Punto 91. La reforma de la justicia I. La autoridad soberana legítima contra toda injusticia

Rendir la justicia era la más antigua y la más gloriosa vocación del rey de Francia, por encima de sus vasallos más poderosos, vocación de soberano justiciero que san Luis llevó a su más alto grado de perfección. Ahí residía el secreto del apego de los humildes a la monarquía. Al contrario, desde la Revolución, la justica dejo de ser una institución sagrada, honrada, independiente y segura, las más flagrantes injusticias pudiendo perpetrarse sin remedio. La independencia de la justica es pues una añagaza.

1. La autoridad soberana deberá por consiguiente reivindicar ser el primer magistrado de Francia. En particular, si es real e independiente por su unción, ella sola puede darle fuerza y asegurar la libertad de la magistratura nacional, en su particular y abierta dependencia a un poder que se dedica al bien común.

2. Porque para rendir la justicia, es necesario no deberle nada a nadie, no temer a nadie y volverse, por vocación sobrenatural y predilección hereditaria, el defensor nacido de los humildes contra los grandes, los pobres en vez de los ricos, del pueblo aun contra sus propios funcionarios, e incondicionalmente contra las bestias de finanza, de industria, de comercio y de todas las feudalidades o potencias ocultas tendiendo a constituir estados en el Estado. Sólo una autoridad soberana independiente y legítima tiene esa capacidad.

3. Pero aún más, para tener el genio de la justicia, es necesario vivir sí mismo más allá de las ideologías, de las utopías, de las ambiciones de familia o de clase, del manejo del dinero y de la presión de los grandes intereses. La autoridad soberana es la única que respira la justicia. Se doblegará ante su Consejo soberano, la hará rendir por sus magistrados en sus cortes y tribunales, la protegerá en los tribunales de conciliación laboral de rutina y otras jurisdicciones locales y profesionales. En fin, el jefe de Estado gozará del derecho de intervenir directamente en cualquier proceso, aun si la sabiduría lo conduce a usarlo más que rarísimamente y tan sólo en el interés supremo del país.

4. La Justicia no sabría ser laica, atea. Sin Dios, no hay Justicia; es el reino de la iniquidad. Delegados de la autoridad soberana para juzgar según las leyes y en conciencia, los magistrados tronarán bajo el Crucifijo, ante el cual serán prestados los juramentos requeridos para las funciones y los actos de justicia.

5. La autoridad soberana dispone de las fuerzas de policía, judicial o administrativa, civil o militar, para prevenir y reprimir toda falta a las leyes y reglamentos dictados por ella o por las instituciones locales.