Georges de Nantes.
Doctor místico de la fe católica
6. EL SEMINARIO LIBERADO
DESPUÉS de haber sido testigo de los horrores de la ‘Liberación’ durante sus primeras vacaciones del verano de 1944, “por fin, la fecha del regreso al seminario llegó. Estaba inmensamente feliz. El viaje fue largo a través de un país marcado por los combates, puentes explotados, estaciones bombardeadas; íbamos al paso. Cuando llegué a Issy-les-Moulineaux, madurado por tantos eventos sin embargo vistos de lejos, el cambio me impresionó desde el primer instante. Otra vida, verdaderamente, empezaba. 1”
Así, “el Padre Rabeau [su director espiritual] tuvo la idea de reunir a sus dirigidos en su oficina, lo que era muy contrario a la tradición de discreción con la que los sulpicianos envolvían todo lo que tocaba a la dirección de consciencia. Era para declararnos que ahora veríamos en él aparecer otro hombre, el verdadero, que cuatro años de ocupación le habían impedido ser porque no podía soportar ‘sin vomitar’ ese gobierno de traidores que presidía en Vichy un mariscal felón. En fin, todo volvía a ser como antes. Lo volveríamos a ver feliz, sonriente, orgulloso de haber creído siempre en de Gaulle. A causa de ello todo iba mejor, todos serían mejores... ¡Mis cofrades, en ese estrecho espacio en el que estábamos apretados, parecían compartir su dicha y me guardé bien de decir nada! Entorpecido, corazón latiente, ojos secos, me pregunté como podría aún cada semana abrir mi alma a un padre espiritual tan monstruoso. ¡Es mi turno, pensé, de aguantarme mis ganas de vomitar!2”
No era más que el principio: no se trataba solamente de una liberación del ocupante y después del Mariscal, sino de una “revolución que acabaría por derrocar todo.”3 Y reclamaba sus victimas.
“El primer domingo después de la comida, según la costumbre, los ‘grupos’ de provincia se reunieron en la recreación. El grupo de Grenoble recibió con agrado a sus nuevos y a cada uno le fue pedido presentarse. El mayor de todos empezó pues su relato, tras de una ligera hesitación. Era de La Mure, secretario de la alcaldía, y su cura el Padre de Jouffrey -¡mira! ¡mi tío!- estaba al origen de su vocación. El uno y el otro eran mariscalistas fervientes, sin por ello disgustar a la población, al contrario. Pero la región estaba rellena de maquisards. A la Liberación, el cura fue denunciado al obispado que lo nombró Arcipreste de Voreppe para hacerlo escapar al ‘castigo’ de los traidores. ¡En cuanto a él, fue condenado a muerte por ‘colaboración con el régimen de Vichy’! Escuchábamos, estupefactos, este rescatado de la muerte, mientras que los gritos de los jugadores de fut y las rizas de los otros grupos cubrían por momentos su débil voz. Prosiguió:
“Éramos cinco. Nos hicieron escavar nuestra tumba y ponernos espaldas al hoyo para caer en él bajo el choque de las balas. Era el último... Cuando me apuntaron, grité, no sé porque: ‘¡Soy inocente!’ Entonces el jefe de los maquisards -¡saben, no es un tunante desgraciado!- le dijo a los otros: ‘Alto, basta por hoy’, y a mí: ‘Bueno, te puedes ir de aquí, ¡pero que no te volvamos a ver!’
“ Entonces con el padre de Jouffrey, pensamos que era una señal de la Providencia y que había llegado el momento para mí de entrar al seminario...”
“Sonreía con cara de divertirse que desmentía la insostenible angustia de sus ojos que habían visto, todo lo que no lográbamos imaginarnos, el pelotón formado, el fuego de las cuatro salvas asesinas, la caída de los cuerpos, y que habían esperado la muerte en frente. Estábamos petrificados. Después los otros contaron su historia de cuatro pesos, sin común medida con esta espantosa tragedia”, que invadió toda su vida al Padre Peyrin, cura de Saint-Martin de Vienne.
