Georges de Nantes.
Doctor místico de la fe católica

20. JUAN PABLO I, UN SAN PÍO X SIN SABERLO 

(1978)

ANNUNTIO VOBIS GAUDIUM MAGNUM... y era cierto, la alegría estaba en su cara; el cardenal Felici; primer cardenal diácono, anunciaba el 26 de agosto de 1978, en la tarde de un admirable día de verano, a la Iglesia de Roma una gran alegría para la Ciudad y para el mundo entero, la elección al soberano pontificado del Patriarca de Venecia, el cardenal Luciani.1

En su editorial de septiembre de 1978, el Padre de Nantes exulta, al grado de intercalar entre las líneas del faldón de la revista ‘La Contra Reforma católica en el siglo XX’ las palabras de ‘Renacimiento católico’ y titulaba: “ Un nuevo San Pío X sin saberlo.” Sí, Juan Pablo I se parece a San Pío X como un hermano o un discípulo: sus orígenes pobres, su ciencia consumada, sus virtudes probadas, su amor de la Iglesia y hasta sus carreras hacen pareja. Después de veinte años de oscuridad, una suave luz ilumina de nuevo el rostro de la Iglesia.

Pero un extraño presentimiento estrecha el corazón de nuestro Padre: “A la misma hora en que el Papa era elegido, tenía lugar la primera ostensión de la Sábana Santa en Turín, mostración de la Santa Faz de Jesús crucificado, memorial de su Pasión, argumento de su Resurrección, en presencia de ochenta mil personas. El Papa es nuestro dulce Cristo en la tierra, a veces es otro Crucificado, como San Pedro. El que viva verá.2

UN BUEN PAPA CATÓLICO.

“Es hermoso, es reconfortante pensar que los cardenales hayan quedado seducidos por la virtud, aún más por la fe de uno de sus pares. Fe segura, virtud humilde que se quiere escondida y por ello se manifiesta más.

“ ‘Si es sólido y firme, escribe excelentemente el Figaro3, es así mismo fraterno y amical. Sabe sonreír y sabrá hacerlo tomando decisiones que su difícil cargo lo obligará a tomar. El hombre respira la claridad y la bondad. Es un hombre de Dios que tiene un corazón de pobre.’ Y más lejos: ‘Su bondad y su simplicidad aserenan después del intelectualismo angustiado de Pablo VI.’

“Evidentemente el contraste está en favor del elegido y atestigua de los pensamientos profundos del conclave. Laurentin precisa; ‘Después de un intelectual, es un empírico. Después de un diplomático, un pastor. Después de un reformador, un jardinero, cuidadoso en recoger los frutos.’ Después de la lluvia los días de sol, el arcoíris después del diluvio, ¡y qué diluvio! El Corriere della Sera, él también movido por la gracia, evoca el nuevo Papa ‘y sus zapatotes de sacerdote de los pobres, que bajó a la ciudad tal vez con ciertos rigores ortodoxos en el espíritu, pero seguramente con el corazón lleno de caridad’ [...]. Bajo esa cara sonriente, en esa sabia santidad que revela al discípulo ferviente de San Francisco de Sales, todos han visto, admirado, aceptado y amado estas dos virtudes mayores: un rigor doctrinal y moral inflexible, que adulza una gran bondad hacia las personas y sobre todo los pobres [...].

“Todo el mundo está al corriente, todos lo entienden bien, firman y contrafirman. Es sorprendente, es maravilloso, Dios, Cristo, la Iglesia vuelven al primer plano, por la gracia de un nuevo pontificado. La fe inquebrantable y la extrema caridad de Albino Luciani, la alegría sonriente y serena de su esperanza, han realizado ese milagro. La Iglesia ha preferido un Papa intransigente en la fe, liberal hacia las personas, a otro, liberal en las ideas con la gente de fuera pero duro y brusco con la gente de su propia casa. El Figaro insiste: ‘No admite que se pueda transigir sobre la fe y sobre las exigencias morales del Evangelio.’ ¿Sus predecesores lo hubieran pues admitido? En cuanto al Osservatore romano, define al elegido del Conclave con dos palabras: ‘su absoluta fidelidad al Papa y su catolicismo riguroso.’ Hoy permanece la fidelidad del Papa a él mismo, a su catolicismo riguroso en un corazón manso y humilde.4

¡Qué confirmación de lo que el Padre de Nantes no había cesado de predicar, en su fe absoluta en la Iglesia! “Siempre les dije, hasta en los peores momentos: no somos nosotros quienes salvarán a la Iglesia. Es la Iglesia que se salvará ella misma. Y aún: No se hace nada santo, estable, decisivo en la Iglesia sin Roma, fuera de Roma, o contra Roma; cuando Roma querrá, el renacimiento católico vendrá.5

UNA PUERTA DE NUEVO ABIERTA, UNA RECONCILIACIÓN POSIBLE.

