, está en las antípodas del universalismo revolucionario; él es ‘católico’. Es una extensión de la amistad de la Acción francesa, quien hizo su admiración y que siempre nos dio por modelo.
El ejemplo de los santos es el empuje de su caridad política. Tiene el don de hacérnoslos amar como auxiliares de la defensa de la Iglesia y de la ciudad.
Santa Juana de Francia28, de la cual recuerda en el momento de su canonización la sublime lección que deja a los políticos cristianos: “ Demasiados cristianos se han dejado llevar por el juego de los partidos, se han apegado al poder contra el honor y la justicia. Aprendamos todos juntos que se puede salvar a su país dimitiéndose.29 ”
María Goretti, de la cual la santidad pura y autentificada por la Iglesia nos sana de las miasmas del nuevo tipo de santidad inventado por Mauriac, “ aquel del vicioso incorregible cuya prodigiosa humildad es garante de alguna virtud superior. Se puede acabar creyendo que sea posible conciliar con todos los desórdenes, debidos a algún psiquismo finamente descrito, una auténtica vida religiosa... Pero cuando aparece en la Gloria del Bernín el rostro puro de María Goretti, esas fábulas revelan su grosería. El más miserable [¡su propio asesino!] se quiere aún el hermano de semejante santa, se reconoce culpable, pero libre de imitar y alcanzar semejante perfección.30 ”
San Pío X. Beatificado por Pío XII el 3 de junio de 1951, “ El santo del siglo veinte, guiará nuestro renacimiento católico ”: “ Desprecio admirable de la Revolución, menosprecio por los ingenuos que guardan ilusiones en ellas, la pasión sobrenatural que levanta el Papa contra la obra de los destructores alcanza los esfuerzos de los contra-revolucionarios de donde saldrá necesariamente la salvación de la sociedad. Discierne donde está el acuerdo posible con todos los hombres: en la sumisión a la tradición de los pueblos y en la entrega al bien común. Aquí aún, el santo restaura las condiciones del progreso. Por él, la política es liberada de la hipoteca sentimental e idealista.31 ”
Amicus se reclama del catolicismo integral de San Pío X tanto como del nacionalismo integral de Charles Maurras. “ No somos cristianos por ser discípulos de Maurras, escribe, pero la perfección de nuestra fe se acuerda con esta política: la catolicidad de nuestra caridad reconoce y adopta la catolicidad de sus motivos.32 ”
Santa Juana de Arco, de nuevo y otra vez: “ ‘No soy ni una herética ni una cismática. Mis voces no me han engañado. Todo lo que hice fue por orden de Dios.’ La voz que sube clara en las llamas de la hoguera de Rouen, enuncia verdades eternas; lo que antaño fue sagrado lo es hoy todavía y uno no puede faltar dándose a la misma causa que, una vez en la historia, apareció divina.33 ”
Aquel año, nuestro Padre estaba en el cortejo de Juana de Arco que el gobierno quiso prohibir. Nos contó como los policías, que se lanzaban sobre el cortejo rodeaban esa sotana...
UNA OBRA DE PROGRESO.
Una vez apartados los falsos profetas, los reformadores soberbios, los espíritus entristecidos y desaficionados del pasado, que, después de haber usurpado el poder en Francia, no han acumulado ahí más que ruinas, la vitalidad natural y sobrenatural de nuestro pueblo agregará maravillas nuevas a las viejas. De eso Amicus pone los fundamentos, definiendo las condiciones de un verdadero progreso. Con un entusiasmo comunicativo.
