EL PADRE GEORGES DE NANTES,
fundador de la CRC

El Padre Jorge de NantesNACIDO el 3 de abril de 1924 en Tolón, de una familia de oficial de marina, de Acción francesa y católica, hace sus estudios secundarios con los maristas de Tolón, los jesuitas de Brest, los hermanos de las Escuelas cristianas del Puy-en-Velay. Forma parte de las obras de juventud instituidas por el Estado francés del mariscal Pétain, en el Vercors, en 1942-43.

Ingresado en el seminario de Paris, en Issy, y después en el seminario universitario de los Carmelitas, es ordenado sacerdote el 27 de marzo de 1948. Obtiene las licencias de teología, de filosofía escolástica y de ciencias sociales y económicas de las facultades católicas de Paris y la licencia de letras en la Sorbona. Es profesor de filosofía y después de teología de 1948 a 1958 en diversas instituciones religiosas y universitarias. Redacta la sección de Política religiosa de Aspectos de Francia de 1948 hasta 1952, bajo el nombre de Amicus.

Recibido en la diócesis de Troyes el 15 de septiembre de 1958 por Monseñor Le Couëdic, para fundar ahí una comunidad de monjes misioneros, es párroco de Villemaur y echa los cimientos de la congregación de los Hermanitos del Sagrado Corazón. Su apoyo público a los combatientes y víctimas de la Argelia francesa le atrae la vindicta del Poder y es expulsado de su parroquia y de la diócesis por su obispo, el 15 de septiembre de 1963. Se establece con su comunidad en la “Maison Saint Joseph”, en Saint-Parres-lès-Vaudes, negándose a dejar la diócesis de Troyes donde es honorablemente conocido y donde sirvió la Iglesia en la más humilde de las tareas, la de párroco de campo.

A partir del 11 de octubre de 1962, fecha de la apertura del Concilio Vaticano II, manifiesta una oposición creciente, razonada y firme al espíritu, a los proyectos, a los Actos mismos de ese “funesto concilio”. Después de la publicación de la encíclica Ecclesiam Suam, el 6 de agosto de 1964, agrega una crítica dogmática, moral y pastoral del “culto del hombre”, del “diálogo ecuménico”, de la “reforma de la Iglesia” predicados por Pablo VI.

Castigado con suspens a divinis el 25 de agosto de 1966, por culpa de esta misma crítica, pide y obtiene que el conjunto de sus escritos sean sometidos al juicio del Santo Oficio. Este proceso tendrá lugar en Roma en 1968. Aunque ningún error doctrinal le sea reprochado, le piden una retractación general de sus críticas hacia el papa Pablo VI y el Concilio, y aún más, una sumisión sin condición ni límite a toda autoridad eclesiástica. Se niega a firmar ese texto exorbitante, lo que le cuesta, un año más tarde, el 10 de agosto de 1969, de ser declarado “descalificado” (sic) por un comunicado en la prensa proveniente del Santo Oficio. El proceso no está pues cerrado por falta de una decisión canónica que hasta hoy no ha sido dada.

Sabiendo que sólo el Papa puede ser juez infalible en la Iglesia, incluso de Su propia causa, escribe en 1973 un Libelo de acusación contra el papa Pablo VI por herejía, cisma y escándalo. Acompañado por su comunidad de hermanos y de setenta jefes de la “Liga de Contra Reforma Católica” que fundó, lo lleva él mismo a Roma el 11 de abril de 1973. Pero el Papa se niega a recibirlo y hasta le prohíbe el acceso al Vaticano poniendo una barrera de policías italianos. Publica entonces el “ Liber accusationis” y vuelve de nuevo a Roma para distribuirlo a los cardenales y al clero romano.

Su actitud no ha cambiado desde hace cuarenta años. Su oposición a las novedades y alteraciones de la presunta reforma de la Iglesia, decretada por el Concilio Vaticano II y el papa Pablo VI, es una oposición a la vez dogmática, denunciando los textos mismos, y pastoral, constatando los frutos detestables de este árbol que no plantó el Padre celeste. No obstante, mientras que un juicio infalible no será dado en cuanto al objeto de este litigio capital, reconoce al papa reinante y a los obispos en comunión con él como los verdaderos pastores de la única y santa Iglesia romana, a los cuales todos deben fidelidad, respeto y obediencia, estando salvas la fe, la esperanza y la caridad. En ello, se separa de todo lo que será de cerca o de lejos cismático.

El pontificado de Juan Pablo I levantó en él una inmensa esperanza y la revista mensual tomó inmediatamente como título “ El Renacimiento Católico en el siglo XX”. Pero desde la encíclica Redemptor Hominis de Juan Pablo II, las orientaciones del nuevo pontificado resultaron ser las mismas que las de Pablo VI y de Vaticano II.

Después de varias cartas dirigidas al Soberano Pontífice y permanecidas sin respuesta, el 13 de mayo de 1983 el Padre de Nantes lleva al Papa un “ Liber accusationis secundus” que Juan Pablo II tampoco querrá recibir. En enero de 1985, dirige una “ Carta abierta al cardenal Ratzinger” y unos meses más tarde escribe una “ súplica por la paz de la Iglesia a nuestro Santo Padre el Papa y a los obispos reunidos en sínodo por el XX aniversario del concilio Vaticano II”. Estos documentos nunca recibieron una respuesta.

Será lo mismo cuando en 1993, denunciará el presunto “Catecismo de la Iglesia Católica”. Las once herejías mayores que se encuentran reveladas y demostradas ahí no perturbarán el sueño del Santo Oficio.

Sin embargo en 1996, una operación conjunta de la Iglesia y del Estado francés intentará “ descalificar” definitivamente al Padre de Nantes, por un lado como jefe de secta y por el otro lado como disidente, inmoralista, que desprecia las censuras que lo golpean, que abusa de su autoridad, que enseña nuevas doctrinas sobre la Eucaristía y la Santísima Virgen. Finalmente fue amenazado de ser privado de los sacramentos si no renunciaba a todas sus obras y no retractaba sus acusaciones. Como estas acciones se hicieron fuera del respeto de las reglas de derecho las más elementales y sagradas como el derecho de la defensa, el Padre de Nantes encontró ahí la ocasión providencial para obligar la Santa Sede a que lleve a su término el proceso de 1968. Una serie de recursos permitió presentar esta justa demanda ante el Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica. El 7 de octubre de 2000, al cabo de dos años y medio, el Secretario del Tribunal emitió una simple decisión rechazando el examen del recurso con el motivo que… ¡la causa no estaba definitivamente juzgada en cuanto al fondo!

Así pues, desde hace treinta y cinco años, el Padre de Nantes apela, como testigo de la Verdad, a este juicio del magisterio infalible de la Iglesia, y no ha recibido a cambio, hasta este día, más que rechazos, suspensos, privaciones y descalificaciones, pero jamás una respuesta en cuanto al fondo. Su lucha es un gran grito de fe y de amor a la Iglesia católica romana, Esposa de Cristo y Madre de los elegidos, una Apelación sin cesar reiterada a su jefe, juez soberano de los vivos y de los muertos, que prometió que “las puertas del Infierno jamás prevalecerán contra ella”.

En diciembre del 2000, a continuación de la publicación del tercer Secreto de Fátima, el Padre de Nantes decide abandonar el título de Contra Reforma Católica en el siglo XX dado a su revista mensual para adoptar el de Resurrección, y finalmente el de ¡Ha Resucitado! Así afirma su fe y su confianza en un renacimiento seguro de la Iglesia conforme a las promesas que Nuestra Señora de Fátima nos dio: “ Pero al final, Mi Corazón inmaculado triunfará.”