Nuestro Padre no olvidaba el Concilio, la apertura al mundo, la reforma de la Iglesia, el ecumenismo, la política montiniana. Hasta preveía que Juan Pablo I continuaría por el mismo camino. Pero al estudiar cómo, joven obispo de Vittorio Veneto y después patriarca de Venecia, había reaccionado ante esas novedades, descubrió que Albino Luciani las había modestamente aceptado esforzándose en volverlas conformes a la doctrina tradicional.

Salvo una: la Libertad religiosa, que no veía ningún medio de conciliar con la enseñanza de sus maestros. Y el Padre de Nantes sorprendió una confidencia de alto impacto que atestiguaba el drama de conciencia del elegido del conclave:

“Entre Juan Pablo I y nosotros, escribirá en su editorial de octubre de 1978, entre la herencia de Juan y Pablo que declaraba asumir y nuestra liga de Contra Reforma, permanecía una contradicción irreductible sobre puntos de fe, precisos, importantes. No podíamos, nunca podremos aceptar como un dogma nuevo el pretendido derecho social del Hombre a la libertad religiosa, no más que el culto del Hombre proclamado por Pablo VI a la faz de toda la Iglesia el 7 de diciembre de 1965, para la clausura del Concilio. Por eso se nos decía en Francia y en Roma desde hace quince años que estábamos adentrados en un camino sin salida.

“Eso dicho la salida, Juan Pablo I nos la ha vuelto a abrir. Con una simple palabra, de honradez, de humildad. La propia palabra deshace la herejía, desbloquea el callejón conciliar. Esta simple palabra justificaría el reino demasiado breve de este Pontífice sobre el trono de San Pedro, en la unanimidad de la Iglesia reconociéndose en él. Confesando sus luchas íntimas, durante el Concilio, y la dificultad de adherir a las tesis novadoras, en particular a su teoría de la libertad religiosa, había hecho esta confidencia:

“ ‘La tesis que me fue más difícil aceptar fue la de la libertad religiosa. Durante años, había enseñado la tesis que había aprendido durante las clases de derecho público dadas por el cardenal Ottaviani, según la cual sólo la verdad tiene derechos. Estudié a fondo el problema y, al final, me convencieron que nos habíamos equivocado.’

“De golpe, la franqueza del Papa restauraba el derecho de todos a ser escuchados, aún después de Vaticano II, sin excomuniones fraudulentas, y las verdaderas proporciones del drama presente. He aquí: algunos acabaron por dejarse convencer o convencerse ellos mismos que la Iglesia se había equivocado hasta la fecha. Otros permanecieron convencidos o acabaron entendiendo que se han equivocado y nos engañaron los novadores de este Concilio antes que la Iglesia de siempre. Confesar posible el error, el engaño en un sentido o en el otro, es devolverle la paz a la Iglesia retachando esas difíciles cuestiones en el sector de las opiniones libres en la espera de un Vaticano III dogmático o definiciones infalibles del Papa.6

LA SÁBANA SANTA DE TURÍN.

Mientras que el ‘Papa de la Sonrisa’ conquistaba el corazón de sus hijos, las muchedumbres se aglutinaban en Turín para participar a la ostensión solemne de la Sábana Santa, organizada durante todo ese mes de septiembre.

La devoción de nuestro Padre hacia la Sábana Santa de Nuestro Señor remonta a su infancia. Como lo relata en sus Memorias y Relatos, podría ser “a lo mejor en 1932, la señorita de Otaola, de regreso de una peregrinación a Lisieux, ¡me dio a mí! un espeso folleto, ilustrado con toda la iconografía tradicional. Miré esos grabados [...].” Descubrió ahí el cuadro de la Santa Faz pintado por Celina Martin, vuelta sor Genoveva, en el Carmelo de Lisieux7.

Más tarde, cuando entró al seminario, quiso tener siempre esta imagen bajo los ojos: “En la mesa coloqué ‘El Modelo Único’, abierto en la primera página, en la que aparece la Santa Faz de Cristo reproducción pasmosa de la Sábana Santa de Turín, y puse enfrente la crucecita de madera de Jean Bogey sobre la cual había inscrito el Jesus Charitas del querido fray Carlos de Jesús. Estos objetos de mi culto íntimo debían permanecer sobre mi mesa de seminario durante cinco años. De paso esta recamara con muros verdes se volvía la celda verdaderamente mía con el Amado que me había introducido en ella.8” Habiendo vivido así en la contemplación de la Sábana Santa durante todo su seminario, la hará su imagen recuerdo de ordenación, el 27 de marzo de 19489. Y cuando será cura de Villemaur, varias veces reunirá a sus feligreses en un café, por falta de espacio en el presbiterio, para darles una conferencia sobre la Sábana Santa, con la ayuda de diapositivas.