Primera condición del progreso: respeto del orden, de la tradición. Que no es sino sumisión de la creatura a la Providencia divina:
“ Dios es el autor y protector de lo que queremos defender, conservar. Este Dios lindo que por nosotros fue crucificado es nuestra esperanza infalible, pero está presente en nuestros hogares, nuestros pueblos, nuestras ciudades, a tal grado que al salvar esta nación, es Dios mismo que queremos salvar.34 ”
Tal es el papel de la Iglesia necesaria al mundo. Amicus lo muestra magníficamente con la ocasión del año jubilar 195035, que fue “ una demostración de la unidad de las civilizaciones salidas del tronco romano o vivificadas por él. Los ramos no quieren ser cortados; si lo fueran, rápidamente secos, no podrían sino alimentar el brasero moscovita y desaparecer en él.36 ”
Pero en aquel entonces, Roma estaba aún en Roma, ejerciendo su Magisterio. La prueba, la encíclica Humani Generis, publicada el 12 de agosto de 1950: ‘Una gran encíclica’, escribe, consagrándole cuatro artículos, con la preocupación evidente de volver manifiesta “ la doctrina positiva de la Iglesia, tomando en consideración las nuevas certitudes exegéticas, históricas, biológicas o arqueológicas. El Sumo Pontífice ofrece, en los puntos debatidos, con unas cuantas palabras decisivas, la fe de la Iglesia perfectamente adaptada al espíritu moderno. Se apercibe sin pena, al leer este documento, la indigencia de los errores condenados y la riqueza de un pensamiento católico siempre vivo que supo conservar los tesoros de la Revelación y unirles las mejores adquisiciones de la sabiduría de los hombres.37 ”
Conclusión: “ Es tiempo de batallar con la Iglesia por la inteligencia y la ciencia, por la sabiduría en posesión de la verdad, contra la tontería inmunda y presuntuosa: hay que reconquistar este hermoso nombre de progresista, usurpado por algunos ignorantes presuntuosos. En la religión católica, todo progreso se inscribe en la línea viva y continua de los 261 pontífices romanos, salvadores de la inteligencia humana.38 ”
Amicus volverá sobre este tema algunos meses más tarde: ‘Hay que ser progresista en las ciencias y tradicionalista en política’. Era el consejo de un gran teólogo, el Padre Rousselot: “ Casi no fue escuchado. Pero cuando se piensa en las tempestades que han agitado a la Iglesia de nuestro tiempo, se da cuenta uno que nuestros mayores males resultaron de una especie de desprecio que los defensores de la dogmática manifestaron respecto a las cosas de la política, en las que había que estudiar, adaptar sus razones a los eventos, en fin tomar partido, y la ligereza increíble con la que los sabios de esta misma época trataron el cuerpo social, lo disociaron y lastimaron a fuerzas de teorías y prácticas.39 ”
El pensamiento de Amicus es tanto progresista como tradicionalista, porque está ‘en medio’, in medio Ecclesiæ, como está dicho de los Doctores de la Iglesia. En dogmática, gracias a su tesis sobre la Persona. En exégesis, gracias a su estudio atento de los descubrimientos científicos.
Verdaderamente tiene el espíritu de la Iglesia. Contando los trabajos de la Semana de los intelectuales católicos sobre el tema: ‘La Iglesia y la libertad’, Amicus rinde cuentas de los debates, y luego define lo que es la verdadera libertad:
“ Es necesario pues someter todo a la Iglesia para irradiar la serenidad de una inteligencia libre por su fe. Al alcanzar la perfección intrínseca de la vida en Dios, el católico vive de la libertad de la Iglesia y la da al mundo. ¿Cómo podría un ‘intelectual’ comparar bienes tan grandes con esta libertad individual que reclama para llevar estudios cuya fecundidad, verdad y felicidad casi no se manifiestan? 40 ”
EL EXILIO ¡TAN TEMPRANO!
La colaboración del Padre de Nantes con Aspects de la France acabó brutalmente. Habiendo pronunciado el 1° de abril de 1952 en Nantes, feudo de la democracia cristiana, una conferencia sobre El M.R.P41 precursor del marxismo, nuestro Padre fue denunciado, y luego convocado ante el oficial de París, donde el Canónigo Potevin le notificó su expulsión de la diócesis de París, por decisión de Mons. Feltin, lo que también significaba la interrupción de sus trabajos de tesis.
Le escribió a Maurras, el 25 de junio de 1952:
“ Me someto. Actué según mi conciencia de hijo y hermano de verdaderos Franceses; cueste lo que me cueste, no lamento nada. Tal vez trabajé muy mal. Hice lo posible en condiciones difíciles [...]. No es necesario epilogar mucho; vivimos una época dura [...]. Lo más importante es permanecer fiel, me esforzaré en ello, a donde sea que la Providencia y la autoridad eclesiástica me enviará. En todos lados hay un bien que hacer, y todos los bienes se alcanzan [...]. Ha sufrido usted tantas infortunas que me permití anunciarle esta, a usted primero, Maestro, y asegurarle de mi indefectible apego,
“ Georges de Nantes-Amicus. ”
La Providencia hizo bien las cosas. El Padre de Nantes fue ‘exiliado’ en ¡Pontoise! en donde fray Gerard y yo debíamos tenerlo por profesor y maestro, para toda la vida.