“Así es que, momento tras momento, lo cierto y lo falso, el resistente en battle-dress y el condenado a muerte desconocido, la víctima y el traidor, empezaron esa coexistencia y esa mezcla, en el seminario como en la ciudad, donde poco a poco se borraron y acabaron por desaparecer los testigos incómodos del régimen de Vichy mientras que los gaullistes y resistentes ocupaban todo el lugar. Tras esto me vino esta idea tan sencilla, completamente nueva para mí: Eso es una revolución. El pasado dejó de ser, al menos tal como fue. Renegado o callado por coacción, falsificado y rápidamente olvidado, como si nunca hubiera existido. Y los nuevos maestros construían el porvenir con las mentiras y las ilusiones del momento.4”
EL DESGARRE INTIMO.
“La prueba de ello me llego el día siguiente. El Padre Enne había decidido acabar su curso de apologética que nuestra partida precipitada había interrumpido en junio. Mi alegría de oírlo de nuevo fue pagada con su peso de amargura... El último capítulo versaba sobre el martirio, prueba decisiva de la verdad de nuestra religión, según su querido Pascal: ‘No creo sino las historias cuyos testigos se hicieran degollar.’ (Pensees, 595) Desarrolló el argumento con el brio que le conocíamos y, de repente, lanzando sus lentes, con esa cara perdida de profeta que se componía en los grandes momentos, nos declaró ya no poder sostener lealmente semejante prueba solamente a favor del cristianismo... Qué éramos, qué comprobaban las angustias de nuestros mártires, que creían en el Paraíso y, en sus tormentos, ya soñaban con la felicidad eterna que los esperaba, enfrente de los ‘70 000 fusilados’ del Partido comunista, muertos arrogantemente sin fallir, sin haber entregado a sus compañeros bajo las torturas de la Gestapo, la sonrisa a los labios, por Francia y por la victoria de la clase obrera. Ellos, que no creían más que en esta vida, la habían sacrificado a pesar de todo. ‘No señores, ya no puedo, y les pido que reflexionen ello, ya no puedo hacer de la muerte de nuestros mártires una prueba de la verdad de nuestra fe... O entonces, y sus ojos se dilataban, se perdían en lo lejano - ¡ah! ¡qué actor consumido!- o entonces, habrá que tomar en cuenta los mártires del comunismo y abrirnos a la verdad que detenta, atestiguada por tantos sacrificados más grandes que los nuestros...’
“¡Escuché aturdido; rehusé escribir esas palabras impías, ese delirio! mientras que, dócilmente inclinados sobre su cuaderno, mis cofrades escribían, aceptaban eso también, eso como el resto, de confianza, de su superior y maestro. ¿Cómo no estallé? Me lo pregunto todavía... No tenía más que veinte años y tantos golpes me habían sin duda prostrado. Pero el relato no rinde una cuenta exacta de la realidad entera. Al mismo tiempo que me eran asestados, la vida del seminario, tan bella, tan dichosa, tan bien empleada y tan piadosa parecía continuar como si nada en ella debía cambiar, anestesiando el dolor, adormeciendo la inquietud.”
Es entonces, en el momento en el que “necesitaba gritar”, que encontró al Padre Vimal, del cual ignoraba las convicciones políticas, pero que ya era a sus ojos el maestro incomparable. “Aprovechando que estábamos solos, me soltó en términos tan violentos todo lo que yo mismo no podía contener más tiempo: su furor, su indignación, su desprecio. ¡Había yo encontrado un hermano, pero más grande y más sabio, más fuerte! Obligándome al secreto, me persuadió que nos era menester permanecer, sin cambiar nada de nuestras convicciones, para el servicio de la Iglesia y por fidelidad normal a nuestra vocación. No estaba él completamente solo. Fuimos pues unos cuantos en apoyarnos, y nuestro condenado a muerte, a su manera, más que cualquier otro. Eso nunca hizo un clan, sino una santa amistad.5”
“¡En este seminario vuelto loco”, la Providencia le conservó su ‘incomparable amigo’ del cual la enseñanza misma era un jaque a la subversión!