Eso dicho, cuando nuestro Padre se enteró de la ostensión de la Sábana Santa en Turín, me envío allá con fray José, sobre todo que uno de nuestros amigos ofrecía dos lugares en el autobús que alquilaba para los peregrinos de Montpellier. De la misma forma, nuestro Padre alentó un gran número de nuestros amigos a ir allá, en familia o en grupo. Como lo escribía en la Liga: “Estuvieron pues entre esos tres millones trecientos mil peregrinos contados en Turín durante los cuarenta y tres días de la ostensión de la Sábana Santa... Ahí también, los cristianos han ‘votado con sus pies’. Es la prueba de la permanencia de la fe y del fervor de los fieles, y eso que no se había hecho mucha propaganda en las altas instancias, tantos hombres de Iglesia pretextando que la jerarquía no tiene porqué pronunciarse sobre esta discutible reliquia. Sin embargo, pienso que tampoco estén obligados en hacerse de la vista gorda para no ver lo que los sabios más serios del mundo ven y muestran!”

Como debía yo participar después en el Congreso científico de los 7 y 8 de octubre, en calidad de exegeta, nuestro Padre agregaba: “Es una cosa absolutamente sorprendente que tantas disciplinas eclesiásticas, de costumbre sin relación, por falta de objeto común, estén empeñadas en el estudio de la Sábana Santa y, ya puedo decirlo, todas tienen por resultado la demostración sin réplica de la autenticidad de ésta como verdadera sábana de un verdadero crucificado y tal como sólo se conoce a un crucificado, resucitado, respondiendo a los datos entregados por el objeto mismo: ¡Jesucristo!”

Así, en ese mismo año de 1978, después de haber traído de ese Congreso tantas observaciones nuevas y juntado durante meses una importante documentación, nuestro Padre me envió a dar, en toda Francia y hasta en Bélgica, retiros CRC, y después grandes conferencias públicas sobre la Sábana Santa de Cristo, ‘prueba de la muerte y de la resurrección de Nuestro Señor’. “Hay en ello un regalo de Dios a nuestro siglo veinte para el despertar de la fe en el mundo”10, se regocijaba. Y el mes siguiente, exclamaba: “La Sábana Santa, es el desafío de Dios a los ateos y modernistas, en nombre de la Ciencia!11

VOTOS PERPETUOS DE NUESTRO PADRE.

En la alegría del advenimiento de Juan Pablo I y de esta ostensión de la Sábana Santa, nuestro Padre le anunció a nuestros amigos, el 3 de septiembre de 1978, otra gracia: en julio, había tomado la decisión, largamente madurada, de hacer sus votos perpetuos, conforme a nuestra Regla monástica. Todo volviéndose tan difícil, la situación pareciendo eternizarse, quiso darle a sus hermanos y hermanas, a sus amigos como a Nuestro Señor, la prueba de su apego indefectible a nuestra comunidad, a nuestra obra, a nuestro combate.

Juillet 1978, pèlerinage à Domremy. « Oui, nous y sommes tous allés d’ici, à la rencontre de nos cent cinquante jeunes cyclistes pour leur dire la messe, et pour les réconforter de leurs courses sous la pluie... Le soleil commença de briller doucement tandis que sur les bords de la Meuse fleurie, à la croix de mission de Domremy, nous chantions la grand-messe de sainte Jeanne d’Arc, les églises nous étant d’ordre de l’évêque interdites. » Notre Père avait pris la décision de prononcer, le 15 septembre suivant, ses vœux perpétuels. Providentiellement, cet engagement se fit sous le lumineux pontificat de Jean-Paul Ier.

“El 15 de septiembre será el veinte aniversario de la fundación de nuestra comunidad de los Hermanitos del Sagrado Corazón, en Villemaur donde me volvía al mismo tiempo el cura, con la bendición de Mons. Le Couëdic, obispo de Troyes, que entonces nos quería bastante, bajo el pontificado del gran papa Pío XII que llegaba a su término con inmensa gloria (y también del enderezamiento francés, ¡ay! tan cruelmente invertido, del 13 de mayo argelino). Veinte años. Veinte años de tempestad, ¿y por cuánto tiempo todavía? No era hora para festejar y decidí solamente marcar ese día haciendo el 15 de septiembre mis votos perpetuos, para mi propio avance espiritual, pero también para darle a todos aquellos, hermanos, hermanas, y familiares y amigos que han llegado desde ese 15 de septiembre de 1958, una prueba de fidelidad a Dios, y a ellos, un compromiso resuelto, definitivo, en la Orden fundada, el camino trazado. Decisión tomada en julio, anunciada el 1º de agosto.

“Y he aquí que llega, en este mes de agosto, un cambio tan grande, tan imprevisto, que ya no esperábamos, y del cual los dichosos efectos están aún escondidos a nuestros ojos: ¡Tenemos un Papa según el Corazón de Dios, según nuestros corazones! Podremos festejar, ¡oh! sin ceremonia, porque todavía estoy en cesación a divinis, –desde hace justo doce años, era el 25 de agosto de 1966 mi última misa en la iglesia del pueblo. Y sobre todo, voy a poder hacer mis votos con este espíritu de confianza filial y de sumisión al Vicario de Jesucristo en la tierra que será mi alegría y consolación más intensa. Será el 15 de septiembre a las once de la mañana en nuestra casa San José [...].”

