Georges de Nantes.
Doctor místico de la fe católica

5. LA ALEGRIA DE LA VERDAD

“CADA mañana en el seminario de Issy-les-Moulineaux, la perspectiva de los diferentes cursos que íbamos a seguir me alegraba. El regreso regular del mismo programa me acostumbró como naturalmente a clasificar las diferentes ciencias que nos eran enseñadas en casillas diversas de mi espíritu y, así, a proseguir la conquista de la verdad en varios sectores, concurrentemente, no sin tener muchas ocasiones de establecer de los unos a los otros relaciones que reforzaban el sentimiento de su coherencia.1

REALISMO A LA ESCUELA DEL PADRE RUFF.

Padre Ruff
Padre Ruff

“Es un sulpiciano, nativo del Vivarais, músico de gran clase, violoncelista, con una apariencia muy desconcertante. Un tupé de pelos enderezado en la cima de la frente en un aislamiento desopilante, la carita redonda siempre en movimiento, los ojos burlones, no podía hablar sin grandes ademanes que al final venían a reemplazar la palabra, ¡y entienda quien pueda! [...]

“En el acto, lo vimos lanzarse en el tratado más fastidioso, más difícil de la filosofía antigua y moderna: la crítica del conocimiento. Digo: lanzarse, porque, tal un torero, cada curso reemprendía la persecución de Emmanuel Kant y de toda su tropa de idealistas, con banderillas y muleta, hasta la estocada final. Durante el combate, el Padre Ruff se había aplastado diez veces sobre su cátedra, simulando el animal vencido... No se entendía nada. Sin embargo, a fuerzas de escuchar, de mirar, la luz se hacía. A través ese diluvio de palabras y esa mímica prodigiosa, se nos aparecía en fin la realidad de los objetos del conocimiento, en la intuición asombrosa de su ser, de su ser tal, de león, de gacela, de violoncelo o de paraguas, y en cambio la inanidad de esas famosas categorías a priori de la razón pura que a fuerzas de labor se había inventado Kant para salirse de apuros [...].

“Así nos presentaba toda la historia de la filosofía como un juego de dados2. ¿Cómo escribir eso en mi cuaderno? ¡Había que entender! A la decima vez, en fin, entendido. ¿Hay que reírse del juego de palabras? El mundo moderno quebró con un tiro de d. ¿De d? Sí tal. Perdió su d en camino y es simplemente trágico.

“El ojo burlón del Padre Ruff busca nuestra aprobación, hesitando. Pero de nuevo se marcha en tromba, ¡escuchemos con atención!

“...Emmanuel Kant creyó que el objectum quo era el objectum quod del conocimiento y ¡patatrás!...

“Ruff abría los brazos y como Guignol, en la plaza Bellecour, su cabeza venía a dar un buen golpe sobre su pupitre, como muerto.

“...¡¿Pero entonces, es él quien colocó un d de sobra, ahí donde no se necesitaba?!

“Ademanes afligidos del prof.

“ Si quieren, ¡es la misma cosa! Tachó de la existencia el objectum quod, extasiándose sobre el objectum quo y entonces, ¡cáspita! el quo se volvió quod, y se acabó, se perdió. ¿Entendido? La razón se aferra contra los muros de su prisión, es la caverna de Platón que se cree el aire libre, y estamos adentro, ¡y da vueltas en redondo! Para nada redondo, fin del mundo...

“Catástrofe marcada por una nueva caída de la bola redonda sobre su pupitre. Ya no se ve sino el tupé canoso.

-Padre, no entiendo...

-Pues no es para romperse la cabeza...

“¡Y el flujo tumultuoso de esa elocuencia gesticuladora rebotaba semejante al del Ardèche3 durante la fundición de las nieves descendiendo hacia el Rhône!

“¡Ah, ese tiro de dado! Debía guardarnos permanentemente contra la adoración de nuestras ideas, de nuestro espíritu, y recomendarnos al contrario la apertura atenta a las cosas y a Dios. El objectum quod, es -¿pero sabíamos ya bastante latín para traducir eso?- lo que el espíritu conoce: el perro, la libertad, el peine, el lodo, el infinito... Es el objeto. ¿Pero dónde está? ¿En mi espíritu, mi propia idea, mi creación? Ahí está, han perdido todo al juego de dados. Tomaron el quo por el quod, es un quod pro quo, ¡qui pro quo mortal! Si vuestra idea es lo real, ¡ya no hay real fuera de vuestra razón creadora! Emergía por fin en mi espíritu la diferencia entre lo que yo conozco, ese perro, ese peine, esa libertad, y lo que conozco de ello, briznas de explicación que me dieron de ellos, que recibí hechas de mis lecturas o que saqué de mis observaciones personales, por lo cual esos objetos ya no me son totalmente desconocidos, ajenos. ¡Ciertamente pequeño bagaje! y debo confesar que las ideas que tengo de ellos no son manifiestamente sino un medio por el cual, ¡quo! alcanzo mediocremente pero verdaderamente el objeto que tengo delante de mí y que permanece siempre más allá de mis tomas, ¡objectum quod ! [...]

