53. El bautismo. Recibe la sal de la Sabiduría

“ Accipe sal sapientiæ: propitiatio sit tibi in vitam æternam. Amen.”

Padre Henry bautiza
Padre Henry, Oblatos de María Inmaculada, bautiza.

“RECIBE la sal de la Sabiduría: que te sea propicia para la vida eterna.” Mil veces tal vez he tomado un pellizcado generoso de sal bendita y colocado firmemente en la boca del niño o del adulto pronunciando las palabras sagradas. El adulto saborea, rezando. Frecuentemente el niño halla buena esa sal nueva y los padres sonríen con esa señal de buen agüero. ¿Lloré, saboreé? Ahora, este símbolo me conmueve en su lección cruelmente verdadera. ¡Vayamos al hecho! Esta carne tierna de recién nacido, admirable miniatura de hombre o de mujer, si el alma venida de Dios se retiraría de ella por desdicha, pronto no sería más que putrefacción, cosa que no tiene nombre en ninguna lengua y que hay que enterrar lo más rápido posible para no sentir el olor, para no ver su fin… El heno si se pudre en la granja, la carne averiada, el pan florecido por falta de sal no son nada en comparación de esta creatura, la más bella que haya salido de Vos, oh Padre del Cielo, si viene a perder su alma. Cuerpo bien amado que aprieto en mis brazos, lindo querubín cuyos ojos reflejan la belleza de la Fuente de la cual vienes, ¿qué serías si Dios vendría a tomar el soplo tranquilo de tus finas narinas, qué serás un día cuando los Parcas quebraran el delgado hilo de tu existencia? Estás hecho para la vida, irás a la muerte. Alegría y repique de campanas el día del bautizo, promesas de lágrimas, anuncio de un toque de agonía que vendrá seguramente. La corrupción acecha cada día su presa y no pensar en ello jamás ha conservado a alguien.

La Iglesia lo sabe. Su sal no tiene el poder de impedir la muerte ni la espantosa disolución de la tumba. Una vez por todas, un inolvidable Viernes santo, superó acompañando a su Esposo a la Cruz, la angustia, el rechazo de la muerte y pasó más allá en la esperanza de la resurrección. Vita mutatur, non tollitur. La vida no es quitada pero cambiada. Esta sal significa la conservación de otra vida, de una belleza más profunda. Madre y maestra de verdad, poniendo esta sal en mi boquita a penas abierta, me enseñaba con autoridad que mi alma invisible tenía también su belleza pero frágil, su perfume pero corruptible. La necesidad de esta sal comprobaba que otra muerte no cesaría de acecharme cuyo ministro sería el pecado. Mi alma, si cayera en la tentación, esa locura, sería castigada con podredumbre súbita, esparciendo un olor nauseabundo, su vista se volvería espantosa a los santos. Mi edad adulta subscribe a esta enseñanza del bautismo. He visto, he sentido con un intenso dolor la muerte hacer su obra en la carne de seres inmensamente amados. Pero he visto, he sentido peor aún, con horror, los estigmas de la corrupción irreparable del alma que va impenitente hacía los sitios donde los gusanos roen sin descanso, donde las moscas se abaten sobre las almas muertas...

¡No, no quiero, no quiero morir de esta segunda muerte! Nunca, nunca, Dios mío, no seré de esas carroñas espirituales que ninguna tierra materna sepultará y si puedo a pesar del amor resolverme al pensamiento de la tumba para aquellos que me son cercanos, no podré soportar la idea que la maravilla de su alma viva pueda conocer la corrupción e impregnarse de la pestilencia del mal eterno, ¡nunca!

“Abre la boca y la llenaré”… Sí, Señor, abro los labios, me nutro, absorbo, saboreo este alimento bendito de la sal, dejo a vuestra Sabiduría penetrar, impregnar todas las fibras de mi ser. Y pongo en las almas de los que amo este discurso de Sabiduría para su salvación. ¡No quiero que mueran, no quiero morir! La sal de la Sabiduría, es vuestro Verbo, oh Padre, vuestra Palabra, el hijo salido de vuestras entrañas espirituales, Jesucristo. Beso a Jesús, recibo en mí su Palabra. Conozco el doble milagroso poder de esta sal bendita que la purísima e inmaculada Virgen dio al mundo para santificarlo. Tú, Cristo mío, te recibo en mis labios y te guardo en mi corazón. Impides su corrupción y le procuras un sabor, una salud, una alegría que preparan la vida eterna… Tú me habitas como la sal roja se esparce en el heno, conserva y abona la alfalfa y los tréboles… O como en el salero la sal mantiene las carnes en buen estado. Como el puñado de sal vuelve todo alimento agradable y el pan cotidiano sabroso para el hombre. La comparación es expresiva porque es cierta en su dureza. Jesús, tú eres la sal de mi alma, y quieres que seamos la sal de la tierra.

Fui testigo de tu obra poderosa en tan numerosas almas que ya no veo como podría dudar de ti en quien creo. Admiré como tu sal para, cura, apacigua las pasiones sensuales del alma: la lujuria, la gula, la pereza, esas frenesís inexplicables, irreprensibles, insensatas. Las vi milagrosamente calmadas como retrocede la putrefacción de una llaga bien curada. Admiré aún más como sazonabas con tu sabor las virtudes de cualquier espíritu abierto a tu influencia: la piedad bajo tu moción se hace más tierna, la generosidad más espontánea, la humildad más entera, la inteligencia de todas las cosas más viva. Entiendo que esta sal sea una propiciación para la vida eterna. Completamente penetrada por esta sal bendita de tu divina Sabiduría, el alma empieza su ascensión hacía la gloria. Su transfiguración es lenta primero. Escapa a los ojos de los que ya no la observan a fuerzas de ser sus testigos. Pero de época en época, la sal hace su obra y se apresura. El cuerpo mismo toma por ella figura de eternidad. Frecuentemente lo he visto revestir en la muerte, como una aurora anticipada, el esplendor sonriente y tranquilo de la mañana de la resurrección. ¡Sal de la Sabiduría, Sabiduría del Padre Eterno, Jesús mío, Tú sólo me arrancarás y mis hermanos conmigo al horror, a la pestilencia del pecado mortal! Sé que los condenados, allá, en los infernales carneros, serán salados por el fuego a fin que el olor de su corrupción espiritual no suba hacía los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva donde todo será gracia y belleza. Entonces, Cristo Rey y Señor de todo el Universo, ¡sal la tierra por tus Apóstoles, sal toda carne en esta vida por el fuego de tu Sabiduría llena de amor a fin que, si es posible, no se corrompa ni se pierda ninguno de los que has bautizado con tu Sangre, con el Agua y con el Espíritu para la vida eterna! ¡Llena este mundo con tu Sabiduría y seremos salvados!

En cuanto a mí, quisiera bautizar de nuevo y recibir la misión de ir a lo más lejano expandir con generosos puñados esta sal de Cristo por toda la tierra gritando: ¡Recibid la sal de la Sabiduría, oh pueblos insensatos, almas oscuras, aprended pues a vivir según Dios para ganar la vida eterna! ¡Así sea!

Enero 1973