Nuestro Padre comunicaba su acción de gracias por esos veinte magníficos años, de alegría y de penas, de labor al servicio de la Iglesia. ¡Y con una alegría tanto más grande al ser común, inspirada en todos por la piedad, la fe, la rectitud segura, la bondad del Padre Común, autorizando todas las esperanzas! “Han terminado veinte años de tormentos. Recobramos a la Iglesia, nuestra Santa Iglesia de septiembre de 1958, no forzosamente en sus ritos y sus formas exteriores, sino en la fe católica, la esperanza sobrenatural, el amor de caridad para con Dios y el prójimo. La alegría estalla pues en un pueblo que empezaba a asfixiarse: ¡Viva el papa Juan Pablo I, hombre de Dios! Es el Santo Padre, somos sus hijos.12

Por su lado, fray Gerardo precisaba: “Estos votos tienen en verdad una grandísima importancia. Marcan, según nuestra Regla, la entrada en un estado de vida nuevo, totalmente renunciado, más alejado y separado del mundo, completamente entregado al amor de Dios y del prójimo en la contemplación, la fraternidad de la comunidad, el servicio de la Iglesia y de las almas. No cabe duda que será para él un paso decisivo del cual todos seremos beneficiarios. Es un deber filial que nos es muy suave de rodearlo en ese día con nuestras oraciones y con nuestra afección [...].

“Había tomado su decisión en la angustia del pontificado de Pablo VI. No nos podemos defender en ver una dichosa señal al verlo cumplir su palabra en la esperanza del pontificado nuevo y mientras que, según él, se levanta ya la aurora del gran Renacimiento católico por venir.13

En la tarde de ese hermoso día del 15 de septiembre, nuestro Padre escribía: “La ceremonia de mis votos, la Misa solemne de Nuestra Señora de las Siete Espadas y después la pequeña fiesta fraterna que siguió han sido muy iluminadas y avivadas por nuestra nueva y vieja esperanza. Los amigos que habían podido venir, los telegramas, las centenas de cartas a las cuales se mezclaban muchos dones generosos para la construcción que se está llevando a cabo, manifestaban su participación a nuestra alegría de hoy, ¡y ahora que todo el mundo se ha ido la alegría permanece! pero también su confianza en nuestro porvenir que estos votos perpetuos vienen a consolidar con la ayuda, la misericordia, la bendición de Dios.

“Mi acción de gracias sube hacia Jesús y María con una inmensa alegría por la misma razón que aparece en todas sus cartas, esta concordancia, en la que nos atrevemos a ver un designio secreto de la omnipotencia e infinita Sabiduría de Dios, entre la inmensa y santa alegría de la Iglesia liberada, entregada a un santo y ya muy amado Pontífice y nuestra alegría de la bendición divina experimentada en este día en que mi alma se ha unido a su Esposo espiritual íntimamente y para siempre, rodeado de nuestros doce hijos y de nuestras doce hijas, en presencia de mi querida mamá y mi familia cercana y de todos ustedes, nuestros muy queridos, entregados, generosos, fieles amigos. Sí, bendito sea Dios infinitamente y para siempre. Los años por venir podrán ser duros todavía, tenemos en nuestros corazones el tesoro esencial, aquel que nunca se nos será quitado: pertenecemos a Jesucristo, en su Iglesia, entregados al servicio de Dios y de la Patria... y algo, algunos signos maravillosos de estos meses de agosto y de septiembre, nos dice que estamos ganando: ¡ahora es el Renacimiento católico y mañana la reconstrucción francesa!14

EL PAPA CATEQUISTA.

En efecto, bajo el báculo de Juan Pablo I, todo se volvía posible.

Antes de su elección, el cardenal Luciani se había alarmado de los progresos de la ignorancia religiosa: “ Se toma la costumbre de enseñar el catecismo como sea. Con el pretexto de utilizar un lenguaje nuevo, acaba uno amputando y cambiando el contenido de la fe.” Vuelto Papa, anunciaba su resolución: “ Haré pocos discursos, serán breves y al alcance de todos.” De corrida, entusiasmó a los simples feligreses con la forma misma de sus alocuciones adornadas con imágenes, anécdotas, recuerdos, parábolas: “¡Qué bien predica! Se entiende todo”, se exclamaba una mujer del pueblo. Y el periodista Jean Bourdarias recordaba que semejante predicación por parte de un Papa no estaba sin precedentes: “Pío X ya hacía el catecismo, el domingo, en el patio del Vaticano.15

Para su primera audiencia general del miércoles, 6 de septiembre de 1978, Juan Pablo I predicaba sobre la Humildad. Así empezaba a purificar a la Iglesia de la ‘soberbia de los reformadores’ denunciada por el Padre de Nantes en su Carta a Pablo VI16.

“ Ante Dios, decía el nuevo Papa, la postura del justo es la de Abrahán cuando decía:¡Soy sólo polvo y ceniza ante ti, Señor!Tenemos que sentirnos pequeños ante Dios. Cuando digo:Señor, creo, no me avergüenzo de sentirme como un niño ante su madre; a la madre se le cree; yo creo al Señor y creo lo que Él me ha revelado.”