“El Padre Peissac [en Lyon], discípulo de Santo Tomás, me había dado la certitud definitiva del misterioso parentesco de nuestra inteligencia con los seres de la naturaleza, en la única y bella luz de Dios, Sol de los espíritus y Sabiduría creadora. Pero tal vez esta realeza de la razón me hubiera conducido detrás de tantos otros, pasando de Aristóteles a Hegel, a satisfacerme de mis ideas, espejo de mi espíritu, tesoro de mi ciencia, en el rechazo de las perpetuas y humillantes revisiones que inflige la experiencia.

“El sulpiciano, titulado de la Ecole Normale4, se decía, y kantiano convertido, me disuadió de esta tentación antes que advenga. Como qué, cada uno, a menos de genio, permanece lo que sus maestros lo hicieron... Sé que una ciencia verdadera existe, que controla sin fin la razón, pero de la cual toda la materia está abastecida por la abstracción y la inducción a partir de los objetos sensibles, en contra de la loca pretensión del hombre de hacerse la medida de todas las cosas.5

EL ARRIANISMO, ARQUETIPO DE LA REVOLUCIÓN

Otra materia, otra conquista de la verdad: la Historia de la Iglesia, enseñada por el Padre de Boysson, que empezaba, según el programa de aquel año, en 313: el Edicto de Milán, el fin de las persecuciones, la rápida expansión cristiana, el siglo del arrianismo.

“Su curso era tanto más apasionante y apasionadamente seguido por nuestros jóvenes espíritus asombrados, que contaba esos masacres de nicenos por los arrianos, esos exilios de los grandes obispos fieles, esta apostasía casi general de los dos episcopados de Occidente y de Oriente como la más milagrosa de las historias... Y me pregunté más tarde, porque era secretísimo, si su Historia no tenía llaves secretas que hacía actuar para su único placer, contándose a sí mismo los trastornamientos de nuestro siglo bajo las máscaras de la vieja herejía.

“El caso es que, para mi gran asombro, nadaba en ese siglo cuarto como un pescado en su río natal, y ponía sobre los nombres de Atanasio y de Hilario, los grandes salvadores de la Ortodoxia, de Ario, de Eusebio de Cesárea, de Eunomio y Aecio los herejes, sobre aquellos de los concilios salvadores de Nicea, de Alejandría, de Constantinopla, y de los otros, ignominiosos, de Sárdica, de Rímini y de Seleucia, en fin sobre aquellos de los papas fuertes o débiles, de Liberio o de León Magno, otras figuras y otros nombres, contemporáneos, ilustres en bien o en mal en la gran lucha secular de la Iglesia contra la Revolución.6

REVELACIÓN DIVINA: LA ANXIEDAD SUPERADA.

El Padre Cazelles enseñaba la ciencia de las Santas Escrituras, Palabra divina, Verdad revelada. “Era un pozo de ciencia, hoy [en 1986] aún más es un océano. Lo sabíamos al escucharlo, teníamos sensación de ello viéndolo... Tenía una cabeza de escriba babilonio, el inferior del rostro pesado, dos ojos gordos globulosos tomando frecuentemente el parecer espantado de alguien que busca intensamente y no encuentra; la palabra difícil y somnífera [...]. Se alzaba en su cátedra, muy alta, con la fuerza de sus brazos que tenía gordos y cortos. Y entonces empezaba el suplicio, el suyo y el nuestro. Los principios eran claros, un poco diferentes de mis evidencias simplistas y estériles.

“La Santa Biblia, conjunto de Libros inspirados, tiene por autor principal a Dios él mismo, y por autores secundarios –no por causa instrumental, por pincel o por estilete, pero por autores secundarios- hombres escogidos que los han dicho, dictado, en fin escrito. He ahí el primer principio de toda exégesis católica.

