Punto 39. La parroquia, comunidad cristiana

1. El falangista no conoce más que esas tres comunidades jerárquicas y fraternas en la Iglesia, el papazgo, la diócesis, la parroquia. Roma es la sede de la soberanía infalible, santa, suprema. La diócesis es la sede de la autoridad tutelar, cercana, cotidiana. Pero, para cada fiel, la parroquia es el lugar providencial constante y normal de su culto a Dios y de su caridad fraterna. El cura que es el pastor recibe sus poderes del obispo para estar al servicio de todos según los usos y costumbres de esta comunidad primordial.

2. A pesar de todos los esfuerzos de los revolucionarios y reformistas para sustituirle a esta célula base de la Iglesia, territorial e inmemorable, comunidades de personas individuales libremente reunidas, sin otro lazo que la pura espontaneidad, es decir vacilante, sin sitio ni pasado, la parroquia debe permanecer. Ella sola, por su hilada territorial, puede y debe asegurar, no como con los caprichos individuales de los anteriormente mencionados, la predicación del Evangelio, el servicio del culto y de los sacramentos, el gobierno de las almas. Se esforzará así en mantener bajo sus alas a todos sus hijos, desde su nacimiento hasta su muerte.

Ella constituye una comunidad de vida, de destino, reconocida por el derecho, mientras que toda comunidad libre fluye según las ganas de sus adherentes y no subsiste más que por la iniciativa de sus dirigentes de ocasión. La Iglesia parroquial en el centro de la aglomeración y el signo de su campanero manifiestan que toda la realidad humana está asumida para consagrarla a Cristo, en el espacio y en el tiempo de las generaciones.

3. El falangista es un buen feligrés; le gusta estar entre la masa de los fieles, siendo uno de ellos, para lo esencial común y permanente de la vida cristiana. Al revés de los intelectuales que la desprecian y de una pretendida elite que la huye a causa de sus promiscuidades.

A este más bajo nivel, la vida de la Iglesia debe ser realista, comunitaria, tradicional. Y es bueno que, por elección, un consejo de mayordomos, bajo la presidencia de honor del cura, administre los bienes y cuide el mantenimiento de la religión, el respeto de las cosas santas y a las tradiciones.

Instruirse en el catecismo y en las homilías dominicales, recibir los sacramentos en los momentos debidos, participar a la liturgia, a las devociones, a los sacramentales y a todas las obras caritativas, apostólicas y misioneras, define la religión popular que es, en el ámbito parroquial, la mística profunda, estética, ética, del pueblo católico a través de los años.