La audiencia del 13 de septiembre, sobre la Fe, hacía pasar las novedades conciliares muy lejos detrás de la santa Tradición católica: “ Cuando el pobre Papa y cuando los obispos y los sacerdotes presentan la doctrina, no hacen más que ayudar a Cristo. No es una doctrina nuestra, es la de Cristo, sólo tenemos que custodiarla y presentarla”.

En cuanto a su predicación sobre la Esperanza, sonrisa de la vida cristiana, revelaba, la semana siguiente, la alegría íntima de saberse “ comprometido en un destino de salvación, que desembocará un día en el Paraíso... Quisiera que leyerais una homilía predicada por San Agustín un día de Pascua sobre el Aleluya. El verdadero Aleluya —dice más o menos— lo cantaremos en el Paraíso. Aquél será el Aleluya del amor pleno; éste de acá abajo, es el Aleluya del amor hambriento, esto es, de la esperanza.”

El 27 de septiembre, Juan Pablo I acaba esta enseñanza muy evangélica hablando de la tercera virtud teologal, la Caridad, siempre con la misma simplicidad alegre. Era el día antes de su muerte:

“ Resumiendo: amar significa viajar, correr con el corazón hacia el objeto amado. Dice la Imitación de Cristo: el que ama corre, vuela, disfruta (I. III, cap. V, 4). Amar a Dios es, por tanto, viajar con el corazón hacia Dios. Un viaje precioso [...].El viaje comporta a veces sacrificios, pero éstos no nos deben detener. Jesús está en la cruz: ¿lo quieres besar? No puedes por menos de inclinarte hacia la cruz y dejar que te puncen algunas espinas de la corona, que tiene la cabeza del Señor (cf. Sales, Oeuvres, Annecy, t. XXI, pág. 153)

UN RENACIMIENTO CATÓLICO ESPONTÁNEO.

El carisma extraordinario del Papa para conmover y avivar los corazones provocó, desde los primeros días del pontificado, un renacimiento católico espontáneo, celebrado por nuestro Padre:

“Este Papa religioso y firme en la fe, tan bueno, tan amable, con su simple aparición ha recobrado la unidad cordial del pueblo cristiano, sobre lo esencial que es el culto de Dios, la fe en él, la piedad personal y el labor de las virtudes, sobre todo el amor fraterno. Y la Iglesia se sintió vivificada, liberada de la argolla de las novedades postconciliares, de la tiranía de los intelectuales reformistas, de las exigencias insoportables de la apertura al mundo. ¿Era pues tan sencillo ser católico? La sonrisa del Papa mostraba también, predicaba que era una alegría, una dicha. Así se soldó de nuevo esta alianza inmemorable que habíamos olvidado, entre el Papa y el pueblo, fuera de los incomprensibles enredos del partido reformador y de su soviet supremo [...].

“Nuestros jefes de núcleo ya nos anunciaban, en las parroquias, por parte de los sacerdotes, en los monasterios, en la prensa católica, un regreso no constreñido sino espontáneo, alegre, a la purísima religión, la de antaño.17

Al escuchar al papa Juan Pablo I, el Padre de Nantes notaba aún muchos palabras que, con amabilidad y humor, iban al enderezamiento de las ideas que los quince años pasados habían mantenido al revés. Se decía por ello “autorizado a creer que los tiempos de antes de la reforma conciliar habían vuelto; entonces, que la tradición no había sufrido una cesura más que parcial, más aparente que real. La Iglesia iba a recuperar la ‘lámpara de Aladino’ que su esposa como burra había cedido al mago.”

Esta historia de la lámpara de Aladino, el Papa la había utilizado en tiempos de su patriarcado de Venecia como alegoría del cambio de los catecismos. Sacaba de ello la lección siguiente: “¡Aguas! Las ideas ofrecidas por ciertos magos, aunque brillen, no son más que cobre y duran poco tiempo. Las que se llaman viejas y fuera de moda frecuentemente son las ideas de Dios, de las cuales está escrito que son para siempre.18

La mayor preocupación del papa Juan Pablo I era restaurar la unidad en la Iglesia: “ Debemos trabajar juntos, declaraba en su discurso a los cardenales, el 31 de agosto de 1978; busquemos darle al mundo el espectáculo de la unidad, hasta a veces al precio de unos cuantos sacrificios. Tendríamos todas las de perder al mostrarnos al mundo desunidos.”

El Padre de Nantes se unía tanto mejor a esta preocupación del Santo Padre cuando fundaba la liga de Contra Reforma católica con ese único fin, preconizando “ una tregua entre católicos, tregua que por su propia virtud podría, al prolongarse, devolver la paz en la Iglesia19. El momento había pues llegado. “ Para la unión, para la reconciliación, aseguraba nuestro Padre, estamos aquí listos para hacer grandes sacrificios, estando salvadas la fe, la esperanza y la caridad.20

Pero Dios había dispuesto las cosas de otra manera.

“EL PAPA DEL HOLOCAUSTO.”