“Y el segundo le es semejante, se saca totalmente del primero, con una simplicidad y una facilidad más aparentes que reales: la Santa Biblia no puede contener ningún error y con mucha más razón ningún engaño, es absolutamente digna de fe y de confianza, más que ningún otro conocimiento humano y hasta en contra de toda otra enseñanza humana. Digo humano y humana porque la Biblia es también, no lo olviden, pensamiento humano, lengua humana, escritura humana, ¡sin por lo tanto dejar de ser divina en todas sus partes! De la misma manera que Jesucristo, la Palabra de Dios que nos ha sido dada, es verdadero Dios y verdadero hombre, perfectamente hombre sin dejar de ser perfectamente Dios. El misterio de los escritos inspirados alcanza el misterio de la Encarnación y se encuentra alumbrado por él.

“Pero la explicación a lo largo de esos tres meses de cursos eran de una desesperante complicación. El Padre Cazelles decía cosas muy abstractas, que esmaltaba, por caridad, con ejemplos desconcertantes [...]. Daba como muy probable que el Libro de Jonás sea un cuento, por otra parte con un alto alcance moral, en el que la estancia del profeta en el vientre de la ballena no era sino un rastro divertido ilustrando la omnipotente misericordia del verdadero Dios con respecto a su testigo testarudo recalcitrante, como más lejos, se mostrará también benévolo con respecto a las multitudes de idolatras de Nínive la gran ciudad, fabulosamente inmensa, ¡y de sus animales! Otro día, nos dejaba entender que Moisés no era forzosamente el autor del Deuteronomio como está dicho en el Libro, ¡o al menos que no era su único e inmediato redactor puesto que se lee ahí el relato de su muerte! Daba una gran carcajeada la decena de alumnos que guardaban los ojos y el espíritu abiertos. ¡Los otros estaban cachados! Pero la carcajeada me había sacudido una vez más, arrancado a pesar de mí a una fe infantil, irracional, para empeñarme más a proa en esta tremenda y apasionante exégesis crítica, todavía católica, donde la fe no teme las búsquedas de la razón inquieta y suspicaz de la cual espera, cada vez, triunfar, enriquecida con un tesoro nuevo de inteligencia y sabiduría, y de piedad por lo menos, ¡al menos lo esperaba yo! [...]

“Fue pues un inmenso alivio cuando el Padre Cazelles de repente se paró, despertando la clase, y anunció, con una furtiva y deliciosa sonrisa, cómplice de nuestro aburrimiento, el estudio del libro del génesis :

“ Tomen su Biblia a la primera página, en el primer capítulo: la Creación del mundo.

“¡Por fin, íbamos a estudiar el texto mismo, y de la primera a la última página sin saltar una línea, sin esquivar una sola dificultad! Era embriagante. Fue por lo menos un minuto de alegría. No más.

“Desde el primer versículo, ¡cuántos problemas! Y enseguida, a cada palabra chocamos. Cazelles es despiadado, se pierde ahí en conjeturas, nos pierde, nos abandona en camino. El hebreo debe ser corregido; el griego de los setenta lo impone; y la traducción latina es defectuosa. Pronto, las grandes cosmogonías mesopotámicas proponen relatos de la creación, parientes cercanos de nuestro texto inspirado; vamos a desenredar en que los copió, y poner en evidencia lo que ha rechazado de ellos, omitido, contradicho. ¿Lo que agrega sería pues de pura inspiración divina? La epopeya de Gilgamesh, vieja de cinco mil años de repente vuelve a aparecer en Issy-les-Moulineaux nuevita, con una cálida actualidad [...] En fin el tiempo llegó en el que esos cursos, a los cuales prestaba una atención cada vez más apasionada, me sumergieron en una insoportable ansiedad.7

Este relato es cautivante porque nos muestra como Georges de Nantes, joven seminarista de veinte años, abraza la cuestión bíblica en toda su amplitud el año mismo en que la encíclica de Pío XII Divino afflante Spiritu recomendaba a los exegetas el discernimiento de los ‘géneros literarios’. Aconsejado por su ‘incomparable amigo’8, decidió abrirse al Padre Cazelles de su drama interior:

“Le dije mi inquietud en pocas palabras [...]. Sin embargo no me atreví a arriesgar la pregunta, decisiva, que entendía él muy bien, mientras pasábamos bajo el túnel que desemboca en el paseo San Juan: Sabiendo lo que usted sabe, ¿cree usted aún en lo que yo creo? ¿Y qué es en definitivo la fe cristiana? ¿Una verdad o una leyenda, una certitud subjetiva, un mito verdadero, o una revelación divina, cierta, atestiguada por seres inspirados y comprobada por milagros históricos? ¿Padre, tiene usted la fe?

