Punto 50. Que la voluntad del Espíritu Santo se realice en la tierra como en el Cielo

El falangista encuentra en su fe y su esperanza vivas la luz y la fuerza de su caridad fraterna, empuje de su dura existencia temporal y primicias de su felicidad eterna. Porque sólo queda el amor.

1. Eso dicho el objetivo de su vida diaria es la perfección de las virtudes cristianas, efecto de la gracia divina sin cesar renovada, devuelta y aumentada por los sacramentos de penitencia y de eucaristía, por los sacramentales, por la oración y las obras de misericordia. Su ideal constante es progresar en el amor de Dios, fiel a la Iglesia, entregado a sus hermanos, en paz con todos, cual sea su propio estado de rico o pobre, sano o enfermo, cuidado o cruelmente aislado, tranquilo o probado, honrado o proscrito, según la voluntad de Dios, para por fin morir a la hora que Dios quiera, en Cristo, hijo de la Iglesia, habiendo recibido el sacramento de la unción de los enfermos para la vida eterna.

La filosofía y las ciencias, la política y la economía, las técnicas, la cultura, las artes, los placeres están completamente ordenados hacia esta caridad. Y eso basta.

2. Misteriosamente, su abandono a la voluntad divina lo llevan más lejos, a correr al encuentro de lo que le es más opuesto a su bien aparente e inmediato, lo más contrario a su alegría terrestre, y a desear la pobreza, la enfermedad, los fracasos, las tribulaciones, las separaciones, las persecuciones por la justicia ¡el martirio por Cristo!

La gloria de Dios, la victoria del Señor Jesús, lejos de padecer por semejantes derrotas, al contrario parece llamarlas. “¿No era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria?” El falangista acceda a la sabiduría suprema del Amor aceptando el tipo de porvenir y de muerte que Dios querrá para él, y de antemano  morir cada día para ya no vivir, él ¡sino que Cristo viva en él! Desde su juventud, el falangista aceptará el sacrificio de su vida, si Dios lo quiere, por Cristo, la Iglesia, la Cristiandad, por su patria, por su rey, y también por el más pequeño de sus hermanos humanos.

3. La Reina de la Falange, a causa de ello, es la Santísima Virgen María, con su Corazón doloroso e inmaculado, que de manera maravillosa supo unir en su vida la humildad de una perfecta virginidad y la gloria más eminente de las maternidades, que conservó en su corazón todas las alegrías del amor de un Dios, de un Esposo y de un Hijo hasta en el centro del dolor, en la cima del Calvario. Vuelta la corredentora del género humano, mediadora universal de todas las gracias, madre y modelo de las almas cristianas, mujer del Apocalipsis, anunciadora del Paraíso.