Es bajo este título que el Padre de Nantes se preparaba a escribir la crónica de ese primer mes de reino, para revelar lo que ya se tramaba, cuando llegó la noticia, a las vísperas de la apertura de nuestro Congreso:

“El Padre que la Iglesia nos había dado en la alegría universal en la tarde del 26 de agosto, treinta y tres días más tarde Dios lo llamaba repentinamente a Él, en la noche del 28 al 29 de septiembre, dejándonos a todos con una gran tristeza y consternación. ‘Dios nos lo dio, Dios nos lo ha quitado, que su santo Nombre sea bendito.’ (Jb 1, 21) Y sin embargo, al enterarse de ello en la mañana del 29 de septiembre, nos hemos sentido huérfanos como eso no nos había sucedido desde hace veinte años.21

El editorial consagrado al Papa difunto en el boletín de octubre presenta una tal analogía con el tercer Secreto de Fátima, que no será revelado más que en el año 2000, que estamos llevados a pensar que nuestro Padre vivió y entendió estos eventos con la luz de Dios, tal como los ven en el Cielo:

“ Y vimos en una inmensa luz que es Dios: ’algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él’ a un Obispo vestido de blanco ’tuvimos el presentimiento que era el Santo Padre [...]. Atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezaba por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue matado por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros y flechas.”

“Todos se sienten conmovidos por una gracia misteriosa, escribía nuestro Padre en octubre de 1978, santificados por el paso de este cordero inocente, santamente conmovidos por el sacrificio del Pastor tan bueno que daba su vida por su rebaño y cuyo sacrificio quedaba aceptado [...].

“Marcó con su santa señal el papazgo, lo lavó con su reciente pasado y con su muerte acontecida hizo en la Iglesia todas las cosas nuevas. ¿Se le olvidará rápidamente? Lo sé, el mundo moderno no tiene memoria, enfocado en la actualidad, pero el alma de la Iglesia es fiel... Y si hace milagros, lo que no me sorprendería, lo que espero, ‘aun después de muerto sigue clamando’ (He 11,4)

“Albino Luciani, eso quiere decir blanca luz, esplendor lunar que brilla en la noche y la ilumina con una hermosura que le debe totalmente al sol del cual es el reflejo. Tal fue la humildad de aquel que confesaba no ser la luz sino tan sólo querer ser ante nosotros el espejo. Y la sabiduría de un Vicario de Cristo que no quiso saber nada entre nosotros sino a Jesús y Jesús crucificado, despachando todo lo humano que obstruía, que entenebraba, que atontaba a la Iglesia...

“Para mí así interpreto la muerte de Juan Pablo I, como un holocausto aceptado por Dios para la salvación de su Iglesia y la paz del mundo. Como la otra muerte misteriosa, la del patriarca de Leningrado, en el despacho, en los brazos mismos del Papa, absuelto por él22, me parece el signo profético de la conversión de Rusia por el regreso de los comunistas a la verdadera fe y la unión de los orientales cismáticos a la Iglesia romana. Porque Nikodim era comunista, agente del kgb, vuelto por gracia ferviente ortodoxo, picado por el juego de sus funciones internacionales a desear ardientemente esta unidad cristiana que Dios le había dado a vivir con su muerte, viniendo a poner un sello de autenticidad a sus últimas palabras, ¡palabras de amor por la Iglesia!

“Semejantes muertes no tienen nada que deba espantarnos. Al contrario, hablan de divina misericordia, y de ‘ese tiempo de paz’ que a la oración del Corazón Inmaculado de María nuestro Padre del Cielo le dará al mundo, por la conversión de Rusia y por el renacimiento y la expansión universal de la fe católica romana, con el trabajo de cada día.23

MÁRTIR DE SUS HERMANOS.

¡Lo han matado!” murmuraban los Romanos al pasar ante el cuerpo del Padre común, tan brutalmente arrancado a su afección. “Dios permitió la muerte de su servidor, es cosa segura, comentaba el Padre de Nantes, y la Iglesia proseguirá en el mismo camino a pesar de sus enemigos. Para mí, en este asesinato, no separo los expedientes, de los encargados de los expedientes. Lo que mato al santo papa Juan Pablo I, es haber abierto los archivos secretos de Pablo VI [...]. Los expedientes, son el cáncer en la Iglesia, toda esta leucemia de desorden, de apostasía, de inmoralidad expandidos, instalados oficialmente, halagados, de arriba a abajo de la jerarquía [...], la inmensa autodestrucción de la Iglesia y los humos de Satanás que evocaba elocuentemente el Papa precedente pero que el cardenal Luciani jamás había considerado en su amplitud, dejándole eso a la autoridad suprema y aplicándose en cumplir con perfección su cargo, manteniendo todo en mano en su patriarcado de Venecia sin tolerar el menor desorden. Eso dicho he aquí por lo que ha muerto: haber visto que había que salir de los caminos tranquilos de un sabio reformismo que se quería conciliar, para cortar a vivo y combatir el desorden postconciliar. Si se sintió demasiado débil para semejante lucha, entonces es cierto que murió de ello; pero si había resuelto dar batalla inmediatamente, en efecto tal vez lo mataron.24

En 1979, el Padre de Nantes recibió el testimonio preciso de una personalidad romana sobre la causa del deceso de Juan Pablo I. Según esta fuente, el Papa había sido envenenado con una dosis mortal de digitalina que se había tragado creyendo tomar su remedio habitual. En su conferencia del 24 de noviembre de 1979, nuestro Padre evocará la mano criminal que “sirvió una triple dosis de digitalina el 28 de septiembre de 1978”25.