“Me contestó, sin ninguna retención, con una voz límpida y el rostro de repente con una impresionante bondad y dulzura, como un maestro a un discípulo, o mejor como un padre a su hijo que sufre de pesadillas. No eludió ninguna de las dificultades que había yo evocado, no tomó altura para evadirse en la falsa claridad de los primeros principios. Me dejó ver, ¡única vez! el fondo de su corazón: esa gran altercación entre las representaciones tradicionales y la inexorable crítica moderna era su debate al igual que el mío, pero lo superaba, día tras día, año tras año, por una rigurosa fidelidad a las directivas de la Iglesia, ‘hasta las de Pío X’, precisó con una sutil gentileza cuyas segundas intenciones no me aparecerán sino más tarde, sin por eso renunciar a las exigencias de los rigurosos procedimientos científicos. A reserva de formular hipótesis que podrían chocar a las personas poco instruidas y que, por esta razón, Roma prohíbe profesar públicamente y sobretodo como certitudes definitivas...”.

La respuesta del maestro apaciguó al discípulo que la acogió con buen espíritu:

“Lo consideraba como el oscuro y merecedor siervo de Dios, trabajando en la incomprensión de los mejores, tal vez bajo los rayos romanos o bajo la paralizante amenaza, haciendo la separación en el inmenso arsenal de las ciencias modernas entre lo que es seguro y vale de enriquecer el conocimiento cristiano de las Escrituras, y lo que debe ser absolutamente rechazado como un veneno de incredulidad tanto como de falsa ciencia. ¡Obra difícil! Obra sin embargo vital para la seguridad de la fe de las muchedumbres fieles.9

Tal será la línea de conducta de nuestro Padre en su incansable comentario de la Santa Escritura con la que alimentará nuestras almas toda su vida.

EL “MÉTODO DE INMANENCIA” DEL PADRE ENNE.

Padre Enne
Padre Enne

Para el seminarista Georges de Nantes, todo era alimento de la inteligencia, del alma y del corazón profundo. En particular la apologética, que es la demonstración de la credibilidad de la fe cristiana y de la religión católica, ante “esta masiva, esta monstruosa indiferencia de la sociedad contemporánea”. De los cursos del Padre Enne, entonces superior de los ‘filósofos’ de primer y segundo año, debía conservar “la intuición mayor según la cual ‘vamos a lo cierto con toda su alma’, y no por puro razonamiento. ¡Tan peligroso como sea su aplicación! Hay que amar para creer, y hay que amar aún más para dar a creer a los otros...10

Y por lo tanto, desde ese momento, se precisó la sombra de un primer disentimiento.

El Padre Enne “poseía en su favor dones de pedagogo deslumbrantes. Sus hojas en la mano, iba y venía, en una total libertad y facilidad de la palabra y del gesto, dictando su curso del cual cada frase podía hacer surgir, a la improvista, ¡improviso perfectamente estudiado! digresiones de gran interés, recuerdos personales, precisiones inéditas... Unas veces didáctico, erudito, otras conmovedor, profético, polemizaba raramente, prefería demostrar y, aún más, engolosinar, atraer nuestros jóvenes espíritus a sus maneras de ver, por persuasión.”

Las primeras lecciones trataron de la Fe: “entrojábamos, boca abierta, la pluma corriendo con cordura sobre nuestro cuaderno, esta maravillosa sicología que hace del acto de fe teologal, todo junto, una obra de gracia, una inclinación del corazón y una luminosa intuición de la inteligencia colmada... Su elección todavía no estaba ahí, pero ponía sus términos, no sin orientarlos subrepticiamente a su ventaja. Debíamos desde ese momento entender que la razón, o la inteligencia sola, ordenando sus deducciones aún las más categóricas, es vana y sus evidencias estériles, si el corazón no participa en ellas, no anticipa, si algún instinto no inclina el hombre entero a la meta que pretende, si una impalpable pero muy necesaria gracia no predispone el sujeto a entrar en ella con felicidad. Tal era, desde entonces, el elemento subjetivo que privilegiaba, con un toque ligero, distinguiéndolo del razonamiento objetivo. Éste constituía la apologética en ciencia, aquél nos recomendaba de hacer de él un arte, intimista, persuasivo y caluroso, un ministerio, una pastoral [...].