La ‘Liberación’ debía extenderse hasta la filosofía. Vimos el mismo Padre Enne confundir en una semejante reprobación Tomás de Aquino y Pétain, el régimen de Vichy y la Edad Media, la escolástica y la colaboración. ¿Qué confianza guardar a maestros no obstante queridos y respetados? Aconsejado por el Padre Vimal, el seminarista Georges de Nantes, reaccionario de tradición, continuó a abrir su inteligencia prodigiosamente receptora y su corazón ávido a las lecciones de la ciencia moderna, pero el instinto católico lo mantiene alejado de los abismos de incredulidad en el que se precipita como ineluctablemente toda una generación.
La ciencia, ¡sí! ¡Pero que sea para saborear mejor la fe! Este segundo año de filosofía nos pone en presencia de nuevos maestros pintados con un arte consumido.
EL PADRE LESOURD EN METAFÍSICA.
“Lo sabíamos secretario particular del Cardinal Suhard y protector oficioso de los sacerdotes-obreros de la Mission de France. A la punta de las audacias nuevas, parecía llevar todo su peso de sufrimiento y preocupación. Su máscara lisa con grandes ojos patéticos, tan duramente moldeada como la del célebre ‘Transi’6 de Bar-le-Duc, como de un Lázaro vuelto a la vida y que se acuerda del pasaje negro, no dejaba de impresionar. ¿Había, como se decía, sido herido en el 40 y dejado exangüe en el campo de batalla? Una discreta roseta de la Legión de honor daba crédito a sus palabras inverificables. Todo en él designaban el hombre que sube y tal vez el santo. Acorrido del arzobispado, su cuaderno sobrecargado de citas, guardaba una actitud meditativa y casi ausente, que no daban sino más peso a las menores de sus palabras. A cada uno le otorgaba toda su atención, como un hombre que nada apura y os estima y ama particularmente. Sin conocerlo bien, todos lo ponían en las nubes.
“Así desarrollaba ante nosotros en un silencio religioso los capítulos, todos semejantemente luminosos, de la metafísica de Aristóteles, llevada a su último grado de perfección por Santo Tomás. Escuchaba, seguía esos teoremas sin defecto, sin hoyo de sombra, sin ningún equívoco ni incertidumbre remanente, que enunciaba con una voz firme, casi brusca, sostenida por gestos lentos con sus admirables manos. Cada palabra recibía por ello su peso de verdad. Es él quien me dio a entender y abrazar por la vida esta maravilla de la distinción real de esencia y existencia, piedra angular colocada por el Aquinate en la cima de la obra del Estagirita[...]. Llegó el día en el que, seguro de esta ciencia suprema, fuimos conducidos a la certitud de la existencia de Dios, por cinco medios más demostrativos los unos que los otros. Lo que de ello me permaneció más vivamente fue seguramente el choque producido por la idea, tan necesaria que impenetrable, de Causa primera, de Causa eficiente, Acto puro sin el cual nunca nada sería [...].
“Avanzaba en esos altos esplendores como un vidente; sus frases ajustadas las unas a las otras corrían de sus labios como por primera vez. Nos sentíamos inteligentes a seguirlo. Era una plenitud de conocimiento vecina de la visión, llevando a una sabiduría de la cual nunca hubiera podido imaginar que pudiese un día dejar de satisfacerme plenamente.7”
REGRESO A LO CONCRETO Y A LO CONTINGENTE.
Con el Padre Roux, en filosofía de la Naturaleza, “choqué de inmediato con la explicación tradicional de la particularidad de los seres concretos por la ‘materia’, imponiendo a sus ‘formas’ universales, una infinidad de ‘accidentes’ de otro modo inexplicables. Me sucedía de hacer algunas preguntas que no pensaba tan estorbosas, y atribuía a la ignorancia del profesor lo borroso, osemos decirlo, la inconsistencia de sus respuestas.
“ ‘¡Endurece! ¡Endurece!...’ respondía invariablemente con una sonrisa gentil y molesta que me desarzonaba.
“O, para superar alguna objeción viva.
-‘¡Matice! ¡matice!’
