Punto 11. Contra el humanismo post-cristiano

“ Dios se hizo hombre para que el hombre se vuelva Dios”, esa es la admirable cautela de los Padres de la Iglesia en la que se resumen maravillosamente el objetivo final y los frutos de la Encarnación del Verbo divino. A partir de entonces, ya nada en nuestras existencias puede ni debe ser solamente humano, exclusivamente humano, y sobre todo con la afirmación provocante de la autonomía y de la suficiencia del hombre, sin ser, por el simple hecho, anticristo, por consiguiente dañoso al hombre e insultante a Dios, blasfematorio.

1. El falangista que reconoce en Jesucristo la fuente y la medida de toda sabiduría, bondad y belleza de la creación, ante, durante y después de su venida en la tierra, como Hijo de Dios vuelto nuestro hermano, por medio de quien, y por quien todo existe, no podrá de ninguna manera admitir una estética, una mística de salvación individual o colectiva, que se definiría como un humanismo integral fuera de Cristo.

2. La gran tentación de los cristianos contemporáneos, tentación que el judaísmo les presenta pero que invierte el movimiento de la revelación bíblica, haciéndola retroceder hacia sus fuentes carnales y sus tiempos de imperfección, es la del secularismo. Este humanismo, que desde luego se dice post-cristiano, naturaliza lo sobrenatural, para reducir nuestros dogmas, nuestros sacramentos, nuestras liturgias a una mitología, a un tesoro de símbolos profunda y solamente humanos, manifestando el valor supremo de las cosas carnales, terrestres, humanas. Y, por medio de un movimiento complementario, sobrenaturaliza lo natural, exaltando las realidades del mundo presente al grado de considerarlas como lo absoluto, lo divino de la historia humana, recusando totalmente de nuestros horizontes a Cristo, Dios que bajó del Cielo, y a su Iglesia, nuestra madre que nos lleva tras de Él a ese Cielo donde Él ha vuelto.

3. El falangista se opondrá heroicamente, porque es un combate apocalíptico, a esta mística carnal, secular, humana, a este culto del hombre, idolátrico. Luchará contra el laicismo que es su medio disimulado, su instrumento más eficaz. Le opondrá a ello su cristianismo integral, fundado sobre la palabra del Señor: “ Sin mí, no pueden nada”, y la del apóstol Pablo, que San Pío X escogió al amanecer de este siglo para orientar su rumbo tan tumultuoso: “ Restaurar todo en Cristo”. Porque es necesario, para conservar el mundo y salvar a las almas, cristianizar todo en vista de la divinización prometida.