“Al mismo tiempo que nos exponía en detalle esta marcha de aproximación, de interesar y de persuadir al ‘libertino’ o al indiferente de hoy, se aplicaba en justificar su legitimidad respecto a la fe y al magisterio eclesiástico. Explotaba en todo su inmortal vigor y profundidad las Pensees de Pascal, ¡primer esbozo del discurso apologético moderno! Y para defenderse de una acusación posible de modernismo, invocaba a Blondel, su inspirador secreto pero su referencia segura, decía, porque su ‘método de inmanencia’ no había sido condenado por la Iglesia que lo había claramente distinguido de la ‘doctrina de inmanencia’ única reprobada.”

Durante los primeros exámenes semestrales, la pregunta esperada cayó: ‘Plano de una sistematización apologética’. Al igual que sus cofrades, el seminarista Georges de Nantes se había aprendido de memoria, con confianza, este nuevo método apologético que será, veinte años más tarde, la base de la pastoral de Vaticano II. Eso dicho, a medida que redacta su copia, choca con una dificultad: llegado a la tercera parte de su explicación, ‘Verdad de la doctrina’, que debe llevarnos con dulzura, por una hábil vuelta ascensional, del dominio de lo vivido subjetivo al de la ‘Verificación por las ciencias’, número 4, me retardo exageradamente, ¡tengo la impresión que me embrollo y que no voy a lograr esa famosa vuelta por lo tanto capital! Si la fallo, mi método de inmanencia encerrándose sobre sí mismo se cambiará en doctrina, ¡peligro extremo! Si no lo logro, ¡seré mo-der-nis-ta! Tendré una mala nota, y decepcionaré a mi superior apasionadamente admirado.

“Precipitando mi escritura, profundizo el deseo del hombre, pruebo más el valor de la religión como respuesta a sus aspiraciones, ya veo ahí un indicio de su verdad... Agrada profundamente, entonces ¿es cierto? Sí, ¿no? ¡En parte solamente! Busco el pasaje hacia la historia de los orígenes, el milagro... Eso también, me lo sé de memoria. ¡Pero el pasaje! Me envisco, no desemboco. Toda la aplicación inquieta del Padre Enne era precisamente de llevarnos de una a la otra etapa sin sacrificar la primera, decisiva, a la otra, ¡resolutiva e in-dis-pen-sa-ble! Pero qué quieren, no lo logro. Hay que devolver las copias, estoy todavía buscando la salida y, dando vueltas veo que doy la impresión contraria, que no hay ascensión posible, ninguna pirueta, en fin ninguna salida de la tierra hacia el Cielo, ¡de las aspiraciones del hombre a la verdad divina...!11

Al no lograr evitar concluir con proposiciones modernistas, el alumno atento a la verdad objetiva de la revelación acababa de poner el dedo en la llaga, ¡sobre el error anunciador de las derivas por venir!

Y sin embargo, nada sabría deslucir su admiración: “¡Cuán bella era esta santa Iglesia, todavía al alba de ese 6 de junio de 1944 en el que nos llegó la noticia del desembarque anglo-americano en Normandía! Ese ‘día más largo’ iba interrumpir y quebrar brutalmente el curso secular de nuestra tradición, al mismo tiempo que la humilde aventura de nuestros destinos personales.12

En efecto, desde el regreso a clases de 1944, vio la Revolución en obra: ¡había penetrado hasta en el seminario sobre el cual flotaba la bandera comunista!


1) Mémoires et Récits, t. II, p. 43.

2) Para entender la astucia de este pasaje, el lector debe saber que en francés la palabra dado (dé) se pronuncia de la misma manera que la letra d.

3) Río en el Vivarais, Sur de Francia. Lugar nativo del Padre Ruff.

4) L’Ecole Normale Supérieure forma profesores de Universidad.

5) Ibid., p. 43-49. Ese ‘realismo temperado’, esa sabiduría fundamental, eje de toda ciencia, el Padre de Nantes la enseñará a su turno a sus alumnos: ‘Pour en finir avec Kant’ (Para acabar con Kant), CRC no 158.

6) Ibid., p. 50-52. El Padre de Nantes hará frecuentemente él mismo ese calco de una historia sobra la otra, cf. Lettres à mes amis no 198 et no 235, CRC no 89, febrero de 1975.

7) Ibid., p. 54-58.

8) Cf. supra, p. 47-51.

9) Mémoires et Récits, t. II, p. 59-62.

10) Ibid., p. 71.

11) Ibid., p. 64-70.

12) Ibid., p. 81.