La implacable demostración que el periodista inglés David Yallop publicó en 1984 en su libro ’En nombre de Dios’, confirmó la verdad de toda la información que nuestro Padre había recibido y suputado: Juan Pablo I se preparaba a poner fin a las malversaciones financieras y a las estafas de Mons. Paul Marcinkus, colocado por Pablo VI para dirigir el Banco del Vaticano26, y segundado o apadrinado por los mafiosi milaneses y sicilianos, como por bandidos de la logia P 2, de los cuales su gran maestro, Licio Gelli.

Es el 28 de septiembre que el papa Luciani inició su ‘golpe maestro’. La mañana siguiente, a las cinco en punto de la mañana, un coche del Vaticano se presentaba en la puerta de los embalsamadores romanos, los hermanos Signoracci... ¡el coche había pues salido del Vaticano para ir a buscar a los embalsamadores antes que se descubriera al Papa muerto, en su baño! Este hecho se inscribe en un conjunto de indicios y pruebas demostrando el asesinato de Juan Pablo I por envenenamiento. Las impresionantes revelaciones del periodista inglés, del cual el Padre de Nantes censó inmediatamente la encuesta27, han sido confirmadas con la continuación de los eventos.

LAS LECCIONES DE UN BREVE PONTIFICADO.

A la diferencia de tantos otros Papas alabados en vida, olvidados después de su muerte, el recuerdo de aquel que fue llamado ‘el Papa de la sonrisa’ hablará todavía mucho tiempo al corazón de la Iglesia. Las lecciones de su pontificado de treinta días serán siempre actuales.

El Padre de Nantes durante su conferencia pública en homenaje al ‘Papa de la sonrisa’. “ Los años por venir podrán todavía ser duros, tenemos en nuestros corazones el tesoro esencial, el que nunca se nos quitará: pertenecemos a Jesucristo, en su Iglesia, entregados al servicio de Dios y de la Patria.”

Así, a pesar de los errores, cismas y escándalos del concilio Vaticano II, la santidad subsistía en la Iglesia, y no solamente en el campo de los oponentes declarados a las reformas conciliares. Almas puras y sumisas permanecieron indemnes de herejía y cisma, a pesar de su adhesión por obediencia inocente a las doctrinas nuevas que querían entender en un sentido católico tradicional. Nuestro Padre me lo hacía notar un día a propósito de sor Lucía: en su sabiduría, Dios puede permitir que uno de sus inspirados se desvié sin ofenderlo, a fin que la multitud de los fieles, que habrán seguido al Papa sin entender, sean excusados de su desvío. Y me citaba el ejemplo de Albino Luciani aceptando la libertad religiosa. Era antes de la divulgación del Secreto. ¡Qué premonición!

Cuando las circunstancias exactas del asesinato de Juan Pablo I fueron conocidas, nuestro Padre sacó otra lección de este pontificado:

“La idolatría del Dinero, vuelta la tara esencial de nuestro mundo moderno, ahora que se ejerce soberanamente en la Casa de Dios, acababa por corromper todo.” Albino Luciani había “medido esta llaga del capitalismo internacional, inmensa ‘fortuna anónima y vagabunda’, que roe a las familias, a las instituciones cristianas, a los Estados, y había entendido que era el mal más profundo de nuestra sociedad moderna. Y desde siempre, en lo que le concernía, era a ese mal que le había declarado la guerra.

“Elegido Papa, reformaría la Iglesia para devolverle la pobreza evangélica, ‘real tanto como de corazón’. Al empezar con Roma, y en Roma, por el Vaticano, y en el Vaticano por su banco. Es por haber emprendido vigorosamente este aseo difícil, peligroso, que murió [...].

“Ya no diré con Dostoïevski: es la belleza que salvará al mundo. Ni con Maurras: es la monarquía que salvará al mundo. Ya no diré, como yo mismo lo pensé y repetí: es la fe que salvará el mundo. Ahora, veo en la dulce claridad del primer Papa mártir de la era capitalista moderna: es por la pobreza que la Iglesia romana, purificada, salvará al mundo.28

EL ELEGIDO DE NUESTRA SEÑORA.

En fin, la publicación del tercer Secreto de Fátima, en el año 2000, nos entregó la llave del misterio, al revelarle a la Iglesia que Juan Pablo I, mártir de sus hermanos, era el elegido del Corazón Inmaculado de María. Cuando el patriarca de Venecia había encontrado a la vidente en su Carmelo de Coímbra, el 11 de julio de 197729, ¡sor Lucía le había misteriosamente avisado un año antes su elección! revelándole que su pontificado sería breve y se acabaría trágicamente. Decidido a consagrar Rusia al Corazón Inmaculado de María, “ según las indicaciones que la Santísima Virgen le había dado a sor Lucía30, Albino Luciani había pues entrado en el designio divino con una docilidad infantil, escondiendo bajo una sonrisa cada día más heroica, el terrible secreto que lo concernía.