(1) Amicus, un prêtre de France, artículos de política religiosa, 1949-1952, éd. CRC 2008. Por el momento ninguno de los artículos ha sido traducido sino tan sólo los títulos para darle una idea al lector.
(2) Op. cit., p. 11-12, ‘Claudel interoga el Cantar de los cantares’.
(3) Ibid., p. 13-16, ‘El poder, Mauriac y la gloria’.
(4) Ibid., p. 23-24.
(5) Semanal fundado en 1941, durante la ocupación alemana. El Padre de Nantes acusa a los autores de este periódico de apoyar todas las campañas comunistas con motivos morales y religiosos.
(6) Ibid., p. 25-26.
(7) ‘La objeción de conciencia, último refugio del pacifismo’, 10 de noviembre de 1949, p. 27-28; cf. También ‘Las retóricas pacifistas en la Iglesia’, 27 de abril de 1951, p. 181-182.
(8) ‘Al servicio del príncipe legítimo’, 11 de mayo de 1951, p. 183-184.
(9) ‘La objeción de conciencia’, p. 27.
(10) ‘Sociedad cristiana’, 17 de noviembre de 1949, p. 29-30.
(11) ‘¡Cuidado con los falsos profetas!’ 24 de noviembre de 1949, p. 31-32.
(12) ‘Cuentas de las conquistas insensatas’, 4 de enero de 1950, p. 45-46.
(13) ‘La sujeción, virtud eminentemente cristiana’, 7 julio de 1950, p. 107-108.
(14) ‘El nacionalismo francés el único condenado’, p. 63-64; cf. también ‘¡Liberación del pueblo!’ 1° de diciembre de 1950, p. 139-140.
(15) ‘La sujeción, virtud eminentemente cristiana ’, 7 julio de 1950, p. 107.
(16) ‘Feliz año nuevo, nueva Europa’, 5 de enero de 1951, p. 151-152.
(17) ‘Cómo fue salvada Europa’, 12 de enero de 1951, p. 153-154.
(18) ‘En Barcelona, renacimiento de la Cristiandad’, 6 de junio de 1952, p. 251-252.
(19) ‘Basta de adherir a la República!’ 10 de agosto de 1951, p. 207-208.
(20) 26 de enero de 1950, p. 51-52
(21) 11 de mayo de 1951, p. 183-184.
(22) 8 de junio de 1950, p. 97-98.
(23) ‘Al origen del desorden religioso’, 18 de agosto de 1950, p. 115-116.
(24) ‘La exhortación al suicidio colectivo’, septiembre de 1950, p. 121-122; cf. también ‘Maritain, socialista revolucionario’, 13 de julio de 1951, p. 195-196.
(25) ‘Famosos apóstoles’, 18 de abril de 1952, p. 241-242.
(26) ‘Delirios de intelectuales católicos ”, 25 de abril de 1952, p. 243-244.
(27) ‘No es el fin del mundo’, 8 de diciembre de 1950, p. 141-142.
(28) Juana de Valois (1464-1505), canonizada por Pío XII el 28 de mayo de 1950. Hija abandonada de Luis XI, esposa repudiada de su primo Luis de Orleans vuelto Luis XII.
(29) ‘La lección de Juana de Francia a los políticos cristianos’, 2 de junio de 1950, p. 95-96.
(30) ‘Una virgen mártir contra los inmoralistas’, 14 de julio de 1950, p. 109-110.
(31) 6 de julio de 1951, p. 193-194.
(32) ‘Política y realidades religiosas’, 8 de diciembre de 1949, p. 35-36.
(33) ‘Al servicio del príncipe legítimo’, 11 de mayo de 1951, p. 183-184.
(34) ‘Cada quien su esperanza’, 4 de agosto de 1950, p. 113-114.
(35) Cf. ‘La paz romana y El universalismo cristiano’ del 22 de diciembre de 1949, p. 39-42.
(36) ‘Cuentas de un año jubilar’, 29 de diciembre de 1950, p. 149-150.
(37) 8 de septiembre de 1950, p. 117-118.
(38) ‘El progreso en el orden’, 6 de octubre 1950, p. 125-126.
(39) 23 de mayo de 1952, p. 249-250.
(40) ‘La Iglesia y la Libertad’, 9 de mayo de 1952, p. 245-246.
(41) El ‘Movimiento republicano popular’, partido de los demócratas cristianos, gobernó al país al día siguiente de la guerra junto con el partido socialista y el partido comunista.