Punto 38. La Iglesia diocesana

1. Bajo la autoridad del Papa, que es soberana, universal e inmediata y debe ser reconocida por toda la Iglesia, cada región de la tierra está confiada a un obispo, sucesor de uno de los doce Apóstoles, para gobernar una diócesis, cacho de territorio que le es confiada por el Obispo de los obispos. Es el Papa quien le da su jurisdicción para esta porción de territorio, y sólo puede ejercerla legítimamente en comunión con él. En virtud de ese encargo, y tan sólo a esa condición, el falangista reconocerá a su obispo como representante de Jesucristo, honrará su autoridad y hará apelo a sus poderes espirituales de sucesor directo de los Apóstoles.

La Iglesia local atiende la vida espiritual y la actividad cristiana a escala humana; depende totalmente de la autoridad del obispo, pero también de su entrega personal. El falangista se acordará de ello para amar a su obispo, y ya sea con confianza, ya sea hasta en los choques más penosos, para ayudarle a conservar la vitalidad santa de la Iglesia diocesana, su fe, su ley, su caridad, en el culto de sus tradiciones.

2. En cambio, el falangista no tendrá más que duda y desconfianza hacia todos los organismos colegiales, burocráticos, parlamentarios, que, por encima, bajo el pretexto de conferencias y comisiones episcopales, por debajo, bajo pretexto de representación de los sacerdotes y militantes, o al mismo nivel, cual las centrales de los movimientos de Acción católica, usurpan la autoridad personal del obispo, y acaban descreditando y aniquilándola. Esos organismos parásitos reivindican un poder consultativo que les permite dominar la opinión popular, y un poder deliberativo, de manera usurpada, para controlar el gobierno del obispo. Esas oligarquías anónimas, irresponsables, resultan ser profundamente revolucionarias; todas las herejías y los cismas encuentran ahí un abrigo y reconforto.

El falangista permanecerá alejado de esas organizaciones, deseando conocer tan sólo los órganos de derecho tradicionales, el Consejo episcopal, los Sínodos diocesanos, regionales o generales, y los Concilios.

3. Las diócesis y sus obispos soberanos, doctores, pastores y jefes del rebaño son, por institución divina, la gran realidad viva de la Iglesia, cuyas suertes y desgracias hicieron la gloria o la miseria de los pueblos cristianos. Y no está dicho que los procederes de designación de los obispos no deban ser estudiados y renovados a la luz de las tradiciones. Porque la elección es preferible a la designación por los poderes temporales, y la nominación por Roma más segura que la cooptación colegial, plaga actual de nuestros episcopados oligárquicos y liberales.

De todos modos, la actualidad lo muestra, las Iglesias locales no sabrían mantenerse mucho tiempo si la Iglesia romana viniera a ya no ejercer sobre ellas, con vigilancia y exactitud, su poder supremo.