Este santo Pontífice nos aparece como la figura anunciadora del Papa de nuestras esperanzas, con el alma de pobre, que tendrá suficiente verdadera devoción y humildad interior para satisfacer a las recuesta de Nuestra Señora de Fátima, en un acto de obediencia y amor filial hacia su Corazón Inmaculado.

Adentrando a su vez en los pensamientos de la Reina del Cielo, nuestro Padre compondrá, durante el verano 2000, y pondrá en sus labios esta ‘Queja de amor y misericordia’:

“Mis queridos hijos, ¡no tengan miedo! Miren a través de este vidrio que es el reflejo del Cielo. Vean a este hombre vestido de blanco, es el Santo Padre en septiembre de 1978. A penas muerto, ya está embalsamado; ignorado como si nunca hubiera existido.

“Pero aquí Alguien no puede olvidarlo: soy yo, su Madre, y desde su asesinato, este mártir, yo, María con las Siete Espadas, abandonando a los hombres con las manos llenas de sangre, cuido, ante mi Hijo único, a mi confidente, testigo secreto de todo, a su hermoso Pastor, Albino Luciani.

“Lo vi en esta pura luz que es Dios, y pasando como un cuerpo glorioso al cual le era reservada una inmensa gloria. Mi Corazón Inmaculado latía, a punto de quebrarse de amor materno, porque era él el objeto de las ternuras de mi Dios, y parecía olvidarlo.

“El Ángel, abriéndole su camino, clamaba una vez más, a punto de despertar el abismo: ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!

“Sin embargo, el mundo, a la izquierda de mi esplendor, se ahoga de rabia y odio, pero mi Príncipe, mi Sacerdote, no les hacía caso; al contrario sonreía, con una gracia divina, como mi Cristo antaño.31

La paz inmensa y celestial que nuestro Padre había sentido al hacer sus votos perpetuos en pleno reino de Juan Pablo I dolorosamente breve, fue para él y para nosotros, sus hijos, un consuelo extraordinario y un aliento para aguantar en la tempestad que iba levantarse de nuevo... ¡y qué sigue durando!


[1] CRC n° 133, septiembre de 1978, p. 1.

[2] Ibíd.

[3] Revista francesa de tendencia gubernamental, bien pensante, liberal.

[4] Ibíd. p. 3.

[5] Ibíd. p. 15.

[6] CRC n° 134, octubre de 1978, p. 4.

[7] Mémoires et Récits, t. 1, Cap. 21, p. 186.

[8] T. 2, Cap. 1, p. 11.

[9] Cf. supra, Cap. 9, p. 85.

[10] CRC n° 134, octubre de 1978, p. 7.

[11] CRC n° 135, noviembre de 1978, p. 13.

[12] CRC n° 133, el 3 de septiembre de 1978, p. 15.

[13] Cartas confidenciales, del 25 de agosto de 1978.

[14] Lettre à nos amis n° 26 del 15 de septiembre de 1978.

[15] Citado por fray Francisco de María de los Ángeles, “ Jean-Paul Ier, le Pape du Secret ”, p. 336. Las traducciones de las audiencias vienen de la página oficial del Vaticano.

[16] Cf. supra, p. 173-174.

[17] CRC n° 134, octubre de 1978, ‘El santo que Dios nos ha dado’, p. 1.

[18] Ilustrísimos Señores.

[19] Volante n° 2, supl. a la CRC n° 39, diciembre de 1979.

[20] CRC n° 133, septiembre de 1978, p. 4.

[21] CRC n° 134, ‘El santo que Dios nos ha dado’, p. 1.

[22] El papa Juan Pablo I había recibido en audiencia, el 5 de septiembre de 1978, al patriarca ortodoxo de Leningrado, quien le habló de la Iglesia católica con amor, celebrando la unidad y la urgencia de la reunificación. Unos instantes más tarde, fallecía en los brazos del Papa quien, piadosamente, le dio la absolución sacramental.

[23] CRC n° 134, ‘El santo que Dios nos ha dado’, p. 2.

[24] Ibíd. p. 3.

[25] CRC n° 148, diciembre de 1979, p. 3.

[26] El i.o.r., quiere decir Instituto para las Obras religiosas.

[27] CRC n° 202 y n° 203, julio y agosto de 1984. La obra de Yallop ha sido reeditada en el 2011.

[28] CRC n° 203, agosto de 1984 p. 7.

[29] Cf. frère François de Marie des Anges, Jean-Paul  Ier, le Pape du Secret, p. 314-320.

[30] Ibíd. p. 347.

[31] Manuscrito datado del 15 de julio de 2000, reproducido en parte en Résurrection n° 16, abril 2002, p. 2, y en Il est ressuscité n° 41, diciembre 2005, p. 2-3.