“Imputaba al Padre Roux las obscuridades e imperfecciones de su curso. ¡Cuántas reparaciones le debo! La insuficiencia estaba en la física de Aristóteles, aun mejorada por Santo Tomás, y los otros sistemas son peores. ¿Cómo sospecharlo entonces? Sólo que, el espíritu picado por el juego del discurso, seducido por la novedad de una pregunta salida de ese discurso mismo, pedía yo en acto continuo su respuesta, seguramente apasionante, y estaba sorprendido de oírme aconsejar de no ‘endurecer’, sino de ‘matizar’ el rigor de la doctrina que nos era doctamente impuesta. No sabía que los mejores maestros dan vueltas, dan vueltas alrededor de los misterios de la creación sin llegar, de milenario en milenario, más que a progresos ínfimos. Fue el papel, seguramente ingrato, del Padre Roux, de dármelo a constatar en su persona misma.”
“El Padre Hamel, es cierto, nos había acostumbrado el año anterior a una filosofía más amable. ¡Qué hombre encantador ese padrecito! Normando de nacimiento y de carácter, de Étretat, siempre en esclavina corta y de aspecto friolento, su cara redonda calcada a la de Tintin, sin el copete de pelos, adornada con lentes para deslizaros miradas maliciosas por encima de sus vidrios inútiles, contaba increíbles y finas historias de las cuales mi pluma arde de decirles una o otra [...]. Su curso [de ciencias naturales] se desarrollaba sin dificultad aparente, con la ayuda de definiciones cuidadosamente elaboradas, seguidas de miles de ejemplos sacados de su observación directa de la Naturaleza, contadas con un entretenimiento de niño bien portado. Era un encanto. No necesité volver a abrir su cuaderno cuando tuve que enseñar esta materia: lo que es la planta, lo que es la bestia y lo que es el hombre. Pensé haber retenido más que historias de pájaros y he ahí que tenía de él el sentimiento del misterio de la Naturaleza.8”
Había también el Padre Thonet, encargado del curso de moral fundamental, pero también, como ecónomo, de alimentar “trecientos estómagos perpetuamente hambrientos. En ese arte, era astuto, nuestro Angevino, obstinado, siempre vencedor, y del sótano a las cocinas paseaba una sonrisa angélica y satisfecha. Los días de fiesta, desde nuestras mesas por su celo bien guarnecidas, veíamos su cara iluminarse con rubores báquicos y sus ojos chispear. Era su hora de triunfo. ¡Porque nadie se acuerda de ello, claro! pero aquel año, por más que los Alemanes se habían ido, el país fue más infeliz que durante los años negros de la Ocupación. Nos helábamos. Me había hecho pulir dos pares de zuecos sobre medida, por el padre Mangematin, de Villapourçon cerca de Glux, uno para mi amigo Moubarac, ¡verdadero príncipe libanés que nunca se atrevió a ponérselos! el otro para mí que tuve gracias a ello los pies calientes todo el invierno. Nos moríamos de hambre...
“No sabíamos nada, no nos decían nada en el seminario, de esta enorme anarquía, maula, incurría que gobernaba a Francia, pero nos hubiéramos muerto todos de frío y hambre sin el Padre Thonet que nos hacía descargar en los sótanos, al improvisto, discretamente, misteriosos arribajes que, por el ministerio de lejanos bienhechores conocidos de él sólo, la Providencia nos enviaba.9”
EL EVOLUCIONISMO DEL PADRE DE LAPPARENT.
Los cursos del Padre de Lapparent lo apasionaron de inmediato, porque es sobre ese terreno de los conocimientos científicos que el ateísmo se pelea a la Santa Iglesia la posesión de las almas y se las roba. “Era un verdadero sabio, un investigador, como se dice ahora, geólogo de terreno, paleontólogo por vecindad y también por fanatismo. Porque en sus ojos ardía una llama que hacía, con la modestia y la sonrisa de la cara, un contraste preocupante. Fuera de esto, su cara simiesca y aristocrática bastaba en justificar su evolucionismo galopante. Tenía cada mañana, en su espejo, la visión del mutante del eslabón faltante entre el Pitecántropo de Java y el Homo sapiens sapiens que se había vuelto durante el curso de un noviciado de unos cuantos millones de años, según su Credo.”
