24. La muerte, primera misa del pobre cristiano

¡Piensa que debes morir mártir, despojado de todo, tirado en la tierra, desnudo, desfigurado, cubierto de sangre y de heridas, violentamente y dolorosamente matado…y desea que sea hoy!
Para que te haga esta gracia infinita, sé fiel en velar y en llevar la cruz. Considera que a esta muerte debe conducir toda tu vida; ve en eso la poca importancia de muchas cosas. Piensa frecuentemente en esta muerte para prepararte a ella y para juzgar las cosas a su verdadero valor.” Charles de Foucauld, 6 de junio 1897

LA muerte, oh Jesús muerto y resucitado, es la primera misa del pobre cristiano y es la última misa del sacerdote. Por esa razón quiero decir cada día con San Pio X esta oración que enriqueció con indulgencia plenaria muy singular: “Señor Dios mío, desde hoy, acepto de vuestra mano, de buena gana y con el alma, el tipo de muerte que os agradará enviarme, con todas sus angustias, todas sus penas, y todos sus dolores.” La muerte es la herencia del pecado, y no puedo más que aceptarla. Pero Vos que habéis creado la naturaleza humana de una manera admirable, en el sexto día, para la inmortalidad, la habéis restaurado en el último día, después de la caída, de manera aún más admirable. Cambiando la muerte en vida, habéis hecho del castigo la fuente de la eternidad bienaventurada y el atrio de la gloria.

Qué lástima ver en nuestro tiempo los cristianos mismos perder de vista este misterio para no apegarse más que a la vida presente. De toda voluntad, se privan de las únicas luces que podrían alumbrar tantas pruebas que deben travesar y la última a la cuál nadie escapa, sin conocer de ella ni el día ni la manera, la terrible ruina de todo el ser carnal, nuestra muerte. Ponen todas sus esperanzas y todas sus alegrías en los bienes caducos, pretenden batir las fundaciones de una Ciudad radiosa de la cuál ellos y los suyos no ocuparán más que los cementerios. ¡Dicen preferir la vida a la ley, pero es Vuestra Ley que es Vida eterna mientras que la vida presente ya es llevada por la muerte! ¡Prefieren las tareas terrestres al culto divino y ya no van a la Iglesia para el Santo Sacrificio sino para la reunión y la partición del pan, cuando todo aquello no es más que tráfago que parará la muerte! Prisioneros de sus sueños, destruidos por esas fábulas de las cuales se embriagan, se van a lanzar en la muerte como por suicidio, haciendo del acto más grande de su vida, el más vano. Morir para ellos, no es más que morir…

Para nosotros es vivir en fin. El pobre cristiano que soy piensa en ello a menudo. A veces teme esta muerte desconocida, frecuentemente la acepta con serenidad, pero en sus horas de fervor la desea tímidamente por lo que es y para lo que dará finalmente, la vida eterna. Oh Jesús, en todo vuestro Evangelio, nos advertís de no mantener nuestros corazones apegados a lo que pasa. Sólo merece nuestro amor lo que demora siempre, siempre, siempre. Y el pobre cristiano que soy sabe que a fuerza de confesiones y de penitencia, sus pecados son borrados, remitidos por vuestro perdón. Las sombras, las manchas desaparecen como las alegrías pasajeras, no dejando subsistir de nuestro ser miserable más que el cuerpo y el alma, limpios, como dice el salmo, libres entre los muertos. Sin que nada lo retenga morirá este cuerpo, y en esta muerte se escapará mi alma para correr a Vos, oh Glorioso Resucitado, Vivo en los siglos de los siglos. El pobre cristiano que sabe todo eso no se conmueve de morir cada día; quiere instruirse así, paso a paso, de lo que tendrá que hacer en su última hora: vivir una vez más en la inmolación de las cosas terrestres y el amor de las realidades celestes de las cuáles se acerca. Ve en eso la poca importancia de muchas cosas.

De todo eso nos habéis dado el ejemplo, oh Maestro bien amado, para que hagamos nosotros también como habéis hecho. Y los sacerdotes, fieles a vuestro Mandamiento, reiteran cada día por su ministerio, esta muerte y esta vida de su Señor que es también la anticipación de su propio Pasaje. Ninguna celebración de la muerte, en todos los siglos ni en ningún otro lugar habrá acercado esta fiesta de la Misa. Cada día, cada vez, es vuestra muerte que se renueva como el acto de vida más sorprendente, más admirable y más familiar. No pasa un día sin que celebre la muerte de mi Salvador como la obra de vida entre todas la más fecunda. ¿Cómo podría yo olvidar esta lección cotidiana que es un impulso a morir cuando me tocará? Sólo se trata entre nosotros cristianos, de Sacerdote que sacrifica y de Víctima inmolada. ¡Sois, oh Salvador, nuestro Sumo Sacerdote y nuestra Víctima Santa, es cierto, pero no estáis solo, nunca estaréis solo! Sois aquí el mayor de una multitud de hermanos, la cabeza de un inmenso Cuerpo, cuerpo de ejército, cuerpo místico, que conducís por los mismos desfiladeros de la agonía y del sufrimiento a la salida de la Vida que ya no muere. ¿Puede el sacerdote celebrar esta muerte sin anticipar la suya propia? ¿Puede el feligrés que no toca con sus manos la Víctima Santa ni profiere con su boca las palabras del divino Sacerdocio participar a estos misterios sin pensar en el día en que le será pedido ser, él mismo, el sacerdote de este sacrificio y su víctima agonizante? ¿No sabrá por fin celebrar Su Misa, su Sacrificio de miembro del Cuerpo Místico, él también inmolado sobre la Cruz y glorificado? UNA CUM CHRISTO HOSTIA, COR UNUM… ¡Una sola Hostia con Cristo, un solo Corazón!

Tal es el término que da a las cosas su verdadero valor, tal es el aprendizaje en que consiste la grandeza esencial de la vida presente. Y si cada día los feligreses tienen un sacrificio espiritual de agradable olor a ofrecer, ¿Sería otra cosa que la repetición y la anticipación de la muerte donde el hombre pierde todo para adquirir con Cristo la Vida eterna? Desea que sea hoy, oh mi alma,… piensa frecuentemente en esta muerte para prepararla. Prepárate llevando la cruz y velando para no entrar en tentación. Mi alma, vela y reza para esta Liturgia que deberás cumplir antes del Día…

Padre Georges de Nantes
Página mística n° 24, Julio 1970