Sin embargo, “bergsoniano con pasión y en el fondo teilhardista, pero en aquella época eso no se confesaba públicamente.” Pronto, las cosas se deterioraron entre Georges de Nantes y su profesor: “¡Eso duró dos meses, posiciones hechas, cara a cara como los dos polos eléctricos que se veían entonces en el palacio del Descubrimiento, de donde hacían salir chispas enormes! El auditorio se estremecía. El Padre de Lapparent sentía que tenía yo algunos partidarios, pero se sabía sobretodo sospechoso en el Santo Oficio, ¡lo que yo ignoraba! Contenía, difícilmente, para no castigar con rigor. Eso también, lo ignoraba yo. Era fanático. Yo también. Yo creía que estaba en juego toda nuestra filosofía y toda nuestra fe. ¡Él también! Sólo que en un sentido diametralmente opuesto. ¡Según él era menester que la Iglesia abrase la verdad de Lamarck y de Teilhard, como antaño había asumido a Aristóteles y, desafortunadamente demasiado tarde, a Galileo!
“De esta apertura heroica, soñaba con ser, no el que lleve la delantera sino el sabio defensor. Yo no era más que un joven seminarista, ignorando todo, convencido de que Darwin era una encarnación de Satanás y Lamarck casi semejantemente. Para mí, la evolución no debía ser más que una grosera y mentirosa fábula inventada para destruir la fe en Dios Creador; eso lo había leído en los libros de la biblioteca de mi abuela en Glux, en el anaquel de la polémica antimasónica de los años 1890. Contradictoriamente, pensaba él que había ahí un descubrimiento grandioso del genio humano, propio a exaltar más la sabiduría y omnipotencia de Dios.
“Cuando llegó a sostener la hipótesis poligenista, su naufragio en la fe me pareció evidente. Si varias parejas humanas, ¡lo que suponía una improbabilidad vertiginosa! Hubieran aparecido espontáneamente, salidos de primates superiores en diversos puntos del globo, ¡la unidad del género humano estaba contradicha, y la universal transmisión a todos del pecado original, y la redención de todos por Uno solo! Toda nuestra religión estaba en juego. El fin del año nos dejó enfrentados el uno contra el otro sin vencedor ni vencido.
“Tres años más tarde, el hombre docto publicó un librejo sobre Nuestros Orígenes, ¡al plural! que Roma prohibió. Pensó, me dijeron, que lo había denunciado al Santo Oficio. No había ni siquiera pensado en ello. Pero cada vez que lo encontré en los pasillos de la Catho10, sus ojos me fijaban con la misma llama acusadora, mientras que su cara expresaba más tristeza que resentimiento, ¡pero sin arrepentimiento! pareciendo abogar más bien por la causa perdida de la reconciliación entre la Iglesia y la Ciencia, “ perdida por su culpa”, parecían decir sus ojos tristes. Así se trababan, en esos años 40, los grandes procesos y dramas de nuestra generación.
“¿Desde entonces he cambiado? Sí, pero solamente en parte. Estaba equivocado, es muy seguro, sobre los hechos que son tanto evolucionistas que transformistas, para los tiempos antiguos, aunque nos parezcan creacionistas a la escala de nuestra historia humana. Pero no tengo por que pedirle perdón a mi maestro por mi resuelta oposición a su “ evolución creadora” y a su teilhardismo anulando la fe cristiana al provecho de un vago deísmo filosófico [...]. Sin saberlo, aun imaginarlo, estaba yo en acuerdo íntimo con Pío XII empezando su gran combate contra el modernismo renaciente, y beneficiaba por ello, sabiéndolo mucho menos, de una protección sin la cual las cosas se hubieran pasado de otra manera.11”
“SERÁS SACERDOTE.”
Ese mismo año, Georges de Nantes entró en la orden tercera de San Francisco, con el nombre de fray alberic, llevado en la Trapa por el Padre de Foucauld. Y después tomó la sotana el Jueves Santo de 1945:
“Esa pequeña ceremonia privada era la ocasión de gentiles demostraciones de afección ¡y de unas cuantas bromas! al igual que de una miga de lirismo sentimental, de buen agüero. Porque cada uno de nosotros en su hermosa sotana nueva tenía mejor apariencia que en su miserable traje laico del día de ayer, raído.
“En aquel tiempo, todos estaban de acuerdo: la sotana borraba las diferencias de clases sociales, ¡y de gustos vestimentarios personales! y las baraúndas de la moda, y los peligros del mundo... Revestirla nos persuadía de la novedad y de la elevación de nuestra condición de cleros, escogidos, ‘separados’ para el servicio de Dios. Era, para todos, una profundísima alegría.
“En Navidad, la guerra había vuelto. Los Alemanes quebraban el frente americano en Bastogne, en las Ardenas belgas. París se llenó de terror pánico. ¡Ya veíamos a los vencidos de ayer y sus ‘colaboradores” volver y vengarse! ¡Increíble miedo de nuestros gloriosos resistentes y liberadores! Algunos seminaristas fueron movilizados; se saludó su partida como la de héroes que iban a lanzar el día siguiente en la batalla.
“En febrero, la clase 44 fue censada. Tuvimos que pasar la visita medical, en Paris, no sé donde. Empezaron por desvestirnos y nos acorralaron en un gimnasio cubierto, en esa vergüenza, como bestias, durante un tiempo infinito. Nada más degradante que esta espera, en una promiscuidad sin razón. Me acuerdo de la molestia de todos. Me había dejado alrededor de los riñones una cuerda que llevaba desde mi admisión en la orden tercera franciscana. Era una singularidad de la cual no tenía ni vergüenza ni orgullo. Es en el momento en que, vacío de pensamiento, ya no rezaba sino con los labios, no pudiendo más, que me fue dicho en el corazón:
“ ‘¡Confianza! serás sacerdote a la edad mínima requerida por la Iglesia, nada te parará ni te retardará; será para ti una señal.’
No era una voz, ni palabras, sino una verdad imprenta en mi alma en un instante. Lo propio de esas palabras es sin duda de jamás borrarse del espíritu. Regresé al seminario reconfortado, haciendo esta reflexión prosaica: ‘Si es de Dios, ¡ya lo veremos!’ Estaba bueno para el servicio; en la primavera, hice mi p. m. s. con un grupo de cofrades, y después ya no hablaron de la clase 44, ya no se necesitaba soldados.
“Eran absolutamente otros obstáculos que pronto iban a poner a prueba la palabra que, desde entonces, me habitaba con una o dos otras de mismo origen...12”
EL PRADO: EL EVANGELIO VIVIDO EN LA GUILLOTIÈRE.
Tanto amor de la Iglesia y de Francia había conducido a Georges de Nantes a soñar con hacerse monje-misionero en pos del Padre de Foucauld. Esta vocación, que no dejaba de hacerse oír, lo llevó, en el verano de 1945, a ofrecer sus servicios a los más abandonados de los ‘chaveítas’ de Lyon, en una estadía en el Prado, en el barrio de la Guillotière, semejante al fundado por el Padre Chevrier, antes del ‘nuevo Prado’ del Padre Ancel.
“El tornillo sin fin, desde el despertar al acostar, ya no se interrumpió durante tres meses. Despertar, oración, baño, primera lección de catecismo (descanso para mí); bajar a la capilla [donde oye a los niños saludar al Santísimo Sacramento: ‘¡Qué para siempre sea alabado, adorado, amado, agradecido Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar!’ de una manera inolvidable], misa con cánticos populares, desayuno... Dos veces por semana, prueba temida, paseo en Lyon o en los muelles del Rhône; no perder de vista a los ladrones, que no obstante volverán con los bolsillos llenos de frutas, cuchillos, encendedores, postales, ¿pues cómo le hacen? Pero nunca hay queja: ‘¡Ah, son los chaveítas del Prado! ¡Pobres padres, la tienen muy dura!’ Y atrapar al fugado, ¡para no tener que hacerlo buscar por la policía!
“Y mi dulcísima humillación al alma cuando, los pies descalzos en mis zapatotes, la sotana blanqueada de sudor, sin cuello blanco, en guarda-chusmas enloquecido, me topaba con un primo, una prima que parecían no verme o, al menos, me decían un buenos días chiquitito como se le haría a un amigo encontrado con las esposas en las manos entre dos gendarmes: ‘¡Ah! ¡estás en el Prado!’ Pero estaba feliz, absolutamente feliz. El Evangelio por fin vivido bajo mis ojos por el Padre Virion, el viejo Padre Chervier, otros menos edificantes pero con mucho mérito, y mis ayudantes, abnegados celadores desde hace tiempo en la brecha y cansados, o de pasada, marchados rapidísimos. ¡El Evangelio vivido en la Guillotière!
Atractivo. Pero agotante...
“Como a ese ritmo enflacaba, el Padre Virion se alarmó de ello y me obligó a ir por las 10 de la mañana durante su tercera clase de catecismo, a recibir de las hermanas de la cocina, por el postigo que comunicaba con el refectorio de los Padres, un gran vaso de vino azucarado. Está imprento en mi memoria porque el 15 de agosto, dejando mi ‘reanimador’ y las tres galletitas de costumbre, la superiora me dijo con una cara tristísima:
“¡Es una penosísima Asunción, este año!
“Esquicié, sin entender, un gesto de asentimiento cuando ya el postigo estaba cerrado. Pero sobre la mesa donde me senté estaba botado un periódico con un título enorme, de última hora:
‘PETAIN CONDENADO A MUERTE’.
“Lloraba, me sentía solo, perdido en un mundo malvado. Ese refectorio vacío y desértico, ese crucifijo mudo colgado en el muro, ese periódico, mi irrisorio vaso de vino y yo. Era como la cárcel... No me atreví a tocar al postigo de la cocina. No podía molestar a nadie. ¿Al menos que el Padre Ancel estuviera ahí? Subía, pero no estaba ahí. ¡Afortunadamente! Cuando lo volví a ver y que me atreví a decirle:
“¡Ya vio, Padre, condenaron al Mariscal!
“Me contestó, con su voz enérgica y mansa, expeditiva:
“ Se lo mereció, porque le mintió al pueblo. Los gobernantes no tienen derecho de mentirle al pueblo.
-¿Pero pues cuándo, Padre?
-Con la colaboración...
“No contesté nada. Pero me fue menester un socorro de Arriba para volver a tomar el tornillo sin fin, ahí donde la había dejado un instante. Campana, formar filas, subir al tercero; ropa de salida, bajar las escaleras en silencio, oración en la capilla –instante maravilloso–, salida en paseo... Y mi vergüenza y mi pena como una capa mortal.13”
Entonces, todo se explica de esta traición–negación: “Si el vuelo, si la expansión del Prado, como sin duda tantas obras apostólicas de la Iglesia de Francia, datan de los tiempos de prueba que tenemos que llamar el tiempo de Vichy, o los años de la Revolución nacional”, está claro que las locuras de la Liberación, sus depuraciones, sus desórdenes y, ya sus revoluciones, doblegaron este apostolado tan prometedor, cortándolo de sus fuentes tradicionales y pudriéndolo, con el riesgo de arruinarlo, como los constatamos hoy.
“Sin embargo cuando dejé la obra, arrancándome a esos “ chaveítas de Lyon” con los cuales trataré por un tiempo de corresponder, estaba firmemente decidido a entrar en el Prado y el Padre Ancel me nombró responsable del grupo de seminaristas “ pradosianos” de Issy, a donde volví para entrar en teología.14”
En efecto, Georges de Nantes está listo a empeñarse en el Prado, porque ahí es donde encuentra “ el Evangelio”, tal como lo vislumbró a través del Padre de Foucauld. Lo que sigue va revelarnos que está “ escogido”... para el Evangelio, sí, pero de otra manera.
(1) Mémoires et Récits, t. II, p. 93.
(2) Mémoires et Récits, t. II, p. 96-97.
(3) Ibid., p. 97.
(4) Ibid., p. 98-99.
(5) Ibid., p. 99-101.
(6) En la Edad Media, algunas tumbas de personajes celebres eran ornadas con la imagen muy realista del cadáver yacente y desnudo medio roído por los gusanos.
(7) Ibid., p. 106-108.
(8) Ibid., p. 109-110
(9) Ibid., p. 110-111.
(10) Instituto católico de París.
(11) Ibid., p. 112-118.El Padre de Nantes aclarará las cosas treinta y cinco años después, en su estudio: “ evolución y Creación. Para acabar con Darwin ”, CRC no 163, marzo de 1981.
(12) Mémoires et Récits, t. II, p. 119-121.
(13) Ibid., p. 128-130.
(14) Ibid., p. 141-142.